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8
30 de enero de 2021
30 de enero de 2021
10 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es sencilla, independiente, pero como pocas refleja el drama de una menor de edad que quiere abortar.
Por Al Pacine *
Elemental, lúcida y reveladora; un retrato sobre los alcances y la percepción de los adolescentes de un mundo rudo, pero aún con nobleza.
Eliza Hittman, su directora, sigue el recorrido de Autumn (Sidney Flanigan), una chica de vida rural en Pensilvania que viaja a Nueva York, acompañada de su prima Skyler (Talia Ryder), para interrumpir un embarazo no deseado.
Y tiene que viajar porque una menor de edad en su pueblo, solo puede abortar con el consentimiento o conocimiento de sus padres. Y su situación familiar es densa, no como para socializar un embarazo accidental.
Así comienza el que será el primer periplo de su protagonista, el de las miradas moralizantes, el del rechazo y burlas de sus compañeros de colegio que, sin saber de su estado, la juzgan de promiscua. Todo parece viejo y chapado a la antigua en aquella Pensilvania, un sutil, pero diciente reflejo de la Estados Unidos de Trump, un acérrimo enemigo de las prácticas abortivas. Todo tiende a ser gris.
Una decisión que parece puede ser más desahogada en Nueva York, la capital del mundo, donde la libertad tiene hasta una estatua que la honra. Comienza otro peregrinaje donde veremos a dos chicas llenas de necesidades, no solo materiales, sino de amor, confianza y de conocer el mundo, que apenas empiezan al salir de la comarca en la que viven y se han criado.
Abrir los ojos y ver edificios altos, estar ante un sueño, ser una especie de inmigrantes dentro de su propio país. El embarazo y la intención que Autumn servirá también para palpar qué es ser joven en un país y una sociedad que avasalla, que te arrincona hasta en un examen médico con preguntas que intimidan y desnudan, “cómo es tu vida sexual”, “cuántos hombres has tenido”, y que como opciones de respuesta aparecen el “nunca”, “rara vez”, “a veces”, “siempre”.
Y la película también sigue, aquí y allá, a Autumn, la cámara opresiva no la deja respirar, casi nos deja leer sus pensamientos y sus emociones, que suben y bajan, que nos llevan por su depresión y su esperanza.
Skylar, entre tanto, representa la incondicionalidad, brilla entre tanto gris, representa la fe y va en contravía de la creencia de que a los jóvenes de hoy carecen de empatía.
Si su amiga cae, Skyler la levanta y está dispuesta a hacer lo que sea para lograrlo, robar o fingir amor por un hombre.
‘Nunca, rara vez, a veces, siempre’ todo lo hace sencillo. Demasiado indie. No tiene afán de nada, su ritmo lo lleva una jovencita que antes que correr, debe pensar, está a punto de abortar. Y la dirige una mujer, Hittman, que sienta posición sobre lo que significa y pesa esta decisión para una mujer que aún no es mayor de edad.
Una determinación pesada, tan pesada como la maleta de viaje que acompaña a Autumn y su amiga, como para simbolizar lo que deben vivir, necesidades, engorrosos trámites, preguntas incómodas, miradas fiscalizadoras.
Delicada película sin ser melosa, y elocuente sin ser pretenciosa.
Al Pacine: @juanazuero3
www.laruedasuelta.com
Por Al Pacine *
Elemental, lúcida y reveladora; un retrato sobre los alcances y la percepción de los adolescentes de un mundo rudo, pero aún con nobleza.
Eliza Hittman, su directora, sigue el recorrido de Autumn (Sidney Flanigan), una chica de vida rural en Pensilvania que viaja a Nueva York, acompañada de su prima Skyler (Talia Ryder), para interrumpir un embarazo no deseado.
Y tiene que viajar porque una menor de edad en su pueblo, solo puede abortar con el consentimiento o conocimiento de sus padres. Y su situación familiar es densa, no como para socializar un embarazo accidental.
Así comienza el que será el primer periplo de su protagonista, el de las miradas moralizantes, el del rechazo y burlas de sus compañeros de colegio que, sin saber de su estado, la juzgan de promiscua. Todo parece viejo y chapado a la antigua en aquella Pensilvania, un sutil, pero diciente reflejo de la Estados Unidos de Trump, un acérrimo enemigo de las prácticas abortivas. Todo tiende a ser gris.
Una decisión que parece puede ser más desahogada en Nueva York, la capital del mundo, donde la libertad tiene hasta una estatua que la honra. Comienza otro peregrinaje donde veremos a dos chicas llenas de necesidades, no solo materiales, sino de amor, confianza y de conocer el mundo, que apenas empiezan al salir de la comarca en la que viven y se han criado.
Abrir los ojos y ver edificios altos, estar ante un sueño, ser una especie de inmigrantes dentro de su propio país. El embarazo y la intención que Autumn servirá también para palpar qué es ser joven en un país y una sociedad que avasalla, que te arrincona hasta en un examen médico con preguntas que intimidan y desnudan, “cómo es tu vida sexual”, “cuántos hombres has tenido”, y que como opciones de respuesta aparecen el “nunca”, “rara vez”, “a veces”, “siempre”.
Y la película también sigue, aquí y allá, a Autumn, la cámara opresiva no la deja respirar, casi nos deja leer sus pensamientos y sus emociones, que suben y bajan, que nos llevan por su depresión y su esperanza.
Skylar, entre tanto, representa la incondicionalidad, brilla entre tanto gris, representa la fe y va en contravía de la creencia de que a los jóvenes de hoy carecen de empatía.
Si su amiga cae, Skyler la levanta y está dispuesta a hacer lo que sea para lograrlo, robar o fingir amor por un hombre.
‘Nunca, rara vez, a veces, siempre’ todo lo hace sencillo. Demasiado indie. No tiene afán de nada, su ritmo lo lleva una jovencita que antes que correr, debe pensar, está a punto de abortar. Y la dirige una mujer, Hittman, que sienta posición sobre lo que significa y pesa esta decisión para una mujer que aún no es mayor de edad.
Una determinación pesada, tan pesada como la maleta de viaje que acompaña a Autumn y su amiga, como para simbolizar lo que deben vivir, necesidades, engorrosos trámites, preguntas incómodas, miradas fiscalizadoras.
Delicada película sin ser melosa, y elocuente sin ser pretenciosa.
Al Pacine: @juanazuero3
www.laruedasuelta.com

6.2
38,409
7
11 de diciembre de 2020
11 de diciembre de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Al Pacine*
Christopher Nolan alguna vez dijo que uno de sus sueños era estar al frente de una película de la saga James Bond. Y si él lo quería, de una u otra manera, lo haría. Tenet es la realidad de esa fantasía.
No había forma de atajarlo. El director británico tiene una primorosa imaginación y una peculiar capacidad para concebir utopías, como en Interestelar (2014), en sus Batman (2008-2012), en Inception (2010), y, obviamente, en esa subestimada, pero fascinante película llamada El gran truco (2006).
Y si no tenía oficialmente al 007, inventó uno, aunque no a imagen y semejanza, al que le concedió ciertos toques y diferencias. Su súper agente es negro, no promiscuo y sin excesos de artilugios. Pero mantiene a un antagonista multimillonario dispuesto a acabar con el mundo o, siendo benevolente, a dominarlo. Y también conservó ejércitos de hombres bien armados, intrigas, una mujer en problemas, olor a Tercera Guerra Mundial, carros a gran velocidad, y un héroe que da y recibe golpes sin despeinarse.
A este titán no le dio nombre ni origen. Casi nada sabemos de él. Solo que su tarea será evitar que Sator (Kenneth Branagh) imponga su ideario. Y el NN (John David Washington) tendrá un gran aliado, ambivalente y sí bautizado como Neil (Robert Pattinson).
La razón de ser de Bond, en muchas de sus misiones, era el careo entre el bloque Occidental (capitalista) y el bloque del Este (comunista) durante la Guerra Fría (1947-1991). Y esta versión de espías en Tenet evoca el pasado y recuerda las supuestas ciudades ocultas de la Unión Soviética, que no aparecen en el mapa, como Stalk 12, de donde surge el villano, armado y enfermo por el plutonio. Esas viejas tensiones políticas, tal vez creyó Nolan, deben perdurar si de espías se trata.
Pero si las historias del 007 no se complican, tan sencillas y esquemáticas que uno sabe cómo comienzan y en qué terminan –igual, las seguimos amando-, la que dirige y escribe Nolan es compleja, tan enrevesada como Inception o Interestelar. ¿Alguien, además de su creador, puede decir con seguridad de qué tratan?
Otras dimensiones, viajes en el tiempo y en el espacio, cuando Nolan decide no ser convencional y lineal, cuando sus licencias apuntan a lo intangible, estamos ante un autor que desafía, que sabe que puede ser incomprendido, pero que sabe también cómo equilibrarlas.
Esta vez, en Tenet, nos reta a ir tras el flujo temporal, la física cuántica, la inversión temporal; vamos tras ideas y teorías científicas que solo pueden resistirse con otro sello Nolan (y tan Bond): escenas de acción elaboradas, la espectacularidad como propósito para un público que es sometido a andanadas de adrenalina. La ambición de Nolan es equivalente a millones de recaudo en taquilla.
Antes que entenderla, de saber más sobre su personaje principal, de preguntarse por qué se llama Tenet, esta es una película para encandilarse, para sentirla como ninguna otra: estamos ante el gran show cinematográfico en el difícil año de la pandemia.
www.laruedasuelta.com
Christopher Nolan alguna vez dijo que uno de sus sueños era estar al frente de una película de la saga James Bond. Y si él lo quería, de una u otra manera, lo haría. Tenet es la realidad de esa fantasía.
No había forma de atajarlo. El director británico tiene una primorosa imaginación y una peculiar capacidad para concebir utopías, como en Interestelar (2014), en sus Batman (2008-2012), en Inception (2010), y, obviamente, en esa subestimada, pero fascinante película llamada El gran truco (2006).
Y si no tenía oficialmente al 007, inventó uno, aunque no a imagen y semejanza, al que le concedió ciertos toques y diferencias. Su súper agente es negro, no promiscuo y sin excesos de artilugios. Pero mantiene a un antagonista multimillonario dispuesto a acabar con el mundo o, siendo benevolente, a dominarlo. Y también conservó ejércitos de hombres bien armados, intrigas, una mujer en problemas, olor a Tercera Guerra Mundial, carros a gran velocidad, y un héroe que da y recibe golpes sin despeinarse.
A este titán no le dio nombre ni origen. Casi nada sabemos de él. Solo que su tarea será evitar que Sator (Kenneth Branagh) imponga su ideario. Y el NN (John David Washington) tendrá un gran aliado, ambivalente y sí bautizado como Neil (Robert Pattinson).
La razón de ser de Bond, en muchas de sus misiones, era el careo entre el bloque Occidental (capitalista) y el bloque del Este (comunista) durante la Guerra Fría (1947-1991). Y esta versión de espías en Tenet evoca el pasado y recuerda las supuestas ciudades ocultas de la Unión Soviética, que no aparecen en el mapa, como Stalk 12, de donde surge el villano, armado y enfermo por el plutonio. Esas viejas tensiones políticas, tal vez creyó Nolan, deben perdurar si de espías se trata.
Pero si las historias del 007 no se complican, tan sencillas y esquemáticas que uno sabe cómo comienzan y en qué terminan –igual, las seguimos amando-, la que dirige y escribe Nolan es compleja, tan enrevesada como Inception o Interestelar. ¿Alguien, además de su creador, puede decir con seguridad de qué tratan?
Otras dimensiones, viajes en el tiempo y en el espacio, cuando Nolan decide no ser convencional y lineal, cuando sus licencias apuntan a lo intangible, estamos ante un autor que desafía, que sabe que puede ser incomprendido, pero que sabe también cómo equilibrarlas.
Esta vez, en Tenet, nos reta a ir tras el flujo temporal, la física cuántica, la inversión temporal; vamos tras ideas y teorías científicas que solo pueden resistirse con otro sello Nolan (y tan Bond): escenas de acción elaboradas, la espectacularidad como propósito para un público que es sometido a andanadas de adrenalina. La ambición de Nolan es equivalente a millones de recaudo en taquilla.
Antes que entenderla, de saber más sobre su personaje principal, de preguntarse por qué se llama Tenet, esta es una película para encandilarse, para sentirla como ninguna otra: estamos ante el gran show cinematográfico en el difícil año de la pandemia.
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