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España España · Fuenlabrada
Críticas de PaloDePacotilla
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Críticas 9
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
8
13 de noviembre de 2013
16 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Que no os confunda el título, porque estos perros errantes en realidad no van a ningún lado sino que se encuentran suspendidos en el tiempo y alienados en el espacio urbano de Taipei por el que vagabundean. Así es como Tsai MIng - liang nos presenta a la familia desestructurada de este desolador drama y sobrecogedor relato cinematográfico. Si en mi anterior crítica sobre el Festival de Cine Europeo de Sevilla reprochaba a Grand Central no aportar nada nuevo en su estilo Dardenne, Stray dogs, último trabajo del director de cine malayo, es, por el contrario, lo opuesto a todo el cine convencional occidental al que estamos acostumbrados.

No habiendo visto nunca antes nada de Tsai MIng-Liang, no tenía ni idea de a lo que me enfrentaba más allá de un cierto ritmo oriental - lento - que presuponía tomaría la narración. Así, carente de música extradiegética, repleta de largos planos secuencia - denominados así porque no existe ningún corte de montaje, pero no porque ocurran demasiadas cosas dentro del cuadro - y con una estética poco realista en algunas partes como la desarrollada en el hogar de la familia antes de que la madre lo abandonase - la ambientación tan terrorífica de la casa, repleta de grietas en las paredes, es motivo de una de las escenas más trágicas del filme, en la que la madre le explica a su hija por qué los surcos de las paredes son como lágrimas - Stray dogs ha sido presentada por la crítica como el filme más logrado de Ming-liang, así como el que presenta todos los rasgos característicos de su cine.

A este desconcierto provocado en el espectador por los saltos temporales y espaciales sin contextualización alguna hay que añadir la aflicción causada por la demoledora interpretación de Lee Kang-sheen y la tristeza casi delirante que irradia en el papel de padre. A él es a quien vemos desmoronarse moralmente, en una revisión terriblemente emotiva del cantando bajo la lluvia; comer como un autómata de mirada perdida durante el descanso del trabajo o devorar histéricamente una col tras haberla intentado asfixiar, quizá pensando que era su mujer. Y en contraposición al padre, MIng-liang nos ofrece imágenes de esos hijos que deambulan solos por los supermercados o por los desérticos paisajes - que salpican el metraje sin que sepamos situarlos antes o después en la historia, pero dando de algún modo respiro a esta tragedia - entre juegos y risas, incluso dentro de esa terrorífica casa en la que son capaces de conciliar el sueño. De hecho, es probable que las únicas voces que el espectador recuerde al salir de la sala sean las de los pequeños ya que sin lugar a dudas son ellos los únicos retazos de esperanza y de acción que quedan en esta cinta.

Y es que si hay un mensaje que MIng-liang parece querer transmitir es que el retorno del hombre a la naturaleza es la única escapatoria - al menos así parece poder interpretarse de esa pintura bucólica a la que los protagonistas se quedan mirando en la escena final del filme- de ese mundo capitalista que queda tan bien reflejado por esos "hombres anuncio" soportando las envestidas del viento. La autenticidad del filme radica en que, a diferencia de lo que hubiese hecho Malick por ejemplo, Ming-liang sitúa la cámara quieta delante de instantes de desesperación, dando como resultado una mirada dolorosa, exasperantemente detenida que arrincona a los personajes en medio de la ciudad contra el asfalto y el tráfico o les observa dentro de esa casa que se cierne sobre ellos como un fatal destino, antes de dejarlos respirar en esos rincones naturales, casi divinos que tanto gustan al texano. Eso sí, la cámara de Ming-liang se mantiene tan lejana la mayor parte del tiempo que sabemos que los personajes sufren, pero a veces ni siquiera sabremos quiénes son, como ocurre especialmente con los tres personajes femeninos. De hecho, no es baladí que el director haya dicho que las tres mujeres podrían tratarse de un único personaje. En realidad, no es de extrañar, porque ni siquiera sabremos cómo acaba esta historia, aunque bien pensado, tampoco supimos en ningún momento cómo y dónde empezaba. De lo único que podemos estar seguros cuando salimos de la sala es que la crudeza de la historia ha hecho mella en la crudeza fílmica con la que está planteado el filme. Que podamos aguantarlo o no es ya otra cuestión ajena a dicho planteamiento.

Paloma González para Crazyminds.com
PaloDePacotilla
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5
12 de noviembre de 2013
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Grand Central, segunda película de la realizadora francesa Rebecca Zlotowski (Belle epine, 2010) que compitió en la sección "Una cierta mirada" del pasado Festival de Cannes, no es más que eso: un filme con pretensiones de tragedia amorosa y compromiso social con una realidad de rabiosa actualidad como el debate nuclear, que por intentar abarcar los dos terrenos en 94 minutos de metraje se queda a medio camino, convirtiendo la cinta en un despropósito en la que, por cierto, Seydoux se come, sensual y dramáticamente hablando, a Rahim en pantalla.

Y es que la comparación establecida entre los efectos que provocan el amor y la contaminación, si bien se trata de un buen planteamiento que podría haber dado forma al filme, no se resuelve de manera adecuada, entre otras cosas porque no existe química entre Léa Seydoux, ahora mundialmente conocida por su papel en la ganadora de la Palma de Oro La vida de Adele, y Tahar Rahim, de moda en el país vecino tras sus interpretaciones en Un profeta y Perder la razón, más allá de la creada por algunos de los únicos planos más brillantes del filme, como ese en que la cámara enfoca el roce entre los cuerpos de los protagonistas sentados en el asiento trasero del coche. Una puesta en escena coherente con este planteamiento habría creado más lazos visuales entre las pieles, las que se descubren por accidente en la central nuclear ante el peligro de radiación y las que se desnudan por atracción entre el follaje ante las consecuencias de un romance prohibido.

Pero si hay algo que no me convence es que Grand Central es otra de esas películas con un acercamiento tímido a la realidad en que se enmarca. La propia directora ha afirmado que no pretendía pronunciarse en contra o a favor de la energía nuclear. De hecho, las escenas más dramáticas en relación a la Grand Central tienen que ver con los personajes secundarios, esa mujer que se ve obligada a raparse por haber dado positivo en el rastreo radiológico o ese hombre que de espaldas muestra el desgaste que el trabajo en la central provoca en sus empleados. Así, realizadores como Zlotowski terminan dando forma al nuevo modelo de cine institucional francés, similar al que asentaron en España realizadores como Archero Mañas con El Bola, Fernando León con Barrio, Icíar Bollaín con Flores de otro mundo o Benito Zambrano con Solas, que retrataron historias personales con la problemática del mundo como telón de fondo, aunque esta nunca fuese la auténtica protagonista de sus filmes.

El problema es que no basta con plantear temáticas inspiradas en problemas sociales y en naturalizar el decorado de las ficciones, sino que la preocupación por lo real debería convertirse en una auténtica cuestión estilística como ocurría con Un episodio en la vida de un chatarrero, proyectada también en el Festival de Cine Europeo de Sevilla y de la que publicábamos el otro día una crítica tras un encuentro con su director Danis Tanovic. No obstante, al menos está claro que el cine europeo viene viendo con recelo el sustento energético de sus países: no solo aparecen imágenes de centrales nucleares en Grand Central, sino que también las hemos podido ver en Un episodio en la vida de un chatarrero o Circles, afeando el paisaje tras la guerra en Bosnia o Serbia respectivamente, o en The selfish giant - ahí las clásicas chimeneas aparecen hasta en el cartel del filme - , cerniéndose en todas ellas sobre los personajes como el gran debate de nuestro futuro más próximo.

Paloma González para Crazyminds
PaloDePacotilla
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8
10 de noviembre de 2013
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Al final del documental Los espigadores y la espigadora (Les glaneurs et la glaneuse, 2000) nos encontramos con una suerte de revelación en que los imprevistos del rodaje se convierten en elementos desestabilizadores que abren la ficción al mundo real. Cuando la cineasta francesa Agnès Varda decide sacar del museo de Villefrance la pintura de Hedouin y las encargadas de conservar los cuadros sostienen la obra a la luz del día, la directora se aprovecha de una ráfaga de viento que azota el lienzo Espigadores huyendo antes de la tormenta para de algún modo superar el guión del documental que pretende imitar la realidad, dejando que esta hable por sí sola.

Lo mismo ocurre cuando al final de los nueve días de rodaje de Un episodio en la vida de un chatarrero (Gran Premio del Jurado en la Berlinale de 2013), proyectada el sábado 9 en el Festival de Cine Europeo de Sevilla con la presencia de su director Danis Tanovic, la nieve sorprendió al equipo de grabación. Tanovic decidió aprovecharlo, al igual que el golpe de la cámara con la escalera que se produce cerca del final del filme o la mirada a cámara de la hija del matrimonio con que abre la película. Son estos momentos que el director serbio ha mantenido en el montaje los que aportan veracidad al relato de una familia de gitanos serbios del norte de Bosnia, concretamente de la región de Tuzla, que no puede pagar la operación la madre, sin tarjeta sanitaria, cuando esta sufre un aborto natural. Así, el compromiso político del filme y su preocupación por lo real se traducen en una auténtica cuestión estilística que consiste en dinamitar las fronteras entre lo factual y lo ficcional.

La historia de Nazif (Premio al Mejor Actor en el Festival de Berlín), un chatarrero gitano que luchó en la guerra, y Senada, su esposa, junto con sus dos hijas - todos ellos se interpretan a sí mismos en la cinta, al igual que el resto de personajes, médicos, vecinos, etc. - fue publicada en los periódicos y así llegó a conocimiento del director. Él simplemente les buscó y les pidió que reviviesen aquel suceso delante de un pequeño equipo de 8 personas que además decidieron cobrar el sueldo mínimo por su trabajo. El resultado tan natural, a pesar de la presencia de la cámara, se debe según el realizador a varias razones. En primer lugar, por la confianza generada: el director dejó clara a la familia su indignación con el hecho de que los servicios de urgencias se negasen a realizar la operación de Senada; en segundo lugar, el director considera que cada persona es en el fondo un actor - "No eres el mismo cuando estás con tu madre que con tu amante" añade- y en tercer y último lugar, Tanovic no quiso llevar al límite a los actores en escenas de tensión como la del encontronazo con el doctor, respetando de algún modo la naturalidad de los personajes.

El filme, de gran fisicidad y cercanía, pretende, en palabras del director serbio, acercarnos a la familia protagonista hasta atraparnos en su día a día, una realidad para nada sencilla, de un grano impuro como el de las cámaras pequeñas que se emplearon para la filmación. De ahí la presencia constante en cuadro de la fría y dura nieve - esa que buscada en el rodaje, de repente apareció en las últimas escenas del filme -, la ausencia de iluminación de noche artificial, el estrépito de la chatarra precipitándose al ser desmantelada en la banda de sonido o el continuo movimiento, propiciado tanto por la cámara en mano que sigue a los personajes de cerca como por la libertad con que se mueven las niñas por la escena. Hasta tal punto Tanovic ha recurrido al incesante devenir de los personajes en su lucha diaria que cuando Senada se detiene y se acuesta, sabemos que algo no marcha bien.

Y aunque el director ya se ha cansado de señalarlo, hay que recordar que Un episodio en la vida de un chatarrero no deja de ser eso, un simple episodio, un fragmento de la cruda realidad de estos grupos sociales marginados que se repetirá una y otra vez tal y como parece recalcar la estructura cíclica del filme - Nazif comienza partiendo leña y termina partiendo más troncos al final de la película-. No obstante, existe un mensaje optimista en el filme que deviene por otro cauce como es el de la solidaridad entre personas. Y es que según afirma Tanovic, documentalista durante la guerra de Serbia, los vecinos se ayudaban los unos a los otros durante el conflicto. Por desgracia, esta ayuda no ha dejado de ser necesaria en un país que todavía lucha por salir adelante, sumergido todavía en las consecuencias del pasado. Quién sabe, puede que incluso este altruismo sea indispensable en países como el nuestro en el que el futuro de la sanidad pública pende de un hilo.

Paloma González para Crazyminds.com
PaloDePacotilla
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5
3 de noviembre de 2013
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El director Richard Curtis, creador de las inolvidables Cuatro bodas y un funeral (1994), Notting Hill (1999) y Love Actually (2003), regresa con Una cuestión de tiempo (About time). La historia comienza cuando el joven Tim Lake (Domhnall Gleeson) es informado por su padre (Bill Nighy) de que, al igual que el resto de varones de su familia, puede viajar hacia atrás en el tiempo y cambiar el pasado. Tim decide utilizar su poder para encontrar el amor y ayudar a sus seres queridos, aunque todo se complica cuando conoce a la mujer de sus sueños, Mary (Rachel McAdams). Obsesionado por mejorar todas y cada una de sus acciones, Tim acabará descubriendo el encanto que reside en los errores que cometemos y en los imprevistos del día a día.

Son numerosos en la historia del cine los filmes que han recurrido a un elemento tan propio de la ciencia ficción como los viajes en el tiempo para terminar reflexionando sobre por qué cada día de nuestra vida, incluso el más desafortunado, es único. Si el protagonista de Atrapado en el tiempo (1993) era "obligado" a vivir una y otra vez el mismo Día de la marmota hasta poder apreciarlo, el personaje principal de Una cuestión de tiempo repetirá por voluntad propia algunos de los días de su "cotidiana y ordinaria" vida tan solo para disfrutar de esos pequeños detalles que demuestran que vivir es bello pero que desgraciadamente siempre pasamos por alto. Y debemos ser la especie más cabezona del universo, ya que si no se seguirían haciendo estas películas para recordárnoslo una y otra vez.

Lo último de Curtis nos ofrece un casting acertado – nada mejor que la entrañable pareja que hacen Gleeson y McAdams para encarnar esa emoción frente a la vida que el autor quiso transmitir– pero el guión no aporta nada fresco a esta especie de subgénero que suponen las comedias con tintes de cine fantástico. De hecho, es una lástima que el director haya decidido retirarse de la dirección justo después de realizar esta cinta, ya que a diferencia de las anteriores, a las que no les hacía falta ninguna premisa sobrenatural como desencadenante de la acción, no dejará huella en el imaginario romántico colectivo – y hasta navideño en el caso de Love actually – que tanto tenía que deber a los guiones de Curtis o a alguno de sus actores fetiche como Hugh Grant.

Obviamente, tampoco se le puede exigir una lógica al funcionamiento de los viajes. Uno de los momentos más incómodos del filme es cuando Bill Nighy – que, por cierto, me sigue encajando en cualquier papel menos en el de padre de familia y lector acérrimo de Dickens – explica a su hijo una de las reglas sobre los regresos al pasado, resultando así imposible seguir con nuestra suspensión de la incredulidad que como espectadores hemos activado desde que nos metimos en la sala de cine. La película desde luego acierta más si no entra a detallar la mecánica de esos viajes y se centra en el que según el realizador británico es el objetivo de todas sus cintas: hablar sobre "la gente que se enamora y quiere a sus familias". Por supuesto, lo que se le critica siempre a dicha encomiable tarea es que la historia real de esa gente se ve tan edulcorada en pantalla que esas familias dejan de ser reales. No obstante, podemos pensar que ello no deja de tener valor, en concreto, el de la sonrisa con la que saldrán de la sala y la nueva convicción de que se casarían con un pelirrojo, a pesar de su pigmentación capilar, tan adorable como el de la película. Al fin y al cabo, también a todos nos apetece de vez en cuando una amable película con la que pasar la tarde del domingo.

Paloma González para Crazyminds
PaloDePacotilla
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4
4 de septiembre de 2013
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Más allá de su traducción literal como “el pateador de culos”, kick-ass significa en la jerga de la calle “algo que es increíblemente maravilloso”. El último filme de Jeff Wadlow, director curtido en cintas de adolescentes siniestras con minifaldas (Cry Wolf) e historias de jóvenes musculosos y problemáticos que encuentran su salida en la disciplina de la lucha cuerpo a cuerpo (Rompiendo las reglas), es precisamente eso: maravillosamente surrealista. Esta secuela, a la que ahora han añadido la coletilla de Balls to the wall (con un par), pierde la esencia de la primera película, Kick-ass, Listo para machacar, una comedia negra de superhéroes estrenada en 2010 y basada en un cómic del guionista escocés Mark Millar y el dibujante John Romita Jr.

En esta última cinta Mindy Macready, la increíble Hit-Girl (Chloë Moretz), va al instituto de Dave Lizewski/Kick-ass (Aaron Johnson) en un intento de su tutor Marcus, el policía amigo de su padre, por que esta lleve una vida "normal" y recupere la juventud que le robó su progenitor, Big Daddy (Nicolas Cage en la primera parte). Esta premisa le sirve a Wadlow para introducir toda una serie de momentos típicos de las películas para adolescentes que, si bien pueden interpretarse en clave de lectura crítica de los bailes de animadoras o las fiestas de pijamas, no dejan de chirriar en un filme de acción y superhéroes. Vamos, que por momentos tendremos la impresión de estar viendo un remake de Chicas Malas.

Mientras Hit-Girl deja boquiabierto a medio instituto en su presentación en sociedad, totalmente inexistente en el cómic por cierto, Kick-ass se unirá a un nuevo equipo de justicieros improvisados que siguen la estela del protagonista y que están liderados por un histriónico y beato Coronel Stars (Jim Carrey) que en nada se ajusta al personaje del libro - el cual no hace ni una sola mueca de sonrisa de esas tan propias del caricato-.

La liga de Justicia por Siempre tendrá que enfrentarse a Chris D´Amico (Christopher Mintz-Plasse) - que ahora ha cambiado su nombre de Red Mist a The Mother Fucker- cuya presencia provoca risas desde que entra en pantalla - por no mencionar a sus secuaces, uno de los cuales parece una réplica del superhéroe cómico de animación Cálico Electrónico-. Se echa en falta un villano como Mark Strong, Frank D´Amico en la primera ficción, al que tan solo el actor Iain Glen (Jorah Mormont en Juego de Tronos y aquí tío de Chris) hace justicia con su fugaz aparición en el papel de malo, dando pistas además sobre quién podría ser el enemigo de Kick-ass en próximos episodios.

Mathew Vaugh, el director de la primera película de la saga, pretendía, al igual que Millar, redefinir el género y acercar los superhéroes a los jóvenes de hoy en día, pero no a través del humor facilón, sino del realismo de personajes cercanos y violencia sin tapujos. De ahí los disfraces cutres, las escenas de instituto pero como telón de fondo o las menciones a Twitter, Youtube o medios de la viralidad en general. No obstante, Wadlow apuesta demasiado por la comicidad, por lo que también las cuchilladas y los golpes se ven afectados dejando de doler como lo hacen en el cómic y, en todo caso, en la primera cinta. Si la anterior ya ofrecía una visión bastante edulcorada de la novela gráfica, en la que, por su simple condición material, uno puede recrearse mucho más en la sangre que en el cine, ahora con todos estos tintes de parodia la película pierde todavía más fuerza.

En definitiva, el peso narrativo concedido a Hit-Girl no se orienta de la manera adecuada, perdiendo casi de vista el género de partida - por no hablar de la variación radical del final con respecto a este personaje-. Mientras, los secundarios, buenos y malos, se multiplican y entretienen pero no enganchan -salvando la villana Madre Rusia y Coronel Stars casi ningún otro tiene relevancia en el tebeo-.

Pero si bien un fan de la serie Kick-ass echaría en falta la esencia de la que venimos hablando, cualquier otro espectador puede sentirse invitado a ver esta película si lo que busca es risas disparatadas y algún encontronazo sobrecogedor - la escena de Madre Rusia deshaciéndose de unos policías y la de Hit-Girl asaltando un coche no dejan indiferentes-. Ideal para tener dos películas, una de acción y otra de niñatos, por el precio de una y de paso reflexionar sobre las cuestiones que ya planteaba la primera: el acceso a la violencia como espectáculo a través de las redes sociales, el civismo, la venganza/justicia o las relaciones entre padres e hijos.
PaloDePacotilla
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