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7.1
694
9
28 de abril de 2013
28 de abril de 2013
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
“La verdad es relativa”, reza un subtexto que segundea al título de la película (usted puede observar todo eso aquí arriba). En este mismo espacio visual también podemos apreciar una sutil síntesis sobre tópicos recurrentes de Maddin: el abismo frío, Winnipeg, la Madre.
Seguramente, desde que el hombre tiene uso de razón sobre el lenguaje y empezó a hacer poesía, buscó un concepto definitivo de inflexión para una inabarcable palabra: HOGAR. ¿Cómo desbaratar las sensaciones para definirlo?, y después de separarlas, viene lo más peligroso y complicado: el como las controlás sin que te destruyan para siempre. O parcialmente por un período temporal. Hay miles de formas en la cual se ha tratado de explicar: desde Dorothy chocando los talones e invocando un edén lejano que siempre oficiará de refugio; la de vagabundos (hasta yonkis) que trasgreden la idea misma, y crean su casa alejado de lo convencional. Pero Maddin nos da su perpectiva: el hogar es un cubo de espiritualidad multifacética, es cuna de gérmenes mentales que moldean la personalidad. A la del director, viendo sus películas, medianamente la podemos descifrar, y con My Winnipeg nos lleva, no timidamente, a su individual idea. No esbozando una respuesta, sino abriendo con una motosierra sublime un melancólico corazón.
No creo que sea necesario alguna vez, hacer una biografía chimentera sobre éste director canadiense, ya que toda su filmografía es un rebote de sus recuerdos, y acá más que nunca. En plan de pseudo-documental, Maddin intenta escapar otra vez del embrujo de Winnipeg, con una voz en off sacada de un empático freezer y los ojos del cine mudo, con sus respectivos focos mutantes. Maddin está controlado por el aire de la ciudad y da una imagen que se me apareció después de ver la película unas cuantas veces (siempre en nocturnidad, abrazo a fantasmas otoñales): Winnipeg, el útero, parió a Maddin y esconde un misterio deforme, impalpable: la placenta nunca salió. Y fué ahí donde quedaron levitando las dudas y ecuaciones ocultas que lleva adentro. El director (en toda su filmografía), trata de hacer salir esa placenta o, en todo caso, en un experimento autoconsciente, intentar levemente abrir las frías y surreales piernas de Winnipeg para tratar de pispear aunque sea un poquito dentro de la criatura. Entonces volvemos a la figura de la madre, y al corazón del país, el hogar, que termina siendo una sensación inexplicable que al ser tan impalpable termina asustando, porque se empieza a dudar de su existencia.
Luis Meinberg
Seguramente, desde que el hombre tiene uso de razón sobre el lenguaje y empezó a hacer poesía, buscó un concepto definitivo de inflexión para una inabarcable palabra: HOGAR. ¿Cómo desbaratar las sensaciones para definirlo?, y después de separarlas, viene lo más peligroso y complicado: el como las controlás sin que te destruyan para siempre. O parcialmente por un período temporal. Hay miles de formas en la cual se ha tratado de explicar: desde Dorothy chocando los talones e invocando un edén lejano que siempre oficiará de refugio; la de vagabundos (hasta yonkis) que trasgreden la idea misma, y crean su casa alejado de lo convencional. Pero Maddin nos da su perpectiva: el hogar es un cubo de espiritualidad multifacética, es cuna de gérmenes mentales que moldean la personalidad. A la del director, viendo sus películas, medianamente la podemos descifrar, y con My Winnipeg nos lleva, no timidamente, a su individual idea. No esbozando una respuesta, sino abriendo con una motosierra sublime un melancólico corazón.
No creo que sea necesario alguna vez, hacer una biografía chimentera sobre éste director canadiense, ya que toda su filmografía es un rebote de sus recuerdos, y acá más que nunca. En plan de pseudo-documental, Maddin intenta escapar otra vez del embrujo de Winnipeg, con una voz en off sacada de un empático freezer y los ojos del cine mudo, con sus respectivos focos mutantes. Maddin está controlado por el aire de la ciudad y da una imagen que se me apareció después de ver la película unas cuantas veces (siempre en nocturnidad, abrazo a fantasmas otoñales): Winnipeg, el útero, parió a Maddin y esconde un misterio deforme, impalpable: la placenta nunca salió. Y fué ahí donde quedaron levitando las dudas y ecuaciones ocultas que lleva adentro. El director (en toda su filmografía), trata de hacer salir esa placenta o, en todo caso, en un experimento autoconsciente, intentar levemente abrir las frías y surreales piernas de Winnipeg para tratar de pispear aunque sea un poquito dentro de la criatura. Entonces volvemos a la figura de la madre, y al corazón del país, el hogar, que termina siendo una sensación inexplicable que al ser tan impalpable termina asustando, porque se empieza a dudar de su existencia.
Luis Meinberg
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