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8.4
116,493
9
8 de noviembre de 2011
8 de noviembre de 2011
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
A estas alturas de la historia, es totalmente inadmisible blasfemar en contra de El Padrino, la obra maestra de Francis Ford Coppola. Dos décadas después de su estreno y con 2 secuelas a su espalda, es considera por muchos, por no decir todos, no sólo la mejor película de cine negro, sino una de las mejores películas de la historia. Una gozada, una delicia, un gustazo para cualquier paladar.
Parafernalia dialéctica aparte, he aquí una servidora a la cual desde que empezó la película sólo se le pasó un pensamiento por su mente: ¿y?
Obviamente sería atentar contra mí, contra mi criterio y contra cualquier sentido común no valorar el aspecto técnico de la película y tanto el nivel de realización como el de producción. Pero he de admitir que lo que le ocurriera a Don Corleone y a sus vástagos no conseguía atraparme. ¿Qué me importaba a mí lo que le sucediera a un atajo de mafiosos?
Así creía pensar, considerándome superior a cualquier signo de corrupción que realmente creyera que conseguiría atrapar mi atención hasta que el señor Scorsese me cerró la boca tras dos horas y 18 minutos que consiguen rozar la perfección.
El director norteamericano consigue atraparnos desde el primer instante en que el joven Henry Hills comienza a narrarnos su particular caída a los infiernos. Scorsese vuelve al universo de Malas Calles para ofrecernos el fiel retrato de la sociedad italoamericano a lo largo de dos décadas gracias a la desgarradora historia de una pequeña parada de taxis.
Uno de los nuestros nos narra, además, el ascenso y descenso personal y la consecutiva pérdida de la dignidad de un ciudadano medio tan terrenal como el público mismo. Humanidad en estado puro.
Con una elegancia deslumbrante, el film nos seduce desde el primer instante y nos invita a introducirnos dentro de un mundo idílico e inalcanzable. Gracias a los planos secuencias en los que la película nos muestra el particular universo de la parada de taxis, Uno de los nuestros alcanza un grado de maestría digno de ser envidiado.
Mención especial a los protagonistas de la historia. El malogrado Ray Liotta, que seguiría su carrera a duras penas con papeles secundarios en películas de menos categoría, hace creíble su papel de Henry Hills secundado por dos monstruos de la interpretación: Robert DeNiro, en el papel del incombustible Jimmy Conway, y Joe Pesci, ganador del Oscar al Mejor Actor secundario gracias a Tommy de Vito, un más que creíble retrato de la soberbia y el egocentrismo que puede llegar a perder al ser humano.
La película puede pecar de excesiva duración, pero ello se compensa gracias a un ritmo ininterrumpido y la sempiterna voz en off, recurso al que el director se mantiene constantemente fiel, con la que el protagonista nos narra la historia.
Sin con todo esto nos dábamos por satisfechos, Scorsese pone broche y final con una trepidante secuencia de ritmo casi imposible de seguir.
Mil perdones señor Ford Coppola, pero Scorsese le ganó la partida.
Parafernalia dialéctica aparte, he aquí una servidora a la cual desde que empezó la película sólo se le pasó un pensamiento por su mente: ¿y?
Obviamente sería atentar contra mí, contra mi criterio y contra cualquier sentido común no valorar el aspecto técnico de la película y tanto el nivel de realización como el de producción. Pero he de admitir que lo que le ocurriera a Don Corleone y a sus vástagos no conseguía atraparme. ¿Qué me importaba a mí lo que le sucediera a un atajo de mafiosos?
Así creía pensar, considerándome superior a cualquier signo de corrupción que realmente creyera que conseguiría atrapar mi atención hasta que el señor Scorsese me cerró la boca tras dos horas y 18 minutos que consiguen rozar la perfección.
El director norteamericano consigue atraparnos desde el primer instante en que el joven Henry Hills comienza a narrarnos su particular caída a los infiernos. Scorsese vuelve al universo de Malas Calles para ofrecernos el fiel retrato de la sociedad italoamericano a lo largo de dos décadas gracias a la desgarradora historia de una pequeña parada de taxis.
Uno de los nuestros nos narra, además, el ascenso y descenso personal y la consecutiva pérdida de la dignidad de un ciudadano medio tan terrenal como el público mismo. Humanidad en estado puro.
Con una elegancia deslumbrante, el film nos seduce desde el primer instante y nos invita a introducirnos dentro de un mundo idílico e inalcanzable. Gracias a los planos secuencias en los que la película nos muestra el particular universo de la parada de taxis, Uno de los nuestros alcanza un grado de maestría digno de ser envidiado.
Mención especial a los protagonistas de la historia. El malogrado Ray Liotta, que seguiría su carrera a duras penas con papeles secundarios en películas de menos categoría, hace creíble su papel de Henry Hills secundado por dos monstruos de la interpretación: Robert DeNiro, en el papel del incombustible Jimmy Conway, y Joe Pesci, ganador del Oscar al Mejor Actor secundario gracias a Tommy de Vito, un más que creíble retrato de la soberbia y el egocentrismo que puede llegar a perder al ser humano.
La película puede pecar de excesiva duración, pero ello se compensa gracias a un ritmo ininterrumpido y la sempiterna voz en off, recurso al que el director se mantiene constantemente fiel, con la que el protagonista nos narra la historia.
Sin con todo esto nos dábamos por satisfechos, Scorsese pone broche y final con una trepidante secuencia de ritmo casi imposible de seguir.
Mil perdones señor Ford Coppola, pero Scorsese le ganó la partida.
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