La premisa de mezclar un slasher con viajes en el tiempo es bastante jugosa, por desgracia aquí apuestan por darnos una versión muy light de lo que debería ser un slasher y las escenas de tensión y violencia apenas muestran sangre o imágenes truculentas. Por eso parece más una producción Disney que Netflix.

Una vez aclarado esto y sabiendo a lo que vas es un producto pasable con un trío protagonista aceptable. El tramo final al menos te da un poquito de emoción. Para pasar el rato sin más.

La típica película que presenta una situación original que da un giro inesperado. Es precisamente ese giro el que la hace interesante y sube en interés en su acto final. Sin embargo, hay que reconocer que por momentos es demasiado caótica y confusa y cuesta no perderse en la maraña argumental planteada y con los nombres de los personajes.

Buenas reflexiones sobre la obsesión con la imagen, las apariencias o las redes sociales la de este grupo de amigos que poco a poco van enseñando la patita y demostrando ser unos piezas de cuidado.

Empecemos por la excesiva duración de la película, es indefendible que esto dure dos horas y media y en la primera hora casi no pase nada. Nos perdemos entre planos de Chalamet metiendo la mano en el agua mientras despegan las gigantescas naves que parecen sacados de un vídeo de Mike Oldfield y ralentizan innecesariamente la trama. Toda la parte mística resulta tediosa, y las constantes visiones a cámara lenta parecen hechas por el inefable Zack Snyder.

Aunque el segundo tramo mejora en ritmo, sigue pecando de una excesiva frialdad. Cuesta empatizar con los personajes y ni las batallas ni las persecuciones logran emocionar realmente porque les falta épica. Nos encontramos ante un bonito despliegue visual al que le falta alma y sentido de la aventura. Todo es serio, lleno de pompa y circunstancia, como si quisiera avergonzarse de ser lo que es, un blockbuster.