Acababa de bajar a comprar un paquete de tabaco. No tenía ganas de volver a ponerme a estudiar, ni de limpiar la cocina, ni de nada que requiriese algo de esfuerzo físico y/o mental... Así que puse la tele. Zapeé. Tuve la suerte de encontrarme una película en los títulos de crédito. Burns, Angelina Jolie... Bueno, aunque sea sólo por sus labios...

Dada mi intención, no me arrepiento de haberla vista. Planita, previsible, floja, típica, sentimentaloide, tópica, superficial... ¿He dicho ya lo de previsible? ¿Sí? El tinte de Angelina, la vocecilla del nene del tío bueno, el comportamiento del jugador de baseball, la reacción de la famosísima entrevistada, la amiga súper leal que ¡oh, albricias! se había tirado al rebeldillo en una noche loca, el despate súper impúdico de los protas... Todo copiado de ese mundo de color de rosa en el que sueña cualquier telespectador que enciende la tele un domingo por la tarde con la intención de no pensar y, con un poco de suerte, echarse una siestecilla reparadora para afrontar con garbo la semana.

Lo lamento por aquellos que gastaron no sólo lo que cuesta la entrada del cine, las palomitas y demás parafernalia, sino el viaje y la ilusión de ver algo nuevo.

Y a los que no la halláis visto, ya sabéis, es la película ideal para no aprender nada. Para no sentir nada. Para nada de nada.

Con un Matt Damon lúcido, interpretando a un Will Hunting lúcido y consecuente, escribiendo un guión lúcido junto al sorprendente Ben Affleck, una Minnie Driver espectacular, y dirigida por un genio como Gus Van Sant, la película no podía defraudar. Quizá sí a quién esperase una cinta de acción o grandes melodramas.

"El indomable Will Hunting" es un film intimista, como la vida misma, con grandes y sorprendentes diálogos y un ritmo acertado (lo que ya es un punto a tener en cuenta en el cine de los últimos diez años). Emotiva, rebelde, discordante, actual y reflexiva, es una película recomendable para cualquier amante del diálogo que aporta realidad a la realidad. Aunque ésta sea dura.

Muy acertada la banda sonora de Elliot Smith, de principio a fin.

Mis gafas, mis ojos, mis viajes y mi ser nos deleitamos con esta historia pegajosa como la que más, que se te engancha a las costuras de la falda y no hace más que adentrarse en el tejido cuanto más pugnas por sacarla. Nos deleitamos, digo, leyendo la novela homónima de Almudena Grandes. Y todos nosotros, los mismos y alguno más, sentimos el duelo del trabajo mal ejecutado en pantalla.
Pablo (Óscar Ladoire) ahora es frío, y sus miradas no sugieren siquiera que está entre el reparto, no digamos ante tamaña damisela. La historia, toda ella, queda privada de las gotas de lluvia del sueño que leí. Lulú (Francesca Neri) es ambigua y carece de la fuerza que sugería a pesar de su corta edad...
No voy a sugerirle a nadie que no la vea, en absoluto, pero sí voy a recomendarle a todo el que la haya visto o la quiera ver que le pegue un vistazo a esta novela pegajosa, olvidando a los títeres que nos dió a conocer don Bigas Luna...