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8
7 de marzo de 2016
7 de marzo de 2016
24 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
La filmografía sobre Hitler y el nazismo es de tal amplitud que se convierte en prácticamente inabarcable, regalándonos algunas obras maestras y también buen número de infumables bodrios, tal y como corresponde a cualquier temática abordada con semejante profusión.
13 minutos para matar a Hitler no se encuadra ni en la casilla de las obras maestras ni en la de los bodrios, tratándose de una película estimable y de indudables méritos, pero que no aporta grandes novedades narrativas ni argumentales e inferior al anterior acercamiento de Oliver Hirschbiegel al tema, la espléndida El hundimiento.
Advertidos ya de la escasez de novedades reseñables, es de justicia señalar cierta vocación de estilo e interés por huir de fórmulas trilladas, algo plasmado en la manera de acercarnos una historia que, en lo sustancial, resulta sobradamente conocida.
Georg Elser, joven carpintero y músico aficionado de profundas convicciones religiosas y moderado interés por la política, es detenido como autor de un atentado acontecido en Múnich en 1939, que se cobró la vida de ocho personas y que tenía como finalidad acabar con Hitler y la cúpula dirigente nazi, objetivo fallido al acortarse la intervención del Führer en el mitin y abandonar el lugar antes de lo previsto (los 13 minutos a los que hace alusión el título en la versión española). Elser es sometido a brutales interrogatorios y torturas para arrancarle una confesión a la que inicialmente se resiste, pero a la que acaba sucumbiendo, pensando que esto pondrá término a sus padecimientos. La realidad es que estos no han hecho sino comenzar, ya que las autoridades se niegan a aceptar que un plan tan minucioso sea la obra solitaria de una persona con modesta formación y ajena a militancias partidistas fervorosas.
13 minutos para matar a Hitler no se encuadra ni en la casilla de las obras maestras ni en la de los bodrios, tratándose de una película estimable y de indudables méritos, pero que no aporta grandes novedades narrativas ni argumentales e inferior al anterior acercamiento de Oliver Hirschbiegel al tema, la espléndida El hundimiento.
Advertidos ya de la escasez de novedades reseñables, es de justicia señalar cierta vocación de estilo e interés por huir de fórmulas trilladas, algo plasmado en la manera de acercarnos una historia que, en lo sustancial, resulta sobradamente conocida.
Georg Elser, joven carpintero y músico aficionado de profundas convicciones religiosas y moderado interés por la política, es detenido como autor de un atentado acontecido en Múnich en 1939, que se cobró la vida de ocho personas y que tenía como finalidad acabar con Hitler y la cúpula dirigente nazi, objetivo fallido al acortarse la intervención del Führer en el mitin y abandonar el lugar antes de lo previsto (los 13 minutos a los que hace alusión el título en la versión española). Elser es sometido a brutales interrogatorios y torturas para arrancarle una confesión a la que inicialmente se resiste, pero a la que acaba sucumbiendo, pensando que esto pondrá término a sus padecimientos. La realidad es que estos no han hecho sino comenzar, ya que las autoridades se niegan a aceptar que un plan tan minucioso sea la obra solitaria de una persona con modesta formación y ajena a militancias partidistas fervorosas.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Aquí es donde la película evita transitar por territorios facilones, como podrían ser las menudencias del atentado y sus preparativos técnicos, apostando en cambio por mostrarnos la toma de conciencia de un joven con las preocupaciones inherentes a su edad y condición social (divertirse, flirtear con chicas e intentar labrarse un porvenir laboral, principalmente), recurriendo para ello a constantes flashbacks propiciados por los incisivos interrogatorios a los que le someten dos mandos policiales de personalidad antagónica: un oficial duro, pero predispuesto a dar por buena su versión de los hechos ante la ausencia de fisuras y un exaltado jefe de la Gestapo empeñado en lograr que Elser involucre a otras personas para así satisfacer los deseos de Berlín por convertir la aventura de un lobo solitario en una conspiración de mayor alcance.
Pasamos así a ser testigos del cambio de mentalidad producido en un muchacho que se mantiene al margen de las convulsiones políticas y sociales de su tiempo para posteriormente llegar a convertirse en un antinazi convencido de que el bienestar de la nación y sus sueños personales solo podrán alcanzarse eliminando al líder que ha sembrado en el país la semilla del totalitarismo y el odio. Este proceso de concienciación es paulatino y aparece entremezclado con pasajes cotidianos de su vida: sus actividades como artesano y músico, su complicada situación familiar con un padre alcoholizado y una madre distante en exceso, la detención y encarcelamiento de íntimos amigos por su oposición a la dictadura, sus amoríos con Elsa, una mujer casada con un maltratador afín a los nazis… Es esta última historia la que mayor peso adquiere, hasta llegar a ocupar la práctica centralidad del relato.
La película no alcanza las dos horas de duración, aunque podría haber sido aligerada de un cuarto de hora sin resentirse por ello. No creo que estemos ante una obra destinada a figurar en antologías o listados compilatorios de lo mejor del género, pero sí ante un film muy digno, magníficamente interpretado por Christian Friedel, bien arropado por una solvente batería de secundarios y con una lograda recreación de la vida rural en la Alemania de los años 30, lejos de los centros de poder y de la toma de decisiones. Virtudes más que suficientes para convertirla en una sugerente y recomendable propuesta que nos permite conocer un poco mejor una infame época en que gentes con el actual estatus de héroes eran considerados como delincuentes y villanos simplemente por el execrable delito de combatir la iniquidad y tiranía.
Pasamos así a ser testigos del cambio de mentalidad producido en un muchacho que se mantiene al margen de las convulsiones políticas y sociales de su tiempo para posteriormente llegar a convertirse en un antinazi convencido de que el bienestar de la nación y sus sueños personales solo podrán alcanzarse eliminando al líder que ha sembrado en el país la semilla del totalitarismo y el odio. Este proceso de concienciación es paulatino y aparece entremezclado con pasajes cotidianos de su vida: sus actividades como artesano y músico, su complicada situación familiar con un padre alcoholizado y una madre distante en exceso, la detención y encarcelamiento de íntimos amigos por su oposición a la dictadura, sus amoríos con Elsa, una mujer casada con un maltratador afín a los nazis… Es esta última historia la que mayor peso adquiere, hasta llegar a ocupar la práctica centralidad del relato.
La película no alcanza las dos horas de duración, aunque podría haber sido aligerada de un cuarto de hora sin resentirse por ello. No creo que estemos ante una obra destinada a figurar en antologías o listados compilatorios de lo mejor del género, pero sí ante un film muy digno, magníficamente interpretado por Christian Friedel, bien arropado por una solvente batería de secundarios y con una lograda recreación de la vida rural en la Alemania de los años 30, lejos de los centros de poder y de la toma de decisiones. Virtudes más que suficientes para convertirla en una sugerente y recomendable propuesta que nos permite conocer un poco mejor una infame época en que gentes con el actual estatus de héroes eran considerados como delincuentes y villanos simplemente por el execrable delito de combatir la iniquidad y tiranía.

4.6
2,062
6
27 de octubre de 2016
27 de octubre de 2016
22 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
Resulta emocionante tener a una leyenda como Paul Schrader a pocos metros de la butaca donde estás sentado e igualmente emociona comprobar que esa fértil imaginación que nos ha legado títulos tan memorables como “Yakuza”, “Taxi Driver”, “Toro salvaje”, “La última tentación de Cristo”, “Aflicción”, “Mishima” o “El beso de la pantera”, bien como guionista, bien como director o bien en ambos roles, continua en activo y… ¿en plena forma?
Bueno, si nos ceñimos a su reciente trabajo “Dog Eat Dog”, presentado en el Festival de Sitges e inspirado en la novela de Ed Bunker (el Señor Azul de Tarantino en “Reservoir Dogs”), esto último convendría ponerlo entre algodones, ya que la película está a años luz de sus mejores obras y no cubre las expectativas sobre ella depositadas. El mismo Schrader, en su alocución al público, ironizaba sobre ello y nos advertía de que no esperáramos mucho más que un simple divertimento entre amigotes.
Pese a esta insoslayable condición menor, en “Dog Eat Dog” podemos apreciar buena parte de los estilemas que han hecho su cine reconocible, pero con notables deficiencias tanto en el maridaje como en el sentido de la proporción. Se agradece, y la propia historia de hampones perdedores a la búsqueda de sí mismos parece pedirlo, un tono pasado de rosca, una cierta malévola mordacidad y una total falta de autoindulgencia, pero la película naufraga en una verborrea a todas luces excesiva y en unos diálogos inanes en su mayoría, algo especialmente acusado en el papel que le toca en suerte a Willem Dafoe. Más perfilado está, a mi parecer, un Nicolas Cage hasta cierto punto contenido, al menos hasta donde permite un guion como el señalado. En el capítulo de aciertos, un muy atinado uso de la música y un osado enfoque cromático que realza los tintes lisérgicos de la propuesta.
Una película menor de un maestro, al parecer bastante bien recibida en Cannes, que se ve sin demasiado esfuerzo, pero con la misma carencia de entusiasmo.
Bueno, si nos ceñimos a su reciente trabajo “Dog Eat Dog”, presentado en el Festival de Sitges e inspirado en la novela de Ed Bunker (el Señor Azul de Tarantino en “Reservoir Dogs”), esto último convendría ponerlo entre algodones, ya que la película está a años luz de sus mejores obras y no cubre las expectativas sobre ella depositadas. El mismo Schrader, en su alocución al público, ironizaba sobre ello y nos advertía de que no esperáramos mucho más que un simple divertimento entre amigotes.
Pese a esta insoslayable condición menor, en “Dog Eat Dog” podemos apreciar buena parte de los estilemas que han hecho su cine reconocible, pero con notables deficiencias tanto en el maridaje como en el sentido de la proporción. Se agradece, y la propia historia de hampones perdedores a la búsqueda de sí mismos parece pedirlo, un tono pasado de rosca, una cierta malévola mordacidad y una total falta de autoindulgencia, pero la película naufraga en una verborrea a todas luces excesiva y en unos diálogos inanes en su mayoría, algo especialmente acusado en el papel que le toca en suerte a Willem Dafoe. Más perfilado está, a mi parecer, un Nicolas Cage hasta cierto punto contenido, al menos hasta donde permite un guion como el señalado. En el capítulo de aciertos, un muy atinado uso de la música y un osado enfoque cromático que realza los tintes lisérgicos de la propuesta.
Una película menor de un maestro, al parecer bastante bien recibida en Cannes, que se ve sin demasiado esfuerzo, pero con la misma carencia de entusiasmo.
8
13 de octubre de 2015
13 de octubre de 2015
25 de 38 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Knock Knock” tuvo una gran acogida por parte del público de Sitges, aunque tampoco descubre la pólvora. De hecho, se trata de una especie de remake de la setentera “Death Game”, hasta el punto de que las dos actrices de aquella, Sondra Locke y Colleen Camp, participan en la producción de esta (y la segunda, hasta tiene un pequeño papel). Sin ser gran cosa, reconozco que este tipo de pelis me chiflan: morbosilla casi siempre y malsana a ratos, sustos de andar por casa (nunca mejor dicho) y regusto antañón, tías buenas en pelota y escenas de ducha, chistecillos chorras y humor negro, violencia gratuita contra personas y enseres y ecos nada disimulados de “Funny Games”. Un divertimento bastante intrascendente y recomendable.

4.5
4,931
7
17 de enero de 2017
17 de enero de 2017
18 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
La comedia española vuelve a estar de moda y, aunque con resultados desiguales, la taquilla parece avalar esta corriente. A este viento favorable se suma ahora la opera prima de Pepón Montero, que opta por partir de un suceso más o menos circunstancial, como es el derrumbe de un túnel que deja atrapado a un heterogéneo grupo de personas obligadas a colaborar para sobrevivir mientras son rescatados. Pero el director prefiere centrarse en la vuelta a la normalidad tras el acontecimiento, utilizando como recurso cómico las antagónicas personalidades de los protagonistas, que tratan de superar el shock manteniéndose unidos a través de constantes comidas, cenas y encuentros con la más nimia excusa. Dos policías totalmente contrapuestos (con veleidades heroicas uno y cobarde el otro), un matrimonio de ancianos al que su hija y yerno pretenden ingresar en una residencia, otro matrimonio adinerado con hija adolescente y sin apenas comunicación entre sí, un joven delincuente al que los policías llevaban detenido, un inmigrante que trabaja como repartidor en su furgoneta, una pareja gay renuente a salir del armario, una joven aspirante a escritora a punto de tirar la toalla y, por supuesto, un comercial locuaz e insensible que disimula sus frustraciones vitales con un carácter expansivo en permanente huida hacia adelante conforman el grupo. Sobre este último personaje, interpretado por Arturo Valls, recae el mayor peso de la historia y sirve como hilo conductor del endeble entramado que mantiene unido a tan variopinta fauna humana.
Nos hallamos, indudablemente, ante una comedia, pero no exenta de ciertos ribetes dramáticos, en ocasiones rayanos en lo grotesco, que tratan de dotar a la película de cierto afán trascendente que se nos antoja innecesario. Entre los aciertos de la propuesta, la gozosa recuperación en roles menores de actores tan gratos como Jesús Guzmán, Teresa Gimpera o Marta Fernández Muro, alguna que otra situación hilarante o gag afortunado y las canciones de Los Pecos acompañando la función. Pero hay también flaquezas notorias, como una evidente deuda con el medio televisivo del que proceden buena parte de los actores y el propio director; la confortabilidad interpretativa en que se sitúan algunos de los protagonistas, a riesgo de caer en el encasillamiento (más convincente Arturo Valls que Raúl Cimas); o la dudosa oportunidad de estirar la anécdota argumental a un metraje que acaba por resultar excesivo.
Balance global, por tanto, desigual para una película que logra a ratos su objetivo de arrancarnos una sonrisa (y alguna carcajada), pero fracasa cuando aborda reflexiones existenciales o dramáticas, que, justo es reconocerlo, solo pespuntean tangencialmente el desarrollo fílmico sin constituirse nunca en la pretensión central del mismo.
Nos hallamos, indudablemente, ante una comedia, pero no exenta de ciertos ribetes dramáticos, en ocasiones rayanos en lo grotesco, que tratan de dotar a la película de cierto afán trascendente que se nos antoja innecesario. Entre los aciertos de la propuesta, la gozosa recuperación en roles menores de actores tan gratos como Jesús Guzmán, Teresa Gimpera o Marta Fernández Muro, alguna que otra situación hilarante o gag afortunado y las canciones de Los Pecos acompañando la función. Pero hay también flaquezas notorias, como una evidente deuda con el medio televisivo del que proceden buena parte de los actores y el propio director; la confortabilidad interpretativa en que se sitúan algunos de los protagonistas, a riesgo de caer en el encasillamiento (más convincente Arturo Valls que Raúl Cimas); o la dudosa oportunidad de estirar la anécdota argumental a un metraje que acaba por resultar excesivo.
Balance global, por tanto, desigual para una película que logra a ratos su objetivo de arrancarnos una sonrisa (y alguna carcajada), pero fracasa cuando aborda reflexiones existenciales o dramáticas, que, justo es reconocerlo, solo pespuntean tangencialmente el desarrollo fílmico sin constituirse nunca en la pretensión central del mismo.

5.5
1,325
9
9 de diciembre de 2016
9 de diciembre de 2016
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ayer volví a ver “Abismo” de Peter Yates y disfruté nuevamente con esta peli de escasas pretensiones, pero muy entretenida. Su director, fallecido hace cinco años y hoy un tanto olvidado, gozó de éxito en los 70 y 80, siendo dos veces nominado al Oscar por “El relevo” y “La sombra del actor”, además de haber dirigido la mítica “Bullit” con su famosa persecución automovilística u otras películas de cierto renombre como “La casa de Carroll Street” o “El Madre, la Melones y el Ruedas”.
Se trata de una historia de aventuras subacuáticas a la caza de tesoros arqueológicos, mezclada con una subtrama de tráfico de drogas, ambientada en las Bermudas. El guión es muy somero debido a la abundancia de escenas bajo el agua que impiden los diálogos, pero las dos horas que dura se disfrutan y pasan velozmente, siempre y cuando conservemos un poco de espíritu adolescente y naif.
El reparto es de campanillas, con protagonistas como Jacqueline Bisset (una de las mujeres más hermosas que jamás ha actuado ante una cámara), el siempre solvente Nick Nolte y el genial (y prematuramente fallecido) Robert Shaw, en un papel que recuerda vagamente (menos malhumorado, eso sí) al Capitán Quint de dos años antes en “Tiburón”. En roles más secundarios destacan Louis Gossett Jr. (el oscarizado sargento de “Oficial y caballero”) y el legendario Eli Wallach (sí, el feo de “El bueno, el feo y el malo”).
Lo dicho, un perfecto entretenimiento para una tarde de resaca.
Se trata de una historia de aventuras subacuáticas a la caza de tesoros arqueológicos, mezclada con una subtrama de tráfico de drogas, ambientada en las Bermudas. El guión es muy somero debido a la abundancia de escenas bajo el agua que impiden los diálogos, pero las dos horas que dura se disfrutan y pasan velozmente, siempre y cuando conservemos un poco de espíritu adolescente y naif.
El reparto es de campanillas, con protagonistas como Jacqueline Bisset (una de las mujeres más hermosas que jamás ha actuado ante una cámara), el siempre solvente Nick Nolte y el genial (y prematuramente fallecido) Robert Shaw, en un papel que recuerda vagamente (menos malhumorado, eso sí) al Capitán Quint de dos años antes en “Tiburón”. En roles más secundarios destacan Louis Gossett Jr. (el oscarizado sargento de “Oficial y caballero”) y el legendario Eli Wallach (sí, el feo de “El bueno, el feo y el malo”).
Lo dicho, un perfecto entretenimiento para una tarde de resaca.
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