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Críticas ordenadas por utilidad
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7.8
22,488
5
15 de noviembre de 2011
15 de noviembre de 2011
19 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aparece al inicio de un largo ´travelling´ la elegante presentación de unos zapatos, que pertenecen a los protagonistas.
Zapatos más expresivos en unos segundos que sus dueños en hora y media, ¡bravura artesanal! .
Yo esperaba encontrar una fantástica película cobijada entre las sombras de gigantes como ´Encadenados´ o ´La ventana indiscreta´...en su lugar se me descubre una agria fabada aguada en blanco y negro. Está manchada por intentos de suspense en apariencia aleatorios, y algún que otro brote musical. Pobres secuencias de situación, y mudas sombras de lo que esperabas ver.
Está claro que la etiqueta ´obra de arte´tiene muchos primos, y casi todos feos -y ciegos-.
Guy Haines -Farley Granger-, valiente mamonazo, ya podía haberse dedicado al tenis de verdad, ¿que clase de figura maligna cabe encontrar en un tipo con menos fondo que una chapa?, si no fuera por el pertinente pelo sucio no sabría adivinar cuando sufre o disfruta.
Cabe destacar también la primera colaboración de Robert Burks con Alfred Hitchcock. Es acojonante como un tío puede sacarse de un culo tan famoso una fotografía tan insípida y plana. Eso si, no hay que buscar mucho para encontrar la redención de Burks - Vértigo, La ventana indiscreta...-.
Algún plano picado o contrapicado te recuerdan que estás viendo un ´hitchcock´, pero el nombre se diluye constantemente para brotar a borbotones esporádicos aquí o allá.
Siendo justos, la película no es tan mala: Robert Walker tiene chispas del mejor Robert Mitchum -Harry Powell, ´La noche del cazador´-, y sabe manejar bien el personaje más rico y complejo del guión, Patricia Hitchcock se luce en un papel con menos curvas pero mas claroscuros que Ruth Roman, y el director es el que es...mejor que los demás.
Zapatos más expresivos en unos segundos que sus dueños en hora y media, ¡bravura artesanal! .
Yo esperaba encontrar una fantástica película cobijada entre las sombras de gigantes como ´Encadenados´ o ´La ventana indiscreta´...en su lugar se me descubre una agria fabada aguada en blanco y negro. Está manchada por intentos de suspense en apariencia aleatorios, y algún que otro brote musical. Pobres secuencias de situación, y mudas sombras de lo que esperabas ver.
Está claro que la etiqueta ´obra de arte´tiene muchos primos, y casi todos feos -y ciegos-.
Guy Haines -Farley Granger-, valiente mamonazo, ya podía haberse dedicado al tenis de verdad, ¿que clase de figura maligna cabe encontrar en un tipo con menos fondo que una chapa?, si no fuera por el pertinente pelo sucio no sabría adivinar cuando sufre o disfruta.
Cabe destacar también la primera colaboración de Robert Burks con Alfred Hitchcock. Es acojonante como un tío puede sacarse de un culo tan famoso una fotografía tan insípida y plana. Eso si, no hay que buscar mucho para encontrar la redención de Burks - Vértigo, La ventana indiscreta...-.
Algún plano picado o contrapicado te recuerdan que estás viendo un ´hitchcock´, pero el nombre se diluye constantemente para brotar a borbotones esporádicos aquí o allá.
Siendo justos, la película no es tan mala: Robert Walker tiene chispas del mejor Robert Mitchum -Harry Powell, ´La noche del cazador´-, y sabe manejar bien el personaje más rico y complejo del guión, Patricia Hitchcock se luce en un papel con menos curvas pero mas claroscuros que Ruth Roman, y el director es el que es...mejor que los demás.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
P.D.
Volviendo al papelón de Farley Granger: menudo es él, con la marcha que me pasea el tunante por la pantalla parece que quiera matar el ritmo. Recto y constante, llueve o nieve, no hay quien le borre la media sonrisa de ángel peregrino. No he visto a un sospechoso de asesinato menos sospechoso en mi vida.
No pude contener la risa con la escena final.
Se comenta que Hitchcock al no poder parar el monstruo que estaba creando decidió terminar su amorfa figura con un descojone popular, coincidiendo con el quinto aniversario de ´Encadenados´ y demostrando así su condición humana.
Volviendo al papelón de Farley Granger: menudo es él, con la marcha que me pasea el tunante por la pantalla parece que quiera matar el ritmo. Recto y constante, llueve o nieve, no hay quien le borre la media sonrisa de ángel peregrino. No he visto a un sospechoso de asesinato menos sospechoso en mi vida.
No pude contener la risa con la escena final.
Se comenta que Hitchcock al no poder parar el monstruo que estaba creando decidió terminar su amorfa figura con un descojone popular, coincidiendo con el quinto aniversario de ´Encadenados´ y demostrando así su condición humana.

7.6
19,141
8
19 de noviembre de 2009
19 de noviembre de 2009
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fumando mientras escribo me siento protagonista de mi pequeña historia, y con esta oportunidad dejo que todos forméis parte de ella.
De hecho, quiero contarte una historia porque tú estas en ella.
Lo que mas relacione con el humo fue el ritmo de la película, con sus contrastes, sus rincones oscuros, su forma de moverse y su color. El humo -en su más atractiva variante- resultó ser la vida resumida de Harvey Keitel.
De hecho, quiero contarte una historia porque tú estas en ella.
Lo que mas relacione con el humo fue el ritmo de la película, con sus contrastes, sus rincones oscuros, su forma de moverse y su color. El humo -en su más atractiva variante- resultó ser la vida resumida de Harvey Keitel.
8
26 de noviembre de 2014
26 de noviembre de 2014
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
El director Jim Jarmusch ya pregonó el valor de robar aquello que rezume inspiración si le habla directamente al alma. De esta manera, tu robo y obra serán auténticos, decía él, ya que, parafraseando a Jean-Luc Godard, no importa de donde saques las cosas sino hacia donde las diriges.
No contemplo comparar Fargo, la serie, con Fargo, la película, más allá del fetichismo y la curiosidad. Disfruté de ambas.
Cada una a su manera.
En un enorme manto blanco donde cruzan carreteras perdidas aparece un pueblo. Aquí se presenta una perenne victima adiestrada por la vergüenza y la negación (Martin Freeman), que escala (en momentos a velocidad vertiginosa) hasta rincones de una mente desconocida. Rodeado por una bacanal de personajes de apariencia honrada, y con Billy Bob Thornton de guía, tejen una seductora historia a caballo entre el thriller y el film noir.
En medio de esta aventura el resto de labriegos van poco a poco rindiendo su inocencia a la vileza del mundo al enfrentarse de golpe a una serie de accidentes y algún que otro crimen.
A medida que al espectador se le descubren las caras antipáticas de muchos vecinos y vecinas surge una tensión in crescendo y la sospecha de que a este rincón de América (hasta entonces apartado) ha llegado por fin el virus de la realidad; la bondad y honestidad son extravagantes y poco corrientes en un mundo global, voraz y carnívoro.
Así en un pueblo donde todos visten con un tono parecido de verde es difícil distinguir al cazador de la presa. ¿Como se puede ser buena gente en un mundo inmoral? se preguntó Gus, un simpático policía que sueña con ser cartero, cuando las cosas se empiezan a ir de madre.
La banalidad con la que se trabaja la infamia de algunos personajes genera, a mi modo de ver, más irritación que temor o suspense. Hace las veces de barrera entre la profundidad de la interpretación y el espectador. Por contra se declara una fascinación por la inteligencia de los ´hombres malos´ así como un respeto excesivo por mantener vivos algunos patrones, tanto en comportamientos como en identidades, que (aún siendo justificados como canal para el humor negro) resultan quizás en un cliché debilitado.
Pero estos no son los gestos que cautivan, sino otros.
El porqué de frases, acertijos, títulos y escenas en apariencia críptica no necesita ser resuelto en Fargo. Una virtud poco común en series de TV resulta ser canal director en esta; esto es, el enfático valor del azar y el ´sin sentido´ en las escenas de la vida. “ ...la vida real no se despliega como una historia.” explicaba Noah Hawley, “...ocurren cosas que no encajan con precisión en una caja.” Quizás así se entienda mejor lo mundano de muchas muertes y sus reacciones.
No todo tiene un porqué; cualquier vida es casual e incierta. Y todo giro en el guion es legitimo si aparecen más personajes (igual de inciertos) rebozados en nieve y ginger ale mientras se esconden recelosos entre los pinos de Minnesota. En el episodio piloto el mismo Malvo le señala a un Lester reservado que por mucho que se haya empeñado en cumplirlas, la vida carece de reglas.
Es un cuento pintado con detalles de dirección y construido esencialmente por ciertas actuaciones: las muecas disfrazadas de Thornton, Malvo y Frank Peterson, la forma de mirar de Allison Tholman (esos ojos merecen un Príncipe de Asturias); y como escapan por la comisura de sus labios los gestos escénicos y cómplices propios de aquel vecino, cortés y correcto, que está por encima de una conversación.
La música, casi ambiental, se deja interpretar por debajo del ruido de bisagras y pisadas en la nieve, para envolver después las escenas donde aparece con fuerza.
Y David Carradine. ¡Qué hombre! El padre de Molly (Tholman) es un puente entre dos realidades. El único que sabe leer la situación y a sus actores. Antiguo policía del estado, perro viejo y pensionista. Puente en el tiempo y en el espacio que desdibuja la ingenuidad soberana y reina del pueblo, como explicando en silencio que esta historia que nos cuentan en diez capítulos es el trozo de algo más grande, una anécdota inacabada.
Porque la forma puede ser la de una pieza terminada (introducción, nudo y desenlace), pero el fondo es un vector que continua en el tiempo, extendiendo la memoria del relato y la de sus personajes.
No contemplo comparar Fargo, la serie, con Fargo, la película, más allá del fetichismo y la curiosidad. Disfruté de ambas.
Cada una a su manera.
En un enorme manto blanco donde cruzan carreteras perdidas aparece un pueblo. Aquí se presenta una perenne victima adiestrada por la vergüenza y la negación (Martin Freeman), que escala (en momentos a velocidad vertiginosa) hasta rincones de una mente desconocida. Rodeado por una bacanal de personajes de apariencia honrada, y con Billy Bob Thornton de guía, tejen una seductora historia a caballo entre el thriller y el film noir.
En medio de esta aventura el resto de labriegos van poco a poco rindiendo su inocencia a la vileza del mundo al enfrentarse de golpe a una serie de accidentes y algún que otro crimen.
A medida que al espectador se le descubren las caras antipáticas de muchos vecinos y vecinas surge una tensión in crescendo y la sospecha de que a este rincón de América (hasta entonces apartado) ha llegado por fin el virus de la realidad; la bondad y honestidad son extravagantes y poco corrientes en un mundo global, voraz y carnívoro.
Así en un pueblo donde todos visten con un tono parecido de verde es difícil distinguir al cazador de la presa. ¿Como se puede ser buena gente en un mundo inmoral? se preguntó Gus, un simpático policía que sueña con ser cartero, cuando las cosas se empiezan a ir de madre.
La banalidad con la que se trabaja la infamia de algunos personajes genera, a mi modo de ver, más irritación que temor o suspense. Hace las veces de barrera entre la profundidad de la interpretación y el espectador. Por contra se declara una fascinación por la inteligencia de los ´hombres malos´ así como un respeto excesivo por mantener vivos algunos patrones, tanto en comportamientos como en identidades, que (aún siendo justificados como canal para el humor negro) resultan quizás en un cliché debilitado.
Pero estos no son los gestos que cautivan, sino otros.
El porqué de frases, acertijos, títulos y escenas en apariencia críptica no necesita ser resuelto en Fargo. Una virtud poco común en series de TV resulta ser canal director en esta; esto es, el enfático valor del azar y el ´sin sentido´ en las escenas de la vida. “ ...la vida real no se despliega como una historia.” explicaba Noah Hawley, “...ocurren cosas que no encajan con precisión en una caja.” Quizás así se entienda mejor lo mundano de muchas muertes y sus reacciones.
No todo tiene un porqué; cualquier vida es casual e incierta. Y todo giro en el guion es legitimo si aparecen más personajes (igual de inciertos) rebozados en nieve y ginger ale mientras se esconden recelosos entre los pinos de Minnesota. En el episodio piloto el mismo Malvo le señala a un Lester reservado que por mucho que se haya empeñado en cumplirlas, la vida carece de reglas.
Es un cuento pintado con detalles de dirección y construido esencialmente por ciertas actuaciones: las muecas disfrazadas de Thornton, Malvo y Frank Peterson, la forma de mirar de Allison Tholman (esos ojos merecen un Príncipe de Asturias); y como escapan por la comisura de sus labios los gestos escénicos y cómplices propios de aquel vecino, cortés y correcto, que está por encima de una conversación.
La música, casi ambiental, se deja interpretar por debajo del ruido de bisagras y pisadas en la nieve, para envolver después las escenas donde aparece con fuerza.
Y David Carradine. ¡Qué hombre! El padre de Molly (Tholman) es un puente entre dos realidades. El único que sabe leer la situación y a sus actores. Antiguo policía del estado, perro viejo y pensionista. Puente en el tiempo y en el espacio que desdibuja la ingenuidad soberana y reina del pueblo, como explicando en silencio que esta historia que nos cuentan en diez capítulos es el trozo de algo más grande, una anécdota inacabada.
Porque la forma puede ser la de una pieza terminada (introducción, nudo y desenlace), pero el fondo es un vector que continua en el tiempo, extendiendo la memoria del relato y la de sus personajes.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Aunque la postal final nos deje la impresión de que los ´malos´ (Lester y Malvo) están por encima del dominio de los buenos (Bemidji y alrededores), no olvidemos el camuflaje del lobo con piel de cordero. Habiendo mencionado antes lo difícil que resulta distinguir un paisano de otro si comparten uniforme y bailan en la nieve, me atrevo a imaginar algo del comentario que Noah Hawley nos quiere hacer llegar sobre las comunidades humanas: Sam Hess, además de un retorcido cretino, trabaja con la mafia en el mercado negro. Su mujer, además de mala madre, solo conoce el color del dinero. El hermano de Lester, además de infiel, colecciona orgulloso armas pesadas a escondidas. Y Stavros Milos, además de un mal padre, un mal marido y un cristiano regulero, contrata asesinos a sueldo sin cansarse demasiado.
Nos presentan una cuestión de escala. A cierta distancia la nieve confunde las siluetas, y aunque muchos conozcan los detalles al acercarse, algunos prefieren juzgar desde lejos. Más vale bueno conocido que malo por conocer.
Eso si, existe una posición por encima del resto; tanto buenos como malos mueren de un tiro, pero a Malvo hay que pegarle cinco. Porque a él le importa una mierda el final, sólo el camino.
Nos presentan una cuestión de escala. A cierta distancia la nieve confunde las siluetas, y aunque muchos conozcan los detalles al acercarse, algunos prefieren juzgar desde lejos. Más vale bueno conocido que malo por conocer.
Eso si, existe una posición por encima del resto; tanto buenos como malos mueren de un tiro, pero a Malvo hay que pegarle cinco. Porque a él le importa una mierda el final, sólo el camino.
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