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España España · MADRID
Críticas de Laura
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Críticas 62
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
7
7 de julio de 2018
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
La vida de Erwan (François Damiens), un hombre viudo de mediana edad, con una hija embarazada y un negocio de desactivación de bombas, da un vuelco al descubrir que su padre no es tal, por lo menos si se tiene en cuenta la consanguinidad. Por cosas del azar, Erwan acude con su hija embarazada al médico, para asegurarse de que el bebé no sufra una enfermedad familiar, y allí descubre que entre el ADN de su padre y el suyo no hay coincidencias. Este es el aparentemente convencional punto de partida de Sácame de dudas (CarineTardieu, 2017), aunque a lo largo de sus dos horas de metraje, lo que por cierto resulta excesivo, la cinta se va a hacer fuerte gracias a un guion trabajado en el que se intenta sorprender al espectador y alejarse de los lugares comunes.

Porque a primera vista el tema del descubrimiento de la verdadera identidad paterna parece muy poco novedoso, pero aquí se intenta reflejar de la forma más natural y con el menor dramatismo posible. Es muy interesante como tras conocer a su padre biológico, Erwan parece dejar atrás su identidad escindida y recupera la iniciativa. Iniciativa para lanzarse en el terreno amoroso, aunque después le pueda crear quebraderos de cabeza, y en su labor como padre. Su hija, Alice, está decidida a ser madre soltera, pero el descubrimiento fortuito de Erwan hará que éste intente por todos los medios que Alice no le niegue a su hijo la posibilidad de tener un padre, por muy inmaduro que éste pueda parecer.

Eso sí, todo esto no quita para que Erwan quiera y se preocupe por Guy, el que ha sido su padre desde que nació y el que le ha cuidado y educado para ser la persona que es. Hay una secuencia muy bonita en alta mar en la que por un lado, se resume el preciosismo paisajístico que reina en la cinta y por el otro, se escenifica la complicidad entre padre e hijo. Un padre y un hijo que en apenas unos segundos recuerdan, con nostalgia, un pasado familiar plácido y feliz. Más allá de pruebas biológicas está la demostración de los afectos y en eso Guy, a su manera varonil, siempre ha respondido.

En Sácame de dudas son precisamente los hombres los que tienen que hacerse cargo de la familia y de la gestión de las emociones, una parcela que suele estar reservada para los personajes femeninos. De este modo Erwan tuvo que sacrificar su carrera profesional para cuidar a su hija, tras la muerte de la madre. Un hecho del que apenas se hace hincapié, pero que puede también explicar el extrañamiento inicial en el que vive el personaje. Aun así puede que la vida sea sabia y haya guiado a Erwan por un camino alejado de la primera línea, sabedora de que era una bomba familiar la que requería de su ayuda.
Laura Acosta.
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Laura
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7
20 de junio de 2018
15 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
La ópera prima del actor Pau Durá, Formentera Lady, (2018) nos cuenta la excéntrica vida de un viejo músico hippie instalado en Formentera, desde principios de los años setenta. No obstante, Durá intenta ir más allá para de paso reflejar el ocaso de toda una época que soñó con la libertad y que en pleno siglo XXI debe volver a la realidad. Por mucho que se empeñe, Samuel (José Sacristán) no es ajeno al peso del tiempo y a los achaques. Toda su filosofía de vida, que tantas renuncias le ha costado a lo largo del tiempo, tras la inesperada visita de su hija y de su nieto parece correr el peligro de venirse abajo. Sin previo aviso, Samuel debe quedarse a cargo del niño y por primera vez en muchos años tendrá que salir de su isla. Un doble isla, por un lado física, ya que Samuel odia pisar “el continente” y por otro lado, una isla emocional que parece impedirle establecer ningún grado de cercanía con nadie. Y aquí es donde se llega al tema principal de la película, que no es otro que el de la responsabilidad. Samuel ha decidido abandonarse a la filosofía hippie, como excusa para no responsabilizarse de nada y de nadie. Ni ha sido capaz de vivir en familia, ni tampoco ha podido después relacionarse con las mujeres de una forma saludable. Como consecuencia este setentón se ha convertido en una especie de Peter Pan, eso sí, tremendamente solitario. Un tipo que tiene un coche desvencijado, al que llama Ulises, en una metáfora de lo que es su filosofía de vida.
Como Ulises Samuel termina volviendo a casa, eso sí, después de muchas meteduras de pata y tras tomar consciencia de los peligros que su forma de vida le pueden acarrear a su nieto. Cuando deja de mirarse el ombligo y empieza a preocuparse por alguien más, su vida empezará a encauzarse. En este sentido, llama la atención la irresponsabilidad masculina que refleja Durá en su cinta. Cuesta imaginarse este mismo personaje, dentro de un cuerpo femenino.
En cuanto a la forma, la cinta destaca por su luminosidad y una mezcla bastante controlada de comedia y drama, en la que en ningún momento se intenta abusar de situaciones lacrimógenas. Además es de admirar como todo el equipo consigue retratar una Formentera paradisiaca y atemporal. Sin olvidar, el inmenso trabajo de prácticamente todo el elenco, quizás consecuencia de tener detrás de la cámara a un actor. José Sacristán está muy creíble, aunque vuelve a repetir el prototipo de hombre de pocas palabras y el niño tiene una mirada profunda y enternecedora.
En definitiva, Formentera Lady es una cinta sencilla, sin grandes aspiraciones, en la que las imágenes dicen más que las palabras. Quizás alguna situación es demasiado forzada, como el motivo de la repentina marcha de la madre, y otras terminas previéndolas demasiado pronto, pero en general resulta una cinta agradable.
Laura Acosta
planoamericano.wordpress.com
Laura
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6
20 de junio de 2018
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
En una de sus acepciones la RAE define el dolor como “un sentimiento de pena y congoja”, pero seguramente si se preguntase a Marguerite Duras ésta podría aportar más riqueza a la definición. Sin duda, después de visionar Marguerite Duras. París 1944 (Emmanuel Finkiel, 2017) uno sale con la sensación de haber experimentado el dolor más agudo, profundo y gris del mundo. Respecto a su trama, la película está basada en la obra de la propia Marguerite Duras, El dolor, y nos cuenta la angustiosa espera que tuvo que sufrir la escritora tras la deportación de su marido, Robert Antelme, que como ella luchaba en la resistencia frente a la ocupación nazi. Es interesante como la cinta hace hincapié en el sufrimiento de aquellos que están a la espera. Personas que no sufren en primera persona la ira de los nazis, en este caso, pero que no por ello lo tienen más fácil. Muy al contrario, posiblemente Marguerite hubiera preferido ser deportada al igual que su marido. De hecho son varios los momentos en los que se odia a sí misma por estar sana y salva o por quedar en un restaurante en el que abunda la comida, cuando sabe que su marido estará pasando un sinfín de penurias.
No obstante, el dolor que sufre la protagonista es de una intensidad pocas veces vista en el cine. Eso sí, un dolor interior que solamente en las últimas secuencias de la cinta aflora desaforadamente a su rostro. A todo esto se añade la soledad del personaje, que aunque tiene muchos compañeros de batalla e incluso un amante, no encuentra una persona con la que abrirse de forma sincera. Por eso quizás Marguerite tiene esa necesidad constante de verbalizar su dolor, que el realizador decide recoger a través de una voz en off. Aunque lo más curioso es la escisión que la protagonista sufre en varias ocasiones, lo que hace aumentar la sensación de que se está presenciando un relato espectral. De alguna forma en Marguerite parece que se dan cita tanto la mujer que espera, como la que se deja llevar por la desesperación. Por otro lado, algo normal si uno para a imaginarse todo por lo que tiene que pasar esta mujer.
Al mismo tiempo merece unas líneas la relación que Marguerite establece con el nazi, responsable de la detención de su marido, ante la posibilidad de que interceda por él. En ningún momento se saben las verdaderas intenciones del policía nazi, del que sabemos poco. Ante la cámara se nos presenta como un hombre extasiado por la obra y la inteligencia de Duras, pero nosotros no podemos evitar preguntarnos si un monstruo es capaz de desarrollar algún sentimiento artístico. Por ello la ambigüedad preside toda la relación y ambos van a escindirse para así evitar que sus cartas sean descubiertas.
En cuanto al estilo, la cinta recrea bien un ambiente tenso y opresor a base de muchos tonos grises y multitud de planos cortos, en los que la actriz Melanie Thierry se luce. Sin embargo, la cinta carece de ritmo y tiene que luchar contra un metraje excesivo. Son muchas las vueltas que se dan sobre lo mismo, sin llegar a una conclusión, provocando un fuerte hastío en el espectador que su academicismo formal tampoco mitiga. La machacona voz en off resulta poética, pero extenuante, si se pretende acercar la obra de Duras al gran público. Y por mucho que su personaje femenino tenga una determinación y un interés innegable, se echan en falta alguna otra trama menor que enriquezca la historia que vista en el papel podría haber sido fascinante.
Laura Acosta
planoamericano.wordpress.com
Laura
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9
20 de junio de 2018
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
La dureza de los que tienen que inmigrar nos trae una nueva película original y alejada de los estereotipos, de la mano de la directora argentina Julia Solomonoff. La cinta se titula Nadie nos mira (Julia Solomonoff, 2017) y se centra en el día a día de Nico, un actor homosexual que está en Nueva York en busca de su oportunidad, tras dejar una complicada relación con un hombre casado. Lo primero que hay que destacar en la película es la lucha de Nico por encontrar su identidad, en una ciudad enorme pero propensa a la deshumanización. Porque después de todo, ¿quién es Nico Lenke? Uno, si se queda en la superficie, puede pensar que es un actor argentino que ha tenido bastante éxito en su país, gracias a varias telenovelas, y que ahora ha decidido ir a Nueva York para hacer su carrera aún más exitosa. Sin embargo, en un nivel más profundo uno descubre que este personaje está en Nueva York más que por elección por necesidad, llevando una vida que no se asemeja en nada a la de un actor de éxito. Muy al contrario, podríamos definir a Nico como un personaje “borderline”, ya que se encuentra permanentemente al límite, con muchos problemas de índole económica y sentimental.
De este modo la ciudad de Nueva York se presenta como un lugar más de desencuentro que de encuentro, en la que Nico tendrá que poner en suspenso su identidad maltrecha para prestarse al azar. Un azar doloroso que le hace invisible ante todos, por mucho que él sea un actor conocido en su país. Solamente alguna niñera hispana le reconoce y esto sumado a los numerosos problemas que tiene para encontrar algún proyecto, provocan que Nico busque las miradas ajenas a través de las cámaras de seguridad, con las que se va topando, en una actitud desafiante propia de aquel que está perdiendo su especificidad en favor de la más triste alineación. Por suerte, Nico tiene un lugar al que regresar si el frío de la ciudad y la soledad se tornan letales. Al fin y al cabo él no es ya un niño y después de subir tantas pendientes con su bicicleta las fuerzas empiezan a flaquearle.
Para localizar esta historia Solomonoff decide sorprender al situar su cámara frente a un Nueva York distinto, alejado de las típicas imágenes de calendario, fruto seguramente de la experiencia de la propia directora. Sin olvidar el pulso exquisito que Solomonoff demuestra al filmar a este hombre sensible que cuida a un bebé y mira con nostalgia las fotografías junto a un amor que se sabe tóxico. La puesta en escena es muy sencilla y naturalista, pero tiene algunos momentos muy bellos y profundos como esa conversación de Nico con su antigua pareja a cerca de las diferencias entre “ser” y “estar”. Sin darse cuenta Nico ha perdido su ser y tendrá que intentar recuperarlo como sea.
Laura Acosta
planoamericano.wordpress.com
Laura
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7
20 de junio de 2018
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
La primera película de Marine Francen, ayudante de dirección de realizadores como Oliver Assayas o Michael Haneke, nos sitúa en 1852 para contarnos las consecuencias de la represión de las tropas de Napoleón contra un pequeño pueblo de los Alpes, al que han privado de todos sus hombres, por el apoyo de éstos a la República. Las mujeres se quedan así solas sin saber si sus hombres regresarán, en un estado aletargado, pero que no está exento de una profunda sororidad. Hay una secuencia muy significativa en la que el grupo de mujeres se unen, entre el diluvio, para sujetar una larga escalera que permite a una de ellas arreglar el tejado del cobertizo. Por muchos recelos que tengan en una situación extrema las mujeres se unen para subsistir.
No obstante la película está basada en el relato L`homme semence, cuyo título es más acertado que la traducción española, y por lo tanto el catalizador de la historia va a ser la presencia masculina. En los periodos de descanso, tras la siega del trigo, las mujeres han especulado sobre la aparición de un hombre, pero la llegada repentina de Jean, un tipo que dice ser herrero, va a sacar a flote los instintos más primarios de todas esas mujeres. Por cosas del azar Violette, la protagonista de la cinta a la que da vida con una gran entereza la actriz Pauline Burlet, es la que se topa primero con Jean, lo que le da prioridad para intimar con él. Sin embargo, las mujeres habían acordado repartirse al hombre que llegase y poco tardan en reclamar su parte del pastel. No puede decirse que sea una actitud moralmente aceptable, pero las mujeres temen por la extinción del pueblo y en Jean ven la posibilidad de continuar el ciclo de la vida.
El ciclo de la vida será durante todo el metraje un motivo recurrente, a través del agua cristalina que recorre los campos con un claro simbolismo purificador, aunque en algún momento de tensión dramática llega a ensuciarse, y mediante el trigo, símbolo de ese ciclo vital (crecimiento, maduración y vuelta a la tierra) que las mujeres sienten muy profundamente. Es precisamente en las secuencias de la cosecha donde la película va a destacar, gracias a su esteticista puesta en escena que en muchos momentos recuerda una pintura naturalista.
Al mismo tiempo es muy llamativo el formato (1:33) que escoge la directora y que aunque al principio nos descoloque, finalmente consigue hacer hincapié en la tensión, la angustia y la desconexión total en la que vive este grupo de mujeres. Aunque quizás esa economía escénica contribuye a la frialdad general de la cinta que no logra traspasar la frontera de las emociones.
Laura Acosta
planoamericano.wordpress.com
Laura
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