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Críticas 34
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
10
25 de abril de 2010
50 de 54 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace algunos años, la Consejería de Asuntos Sociales del Gobierno vasco encargó un estudio sobre la juventud de Euskadi. Este estudio, llevado a cabo en varios municipios, Basauri incluido, concluyó que la juventud vasca, con muy notables excepciones, se independiza tarde, se casa tarde, tiene hijos tarde, comienza a trabajar tarde, tiene sexo tarde, etc. Y de todos esos pueblos, Basauri descollaba por ser el de juventud más parada, más adolescente, que se independizaba más tarde, que apenas tenía relaciones sexuales...

Borja: "¡Tengo 30 años! ¡No puedo ser padre! ¡Soy muy joven aún!"

Todos los basauritarras entre los 20 y los 40 años saben que esto, convertido en una comedia muy divertida, es la triste y alineante verdad de nuestro pueblo, de nuestra comunidad y de todo el país. Y tiene mucho mérito que de ese triste entorno de jóvenes sentados en el sofá, jugando al Supermario con la cabeza entornada hacia la nada y la boca abierta, en expresión de vacío personal, sentimental, emocional, salga una visión acertada de lo que nos pasa, de lo que nos debería doler un poco más.

Cuánta razón tienen quienes dicen que viajar al extranjero cura ese mal llamado nacionalismo y ombliguismo colectivo. Conocer la realidad de países como Honduras, donde la gente con 20 años está casada, tiene casa e hijos, trabaja o estudia, o ambas cosas a la vez, es un shock que se acrecienta al ver cómo la gente de Europa, la sana y aislada gente de Europa, no sabe de qué va este mundo lleno de problemas. Es como ir a EEUU por primera vez y asombrarse de la cantidad de obesos mórbidos que hay en ese país. Llama la atención por comparación con lo nuestro, y estremece aún más que una sociedad avanzada se pueda esconder en su concha y pretender no ver lo exterior. Eso es el principio del fin de las civilizaciones.

Por eso destaco el valor de Ontiveros, Pérez y Caballero: han hecho un producto serio, riguroso y coherente, a partir de lo que tienen alrededor, del mismo modo que Joseph Conrad escribía de barcos o Isaac Asimov de ciencia. Todo ello con apenas cuatro duros, surgiendo de la nada y llegando muy alto. Auguro que dentro de cien, doscientos, trescientos años Qué Vida Más Triste será objeto de estudio para quienes quieran explicar la situación de esta sociedad consumista, apoltronada y estúpida, incapaz de hacer nada mientras agoniza.

Todos somos de Basauri, todos tenemos un padre tornero, todos estamos en el paro, todos somos hijos de la inmigración, todos vivimos con nuestros padres en un piso de protección construido en los años cincuenta. Qué vida más triste.
24 de noviembre de 2010
26 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
Reconozcámoslo: los españoles siempre hemos seguido con profusión las visiones noveladas que desde el extranjero han dibujado nuestra compleja forma de ser: desde los Cuentos de la Alhambra de Washington Irving hasta la afición taurómaca de Hemingway, pasando por las sanguíneas obras de Merimee o las pasiones españolas de Ava Gardner.

Nunca hemos dejado de sentir fascinación por la reproducción del tópico español, ni los extranjeros de visitar los lugares comunes de la esencia hispana.

También a este grupo de obra pertenece The Way, en la que Martin Sheen, cuyo verdadero nombre es Ramón Estévez, y su hijo Emilio Estévez homenajean a su abuelo, emigrante gallego en busca de una vida mejor allende nuestros mares. Reproducción de tópicos, sí, desde el vital y en cierto modo fanático personaje interpretado por la siempre estupenda Ángela Molina, la afición por los toros del historiador vasco, la locura de "El Ramón" (desarrollado con destreza por Eusebio Lázaro) o los gitanos de Burgos. A veces este tópico puede resultar falso, y sin embargo la fiesta gitana mostrada en la película, durante el paso de los peregrinos por Burgos, es completamente real: yo mismo he asistido a fiestas como ésta en mi pueblo, Basauri. El mapa de Euskal Herria que se puede ver en la comisaría de la Gerdarmería francesa es un toque también, que, siendo tópico, contribuye a romper la linealidad "perfecta" de la narración. A mí, al menos, me llamó la atención, y seguramente haga gracia a los abertzales que decidan ver el filme.

Esencia, además, básicamente descriptiva del camino y los lugares que cruza, con extraordinario interés en la descripción de las bellezas arquitectónicas y naturales atesoradas por nuestro camino a Santiago. Me llama la atención que debamos emocionarnos con lo nuestro cada vez que un extranjero glosa lo español, como si fuéramos en cierto modo incapaces de hacerlo por nosotros mismos. La próxima vez que vea una película española sobre el Camino o cualquier otro aspecto de nuestra cultura.

Quizá este interés descriptivo del camino reste interés a las historias personales de los personajes, que no terminan de crecer a partir de sus circunstancias iniciales. De todos modos, considero que es una pérdida aceptable, si la visión centra el enfoque en la descripción de España y su Camino de Santiago, tópico este en el que cae, quizá inconscientemente, el director Estévez al realizar la película. Responde de este modo a las pautas simples pero eficaces de autores extranjeros como Irving o Merimee. Enhorabuena, pues a Emilio Estévez y Martin Sheen. Creo que han realizado una película entretenida, aceptable, que nos divierte a los españoles por ser una visión nuestra desde fuera y a los extranjeros porque centra la película en el tópico que desean ver.

A destacar la muy buena interpretación de Martin Sheen.
18 de junio de 2010
16 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Preciosa y muy original película en la que se contraponen dos realidades en apariencia contrarias: la vejez y la homosexualidad. Es de agradecer que se filmen películas ajenas a la vorágine de sexo, dinero, belleza impostada y juventud que podemos encontrar en los abundantes block busters de nuestras carteleras. Se hace necesario ver películas así, no sólo porque supongan un ejercicio de valentía y arrojo, sino porque 80 Egunean refleja el modo de pensar de nuestros mayores, representado en el conservador modo de vida de Axun y Juan Mari, frente a la actitud liberal de su joven sobrina Garazi.

¿Cómo será el mundo cuando Garazi tenga la edad de sus tíos? Seguramente la homosexualidad no sea ya un escándalo en su futura edad madura. No podrá decir, como asegura en el filme, que no conoce a lesbianas de 70 años.

Y ese recuerdo de nuestros mayores y de nosotros debe pervivir, aun cuando nosotros nos vayamos, aun cuando los hijos de nuestros nietos se vayan, por todas las personas que no pudieron amar en su juventud, por todos los que sufrieron y padecieron al no poderse adherir a la heterosexualidad obligatoria. Con películas como 80 Egunean, esto pervivirá.

Precioso también el modo de explicar el amor y el enamoramiento de los protagonistas, de Axun, de Maite y de Juan Mari. Amor y enamoramiento tan lejanos de la juventud, pero tan necesarios, tan hermosos, porque suponen la vuelta a las necesidades afectivas de la infancia. La situación de los protagonistas duele aún más con la agresividad mostrada por su hija.

El dulce sonido del acento vasco es sumamente refrescante. Ojalá se hicieran muchas más películas en cualquiera de nuestros idiomas autonómicos, y que se vieran en el resto de España. Mención especial merecen los actores y actrices de la película. Ojalá su emocionante interpretación reciba el reconocimiento adecuado.
30 de abril de 2010
18 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
El período histórico comprendido entre 1975 y 1980 fue fecundo en películas marcadamente ideológicas que, si bien no superan un análisis cinematográfico, suponen una excelente visión de los cambios vividos en España durante aquella época. Mucho se ha hablado tiempo después de la legalización del PCE, de las bandas de extrema derecha, de la "traición" de la izquierda a la República... Todo esto se recoge en películas como El Diputado (de izquierdas) o Hijos de Papá (de derechas) En ambas, por cierto, se habla del tema de la homosexualidad, dando base a la posterior aceptación social de tal condición sexual.

Resulta impresionante, si no vista como película, sí como documento un relato en el que se habla de la legalización del comunismo poco después de producirse este hecho, o del debate constitucional mientras éste se daba en el Congreso. La inocencia de una izquieda recién resurgida tras cuarenta años de dictadura es por otro lado aspecto a tener en cuenta: hoy resultaría ridículo ver un partido clamando por la justicia social, después de 35 años de régimen constitucional y la inocencia de aquella época perdida... Pero aun así es significativo de lo que somos, de lo que pudimos ser como país y de lo que aún podemos llegar a ser, si superamos problemas como los que encaró aquella generación.

La homosexualidad, tema principal del filme, es otro aspecto documental a tener en cuenta. Llama la atención que esta condición de Roberto Orbea, protagonista, pudiera ser causa de descrédito y aun de dimisión para un político. Pero así era, y está bien que se muestre como tal en la película, de tal manera que sepamos lo difícil que resultaba para los homosexuales simplemente vivir, condenados a la sordidez de los urinarios públicos, a la soledad o, peor aún, a convivir con una persona del sexo contrario.

Por mostrar todo esto y suponer un reflejo de esta época pasada, tanto El Diputado como las demás películas, de derechas e izquierdas, son importantes para nuestro país, por cuanto documento relatado suponen. Gracias a gente como Eloy de la Iglesia y Pepe Sacristán por haber sido tan valientes.

A destacar las intervenciones de Juan Antonio Bardem y de Ángel Pardo, en su primer trabajo como actor.
1980
Documental
España2013
6.8
201
Documental
9
9 de abril de 2015
14 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tenía razón el sabio alemán: el tiempo es relativo. No hace mucho tiempo del año descrito en 1980. Sin embargo, parece que media no sólo una eternidad, sino una enorme distancia física, como si describieran las calles de otro país. Me cuesta reconocer en este documental las calles del País Vasco, pareciera que pertenecen a un universo paralelo de Historia distinta. Pero esas calles son las mismas que caminamos hoy, aunque ya no existan algunos de sus edificios. Son las mismas plazas, rotondas, caminos, campas y montes. Y no hace mucho de ellas como las describe el filme. Tan sólo 35 años. Una persona de 35 años es juvenilmente madura, o maduramente joven.

1980 nos descubre una historia casi increíble: durante aquel año, la banda terrorista ETA ejerció tanta violencia, de manera tan inserta e incardinada en la sociedad, de la que se desprendía, que casi estuvo a punto de subvertir el orden social, de convertir el País Vasco en el escenario de una guerra o guerrilla formal. Los muertos se sucedían, como en el México de hoy o en la Colombia de los años 80. ¿Exagero? No para un territorio tan pequeño, en el que el terrorismo no fue desacreditado a tiempo por una sociedad que mientras ETA mataba sumariamente se emocionaba con la épica de La Fuga de Segovia. Así fue: la sociedad vasca también es responsable, y por poco no la "cagó" definitivamente. Faltaban años para que un tímido movimiento ciudadano se opusiera a la violencia terrorista. Euskadi era un páramo ético.

Nos resulta difícil de creer esta realidad; la hemos olvidado, la hemos querido olvidar, hemos necesitado olvidarla. El humor de Vaya Semanita fue un lenitivo mental que nos purgó de ese lastre mental. Como si se hubiera abierto una presa, una enorme carga de agua se vació de la mente colectiva en Euskadi. Tras el fin de ETA, de un día para otro, una eternidad relativa medió entre aquella noche y la siguiente mañana. Pero las víctimas siguen ahí, siguen ahí los muertos. Y no hace tanto tiempo de ello.

Algunos querrían que la historia real, que ese País Vasco de atentados y asesinatos continuos, que demasiados aplaudieron, muchos relativizaron y casi todos ignoramos, fuera oculta. Si no, ¿cómo podríamos haber vivido en una sociedad así sin volvernos locos? Alex de la Iglesia, en su novela Payasos en la Lavadora, describe la escena de unos niños que saltan por encima de un charco de sangre de un asesinado para entrar en una tienda de golosinas. En ese entorno nos criamos los niños que nacimos en los 70 y 80. Nos ha marcado, de alguno u otro modo.

Por eso, para evitar esa desmemoria involuntaria (la de quienes quieren seguir con su vida y respiran aliviados por vivir en un país un "poco" más normal) y esa desmemoria voluntaria (la de quienes quieren esconder, manipular o tapar lo ocurrido) 1980 y los demás documentales de Iñaki Arteta son tan necesarios. Me parecen un milagro... muy trabajado. Son un milagro porque es milagroso que un autor pueda tener esta línea en una sociedad determinada a pasar página o a escribir en ella una mentira.

Y por ello también es tan necesario que 1980 sea mimada por las autoridades, emitida por las TVs públicas, premiada en los Goya y cuantos premios existan, tomada como referencia imprescindible de lo sucedido. Para que no se olvide. Para que no olvidemos.

Por favor, cuidemos a Iñaki Arteta y su obra. Es una flor en el desierto.
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