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CortometrajeDocumental

7.6
1,730
Documental
9
15 de diciembre de 2010
15 de diciembre de 2010
27 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando se ve el magnífico documental de Farrokhzad es inevitable pensar en Freaks o en Elephant Man. En ambas películas la cámara, aunque simpática y detallista, no puede evitar (o incluso ése es su objetivo) dibujar a los protagonistas como un "otro". Y en ambas la fealdad, lo distinto, se rebela y en la rebelión alcanza su condición humana. Pero ambas comparten esa idea: sólo a través de la lucha el freak se reivindica como ser humano (aunque sea arrastrándose sobre el barro bajo un carro o tirado y humillado en el suelo de un baño).
Sin embargo, en "La casa es negra" los "observados" no necesitan esa lucha. Tal vez sea porque el género documental no tiene la naturaleza agonística de una película con una trama lineal, pero lo cierto es que la mirada de Farrokhzad consigue con una naturalidad estremecedora borrar la barrera de los "otros". Al contrario, casi es la belleza la que por momentos se rebela y pugna por aparecer, atraida por una cámara fascinante, en encuadres siempre inteligentes, en el punto justo de imperfección.
Y por ello, aunque la casa es negra, hay muchos más colores. Al comienzo la autora reivindica con sutileza, voz sobre negro, acción humana para humanos, rompiendo el fatalismo divino que marca casi inevitablemente todo acercamiento a una enfermedad como la lepra. Hay una llamada, pero la lírica la aleja de la dura simpleza de la arenga (la comparación con Las Hurdes es elocuente). Es alucinante cómo el documental lleva al espectador a través de un magistral montaje que cambia los ritmos con la facilidad de un encantamiento: el vértigo estático de la escena de la pared (lunes...martes...miércoles...enero), la lluvia de imágenes febriles, la paz de las escenas del agua, de nuevo el vértigo del juego a la pelota, y esa escena perfecta del hombre regresando a la casa (negra) en el ocaso, plon, como cada tarde, plon, hasta que un día sea la última, plon. Directo pero sutil, nunca evidente (todos esperamos algo terrible cuando la cámara rodea a la niña a la que están peinando), con lo difícil que es mirar a esta realidad sin caer en el morbo, la exageración, el pesimismo fatídico o la compasión paternal.
Una joya de una dureza extrema, pero a la vez un extraño (por infrecuente) poema vitalista y humano; realista y militante, pero a la vez lírico y esperanzado.
Sin embargo, en "La casa es negra" los "observados" no necesitan esa lucha. Tal vez sea porque el género documental no tiene la naturaleza agonística de una película con una trama lineal, pero lo cierto es que la mirada de Farrokhzad consigue con una naturalidad estremecedora borrar la barrera de los "otros". Al contrario, casi es la belleza la que por momentos se rebela y pugna por aparecer, atraida por una cámara fascinante, en encuadres siempre inteligentes, en el punto justo de imperfección.
Y por ello, aunque la casa es negra, hay muchos más colores. Al comienzo la autora reivindica con sutileza, voz sobre negro, acción humana para humanos, rompiendo el fatalismo divino que marca casi inevitablemente todo acercamiento a una enfermedad como la lepra. Hay una llamada, pero la lírica la aleja de la dura simpleza de la arenga (la comparación con Las Hurdes es elocuente). Es alucinante cómo el documental lleva al espectador a través de un magistral montaje que cambia los ritmos con la facilidad de un encantamiento: el vértigo estático de la escena de la pared (lunes...martes...miércoles...enero), la lluvia de imágenes febriles, la paz de las escenas del agua, de nuevo el vértigo del juego a la pelota, y esa escena perfecta del hombre regresando a la casa (negra) en el ocaso, plon, como cada tarde, plon, hasta que un día sea la última, plon. Directo pero sutil, nunca evidente (todos esperamos algo terrible cuando la cámara rodea a la niña a la que están peinando), con lo difícil que es mirar a esta realidad sin caer en el morbo, la exageración, el pesimismo fatídico o la compasión paternal.
Una joya de una dureza extrema, pero a la vez un extraño (por infrecuente) poema vitalista y humano; realista y militante, pero a la vez lírico y esperanzado.
MediometrajeDocumental

7.4
941
Documental
7
5 de agosto de 2010
5 de agosto de 2010
25 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con un montaje inteligentísimo y ácido (se nota la mano magistral de Marker) -esa sucesión de imágenes pseudo-eróticas tras decir beauté- y un ritmo que nunca pierde el pulso, Les statues meurent aussi es un documental de factura impecable.
Menos impecable es la pirueta intelectual que nos proponen Marker y Resnais. Parte de una crítica al colonialismo occidental en África para terminar asumiendo su mismo punto de vista, hablando de un todo homogéneo inexistente bajo la etiqueta de "arte negro", como lo haría el mejor de los anticuaristas decimonónicos. Es lógico que filmada en los 50 adopte este esquema interpretativo, pero hoy suena simple, desenfocado y pervertido por la lógica contra-colonialista (no anti, anti somos todos...). Algo parecido ocurre cuando en el tramo final el narrador hace suya la vieja argumentación del buen salvaje pervertido por un hombre blanco que corrompe todo lo que toca. Un Bartolomé de las Casas con las tintas cargadas de la culpa de las post-guerra europea. Se podrá decir que en realidad Les statues... utiliza el "arte africano" en sí mismo como una máscara (qué apropiado) para presentar un discurso político, legítimo y digno, pero maniqueo.
Sin embargo, aunque falle el planteamiento, el documental está sembrado de ideas de poderosa germinación: la definición de arte, la relación entre espectador y obra de arte, el problema de los códigos culturales, qué y cómo vemos en un museo, el arte como intermediación entre el ser humano y la naturaleza... Y por supuesto, el documental en su conjunto es un alegato honesto contra el racismo y a favor del diálogo intercultural ("Car il n'y a pas de rupture entre la civilization Africaine et la nôtre"), algo que hoy suena evidente, pero que en los años 50 tenía connotaciones infinitas.
Menos impecable es la pirueta intelectual que nos proponen Marker y Resnais. Parte de una crítica al colonialismo occidental en África para terminar asumiendo su mismo punto de vista, hablando de un todo homogéneo inexistente bajo la etiqueta de "arte negro", como lo haría el mejor de los anticuaristas decimonónicos. Es lógico que filmada en los 50 adopte este esquema interpretativo, pero hoy suena simple, desenfocado y pervertido por la lógica contra-colonialista (no anti, anti somos todos...). Algo parecido ocurre cuando en el tramo final el narrador hace suya la vieja argumentación del buen salvaje pervertido por un hombre blanco que corrompe todo lo que toca. Un Bartolomé de las Casas con las tintas cargadas de la culpa de las post-guerra europea. Se podrá decir que en realidad Les statues... utiliza el "arte africano" en sí mismo como una máscara (qué apropiado) para presentar un discurso político, legítimo y digno, pero maniqueo.
Sin embargo, aunque falle el planteamiento, el documental está sembrado de ideas de poderosa germinación: la definición de arte, la relación entre espectador y obra de arte, el problema de los códigos culturales, qué y cómo vemos en un museo, el arte como intermediación entre el ser humano y la naturaleza... Y por supuesto, el documental en su conjunto es un alegato honesto contra el racismo y a favor del diálogo intercultural ("Car il n'y a pas de rupture entre la civilization Africaine et la nôtre"), algo que hoy suena evidente, pero que en los años 50 tenía connotaciones infinitas.
30 de enero de 2011
30 de enero de 2011
10 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Chabrol dibuja con sutileza este fascinante anti-drama, sobrio pero rotundo, como las últimas notas del Funerailles de Liszt que André ensaya con Jeanne. Y precisamente encuentra la clave en lo anticlimático, en la negación de algunos de los rasgos del lenguaje de suspense hitchcockiano que utiliza. Pero en medio de la austeridad, algunos brillantes rasgos de estilo, como la resolución del plano-contraplano en la conversación de Jeanne y su madre en el desayuno, o el plano inclinado que encuadra a Jeanne, Mika y Guillaume, cuando éste está con el pie quemado por el agua hirviendo (plano inestable, que nos avisa de la torpe trama de Mika).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Isabelle Huppert borda uno de los papeles más divertidos de su carrera. Sus falsas torpezas (el chocolate derramado, el agua hirviendo que vuelve a herir en el pie a Guillaume) son un reflejo anecdótico de su verdadero fallo: como si fuera una asesina desfasada intenta recrear la puesta en escena de su primer crimen, que tan bellamente perfecto parece en el relato inicial. Es increíble cómo Huppert logra encarnar a este personaje en un punto justo en medio de la mediocridad y la excepcionalidad, de la maldad y la fragilidad. Sólo está al alcance de las grandes sugerir tanto y subrayar tan poco.
Chabrol usa acertadamente la metáfora de la tela de araña. Es como si el guión predestinara a Mika a ser el cerebro maligno de la película de suspense, pero ella no da la talla, empequeñecida ella misma por la relación con sus padres, y termina, en los títulos de crédito, encogiéndose en posición fetal en el sillón.
Chabrol usa acertadamente la metáfora de la tela de araña. Es como si el guión predestinara a Mika a ser el cerebro maligno de la película de suspense, pero ella no da la talla, empequeñecida ella misma por la relación con sus padres, y termina, en los títulos de crédito, encogiéndose en posición fetal en el sillón.
9
23 de diciembre de 2010
23 de diciembre de 2010
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sutil e inspirado paseo por los pensamientos de un Kafka verdaderamente kafkiano, adivinado en un blanco sobre negro que Dumala domina y ensueña. El magistral dibujo, el montaje y la música se unen para dibujar un inteligente equilibrio entre la vida de Kafka (tomada de sus diarios), su obra y la propia imaginación del lector. Dumala consigue crear un pequeño universo kafkiano sin caer en lo fácil, sugiriendo en cada detalle. Una pequeña obra maestra para los que sueñan que sueñan como Kafka.
7
18 de agosto de 2010
18 de agosto de 2010
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fascinante la idea de que los niños tienen juntos una inteligencia elevada a la décima potencia, se adelanta cincuenta años a la realidad de la inteligencia en red, que dominará el siglo en el que vivimos.
Más allá de eso, magnífica película de suspense más que de terror, y de terror más que de ciencia-ficción. El terror al otro, a la infancia como alteridad olvidada más que desconocida. En la línea de películas como The Innocents (con el mismo niño protagonista) o The Other. Cómo no ver una reflexión sobre el terror a la infancia (y la obsesión por la inocencia, idea que Rilla no desarrolla...tiene otros objetivos) en la reciente Cinta Blanca de Haneke, con un código y unos fines muy diferentes claro, pero al final en el cine todo se conecta.
Más allá de eso, magnífica película de suspense más que de terror, y de terror más que de ciencia-ficción. El terror al otro, a la infancia como alteridad olvidada más que desconocida. En la línea de películas como The Innocents (con el mismo niño protagonista) o The Other. Cómo no ver una reflexión sobre el terror a la infancia (y la obsesión por la inocencia, idea que Rilla no desarrolla...tiene otros objetivos) en la reciente Cinta Blanca de Haneke, con un código y unos fines muy diferentes claro, pero al final en el cine todo se conecta.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Aunque el final es muy flojo, como ya han dicho otras críticas, y no se entiende el cambio de actitud de George Sanders (extraordinario, como siempre!!), tiene la virtud de ponerte en la tesitura moral de querer la muerte o la salvación de los niños. Mi espíritu laxo e indulgente se alivió ante la posibilidad de que los niños se escaparan, y así retrasar la resolución del problema. Pero puesto ante la elección definitiva, el ciudadano egoísta que llevo dentro aprobó inconscientemente la dinamita (a pesar de algún eco moral: no hagamos nada, puede que destruyan el mundo, pero nosotros destruimos nuestra civilización si los matamos).
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