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Críticas ordenadas por utilidad
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3.3
318
1
7 de octubre de 2014
7 de octubre de 2014
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
El argumento de esta película es, curiosamente, la mejor explicación del “producto” que es Delirium: Realizadores sin talento, interesados en un negocio de escaso esfuerzo y alta rentabilidad, nos proponen una película sin historia, con un guión lamentable, inconsistente, personajes irritantes (y en el mejor de los casos olvidables), plagado de escenas superfluas y de mal gusto, en que la única apuesta - de evidentes fines taquilleros- es la participación de Ricardo Darín.
Del mismo modo que los protagonistas se proponen hacer dinero sin esfuerzo, insultando de manera constante el cine, el concepto de nuevo cine argentino, e incluso al cine meramente empresarial, esta película como tal es una réplica de tales insultos que recibimos, asqueados, los espectadores.
El resultado de este “experimento” es una película sin gracia, que se transcurre en el 90% de las escenas con el ceño fruncido.
Lo más triste es saber que en esta película, a diferencia de la ficticia que los protagonistas quieren realizar, Darín es un cómplice más de la estafa.
Del mismo modo que los protagonistas se proponen hacer dinero sin esfuerzo, insultando de manera constante el cine, el concepto de nuevo cine argentino, e incluso al cine meramente empresarial, esta película como tal es una réplica de tales insultos que recibimos, asqueados, los espectadores.
El resultado de este “experimento” es una película sin gracia, que se transcurre en el 90% de las escenas con el ceño fruncido.
Lo más triste es saber que en esta película, a diferencia de la ficticia que los protagonistas quieren realizar, Darín es un cómplice más de la estafa.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La escena en que los protagonistas entran en el INCAA y son recibidos por una recepcionista "siniestra" es un momento que requiere de grandes esfuerzos para no vomitar en pleno cine. Si insiste en verla, no olvide llevar Reliverán.

6.2
7,321
4
13 de febrero de 2015
13 de febrero de 2015
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
He leído por allí que se trata de una película contemplativa, como una anticipada excusa a su lento ritmo. Pero difiero, porque en esta película la lentitud es tan solo signo del escaso interés y ritmo del guión.
Es una película de personajes más bien herméticos que se supone conozcamos a través de la historia que nos cuenta. Pero la historia es, precisamente, el problema. Paso por ello a relatar problemas de fondo y de forma de esta película que intenta, sin éxito, conciliar un cine contemplativo con uno pochoclero (digo sin éxito porque el resultado es tanto aburrido como insulso e inconsistente).
Arrancamos con el relato de una tragedia familiar que no se entiende. Una supuesta revuelta política que no nos enteramos de qué va, ni mucho menos porque se ensañan así con esta familia, de la que tampoco sabemos mucho. La escena del muchacho relatando al poli su romance con la cocina y la falta de alma de los ingleses no es la mejor primera impresión.
Después del gran despliegue de un eje argumental, la competencia entre estos dos restaurantes literalmente enfrentados, el nudo se deshace súbitamente sin una resolución creíble del guion.
Convengamos que esa competencia tampoco estaba del todo bien resuelta. No queda claro si es un simple prejuicio cultural/racial lo que los enfrenta o compiten por el mercado. Lo cierto es que el guionista no parece saber mucho de mercado, porque claramente uno es un restaurante super pijo/cheto de acceso elitista, y el otro es un restaurante de formato más bien accesible. Igual, esta película renuncia a enterarse de que la capacidad adquisitiva es una variable relevante y que si son dos clientelas distintas, la competencia no es tal. Pero si hasta allí uno podía hacerse el tonto y no pedir a la peli tanto nivel de realismo, la complacencia se complica radicalmente cuando comienzan los giros intempestivos de guion.
(Sigo en Spoiler)
Es una película de personajes más bien herméticos que se supone conozcamos a través de la historia que nos cuenta. Pero la historia es, precisamente, el problema. Paso por ello a relatar problemas de fondo y de forma de esta película que intenta, sin éxito, conciliar un cine contemplativo con uno pochoclero (digo sin éxito porque el resultado es tanto aburrido como insulso e inconsistente).
Arrancamos con el relato de una tragedia familiar que no se entiende. Una supuesta revuelta política que no nos enteramos de qué va, ni mucho menos porque se ensañan así con esta familia, de la que tampoco sabemos mucho. La escena del muchacho relatando al poli su romance con la cocina y la falta de alma de los ingleses no es la mejor primera impresión.
Después del gran despliegue de un eje argumental, la competencia entre estos dos restaurantes literalmente enfrentados, el nudo se deshace súbitamente sin una resolución creíble del guion.
Convengamos que esa competencia tampoco estaba del todo bien resuelta. No queda claro si es un simple prejuicio cultural/racial lo que los enfrenta o compiten por el mercado. Lo cierto es que el guionista no parece saber mucho de mercado, porque claramente uno es un restaurante super pijo/cheto de acceso elitista, y el otro es un restaurante de formato más bien accesible. Igual, esta película renuncia a enterarse de que la capacidad adquisitiva es una variable relevante y que si son dos clientelas distintas, la competencia no es tal. Pero si hasta allí uno podía hacerse el tonto y no pedir a la peli tanto nivel de realismo, la complacencia se complica radicalmente cuando comienzan los giros intempestivos de guion.
(Sigo en Spoiler)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
En menos de 5 minutos vemos a la estrella del resto Mumbay cruzando la calle para instalarse con su otrora enemiga (en serio era necesario que se mudara a vivir en frente? Viviendo con el resto de su familia, no era acaso el cocinero viviendo más cerca del lugar de trabajo?).
Si en un principio pudo parecernos que la peli reivindicaba la cocina que los indues tenían para ofrecer frente a la excelencia gourmet de enfrente, el desengaño nos llega sin anestesia cuando vemos al prota ansioso por pasarse al bando del “buen gusto” (eso sí, con algún que otro condimento de su tierra, para darle el toque “exótico”). Es tanto su afán de “progreso” que deja su propio restaurante y la cocina en la que es jefe y creador para ser un empleado pinche por un sueldo de poco más de mil euros. ¿Un hermoso ejemplo del trabajador que empieza desde abajo? Mas bien la historia de cómo el hijo pródigo deja un día a toda su familia en la estacada para comenzar una carrera bajo reglas capitalistas, porque se supone que eso es el progreso.
Y así, sin mucho esmero, el guionista desmonta el conflicto completo cuando el restoran grande se apropia de lo mejorcito de los recursos humanos de la pequeña empresa vecina. Lo que no nos cuenta la peli es que suerte corre el restaurante del padre ahora llevado por el inexperto del segundo hijo. Es que la segunda parte de la peli va de otra cosa, algo así como de la envidia de la chica que en la primera parte era un amor.
Nos llega entonces la escena en que a la señora se le va la amargura porque le conceden la segunda estrellita Michelin. La escena padece una predictibilidad que provoca vergüenza ajena, con el típico amague de la llamada en la que pone cara que le dijeron que no pero en realidad le dijeron que si. La gran noticia es entonces que la patrona, por menos de 1500 euros al mes se sacó de encima la competencia y encima se ganó la estrellita que buscaba hacia nada menos que tres décadas. Ha triunfado la gran empresa sobre el pequeño negocio familiar, el restaurante elitista sobre el popular, pero todos festejan porque la explotación del joven ha dado buenos frutos! (a la doña).
Nuevamente asistimos a un nudo conflictivo que se cae de golpe, sin solución de continuidad. La muchacha no sabemos por qué le perdona súbitamente ser un trepador y le cambia la expresión de desprecio por una sonrisa, un abrazo y cara de “dame un beso”.
Y ahí arranca el tercer eje argumental, porque el chico pierde el “eje”, se come el exitazo y deja a la chica a un costadito para ir a chuparle las medias a la señora jefa. Así que se va a Paris, se vuelve más guapo, más famoso, se siente solo y vuelve a buscar a su chica, que por supuesto lo está esperando. Esta vez la resolución del conflicto nos agarra menos desprevenidos. Lo vemos andando por varias escenas con cara de que está a punto de recapacitar.
Y si, vuelve, pero para ser el patrón del resto pijo gourmet! Por si fuera poca apología de la frivolidad, se sube lleno de entusiasmo al tren exitista y anuncia que irán a por la tercera estrella. A todo esto, el resto Mumbay pasó al olvido, y cuando aparece en escena es solo como el hogar que orbita a la gran empresa de enfrente. Toda una metáfora ese pequeño negocio familiar fagocitado por la gran empresa. Para culminar tenemos el desenlace del romance, donde no debe sorprender que el reencuentro sea completamente despojado de romanticismo y dulzura, el con su actitud super canchera, el polvo rapidito en la cocina, y la escena feliz que vemos tan seguido como final de una película hollywoodense en que, no sabemos si comen perdices, pero nos imaginamos que si.
Si en un principio pudo parecernos que la peli reivindicaba la cocina que los indues tenían para ofrecer frente a la excelencia gourmet de enfrente, el desengaño nos llega sin anestesia cuando vemos al prota ansioso por pasarse al bando del “buen gusto” (eso sí, con algún que otro condimento de su tierra, para darle el toque “exótico”). Es tanto su afán de “progreso” que deja su propio restaurante y la cocina en la que es jefe y creador para ser un empleado pinche por un sueldo de poco más de mil euros. ¿Un hermoso ejemplo del trabajador que empieza desde abajo? Mas bien la historia de cómo el hijo pródigo deja un día a toda su familia en la estacada para comenzar una carrera bajo reglas capitalistas, porque se supone que eso es el progreso.
Y así, sin mucho esmero, el guionista desmonta el conflicto completo cuando el restoran grande se apropia de lo mejorcito de los recursos humanos de la pequeña empresa vecina. Lo que no nos cuenta la peli es que suerte corre el restaurante del padre ahora llevado por el inexperto del segundo hijo. Es que la segunda parte de la peli va de otra cosa, algo así como de la envidia de la chica que en la primera parte era un amor.
Nos llega entonces la escena en que a la señora se le va la amargura porque le conceden la segunda estrellita Michelin. La escena padece una predictibilidad que provoca vergüenza ajena, con el típico amague de la llamada en la que pone cara que le dijeron que no pero en realidad le dijeron que si. La gran noticia es entonces que la patrona, por menos de 1500 euros al mes se sacó de encima la competencia y encima se ganó la estrellita que buscaba hacia nada menos que tres décadas. Ha triunfado la gran empresa sobre el pequeño negocio familiar, el restaurante elitista sobre el popular, pero todos festejan porque la explotación del joven ha dado buenos frutos! (a la doña).
Nuevamente asistimos a un nudo conflictivo que se cae de golpe, sin solución de continuidad. La muchacha no sabemos por qué le perdona súbitamente ser un trepador y le cambia la expresión de desprecio por una sonrisa, un abrazo y cara de “dame un beso”.
Y ahí arranca el tercer eje argumental, porque el chico pierde el “eje”, se come el exitazo y deja a la chica a un costadito para ir a chuparle las medias a la señora jefa. Así que se va a Paris, se vuelve más guapo, más famoso, se siente solo y vuelve a buscar a su chica, que por supuesto lo está esperando. Esta vez la resolución del conflicto nos agarra menos desprevenidos. Lo vemos andando por varias escenas con cara de que está a punto de recapacitar.
Y si, vuelve, pero para ser el patrón del resto pijo gourmet! Por si fuera poca apología de la frivolidad, se sube lleno de entusiasmo al tren exitista y anuncia que irán a por la tercera estrella. A todo esto, el resto Mumbay pasó al olvido, y cuando aparece en escena es solo como el hogar que orbita a la gran empresa de enfrente. Toda una metáfora ese pequeño negocio familiar fagocitado por la gran empresa. Para culminar tenemos el desenlace del romance, donde no debe sorprender que el reencuentro sea completamente despojado de romanticismo y dulzura, el con su actitud super canchera, el polvo rapidito en la cocina, y la escena feliz que vemos tan seguido como final de una película hollywoodense en que, no sabemos si comen perdices, pero nos imaginamos que si.

7.0
28,012
4
22 de abril de 2019
22 de abril de 2019
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con una fotografía exquisita y la actuación conmovedora de una mujer indígena que debuta como actriz en la película, Roma es, en parte, una película de contemplación. La trama se detiene una y otra vez en momentos cotidianos de un mundo plenamente de mujeres. Cleo, la empleada doméstica, otras empleadas que son sus amigas, la patrona, madre de cuatro niños, la abuela, que también vive en la casa. Todas ellas tienen una vida marcada de alguna manera por ser mujeres en un mundo patriarcal, más allá de que puedan tener una realidad de clase muy dispar. Desde las rutinas de Cleo, la película nos acerca a lo valioso e imprescindible que es el trabajo doméstico, dando el protagónico a esa esfera privada en la que muchas veces pareciera no pasar nada importante para la economía.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Aunque se desenvuelve con la lentitud de una gestación, Roma nos muestra la evolución de los personajes y sus vínculos. Al comienzo vemos a la patrona como una mujer con malos modos que (a la par del patrón) marca constantemente la diferente jerarquía entre sus empleadas y ella. Sin embargo, aunque no siempre de manera lineal, la historia avanza de modo que la ternura y el amor de la patrona parecieran comenzar a retribuir la ternura y el amor que Cleo deja no sólo en su trabajo, sino en su relación con los niños de la casa.
A medida que la película se desarrolla, cada una de ellas vive a su modo la tragedia emocional que les toca como mujeres. Hacia el final se producen el encuentro, los abrazos, las declaraciones de amor. El afecto comienza a reparar el dolor y cuando llegan las últimas escenas, el sentimiento que se nos propone ya no tiene nada que ver con esas tensiones e incomodidades del comienzo, cuando el maltrato hacia la empleada era cosa de todos los días.
De alguna manera, el amor acapara la pantalla. Y aunque siguen allí las diferencias de clase, da la impresión de que duelen menos cuando Cleo comienza a ser tratada en toda su humanidad. Sin embargo, nada ha cambiado realmente: permanecen las diferencias de poder y oportunidades, y las eventuales injusticias de una relación laboral casi servil, con jornadas que parecieran durar hasta el instante previo a acostarse. La (tibia) mejora en las condiciones laborales de Cleo pareciera depender de la buena voluntad, generosidad y empatía de la patrona. De que tenga ‘un gesto’ y, por ejemplo, le conceda unas vacaciones inesperadas.
Claro que es una realidad menos dolorosa cuando aparece la ternura y desaparecen los maltratos. Pero que el amor no nos tape el bosque. Ha sido tradicionalmente la belleza del amor la que ha desdibujado, por décadas, el valor del trabajo doméstico en general y, así, ha tenido mucho y casi todo que ver con la precarización histórica del servicio doméstico.
Publicada originalmente en https://elgatoylacaja.com.ar/no-se-llama-amor/
A medida que la película se desarrolla, cada una de ellas vive a su modo la tragedia emocional que les toca como mujeres. Hacia el final se producen el encuentro, los abrazos, las declaraciones de amor. El afecto comienza a reparar el dolor y cuando llegan las últimas escenas, el sentimiento que se nos propone ya no tiene nada que ver con esas tensiones e incomodidades del comienzo, cuando el maltrato hacia la empleada era cosa de todos los días.
De alguna manera, el amor acapara la pantalla. Y aunque siguen allí las diferencias de clase, da la impresión de que duelen menos cuando Cleo comienza a ser tratada en toda su humanidad. Sin embargo, nada ha cambiado realmente: permanecen las diferencias de poder y oportunidades, y las eventuales injusticias de una relación laboral casi servil, con jornadas que parecieran durar hasta el instante previo a acostarse. La (tibia) mejora en las condiciones laborales de Cleo pareciera depender de la buena voluntad, generosidad y empatía de la patrona. De que tenga ‘un gesto’ y, por ejemplo, le conceda unas vacaciones inesperadas.
Claro que es una realidad menos dolorosa cuando aparece la ternura y desaparecen los maltratos. Pero que el amor no nos tape el bosque. Ha sido tradicionalmente la belleza del amor la que ha desdibujado, por décadas, el valor del trabajo doméstico en general y, así, ha tenido mucho y casi todo que ver con la precarización histórica del servicio doméstico.
Publicada originalmente en https://elgatoylacaja.com.ar/no-se-llama-amor/
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