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8
10 de mayo de 2017
10 de mayo de 2017
14 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Añadida al estante de la filmografía imprescindible.
Película magníficamente filmada y dirigida. Y si en algo se destaca el cine polaco, es en su increíble fotografía. No falla, es su sello de fábrica.
Es una historia cruda, terrible, visualmente arrolladora, hermosa y grotesca. Parece una cruza entre Lars Von Trier con Tarantino, pero quitándole la comedia.
Trata sobre los males más profundos de la humanidad; dentro del contexto nacionalista y étnico; un testimonio histórico aún presente de los hechos más abominables de la humanidad y que siguen latentes; ese fantasma que resurge una y otra vez con brotes sobre brotes, y de manera casi esponánea como lo es la peste irradicable del nacionalismo. Y como dijera Voltaire:"Cuando el fanatismo ha gangrenado el cerebro, la enfermedad es casi incurable". Aunque, al decir casi, creo que fue irremediablemente optimista (O tal vez deja esa pequeña ventana de futuro evolutivo esperanzador; aunque en la actualidad apenas presegiable por ese ciclo que parece infinito e irredimible).
En 1939, entre la frontera de Polonia y Ucrania, se desarrollan conflictos nacionalistas y de étnia; fascistas y comunistas (qué mejor representado que en las fronteras rurales, como una radiografía profunda que pone de manifiesto el parentezco de estas dos ideologías aparentemente antagónicas). A este conflicto, se suma la avanzada Soviética, de anexión territorial y persecución judía, y el posterior dominio Nazi; donde se cambia la imagen de Stalin por Hitler, pero con el mismo resultado. Entretanto, despierta el conflicto nacionalista civil y local (la cuestión polaca-ucraniana) y entonces estalla la barbarie total; tres vertientes de una misma religión enarbolando pasiones que detonan la autoaniquilación total: la peor imagen del infierno imaginable, del odio humano desatado con todo el Gore posible, donde incluso, puede llegar a parecer algo exagerado o historiográficamente sesgado y mal intencionado, pero en realidad no lo es y eso es lo más impactante del film.
El mejor film independiente sobre el holocausto. Acá los protagonistas no son los ejércitos regulares o las batallas dirigidas, donde su presencia sólo la decoran. La protagoniza otro tipo de ejército; uno de odio étnico y de alma envenenada, capáz de crear un monstruo mucho más inhumano que cualquier bomba atómica.
La película fue prohibida en Ucrania (esto quiere decir, por consigiente y con total seguridad, que toda Ucrania la está viendo).
Le daría un 8 de 10, por no parecer exagerado. Reconociendo además, que la subjetividad me impulsaría a un 9 por mi admiración hacia Polonia y sus poetas. Y a sus mujeres, que tienen un cierto misterio en la mirada que detona impajaritablemente, una pasión incontrolable. Pero la violencia no, no la justifico.
Película magníficamente filmada y dirigida. Y si en algo se destaca el cine polaco, es en su increíble fotografía. No falla, es su sello de fábrica.
Es una historia cruda, terrible, visualmente arrolladora, hermosa y grotesca. Parece una cruza entre Lars Von Trier con Tarantino, pero quitándole la comedia.
Trata sobre los males más profundos de la humanidad; dentro del contexto nacionalista y étnico; un testimonio histórico aún presente de los hechos más abominables de la humanidad y que siguen latentes; ese fantasma que resurge una y otra vez con brotes sobre brotes, y de manera casi esponánea como lo es la peste irradicable del nacionalismo. Y como dijera Voltaire:"Cuando el fanatismo ha gangrenado el cerebro, la enfermedad es casi incurable". Aunque, al decir casi, creo que fue irremediablemente optimista (O tal vez deja esa pequeña ventana de futuro evolutivo esperanzador; aunque en la actualidad apenas presegiable por ese ciclo que parece infinito e irredimible).
En 1939, entre la frontera de Polonia y Ucrania, se desarrollan conflictos nacionalistas y de étnia; fascistas y comunistas (qué mejor representado que en las fronteras rurales, como una radiografía profunda que pone de manifiesto el parentezco de estas dos ideologías aparentemente antagónicas). A este conflicto, se suma la avanzada Soviética, de anexión territorial y persecución judía, y el posterior dominio Nazi; donde se cambia la imagen de Stalin por Hitler, pero con el mismo resultado. Entretanto, despierta el conflicto nacionalista civil y local (la cuestión polaca-ucraniana) y entonces estalla la barbarie total; tres vertientes de una misma religión enarbolando pasiones que detonan la autoaniquilación total: la peor imagen del infierno imaginable, del odio humano desatado con todo el Gore posible, donde incluso, puede llegar a parecer algo exagerado o historiográficamente sesgado y mal intencionado, pero en realidad no lo es y eso es lo más impactante del film.
El mejor film independiente sobre el holocausto. Acá los protagonistas no son los ejércitos regulares o las batallas dirigidas, donde su presencia sólo la decoran. La protagoniza otro tipo de ejército; uno de odio étnico y de alma envenenada, capáz de crear un monstruo mucho más inhumano que cualquier bomba atómica.
La película fue prohibida en Ucrania (esto quiere decir, por consigiente y con total seguridad, que toda Ucrania la está viendo).
Le daría un 8 de 10, por no parecer exagerado. Reconociendo además, que la subjetividad me impulsaría a un 9 por mi admiración hacia Polonia y sus poetas. Y a sus mujeres, que tienen un cierto misterio en la mirada que detona impajaritablemente, una pasión incontrolable. Pero la violencia no, no la justifico.
5
4 de julio de 2017
4 de julio de 2017
13 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película muy similar a su predecesora Knight Of Cups; Personajes sufridos y atormentados bajo una lupa de linda y sugestiva fotografía. El guión se mueve como un pedo de culebra, bastante desorientado, sin brújula, dando la impresión de estar constantemente mareado por su propio instrospectivismo sordo de frustración existencial.
La cámara de Malick es un gran angular muy abierto y algo borracho, que tiende a deslizar su mirada en diagonal, y desmayarse en contrapicado, cuando se ve interrupido con un corte de toma abrupto; a otra fija, contemplativa, en otro lugar; resaltando una composición fotográfica minimalista de budismo chic.
Destellan muchos ases oblicuos y perpendiculares de luz de atardecer, porque casi siempre es atardecer. Los cortes de toma forman un bucle experimental cansador, sin ritmo, pulso ni continuidad, que hacen de la edición y montaje un mamarracho de vanguardia adolescente. Una lástima, porque la fotografía pese a todo aquello sigue siendo hermosa, de verdad, pero mejor sería si estuviera fija e impresa en papel para contemplar en una revista. La narración en off de sus protagonistas es susurrante, tímida y cansina; sin la fuerza profunda y solemne de "To The Wonder". Creo haber identificado varias tomas realizadas con GoPro, y todo entremezclado con distintas texturas y calidad de factura visual. Si no fuera por un aclamado director de foto, todo esto sería un esperpento infumable. Al menos la hizo opioide. Y por eso el 5 de mi valoración, en un ataque de generosidad y clemencia, y, porque también, no todo es tan malo; algunos flash de diálogos y cosas resultan pese a tanta improvisación experimental. Hay valentía al jugar fuera de cualquier molde. Te disculpo Malick. Sé que la próxima película será un golpe de timón y dejarás todos estos fantasmas agobiantes en el pasado: ya lo reconociste en rueda de prensa. Salud por eso, y con tramadol.
Pd: Es más, voy a meter la película en un programa de edición y le voy a reemplazar la pista de audio por un boiler room de música electrónica, uno como el de Nicola Cruz o El Búho. Quedaría estupenda.
La cámara de Malick es un gran angular muy abierto y algo borracho, que tiende a deslizar su mirada en diagonal, y desmayarse en contrapicado, cuando se ve interrupido con un corte de toma abrupto; a otra fija, contemplativa, en otro lugar; resaltando una composición fotográfica minimalista de budismo chic.
Destellan muchos ases oblicuos y perpendiculares de luz de atardecer, porque casi siempre es atardecer. Los cortes de toma forman un bucle experimental cansador, sin ritmo, pulso ni continuidad, que hacen de la edición y montaje un mamarracho de vanguardia adolescente. Una lástima, porque la fotografía pese a todo aquello sigue siendo hermosa, de verdad, pero mejor sería si estuviera fija e impresa en papel para contemplar en una revista. La narración en off de sus protagonistas es susurrante, tímida y cansina; sin la fuerza profunda y solemne de "To The Wonder". Creo haber identificado varias tomas realizadas con GoPro, y todo entremezclado con distintas texturas y calidad de factura visual. Si no fuera por un aclamado director de foto, todo esto sería un esperpento infumable. Al menos la hizo opioide. Y por eso el 5 de mi valoración, en un ataque de generosidad y clemencia, y, porque también, no todo es tan malo; algunos flash de diálogos y cosas resultan pese a tanta improvisación experimental. Hay valentía al jugar fuera de cualquier molde. Te disculpo Malick. Sé que la próxima película será un golpe de timón y dejarás todos estos fantasmas agobiantes en el pasado: ya lo reconociste en rueda de prensa. Salud por eso, y con tramadol.
Pd: Es más, voy a meter la película en un programa de edición y le voy a reemplazar la pista de audio por un boiler room de música electrónica, uno como el de Nicola Cruz o El Búho. Quedaría estupenda.
Serie

7.8
8,288
9
4 de julio de 2017
4 de julio de 2017
22 de 40 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si hace poco Martin Scorsese aseguró que el cine había muerto, entonces ahora David Lynch demostró que los fantasmas existen.
Ya en cada plano del primer episodio destila cinematografía de arte mayor.
No estamos hablando de televisión, y no sólo lo digo por la atmósfera, sino porque más allá del formato que se nos presente, y su amplia cadena en la estructura del guión, es, en su conjunto, un libre juego de cine extendido. Si las temporadas anteriores también lo fueron, esta última lo es aún más y para bien y mejor, en todo sentido.
La serie no tiene una continuidad lineal, cada episodio es muy distinto del otro; y eso, en otra propuesta podría ser desastrozo, pero aquí sí funciona, sorprende y maravilla a partes iguales; y el misterio más grande y real de la serie, es justamente eso, justamente es aquello lo que le otorga suspenso. Si ya sabemos en qué estamos metidos, nadie nos mintió; el otro suspenso de la historia es un guiño del absurdo para quien así la entienda.
Que algunos esperen o pretendan comprenderla de una manera más clásica y cartesiana, claramente se sentirán perdidos o defraudados y encontrarán un argumento para justificar su decepción.
Todos los elementos que componen la producción conforman una obra auténtica y especial, en todos sus matices, en la estética, la belleza visual, la experimentación, el arte, el tono y sello de la interpretación actoral que imprime Lynch. Cada plano nos ubica dentro del ojo, en la mirada particular de un artista y al interior de su propio sueño, como lo hiciera Kurosawa.
El humor es abordado de una manera muy particular y personal, presente en escenas que son y serán recordadas como anécdotas de culto. La sensualidad femenina, misteriosa y ligeramente erótica. La contemplación silente de la cámara, transformando al espectador como a un cómplice de algo, del profundo silencio de un alma intermediaria, entre la mirada y el plano, que no sabemos muy bien qué es lo que es, pero sí lo podemos sentir. La cinematografía visual -filmado en celuloide-, sus repentinos cambios de contraste, sugestivos, oportunos en el ritmo, y ese quiebre en el momento preciso, que nos hace entender que está todo pensado y bien calibrado.
Otro factor muy importante es el sonido (en algo me recuerda a Rumble Fish de Coppola). El diseño del sonido, el resalte opaco del detalle, la mezcla; y claro y cómo no, por supuesto también en la música.
El edisodio 8 es fuera de serie, se sale de cualquier esquema, tan experimental como arriensgado, nos sorprende; cuando ya pensábamos creer cuáles eran los márgenes del límite, nos damos cuenta que esa línea en realidad serpentea moviéndose en un territorio más amplio, y que el poder de abstracción llega a una altura mucho más profunda, para cerrar esas secuencias del episodio con un broche magnífico, en donde ese absurdo termina por dar un salto insospechado al fundirse con la poesía.
Lynch tiene obras indudablemente de un sello distinto y muy especial, pero a mí, en lo personal, nunca me había cautivado tanto como ahora con esta tercera temporada de Twin Peaks. Lynch no sólo demostró que los fantasmas existen, sino que eso del supuesto techo, de la etapa más alta en la genialidad y creatividad de un artista, que está concentrada en un periodo específico y reducido en el tiempo, y que se presenta mayoritariamente en la juventud o la mediana edad, es algo que en este caso no se cumple y no se condice.
Gracias, infinitas gracias señor Lynch.
Ya en cada plano del primer episodio destila cinematografía de arte mayor.
No estamos hablando de televisión, y no sólo lo digo por la atmósfera, sino porque más allá del formato que se nos presente, y su amplia cadena en la estructura del guión, es, en su conjunto, un libre juego de cine extendido. Si las temporadas anteriores también lo fueron, esta última lo es aún más y para bien y mejor, en todo sentido.
La serie no tiene una continuidad lineal, cada episodio es muy distinto del otro; y eso, en otra propuesta podría ser desastrozo, pero aquí sí funciona, sorprende y maravilla a partes iguales; y el misterio más grande y real de la serie, es justamente eso, justamente es aquello lo que le otorga suspenso. Si ya sabemos en qué estamos metidos, nadie nos mintió; el otro suspenso de la historia es un guiño del absurdo para quien así la entienda.
Que algunos esperen o pretendan comprenderla de una manera más clásica y cartesiana, claramente se sentirán perdidos o defraudados y encontrarán un argumento para justificar su decepción.
Todos los elementos que componen la producción conforman una obra auténtica y especial, en todos sus matices, en la estética, la belleza visual, la experimentación, el arte, el tono y sello de la interpretación actoral que imprime Lynch. Cada plano nos ubica dentro del ojo, en la mirada particular de un artista y al interior de su propio sueño, como lo hiciera Kurosawa.
El humor es abordado de una manera muy particular y personal, presente en escenas que son y serán recordadas como anécdotas de culto. La sensualidad femenina, misteriosa y ligeramente erótica. La contemplación silente de la cámara, transformando al espectador como a un cómplice de algo, del profundo silencio de un alma intermediaria, entre la mirada y el plano, que no sabemos muy bien qué es lo que es, pero sí lo podemos sentir. La cinematografía visual -filmado en celuloide-, sus repentinos cambios de contraste, sugestivos, oportunos en el ritmo, y ese quiebre en el momento preciso, que nos hace entender que está todo pensado y bien calibrado.
Otro factor muy importante es el sonido (en algo me recuerda a Rumble Fish de Coppola). El diseño del sonido, el resalte opaco del detalle, la mezcla; y claro y cómo no, por supuesto también en la música.
El edisodio 8 es fuera de serie, se sale de cualquier esquema, tan experimental como arriensgado, nos sorprende; cuando ya pensábamos creer cuáles eran los márgenes del límite, nos damos cuenta que esa línea en realidad serpentea moviéndose en un territorio más amplio, y que el poder de abstracción llega a una altura mucho más profunda, para cerrar esas secuencias del episodio con un broche magnífico, en donde ese absurdo termina por dar un salto insospechado al fundirse con la poesía.
Lynch tiene obras indudablemente de un sello distinto y muy especial, pero a mí, en lo personal, nunca me había cautivado tanto como ahora con esta tercera temporada de Twin Peaks. Lynch no sólo demostró que los fantasmas existen, sino que eso del supuesto techo, de la etapa más alta en la genialidad y creatividad de un artista, que está concentrada en un periodo específico y reducido en el tiempo, y que se presenta mayoritariamente en la juventud o la mediana edad, es algo que en este caso no se cumple y no se condice.
Gracias, infinitas gracias señor Lynch.
DocumentalTV

6.7
491
8
7 de julio de 2017
7 de julio de 2017
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Este documental político es imprescindible por muchas razones. Para los que quizá no logren entender cómo una persona como Donald Trump llegó a gobernar Estados Unidos; algo que a veces parece una mala broma, un mal sueño sacado del guión de una comedia apocalíptica de bajo presupuesto; como si la realidad pesadillezca que envuelve todo esto supera el límite de nuestra comprensión: bueno, acá, en este documento está la mejor explicación a todo eso. Y mucho más.
Felicito a los realizadores, pero sobre todo felicito a Donald Trump y en especial al protagonista Roger Stone, por ser tan pero tan desprejuiciados consigo mismos, y decir a rostro descubierto las cosas sin hipocresía. Con un poco de cinismo, por supuesto, pero de ese cinismo desproblemado, como el de la escuela cínica de Diógenes de Sínope de la antigua Grecia. Analogía con un gran reparo ético y en cuestión estética, claro que sí, pero que va en referencia hacia ese desprejuiciado quiebre moral con el que tanto, el protagonista como el mismo presidente, asumen de frente y sin ninguna careta al reconocer cómo se desenvuelven en estos asuntos. Nadie les dobla las voces, ojo, oreja, y risas: no hay playback.
Acá se dan dos ingredientes que convinan en el éxito de este gran documento. Uno es el conocimiento previo del perfil narcisista del personaje por parte de los realizadores, y el otro es el excéntrico y desfachatado atrevimiento de uno de los personajes más desquiciados de la política norteamericana. Porque eso es Roger Stone. La persona más hábil, psicópata, deplorable, arrogante e increiblemente chabacana, que mueve los hilos electorales de la democracia yanqui. El gestor de toda esta locura casi surrealista, como de un sueño satírico de Federico Fellini -pero sin la belleza onírica-. Y como resultado: un populismo 2.0 con menos trasfondo que el fascismo o el chavismo.
Stone no sólo acepta una entrevista por parte de sus cazadores y adversarios políticos, sino que los invita a su territorio sin problemas, y de forma desafiante les narra cómo se comporta al límite de lo que permite la ley y sin ningún tipo de escrúpulos. Como queriendo decirles: soy el hijo de puta que hace todo esto posible.
Y así es. Aunque suene increíble, hizo todo eso posible.
Cuando ya el establishment no daba un peso por Roger Stone, por su parte Roger le metió termómetro a Twitter, sacándole el rollo a ese fenómeno, para luego, terminar sentando a Donald Trump en la Casa Blanca.
Véala.
Felicito a los realizadores, pero sobre todo felicito a Donald Trump y en especial al protagonista Roger Stone, por ser tan pero tan desprejuiciados consigo mismos, y decir a rostro descubierto las cosas sin hipocresía. Con un poco de cinismo, por supuesto, pero de ese cinismo desproblemado, como el de la escuela cínica de Diógenes de Sínope de la antigua Grecia. Analogía con un gran reparo ético y en cuestión estética, claro que sí, pero que va en referencia hacia ese desprejuiciado quiebre moral con el que tanto, el protagonista como el mismo presidente, asumen de frente y sin ninguna careta al reconocer cómo se desenvuelven en estos asuntos. Nadie les dobla las voces, ojo, oreja, y risas: no hay playback.
Acá se dan dos ingredientes que convinan en el éxito de este gran documento. Uno es el conocimiento previo del perfil narcisista del personaje por parte de los realizadores, y el otro es el excéntrico y desfachatado atrevimiento de uno de los personajes más desquiciados de la política norteamericana. Porque eso es Roger Stone. La persona más hábil, psicópata, deplorable, arrogante e increiblemente chabacana, que mueve los hilos electorales de la democracia yanqui. El gestor de toda esta locura casi surrealista, como de un sueño satírico de Federico Fellini -pero sin la belleza onírica-. Y como resultado: un populismo 2.0 con menos trasfondo que el fascismo o el chavismo.
Stone no sólo acepta una entrevista por parte de sus cazadores y adversarios políticos, sino que los invita a su territorio sin problemas, y de forma desafiante les narra cómo se comporta al límite de lo que permite la ley y sin ningún tipo de escrúpulos. Como queriendo decirles: soy el hijo de puta que hace todo esto posible.
Y así es. Aunque suene increíble, hizo todo eso posible.
Cuando ya el establishment no daba un peso por Roger Stone, por su parte Roger le metió termómetro a Twitter, sacándole el rollo a ese fenómeno, para luego, terminar sentando a Donald Trump en la Casa Blanca.
Véala.

4.2
1,440
2
15 de julio de 2016
15 de julio de 2016
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una película lamentable en todos los sentidos, salvo por un buen actor involucrado por error en el proyecto.
Es lenta, aburrida, estática, sin emoción alguna; con un guión para botarlo al papelero y pedirle a quien lo escribió, por favor, dedicarse a otro rubro. Inverosimilitud en cada uno de los detalles de la historia, y nada en función de algo que justifique lo que vemos.
De la forma en que la humanidad ha avanzado en materia científica, filosófica, organizativa, moral, en esta película es mostrado como algo inferior a lo real; débil, triste, con perfiles psicológicos absurdos que no encaja ni se resuelve el por qué de ello en la trama. Y esas imágenes ilustradas del universo, de artificiosa belleza en medio de un argumento triste, opaco, que encoje mientras sobrevolamos un sinsentido.
No vale la pena verla. Y será olvidada como un escombro perdido en el espacio después de un error humano (y fílmico).
Es lenta, aburrida, estática, sin emoción alguna; con un guión para botarlo al papelero y pedirle a quien lo escribió, por favor, dedicarse a otro rubro. Inverosimilitud en cada uno de los detalles de la historia, y nada en función de algo que justifique lo que vemos.
De la forma en que la humanidad ha avanzado en materia científica, filosófica, organizativa, moral, en esta película es mostrado como algo inferior a lo real; débil, triste, con perfiles psicológicos absurdos que no encaja ni se resuelve el por qué de ello en la trama. Y esas imágenes ilustradas del universo, de artificiosa belleza en medio de un argumento triste, opaco, que encoje mientras sobrevolamos un sinsentido.
No vale la pena verla. Y será olvidada como un escombro perdido en el espacio después de un error humano (y fílmico).
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