Película de sobremesa. A Kristin Scott Thomas la presentan como una miserable mujer mutista de aspecto descuidado, ojeras inalcanzables y que a veces nos deslumbra con pinceladas sobreactuadas de desconsuelo y aflicción. Desde la primera escena, se nota como el director quiere enfatizar detalles de anomalía en la actriz principal y más que parecer una expresidiaria parece una agonizante adicta a la heroína sin cordura y en ocasiones bipolar. Igualmente me llama la atención como tiene el director la habilidad de ampliar la trama de una película perfectamente definible en dos o tres líneas a casi dos horas de padecimiento.