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Críticas 16
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
9
17 de enero de 2022
11 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Netflix una vez más nos sorprende con sus series de animación para adultos con esta transducción abierta del relato La profecía del armadillo (2011), obra del autor de novelas gráficas Michele Rech (cuyo seudónimo es Zerolcare) que, ahora en el papel de director, lleva a cabo esta profunda obra audiovisual. En ella mediante una reflexión vital presenciamos la vida del egocéntrico Zero en la Roma de los noventa, un joven de 37 años que, mediante numerosos flashbacks y anécdotas, va a recordar cómo conoció a Alice cuando tenían 17 años, su amiga y quizá primer amor y cómo ha llegado a ser quien es hoy en día, un dibujante de cómic frustrado que viaja en tren hacia Biella con sus dos mejores amigos de la infancia, Sarah y Secco, siendo esta el vehículo para llevar a cabo una profunda crítica social.

Considerada como una de las mejores series italiana de todos los tiempos y encontrándose en el puesto número dos a mejor serie de 2021 según Filmaffinity, en Cortar por la línea de puntos no solo acudimos al viaje de autodescubrimiento y de madurez de Zero sino que este lo hace en una estupenda compañía, ya que cada personaje tiene una descripción psicológica alejada de los arquetipos clásicos. Otro de los personajes a destacar se trata de un armadillo con aspecto antropomórfico que solo el protagonista puede ver y que actúa como su subconsciente, planteando cierta introspección psicológica a modo de co-narrador de la historia.

Usando unos hechos tan cotidianos como elegir una pizza en un restaurante, Zero nos hace reflexionar sobre el patetismo de la vida tragicómica y sobre cómo funciona esta mediante unos diálogos crudos sin que por ello pierdan el toque de humor, negro y costumbrista, por supuesto, ya que a veces hay que reírse de nuestras desgracias por lo que el director consigue arrancar la risa del espectador a pesar del desacomodo del tema. Así, a modo de retrato generacional -de la frustrada, “incompleta” y “fracasada” generación millennial-, acudimos a un sinfín de reflexiones como son el tema de la masculinidad frágil, el amor no correspondido, el caos de la independización, la ansiedad social, la falta de responsabilidad emocional o la búsqueda de empleo, entre otras, mediante un ritmo enérgico planteado sin transiciones, de forma descarnada sin que por ello deje de resaltar la transición entre lo racional y lo irracional, sobre todo en los momentos en los que Zero o el propio Armadillo interrumpe los flashback para tratar de justificar, o incluso, criticar alguna de su decisiones.

También cabe señalar que, aunque menciona ciertos elementos propios de la sociedad italiana, la mayoría de sus reflexiones nos harán identificarnos por completo. Una visión rompedora y de fácil lectura sobre la vida moderna y las expectativas rotas de la generación millennial que se ha plasmado en la pantalla en pocas ocasiones (The Midnight Gospel, Pendleton Ward y Duncan Trussell, 200) y que no renuncia a hacerlo mediante la emotividad proveniente del humor.

La obra producida por la compañía Movimenti Production en colaboración con Bao Publishing tuvo un estreno mundial de sus dos primeros episodios en el Festival de Cine de Roma el 18 de octubre y se trata de la primera experiencia de Zerolcare en el mundo de la animación más allá de algún vídeo musical como el señalado con Gian Cane y los cortometrajes -utilizados a modo de marketing como preludio- que realizó el artista durante la cuarentena pandémica. También cabe indicar que no solo es el guionista y director de la obra sino que en la versión original también ejerce de actor de doblaje de todos los personajes menos del Armadillo (Valerio Mastandrea).

Centrándonos en el tipo de animación en 2D de corte sencillo cabe resaltar que pese a ello encontramos ciertos momentos de espectacularidad, no solo mediante el uso de infinidad de gags, sino en los momentos en los que el propio Zero se dirige a la cámara, rompiendo la cuarta pared y aludiendo al espectador activo. Por otro lado, también cabe incidir en la banda sonora, encontrando composiciones a piano abigarradas con sonidos propios de los ochenta o del punk a través de autores como Tiziano Ferro, Jonathan Lloyd & Clif Norrell, M83, Apparat, Manu Chao, Max Brodie, Gli Ultimi, Klaxon, Band of Horses, Fauve, Billy Idol y los Generation X y sobre todo, a través de Gian Cane (con el cual ya trabajó el director en 2018 para el videoclip de Ipochondria), el cual consigue contar la historia mediante sus letras que, al igual que el universo audiovisual, te harán reír y reflexionar.

Cabe señalar que en los dos primeros capítulos encontramos cierto debilitamiento del guion pero a partir del tercero descubrimos una transformación brutal que nos atrapa y nos deja con ganas de más -pese a su estupendo cierre-, adquiriendo sentido progresivamente la continua metáfora de “cortar por la línea de puntos” que da título a esta miniserie y que nos hace plantearnos unas expectativas irreales en la vida sin contemplar las distintas posibilidades.

Enlace blog: https://paradigmamedia.org/cortar-por-la-linea-de-puntos-retrato-generacional-de-frustracion/
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Y es que pese a que parezca que estamos ante un relato que nos puede recordar a obras de autores como Robert Crumb, Harvey Pekar o Seth, referentes del cómic underground autobiográfico, Cortar por la línea de puntos va más allá con un final inesperado y agridulce -al cual pone música el grupo de indie rock Band of Horses-, el cual nos arrasa por completo el corazón y nos deja meditando, ya que cuenta con una gran carga de profundidad existencial y ética y plantea un tema de desmedida actualidad y muy necesario en los tiempos que corren, sobre todo tras la pandemia mundial vivida -hay que recordar que ayer, día 13 de enero fue el día mundial contra la depresión a la cual a veces las propias opresiones sociales retroalimentan-.
19 de septiembre de 2022 5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
El filme documental se centra en el foco en la fosa común Pico reja, una de las 707 fosas andaluzas donde se estima encontrar más de 2.000 cadáveres de represaliados por el franquismo y que ha sido exhumada recientemente en 2020 en uno de los cementerios sevillanos. Así, asistimos a una necesaria obra audiovisual que, desvinculándose de lecturas políticas, pone en valor la Memoria Democrática no solo sevillana, sino de una España en deuda con las víctimas de estos abusos.

Este filme lo pude ver gracias al Ciclo `Memoria en 24fps´ que organizó la Cátedra de Memoria Democrática de la Universidad de Córdoba en colaboración con la Diputación de Córdoba -Delegación de Memoria Democrática- y con la Asociación cultural CineCercano el pasado miércoles 14 de septiembre. Estuvieron presentes en el debate posterior a la proyección los directores de la obra Remedios Malvárez -Alalá (2016) y Menese (2019)- y Arturo Andújar -guionista y productor de Alalá junto a Malvárez y productor y montador de Menese- junto a Antonio Manuel -escritor, poeta y compositor- y Rocío Márquez -cantaora-. En primer lugar, Pico Reja se podría resumir diciendo que se trata de una obra audiovisual, “una reconstrucción del recuerdo que trata de crear un espacio para la reflexión, que analiza el pasado y las claves para comprender el presente”, tal y como indican los propios directores.

En Pico Reja, Malvárez y Andújar se centran en la fosa común homónima, la mayor abierta -700m2- en Europa occidental desde Srebrenica -Bosnia Herzegovina-. Va a ser a través de los huesos de estos cruelmente asesinados mediante los que se trate de coser un poco de las heridas que dejó el periodo franquista y es que “abrir la fosa de Pico Reja es una deuda pendiente con la memoria de los represaliados y con la propia historia de este país” como señala Andújar.
Una obra documental que no por ello deja de lado la narración y estética cinematográfica, encontrando, por ejemplo, un uso de imágenes encadenadas de cierto modo poético -secuencias en las que se deja reflexionar al espectador y la espectadora- o un formato de narración que va a seguir los diferentes testimonios orales que nos vamos a encontrar no solo de los familiares de las víctimas, sino de diferentes expertos -historiadores, arqueólogos y forenses, entre otros-. Asimismo, se va a utilizar el material archivístico -fotográfico, videográfico y radiofónico- no como elemento principal sino como complemento, encontrando que la auténtica protagonista de la historia es Pico Reja. La fosa es, por tanto, la auténtica protagonista de esta película, y desarrolla su propio relato, incluso descubriendo nuevos hechos que no estaban documentados a través de este material de archivo.
La información que se nos va transmitiendo a lo largo de la obra no solo nos habla de las fosas comunes como pruebas del exterminio franquista -recordemos que las fosas del Cementerio Municipal sevillano cuentan con más de 14.000 cuerpos de los cuales más de 4.500 son represaliados del Régimen-, sino también de los diferentes campos de concentración como el Parque de Corchuela donde se sometía a estos `libertos´ -esclavo liberado-. Libertos se ofrecían a trabajar en las nuevas obras del Régimen para el conocido como `Canal de los presos del bajo Guadalquivir´ con tal de respirar un poco de aire puro durante unas horas y no morir de hambre en la cárcel.

Y es que, cabe recordar que, solo en Andalucía encontramos 45.566 víctimas por fusilamientos -un tercio de las víctimas españolas-, en un lugar en el que la guerra civil no llegó de primera mano pero sí el exterminio. Es de todos conocido la masacre que provocó la dictadura argentina o la chilena pero en España no nos quedamos atrás, siendo en este sitio, Andalucía, donde más de 100.000 desaparecidos dejó la represión franquista, más incluso que la dictadura chilena y la argentina juntas, un dato escalofriante.
Cabe hacer hincapié en que este ensañamiento no solo era ejercido ante los hombres, sino ante las mujeres -madres, esposas y/o hermanas de las víctimas-, encontrando, por ejemplo, el caso de Angustias contado por Javier Delmás Infante, nieto de Blas Infante -conocido ideólogo del andalucismo fusilado por las tropas de Queipo de Llano-, la cual fue condenada tres años después de la muerte de Blas a pagar 2000 pesetas de multa.
En este sentido cabe señalar que, tal y como recordó Malvárez en el debate posterior a la proyección del filme, recientemente el pasado 3 de junio, gracias a la labor de personas como Fernando Serrulla -antropólogo forense- y Juan Miguel Baquero -documentalista y periodista especializado en Memoria Histórica y Derechos Humanos-, se ha hallado en algunos cuerpos presentes en Pico Reja, restos de metales pesados que han servido para demostrar que se tratan de cadáveres de la famosa `Columna Minera´, un cuerpo de voluntarios onubenses que acudió a Sevilla el 18 de julio de 1936 para defender la II República y que fueron masacrados a manos de las tropas de Queipo de Llano.

“El miedo genera silencio y el silencio genera olvido”. Esto es lo que nos señala Antonio Manuel mientras conforma una Nana a medias junto a Rocío Márquez; una nana que no solo se va a convertir en la canción principal del documental, sino que vamos a poder vivir un proceso de creación y de reflexión a través de ella, siendo “una nana para despertar en lugar de para dormir […] despertar la memoria es presente el recuerdo es pasado, sobre lo que pudo ser y no fue”.

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Artículo en: https://paradigmamedia.org/pico-reja-deuda-pendiente/
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La reconstrucción de la memoria histórica es necesaria para tapar esos vacíos que no nos han contado -o no nos han querido contar-, esa historia de los “perdedores” vista desde sus propios ojos. En este sentido, cabe señalar que Pico Reja llegó a la sala A3H1 del Parlamento Europeo el jueves 8 de septiembre en el marco de las jornadas ‘Memoria democrática en el contexto europeo’, organizadas por la eurodiputada socialista Lina Gálvez Muñoz. Diputada que indicó que “el Ayuntamiento de Sevilla, con la exhumación de la fosa Pico Reja, y la Ley de Memoria Democrática restituyen la dignidad de las personas, las familias y los pueblos que sufrieron crímenes y vulneración de derechos, que quedaron impunes y silenciados”, ya que en Pico Reja “también se enterró parte de la identidad andaluza”. Tras el visionado en el propio Parlamento se tuvo una sesión de debate organizada por el Grupo de la Alianza Progresista de los Socialistas y Demócratas en el Parlamento Europeo y donde se contó con intervenciones de personajes emblemáticos como Juan Fernando López Aguilar -presidente del comité LIBE del Parlamento Europeo-, Fernando Martínez -secretario de Estado de Memoria Democrática-, Juan Miguel Baquero y los propios directores de la película Remedios Malvárez y Arturo Andújar, los cuales indicaron que “hasta la Ley andaluza de Memoria Democrática de 2017 realmente no existía presupuesto para una excavación tan complicada, inasumible por las asociaciones de familiares” y que “obviamente ha habido una voluntad política en que esto -la exhumación- no se haga, con muchos intereses de un lado y de otro” y es “una vergüenza democrática y debemos solucionarlo entre todos, en base a los principios de verdad, justicia y reparación, después de un silencio impuesto durante muchos años y un silencio cómplice dentro de la democracia por miedo”.

Pico Reja ha sido premiado en diversas ocasiones, encontrando entre ellos el Premio Juan Ramón Jiménez a la mejor película andaluza en el 47º Festival de Huelva Cine Iberoamericano, la Mención de Honor del Jurado en el 18º SEFF Festival de Cine Europeo de Sevilla o la Iguana Dorada al Mejor Largometraje Documental en el Festival Internacional de Cine de Guayaquil (Ecuador).
En último lugar, me gustaría dejaros algunas recomendaciones de otras obras necesarias para el recuerdo y la reconstrucción de la memoria como son Presos del silencio (Mariano Agudo y Eduardo Montero, 2004), El silencio de los otros (Almudena Carracedo y Robert Bahar, 2018) o Horacio, el último alcalde (María Rodríguez y Mariano Agudo, 2021). También os dejo al final del artículo el cartel de `Memoria en 24fps´ para que os animéis a ir a las siguientes tres proyecciones para seguir reconstruyendo la memoria.
Por un periodismo, por una cinematografía y por una voz comprometida con la Memoria Democrática. Pico Reja no es una película para informar, es una película para reflexionar, no siendo un relato histórico sino un lugar donde reconstruir y tratar de vendar los traumas del pasado, hecho estrictamente necesario para comprender el presente de una España herida y en deuda con los represaliados.

Artículo en: https://paradigmamedia.org/pico-reja-deuda-pendiente/
9 de diciembre de 2021 4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tras un mes en la gran pantalla, acumulando un total de 662.348 euros, quedando la número 11 en el ranking de películas españolas más taquilleras de 2021 y acumulando 106.244 espectadores llegó el 22 de noviembre a Netflix Las leyes de la frontera para recordarnos la herida sin cerrar del cine quinqui que plantea.

En este filme en un primer momento se nos presenta un personaje esperando en la sala de visitas de una cárcel. Saca una carta donde gracias al destinatario descubrimos que el protagonista se trata de Ignacio Cañas (Marcos Ruíz) pese a que en el interior -donde encontramos numerosas faltas ortotipográficas- ponga “querido gafitas”. La cámara nos devuelve su rostro compungido y la música nos induce cierta nostalgia pero esta cesa de repente cuando un niño, también presente en la sala, está a punto de ahogarse, lo cual interpela el recuerdo en el protagonista y nos devuelve la imagen de una Gerona en 1978, justo en el momento en el que unos matones tratan de ahogarlo en la piscina. De esta manera se nos presenta Nacho, un noble e introvertido chico de 17 años que sufre un acoso escolar continuo, hasta que, en uno de los sitios que usa como refugio, los recreativos Vilaró, conoce a Zarco (Chechu Salgado) y Tere (Begoña Vargas), dos jóvenes delincuentes de poca monta con los que va a encontrar una entablar amistad -y cierto triángulo amoroso-, llegando a pertenecer a su banda, encontrando en ellos ese grupo de amigos que se le había negado y entrando en una espiral de atracos, drogas y adrenalina, un mundo atractivo plagado de peligros que poco a poco se va a torcer.

Película ambientada en la época de la Transición, un importante momento de cambio y de esperanza de futuro que subyace a todos los niveles pero no centrándose en ello, usando el ambiente quinqui que surge en este contexto español a finales de los 70 y principios de los 80, que supuso una confluencia de filmes que escenificaban un nuevo modelo identitario y de subgénero, basado en la visibilidad de los sectores sociales empobrecidos y emergentes, así como de ambientes marginales, donde las drogas causaban estragos y destrozaban familias. Así, Las leyes de la frontera (2021) supone la vuelta de Daniel Monzón a los thrillers de acción y drama, tras su filme El Niño (2014), pudiendo comprobar cómo Monzón realiza obras donde, explorando los márgenes de la sociedad, nos presenta aventuras agridulces que les ocurren a unos personajes con aires de inocencia con los que el espectador va a conectar fácilmente.

Resulta indiscutible la hibridación de las diferentes vetas creativas de la tradición artístico-cultural española: costumbrismo populista, la comedia folklórica, la “españolada” y el sainete cinematográfico. Así, nos encontramos en la obra de Monzón, al igual que en artistas actuales como Derby Motoreta's Burrito Kachimba -grupo sevillano indie que pone banda sonora al filme a través de su “kinkidelia”- o en C. Tangana, como ha sido capaz de aunar y posmodernizar una serie de características identitarias de esa subcultura urbana quinqui de la que estamos hablando, adaptándola a unos nuevos tiempos. Es decir, Las leyes de la frontera no se trata de cine quinqui como el que podíamos ver en autores como Eloy de la Iglesia (Navajeros, 1980 o Colegas, 1982), Francisco Lara Polop (La patria del rata, 1980), Carlos Saura (Deprisa, deprisa, 1981), Vicente Aranda (El lute: Camina o revienta, 1987), José Antonio de la Loma (Yo, el vaquilla, 1985) o Ventura Pons (Puta misèria!, 1989); sino que, dentro de este contexto, es una revisión de este género, aferrándose a este mediante el recuerdo. Así, podemos ver que el director no utiliza delincuentes reales -a modo de docuficción- como ocurría estas películas, ni rueda en formato cuadrado -sino en scope-, sino que hace un ejercicio de estilización del género a través de la forma, utilizando la ambientación, las escenas de persecución en coche y los policías como personajes secundarios propios del cine quinqui, además del uso de la banda sonora como transmisión de esta cultura con canciones como Te estoy amando locamente de Las Grecas, La Grifa de El Pelos o Yo te encontré de Lin Cortés.

En este punto del análisis cabe señalar que estos personajes protagonistas de la obra se inspiran en figuras reales como Juan José Moreno Cuenca, más conocido como “El Vaquilla”, o José Luis Manzano, actor fetiche -conocido como el James Dean español- de Eloy de La Iglesia. Es así como por ejemplo, la personalidad de Jaro en Navajeros se asemejaría más a la de Zarco, un capo; mientras que la de José en Colegas, se correspondería a la de Nacho (“Gafitas”): un lumbreras súper tímido y enamorado de Tere que acaba formando parte del grupo de Zarco. También, personajes como “Drácula”, interpretado por el actor Víctor Manuel Pajares, que recuerda a Antonio Flores en la película de Colegas, el andaluz gracioso del grupo.


Las leyes de la frontera plantea cierto aire de nostalgia de las ansías de libertad y rebeldía los 70 y un homenaje no solo al género -ya olvidado-, sino a las historias de juventud de Monzón pero desde el filtro de lo comercial, buscando un equilibrio sin llegar a ser una obra de añoranza de un mundo que ya no existe para una generación, con la finalidad de conectar con un target más amplio, planteando cierta mirada de bizarría a la novela de Cercas, siendo un filme entre la fábula y el realismo pero con ciertos aires de idealismo; un acercamiento al cine quinqui desde el siglo XXI que podíamos ver años atrás en obras como Volando voy (Miguel Albaladejo, 2006) o 7 vírgenes (Alberto Rodriguez, 2007).

Enlace blog: https://paradigmamedia.org/las-leyes-de-la-frontera-herida-sin-cerrar-del-cine-quinqui/
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Los intertextos resultan clarísimos, en cuanto a escenas, como la de la confrontación a tiros de los quinquis con la policía en Navajeros, que es similar al clímax de Las leyes de la frontera, así como las escenas de persecuciones de coches o la recreación tan fiel de la atmósfera de dicha época. Ambientes sórdidos, marginales y plagados de desesperanza, prostitución, drogadicción, desigualdades económicas, analfabetismo y discriminación racial y de clases -Tere es gitana y Nacho un charnego hijo de inmigrantes-, planteando así, cierta calada de crítica social de la época.

Si algo hemos aprendido de esta película de (des)aventuras a modo de analepsis que fue presentada en la clausura de la 69ª edición del Festival de Cine de San Sebastián es que madurar de golpe a veces nos puede hacer sentirnos desubicados, poseyendo el deseo de explorar un mundo lleno de frenesí, el cual nos puede llevar a trasgredir esa frontera porosa como la que existe en la Girona de 1978 proyectada hacia la Modernidad, la cual separa a la ciudad según sus clases sociales. Esa frontera que divide a los catalanes de los charnegos, esa zona límite entre dos mundos, entre el bien y el mal, lo cual tenemos que tener claro. Un momento vital donde nuestros primeros amores pueden hacer que nuestra vida cambie para siempre pero cabe recordar que nunca es tarde para cambiar y recordar quién eres, cuáles son tus raíces, eso sí, siempre que pertenezcas al lado bueno de la sociedad que puede redimirse, a ese puente de Sant Agustí que, a modo de estructura circular, nos presenta también una frontera física en esta obra de verdad incendiaria reposada que nos invita a reflexionar sobre el recorrido de un país que evoluciona y crece, pero que aún sigue arrastrando los fantasmas de un pasado castizo y oscuro con el que todavía hay demasiadas cuentas pendientes.
22 de noviembre de 2021
5 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
La nueva serie de Netflix que ha pasado desapercibida por el boom de El juego del calamar (Hwang Dong-hyuk, 2021), nos hace testigos directos de la vida de Alex, una joven de 25 años que sale junto a su hija de dos años, Maddy, de una relación de control, aislamiento, abuso y maltrato psicológico por parte de su pareja alcohólica, Sean. Se trata pues, de un relato íntimo de curación y autodescubrimiento que empieza con una huida en mitad de la noche de la caravana donde viven a duras penas. Alex coge a su hija, los 18 dólares que tiene en el bolsillo y huye en su coche sin tener un plan fijo ni apenas un sitio donde pasar la noche. Desde el primer momento, ni sus propios amigos ni su madre la creen, solo piensan que está exagerando y que debe volver junto a Sean, pero Alex no da su brazo a torcer y trata de sobrevivir por su hija, el motor que la ayuda a seguir adelante. Es así como esta historia nos va formando un nudo en el estómago por su cercanía con la realidad, tomando ciertos aires de documental al estar basada en la desgarradora vida de Stephanie Land, autora de “Maid: Hard Work, Low Pay, and a Mother’s Will to Survive” (2019).

La lucha continua de Alex por conseguir un lugar donde vivir la lleva a un refugio para mujeres maltratadas y es, gracias a esto cómo nos damos cuenta de la dejadez de un sistema infradotado que solo presenta trabas burocráticas para ayudar a la gente sin recursos, demostrando una vez más que las redes de salvamento son necesarias, hecho que la historia de Alex, una historia de mujeres que dan la mano a otras mujeres, nos muestra. Pero esta injusticia social no se queda ahí, sino que también se presenta no solo en el hecho de la poca ayuda que cuenta en base a los problemas de salud mental que presenta su madre, sino en cómo debe demostrar que es una madre competente y que tiene recursos para poder conseguir la custodia frente a Sean, el cual reclama bajo un buen abogado pagado por su familia que Alex no se puede permitir. En este punto también podemos comprobar como legalmente la violencia psicológica no está condenada.


Enlace blog: https://paradigmamedia.org/maid-resurgir-entre-las-grietas/
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El atrayente guion fluye a la par que los personajes van evolucionando mediante diálogos cargados de sinceridad y planos cortos con cámara en mano que hacen que nos metamos por completo dentro de la historia y sintamos la misma claustrofobia y oscuridad que siente Alex en cada momento. La asistenta, no solo nos habla del presente y del posible futuro de Alex, sino que también nos mete de lleno en su pasado para enseñarnos cómo creció en un hogar desestructurado con un padre alcohólico y maltratador y una madre con bipolaridad no diagnosticada que, al igual que Alex, también huyó, restaurando así un ciclo de trauma intergeneracional. Los personajes multidimensionales no solo ayudan a meternos aún más en la trama, sino que incluso llegamos a empatizar con personajes que podríamos tomar en un principio como antagonistas como Sean o Paula, encontrando tanto en ellos como en los personajes terciarios, una personalidad muy marcada que hace que ninguno pueda pasar desapercibido, tal y como ocurre con Regina o Denise.

Es así como en estos 10 capítulos cargados de alma y dolor vamos a ver a Alex siendo explotada como asistenta y ganando un sueldo ínfimo, pero, no tratándose de un drama al uso, encontramos que no dejan de colarse ciertas escenas de humor entre las rendijas, alejándose del tremendismo y presentándonos pequeñas dosis de resiliencia, lo cual transmite cierta alegría ante la adversidad ya que, no tenemos que olvidar que se trata de una chica joven y divertida que a veces se pone cachonda pero que tiene un miedo atroz a que la quieran de verdad, planteándose la pregunta y la finalidad que recorre su cabeza durante todo el relato: “¿esta es mi vida? Quiero tener un amor. Un amor de verdad”. Una situación que nos hace sentir un frío insoportable en el que las tonalidades azules toman importancia para reforzarlo.
Pese a ser una serie desgarradora, el tono utilizado y los recursos narrativos hacen de ella un relato absorbente creado por la dramaturga Molly Smith Metzler, sobre todo gracias a la interpretación de la protagonista, cuya mirada te conduce por todas las emociones y te transmite cierta esperanza incluso ante las recaídas y es que, es difícil cuando se sufre apego evitativo y numerosas heridas de abandono cortar los lazos de unión incluso cuando estos nos hacen daño, escena muy bien plasmada mediante distintos recursos de montaje cuando esta, erróneamente, decide volver a darle una oportunidad a Sean. Esta situación, nada inesperada si entendemos su vulnerable situación, nos hace darnos cuenta de que cuando nos acostumbramos al abuso, lo normalizamos, al igual que le pasó a Paula con el padre de Alex, al cual también nos vamos a encontrar, ahora como una persona distinta que trata de ser el mentor de Sean al identificarse con él. Este hecho nos hace sopesar la dificultad que tienen algunas personas para poder salir de ese círculo vicioso de dolor que encontramos en las situaciones de violencia de género, situaciones a veces que, a veces, al igual que la de Alex, están en la sombra y cuando tratan de salir a la luz y de escapar con escasos recursos y medios, no son creídas.

Poco a poco las escenas con tono frío se van llenando de una intermitente cálida luz; Alex finalmente consigue la custodia completa de Maddy gracias a que Sean se da cuenta que debido a sus problemas de dependencia al alcohol no puede hacerse cargo solo de su hija, ya que debe tratarse. Por ello, tras conseguir plaza para estudiar literatura en la Universidad de Montana, y, pese a que intenta que su madre se mude con ellas, la cual al principio accede emocionada, finalmente rechaza la oferta en el último momento. Así, la obra llena de elipsis y de saltos temporales nos lleva a la escena final donde podemos ver a Alex y Maddy montarse en el ferry camino a una nueva vida llena de libertad. Ahora, al contrario que al principio, sí sabemos a donde va y, ella también, su mirada ha cambiado por completo.
21 de enero de 2022
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Netflix está apostando últimamente por los formatos cortos, obras cuyo fin es el visionado rápido, haciendo que en el frenesí de la actual sociedad consuma un producto tras otro sin apenas dejarnos tiempo a la reflexión con la automatización de “ver episodio siguiente”. Pasamos de una película a otra, de un capítulo a otro, de una serie a otra, olvidando lo que acabamos de ver y no viviendo la obra, no dejando que nos impregne al completo. Sin embargo, visionar el primer episodio de «El tiempo que te doy» y disfrutar de cada uno de sus escasos minutos, de sus pequeños detalles, te hará sentir cuando la termines el mismo vacío, tan difícil de llenar que siente Lina, la protagonista de la obra.

Así es como podemos ver que ambos viven el deterioro de la relación desde ángulos diferentes pese a que el punto de vista de la narración siempre esté centrada en Nadia, ya que cada episodio nos va ofreciendo nuevos detalles que también nos muestran el comportamiento de Nico, no solo viendo los recuerdos bonitos de la relación, sino los malos, lo que nos hace ver como poco a poco se ha ido dañando la relación, llegando a entender el porqué de su ruptura. Le vemos abrazarse, apoyarse, reír juntos, hablar del tiempo que les quedan y mirarse con amor y deseo mientras follan desde la retrospectiva optimista (o recuerdo rosa) de Lina pero también las discusiones y cómo se van haciendo daño el uno al otro, hasta acabar en ese último polvo lleno de dolor.

Pero «El tiempo que te doy» no solo nos habla de los procesos de duelo como hemos señalado, sino que también hace cierta radiografía de la sociedad actual al hablarnos desde un primer momento de cómo estos dos jóvenes deben afrontar trabajos inestables y mal pagados mientras tratan de ahorrar para seguir estudiando como Lina o mientras no encuentran trabajo relacionado con sus carreras como Nico. Además, Lina al trabajar de camarera de noche en el hotel de un pueblo donde, nadie es de allí en verano, nos hace ver el ritmo absorbente del turismo.



La ocularización del relato en los ojos de Nadia se va a ir acortando cada vez más, pudiendo comprobar conforme avanza la narración planos más cercanos, planos que nos van a transportar mediante su mirada a sentimientos como la negación, la tristeza, la ira y la aceptación. Ella echa de menos a Nico y no sabe si hizo todo lo que estuvo en sus manos por sostener la relación ya que lo fue alejando poco a poco porque le hacía sentir triste y sola cuando él no avanzaba tras la muerte de su padre. Nos encontramos una vez tras otra con recuerdos proyectados por Lina pero en ningún momento con cierta repetición, sino que se trata de un relato singulativo. De igual manera la focalización interna fija que en ciertos puntos pasa por una ocularización interna secundaria cuando no solo vemos el dolor en el rostro de Nadia, sino el hecho que le hace sentirlo, tal y como ocurre tras el accidente en moto de Nico cuando esta se entera que estuvo con otra chica.

Una historia de amor y desamor construida a base de recuerdos que se aleja de lo tradicional y nos enseña la sensibilidad y voz propia de los creadores. Haciendo una comparación con la teoría de Susan Sontag sobre la fotografía, estamos hechos de recuerdos memento mori, de huellas de gente que ha ido pasando por nosotros, de pequeños instantes que guardamos en nuestra memoria como correr detrás de un tren que estamos a punto de perder o recordar como nuestra madre nos canturreaba de pequeños sabiendo lo que lo odiábamos y de otros muchos que olvidamos o guardamos en nuestro subconsciente y en eso creo que también consiste amar, en “participar en la mortalidad, vulnerabilidad, y mutabilidad de otra persona”. La imagen, al igual que el recuerdo, presenta lo perdido, lo olvidado, “testimonio de la fusión implacable del tiempo”.


Enlace blog: https://paradigmamedia.org/el-tiempo-que-te-doy-lo-mismo-de-luz-que-de-oscuridad/
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Tal y como podemos contemplar en los primeros minutos de la narración, Lina (Nadia de Santiago) y su pareja durante algo más de nueve años, Nico (Álvaro Cervantes), acaban de romper y desearían no haberse conocido nunca. Parece otra serie romántica a la que ya estamos acostumbrados pero tal y como se nos indica al principio de cada episodio, vamos a partir de ese recuerdo del pasado que poco a poco la protagonista va a ir superando -que no olvidando-, y pasando tiempo al presente, rememorando tanto los momentos buenos como los malos de su relación mientras poco a poco va reconstruyendo su vida en ese proceso de duelo.

La historia de amor acaba de empezar en un pequeño pueblo andaluz al lado del mar pero los espectadores sabemos cómo va a terminar y nos chocan estos primeros instantes en referencia al cambio, sobre todo en la forma de mirarse que tienen ambos, pasar de la ilusión de un nuevo comienzo a una mirada llena de rabia. Es así como la serie te atrapa desde el primer minuto mediante un interesante juego en cuanto a su estructura narrativa en lo que podemos considerar un experimento formal, partiendo de esta ruptura y tomando otra perspectiva distinta. Eso sí, el espectador debe ser guiado a través de estos anacronismos temporales, ya que Lina no va a recordar su relación de modo ordenado sino mediante saltos temporales -analepsis-. No va a ir saltando del presente al pasado de forma ordenada sino creando una amalgama entre ambos momentos, lo cual no solo se consigue gracias al uso del montaje con tendencias naturalistas y de la fotografía, usando tonalidades cálidas para rememorar el cariño del pasado y tonalidades frías para el triste presente -lo cual poco a poco se va a ir difuminando-; sino al uso de la banda sonora. La música es muy importante en esta serie, ya sea porque le sirve a Lina para recordar la primera vez que es cuchí cierta canción con Nico y volver a esos recuerdos -tal y como ocurre con Hay tanto que quiero contarte y su escapada a la nieve-, para describir sus propios sentimientos como refuerzo de la imagen o como acompañamiento de esta, no tratándose solo de música extradiegética o diegética sino que las canciones transcurren entre esos dos mundos todo el rato y van a cambiar de significado continuamente.

En último lugar cabría hablar sobre su final ambiguo, el cual nos puede dar la esperanza de una segunda temporada, ya sea esta mediante un nuevo comienzo si Lina decide volver con Nico y no marcharse a la India -o marcharse juntos- o, encontrar en ella la visión de Nico, es decir, su proceso de duelo. Este final abierto nos muestra otra vez el duelo contrapuesto de ambos personajes ya que ella ha conseguido avanzar y él vuelve ya que no ha podido olvidarla pero antes de que Lina responda, «El tiempo que te doy» termina, dejando al espectador con cierta duda. No ha habido final feliz pero hemos podido contemplar como sí ha habido momentos de felicidad; no ha habido un dolor interminable porque hemos contemplado la superación del duelo así que tal y como decíamos al principio, ha habido un poco de luz y otro de oscuridad. Y sí, puedes hacer una maratón con esta serie y verla en poco más de dos horas, como si se tratase de una película, pero va a calarte tan a dentro que no vas a conseguir olvidarla. Y es que pese a tratarse de una historia de ficción, ¿quién no ha deseado alguna vez que el tiempo fuera un breve suspiro, un leve parpadeo, con tal de no sucumbir al dolor? ¿Quién no ha sentido ese hueco insondable que deja la persona amada cuando ya no está?
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