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Críticas 2
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
4
11 de enero de 2025
29 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
Robert Eggers ha dejado claro que su talento como director visual es innegable, pero su habilidad para contar historias sigue estando lejos de ser sólida. Nosferatu, su último trabajo, es una película de contrastes: impresionante en su acabado estético pero lastrada por una narrativa que no alcanza a conmover ni a aportar algo nuevo al mito fundacional del vampiro. Aunque la propuesta es ambiciosa y consigue una atmósfera inquietante, su guion plano, personajes desbordados desde el primer minuto, y una banda sonora poco memorable convierten lo que podría haber sido una obra maestra en una experiencia irregular.

Visualmente, Eggers demuestra ser un maestro en la construcción de atmósferas. Su uso de la fotografía, que parece inspirarse en la estética pictórica de Rembrandt y en las texturas del cine clásico, ofrece momentos deslumbrantes, especialmente en escenas como la de la posada o en la imponente presentación del Conde Orlok. Sin embargo, esta maestría visual se ve ensombrecida por inconsistencias técnicas: el grano de 35mm se siente forzado y el uso de lo digital, especialmente en elementos como los cielos, rompe con la pretendida inmersión nostálgica. Es un filme que entra por los ojos, pero que no logra sostenerse cuando se analiza más allá de su superficie.

El problema más grave radica en la narrativa y los personajes. Eggers plantea una historia que, aunque fiel al mito, se siente encorsetada por su obsesión con el rigor histórico y su lirismo exagerado. Los diálogos son excesivamente expositivos y circulares, sin lugar para el subtexto o el silencio, lo cual aplana la atmósfera en lugar de enriquecerla. Esto se traduce en personajes que, desde el inicio, están al borde de la ruptura emocional, sin arcos claros ni momentos de pausa. En particular, Lily-Rose Depp, quien interpreta a Ellen, comienza con fuerza pero rápidamente pierde naturalidad, dejando su actuación forzada y sin matices. El exceso de intensidad en su interpretación impide que el espectador conecte de manera genuina con su sufrimiento, y esto se agrava al no contar con un guion que dé profundidad a su personaje.

El Conde Orlok, interpretado por Bill Skarsgård, tampoco escapa de estos problemas. Aunque su diseño físico es notable y sus primeras escenas son impactantes, el personaje carece de la fragilidad, la soledad y la locura que hicieron memorables a las interpretaciones de Kinski en el Nosferatu de Herzog o incluso a la de Schreck en la versión original de Murnau. Orlok aquí es omnipotente y plano, una figura más monstruosa que trágica, lo que reduce la riqueza dramática de su relación con Ellen. Los secundarios, a excepción de Willem Dafoe, se limitan a cumplir funciones narrativas, sin oportunidad de brillar o aportar algo al desarrollo de la trama.

Por otro lado, la banda sonora, aunque funcional, carece de la capacidad de elevar las imágenes o de convertirse en un elemento distintivo. Robin Carolan ofrece una partitura genérica, que se pierde entre el lirismo afectado de la película y no consigue ser memorable. En un filme tan dependiente de su atmósfera, una banda sonora más rica y evocadora podría haber añadido capas de misterio y simbolismo. En lugar de ello, la música se convierte en un acompañamiento anodino que refuerza la sensación de que la película se apoya demasiado en su acabado visual y no lo suficiente en sus elementos narrativos.

Eggers parece obsesionado con ser fiel al espíritu de la época y al mito, pero esta fidelidad se siente rígida y vacía. Mientras que cineastas como Werner Herzog o incluso Coppola lograron reinterpretar a Drácula y Nosferatu desde perspectivas únicas, Eggers no arriesga ni sorprende. Su Nosferatu es una obra densa, a menudo espectacular en su forma, pero sorprendentemente anodina en su fondo. Una película que intenta abrumar al espectador con su intensidad y su estética, pero que termina siendo incapaz de ofrecer algo verdaderamente revelador o conmovedor.

En resumen, Nosferatu es un claro ejemplo de las virtudes y limitaciones de Robert Eggers como cineasta. Su visión visual es indiscutible, pero su incapacidad para dotar de vida y profundidad a sus personajes, junto con la falta de una narrativa más sólida y una banda sonora memorable, hacen que esta versión del mítico vampiro carezca del poder necesario para resonar en el espectador. Es un filme que demuestra lo que Eggers puede lograr técnicamente, pero también deja claro cuánto le falta para alcanzar la madurez narrativa que esta historia merecía.
18 de diciembre de 2024
22 de 30 usuarios han encontrado esta crítica útil
No comprendo la idealización que rodea a este director. Su trabajo resulta mediocre y deja mucho que desear. Los guiones presentan numerosas incongruencias, incluso dentro de las leyes del universo que él crea. Los personajes carecen de credibilidad y transitan entre escenas de manera ilógica, con un desarrollo deficiente y sin sentido. La cantidad de Deus ex machina es alarmante. Además, bajo su dirección, parece que los actores, algunos con notable potencial, pierden calidad interpretativa.
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