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Críticas 6
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
12 de noviembre de 2019 3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Que La La Land es un musical no se le escapa a nadie. La coreografía inicial, con un portentoso plano secuencia, te marca la pauta antes incluso de que el título aparezca en pantalla. Pero aquí el baile y el cante hilvanan la historia, no la definen. Los musicales clásicos estaban diseñados al revés, sin embargo Damien Chazelle le da una vuelta de tuerca a un género que parecía ya agotado y coloca la historia por encima del musical en sí, pero sin renunciar a él.

Que La La Land es una comedia romántica tampoco se le escapa a nadie. Sin embargo, el chico-quiere-a-chica y viceversa ofrece aquí muchos matices que invitan a la reflexión, sobre todo en la parte final de la película, ya más cercana al drama. Me quedo con el demoledor dilema acerca de hasta qué punto uno debe renunciar al amor por un sueño de final incierto. Esta última idea Chazelle ya la apuntó tangencialmente en la poderosa Whiplash, donde la resolvió con una frialdad mucho más contundente que ahora.

La pareja Emma Stone y Ryan Gosling encaja perfectamente, ella pizpireta, risueña, dulce y vulnerable, seductora al fin y al cabo; él, galán, rebelde con causa, torpe en lo sentimental y sin dejar de ser Ryan Golsling en ningún momento. Nunca ha sido un actor mutable, así que canta y baila con esa pose un punto cómica de quién se pregunta quién demonios me manda a mi hacer un musical.

Pero este musical es diferente. Fresco y simpático, de velocidad alocada en algunos momentos, ralentiza en otros para acercarse incluso al Woody Allen más emblemático. Consagración total de Damien Chazelle, que confirma la trayectoria talentosa que apuntaba en Whiplash (olvidando el guion fallido de Grand Piano), y dibuja una película muy bien hecha sobre sueños, soñadores y la realidad cotidiana. El plano final, con un cruce de miradas conmovedor, me recordó a ese mágico susurro de Bill Murray a Scarlett Johansson en Lost in Translation.

Una línea: no te arrepentirás cuando en unos años puedas decir que empezaste a seguir a Damien Chazelle desde sus inicios. Este director dará mucho que hablar.

Apto para: quien tenga ganas de recuperar la grandeza soñadora del cine.

No apto para: quien esté convencido, sin verla, que La La Land es sólo un musical-comedia-romántica.
10 de noviembre de 2019 3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una línea: no hay vuelta de tuerca al género apocalíptico, y mucho menos al subgénero zombie, pero atrapa y entretiene.
Apta para: quien espere (por fin) un blockbuster honesto y coherente.
No apto para: zombie freaks o amantes del cine de autor

Entre el realismo casi gore de The Walking Dead y la ligereza fantasiosa de Zombieland hay un sinfín de puntos medios; uno bien podría ser Guerra Mundial Z. Aquí no se engaña a nadie, esto es un blockbuster en toda regla, si uno quiere debate acerca del origen y futuro de la epidemia zombie o reflexiones sobre su impacto político-social, se habrá equivocado de sala (o debería leerse el libro). Los zombie freaks pueden quedar horrorizados, pero aún así dudo que no se entretengan si aceptan la honesta premisa que se plantea: entretenimiento a lomos de un héroe dispuesto a salvar al mundo del ocaso, lo de los zombies es un mero añadido.

Es cierto que se hace difícil distinguir a la película de otros títulos similares, desde La Guerra de los Mundos a El Día de Mañana, y ahí es donde flaquea, en la sensación que esto hay alguien que ya lo ha contado antes, con o sin zombies, desaprovechando esta vez la oportunidad de usar a los muertos vivientes como un verdadero elemento diferencial como amenaza para la humanidad. Se distingue ésta por su mencionada pretensión honesta, contundente en dar lo que promete, un uso comedido de la pirotecnia digital (muy de agradecer) y por secuencias sublimes que traspasan el mero taquillazo para entrar en un suspense muy digno: la laberíntica persecución del centro de investigación en Escocia es impecable en la realización, con una tensión logradísima, especialmente con el rechinar de dientes de un zombie en estado de gracia. A colación de los zombies, estos apenas aparecen, sorprende la liviandad en su tratamiento, atletas a la hora de correr y memos cuando están en estado de letargo, pero sin sangre en las venas (en pantalla no se ve ni una gota), y con la cámara pasándoles por encima a velocidad supersónica.

El pulso narrativo es muy dinámico, enérgico incluso, con escenas de gran impacto visual (la montaña de zombies ya anunciada en el tráiler) y forzosamente te encomienda al devenir de Brad Pitt, que va abriendo camino por medio mundo, melena al viento (cuestionable el look Kurt Cobain) y sin sobrarse demasiado en su rol de padre de familia reconvertido a héroe. Podría haber sido mucho peor. Es imposible que guste la película si se tiene animadversión por su actor protagonista, centro absoluto de cada mini episodio en la que ésta se estructura. Pero Pitt suena convincente haciendo de loco, de vampiro o de ladrón de guante blanco, posiblemente sea el único guaperas del star system que en su versatilidad siempre ha resultado creíble.

La honestidad en este tipo de películas es su mejor virtud, y ésta, salvo algún coqueteo con el género de terror para adolescentes o una innecesaria alegoría de la paz en el intramuros de Jerusalén, lo consigue con solvencia. Si además le entregas la batuta a Brad Pitt, el mundo está a salvo.
12 de noviembre de 2019 3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
A Christopher Nolan le van los retos. Es incuestionable su capacidad para aventurarse y acertar en proyectos arriesgados, trascendentes, aquellos que marcan un antes y un después en el género (Memento, Origen, la trilogía de Batman, Interstellar). Dunkerke no llegará tan arriba en lo que a impronta se refiere, pero será recordada porque tiene su incuestionable sello y es magistral en varios aspectos. Cierto es que siendo tan propio, Nolan se gana la complacencia automática de sus fieles, pero puede que no logre convencer a los que esperan un cine bélico más estándar, con más punch, rápido, de héroes y villanos; por ejemplo, no sale ni una cara del ejército alemán.

La historia real es sabida; ante el asedio alemán, repliegue y huida hacia Inglaterra de las tropas aliadas desplegadas en Francia en 1940. Sobre el papel, los hechos históricos no dan para mucho, seguramente es más un material para hacer un excelente documental que una película. Y ahí está el reto que asume el director. Lejos de historietas más o menos fáciles (Salvar al soldado Ryan, Cartas desde Iwo Jima, Corazones de acero, Monuments Men), aquí no hay gancho aparente, así que la manera cómo se compone, dirige y filma el metraje es lo que trasciende. Estamos más cerca de La delgada línea roja, de Terrence Malick, que de cualquiera de las referencias anteriores

Se nos presentan tres tramas, perfectamente acompasadas, con su sentido. Gobernadas por una banda sonora tan protagonista que uno acaba con la cabeza como un bombo, pero no por los decibelios, sino por ser ésta penetrante, rítmica, sofocante, ininterrumpida casi, que además protege al guión de algún tolerable bajón. Sublime Hans Zimmer. La elección de actores jóvenes desconocidos para los roles protagonistas evita distracciones, mostrándose todos ellos entregadísimos y con la frialdad que requiere el tono general de la cinta. Kenneth Branagh y Tom Hardy tienen papeles a su medida y no defraudan. Destacadísimas todas las escenas de éste último maniobrando el Spitfire, de una realización sublime.

La producción es excelente, cada recurso invertido se ve en pantalla, tanto en lo que refiere a efectos especiales como a vestuario, decorados y paisajes naturales. A mi modo de ver el pero se lo lleva un exceso de languidez en el final, que sin rozar los pastelosos finales de muchas producciones americanas de cine bélico, adolece de cierta contundencia. En resumen, hay pocos directores del star system que sean tan personales en la dirección como para advertirles detrás de la cámara en los primeros minutos de metraje. Nolan es uno de ellos, sus películas se citan por el título y por la nota “de Nolan”. Esta no es una excepción. “Dunkerke”, de Nolan
10 de noviembre de 2019 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una línea: vale todo el precio de la entrada (y aunque costara el doble).
Apta para: quien ame a Scorsese cuando es Scorsese.
No apta para: los amantes de las tramas concienzudas, y aquellos de espíritu puritano (ojo al sonrojo).

Desconozco qué truncó la carrera de sacerdote de Martin Scorsese allá por los años cincuenta, pero se merece un homenaje quien le corrompiera en el sinfín de pecados de esta nuestra vida terrenal, porque de otra manera hubiera sido imposible que filmara el exceso brutal, desternillante y abrasador que nos presenta en esta epopeya de tres horas de Wall Street. Scorsese vuelve por los fueros de Malas Calles (1973) o Uno de los nuestros (1990), esta vez con un tono más cómico, pero igual de negro, exhibiendo musculatura y corrosión, para contarnos un biopic acerca del magnate Jordan Belfort, personaje amoral que acogió el sueño americano de triunfar sin importar el cómo, haciendo de la irreverencia su bandera, incluso ante el purgatorio del FBI.

El Lobo de Wall Street convierte al engominado Gordon Gekko de Wall Street (Oliver Stone, 1987) en un niño de párvulos aplicado en su comparación con el personaje canalla que interpreta Di Caprio, un tipo que apuesta a divertirse estafando a pobres y ricos, engañar a mujeres, lanzar enanos contra una diana por mero divertimento, ansiar el dinero como si fuera oxígeno, tirar dos langostas en la cara a unos agentes del FBI, esnifar, colocarse, beber, organizar bacanales sexuales hasta el límite del plano y arengar a sus entregados empleados para que hagan exactamente lo mismo que él, porque para eso uno ha venido a este mundo. Una vida sin control en el Wall Street de los ochenta, desregularizado al más puro viejo oeste, y sin atisbos de dilemas morales. El dinero manda, incluso la revista Forbes le hizo un artículo al tal Jordan Belfort en 1991.

El tándem Di Caprio-Scorsese (o Scorsese-Di Caprio) repite por quinta vez (memorable ya en Infiltrados (2006)), exhibiendo química purísima. Leonardo, actor mayúsculo, se entrega con total energía y derroche (se lesionó la espalda y quedó afónico durante el rodaje) y deviene un auténtico espectáculo en sí mismo, capaz de amasar las escenas más alocadas, transgresoras y sexualmente subidas con total credibilidad, exhibiendo un descontrol controladísimo. Bajo la dirección de Scorsese este actor se multiplica (meritorias las escenas de la salida del Country Club o la del avión a Ginebra). Si hablamos de tándems, también en estado de gracia está el que forma Di Caprio con Jonah Hill, camuflando este último un humor entre paleto e inteligente, de expresión alelada y pose irreverente, que sirve de contrapunto perfecto a la ambición obsesiva del personaje de Di Caprio. La aparición de Matthew McConaughey, si bien muy circunstancial, es magnética e hilarante, digna de nominación. Margot Robbie, mujer de Di Caprio en la ficción, y Kyle Chandler, agente del FBI, leen perfectamente el tono de la película, muy dignos los dos y aguantando el combate en los dúos con Di Caprio. El resto de secuaces de la banda está espléndido, tal vez flaquee solo Jean Dujardin en su papel de banquero suizo, peligrosamente sobreactuado.

De ritmo estratosférico desde el primer minuto, las tres horas discurren en una montaña rusa en permanente ascenso, con unas pocas e imprescindibles bajadas de tensión para hilvanar tanta ebullición desmesurada. Scorsese hace gala de un acierto de grandísimo director en el ritmo narrativo, usando recursos muy suyos como la congelación de plano, la voz en off, la cámara lenta para concentrar la tensión y la elección de una banda sonora espléndida para añadir revoluciones a lo que se muestra en pantalla. Esta película en manos de un director nobel o sin talento hubiera podido ser perfectamente insoportable, pero Scorsese, con sus 71 años, tiene la adrenalina intacta y la sabiduría de un maestro, dominando lo más difícil; el qué, cómo, cuándo y dónde. Un Dios del séptimo arte.
10 de noviembre de 2019 2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una línea: Tornatore viene con (d)efecto de fábrica… y para parecerse a Polanski o a Mamet hay que ser de otra pasta.
Apto para: aspirantes a coleccionistas de arte.
No apto para: quien espere algo coherente.

A todos nos gustaría crear una historia de intriga perfecta y jugar a ser David Mamet (guionista y director de la infravalorada The Spanish Prisoner –traducida en España como La trama–, o de la intrigante El Último Golpe), y Tornatore no iba a ser menos. Pero este excepcional contador de bonitas historias (¿a quién no se le escapó una lágrima con Cinema Paradiso?), a la que sale de su zona de confort, se distrae, no sabe muy bien a lo que ha venido y es capaz de firmar un pastiche de lo más incoloro.

El larguísimo inicio nos presenta a Geoffrey Rush como un opulento vendedor/tasador de antigüedades, obsesivo, arrogante y antipático, con la misma pose que en El Discurso del Rey pero con menor empatía. Tornatore se empeña en pegarle la cámara en los morros a un actor que aburre en el primer plano, carece de magnetismo, segunda capa y seducción, y menos si el guión es caótico y se le pide que rescate a la película de un naufragio anunciado al cuarto de hora. Rush ha probado ser un excelente secundario, de los mejores del panorama actual, pero no aguanta un rol principal.

Superada la introducción, uno se esfuerza en buscar al gato y al ratón (porque se supone que esto es una película de intriga) pero no hay giros en el guión, todo en él es plano como un lienzo. La falta de definición de la película es desconcertante. Incluso cuando al fin ella sale de su escondite y nos muestra cara y cuerpo en una ridícula escena de anuncio de colonia, el film no es capaz de enganchar en la trama, lanzando puñetazos al aire y buscando unas sorpresas del todo previsibles. Sylvia Hoeks resulta más interesante hablando detrás de la puerta que cuando aparece en pantalla, más un incordio que una seducción.
No queda otra que agarrarse a la excelente ambientación, el acertado tratamiento de las fobias y el cuidado en la escenificación del mundo del arte y las máquinas, siendo las escenas de las subastas de una factura excelente, muy dinámicas, con Rush brillando en un papel que ahí sí le va pintado. A quien le guste el mundillo, se lo pasará bien cuando el film se olvida de la trama y se centra en este campo.

La oferta culmina con un (facilísimo) acertijo final, anunciado a golpes de platillo, sazonado de moralina asfixiante aun cuando pretende ser abrupto y melancólico (¿eran necesarios esos flashbacks?). Sencillamente, un despropósito. Aporta muy poco Jim Sturgess (buen papel en The way back), con un personaje de calzador, inverosímil de la cabeza a los pies, siendo el único acierto de casting el de Donald Sutherland, siempre un valor seguro.
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