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7.1
29,385
3
13 de febrero de 2022
13 de febrero de 2022
12 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Permítansenme algunas breves correcciones sobre la sinopsis. En la última película de Fernando León de Aranoa, seguimos los pasos de Julio Blanco (Javier Bardem), el ¿carismático? propietario de una empresa que fabrica balanzas, que se prepara para la llegada de la comisión de excelencia empresarial provincial inmiscuyéndose en la vida personal de sus empleados durante dos innecesarias y eternas horas. Género(s): tedio, indiferencia.
Durante los primeros diez minutos, ya queda claro que la película está concebida para exhibición de Bardem. Todo en regla, no es la primera vez que la cara de Bardem es el único plano (véase Biutiful, 2010) ni es el único exponente del género (Daniel Day-Lewis en Lincoln, 2012, o El hilo invisible, 2017). A diferencia de las últimas dos, que no de la primera, El buen patrón no es una película interesante, y éste es sin duda su pecado mortal.
Un planteamiento que sobre el papel sugiere una película ligera y divertida, con tal vez algún que otro dardo sobre la sociedad y las relaciones laborales de la España contemporánea, se traduce en la práctica en escenas tan largas y vacías que el espectador tiene tiempo de reconocer cómo la anticipación deja lugar a la indiferencia. Un conflicto que de ser planteado en tres escenas podría resultar cómico, al ser desarrollado en seis pierde toda su fuerza.
La película hace todo lo posible por no posicionarse políticamente, pero a la desesperada. Porque nos presenta a un Julio Blanco más bien miserable que malvado, infiel y putero, manipulador y ególatra, que se ampara en un muy débil discurso de que todo lo que hace lo hace por la empresa, separando su personalidad privada de la empresarial, cuando el único recurso real que tiene el personaje para justificarse es un 'y tú más' o 'si estuvieras en mi sitio' dirigido contra sus empleados. En fin, el trillado discurso de que no hay vencedores ni vencidos, de que los extremos se tocan, y cualquier otra consigna de turno que se le ocurra a los amos para que los perros no ladren mucho. La única gracia que salva al personaje es que el resto son aún menos creíbles y sus conflictos individuales aún menos interesantes.
Respecto a la actuación, igual que el montaje, la cámara y el reparto: de oficio, de ir a fichar por las mañanas a piñón fijo. Ni la mejor ni la peor película de Bardem, ni la mejor ni la peor película de Aranoa: una entrada más para cosechar un Goya más en una gala más que a nadie fuera del círculo podría importarle.
Un 3'5 porque preferiría no haberla visto y recomiendo activamente evitarla, en contra de lo que los Goya podrían sugerir (o tal vez a favor de lo que en realidad sugieren, para los más cínicos).
Durante los primeros diez minutos, ya queda claro que la película está concebida para exhibición de Bardem. Todo en regla, no es la primera vez que la cara de Bardem es el único plano (véase Biutiful, 2010) ni es el único exponente del género (Daniel Day-Lewis en Lincoln, 2012, o El hilo invisible, 2017). A diferencia de las últimas dos, que no de la primera, El buen patrón no es una película interesante, y éste es sin duda su pecado mortal.
Un planteamiento que sobre el papel sugiere una película ligera y divertida, con tal vez algún que otro dardo sobre la sociedad y las relaciones laborales de la España contemporánea, se traduce en la práctica en escenas tan largas y vacías que el espectador tiene tiempo de reconocer cómo la anticipación deja lugar a la indiferencia. Un conflicto que de ser planteado en tres escenas podría resultar cómico, al ser desarrollado en seis pierde toda su fuerza.
La película hace todo lo posible por no posicionarse políticamente, pero a la desesperada. Porque nos presenta a un Julio Blanco más bien miserable que malvado, infiel y putero, manipulador y ególatra, que se ampara en un muy débil discurso de que todo lo que hace lo hace por la empresa, separando su personalidad privada de la empresarial, cuando el único recurso real que tiene el personaje para justificarse es un 'y tú más' o 'si estuvieras en mi sitio' dirigido contra sus empleados. En fin, el trillado discurso de que no hay vencedores ni vencidos, de que los extremos se tocan, y cualquier otra consigna de turno que se le ocurra a los amos para que los perros no ladren mucho. La única gracia que salva al personaje es que el resto son aún menos creíbles y sus conflictos individuales aún menos interesantes.
Respecto a la actuación, igual que el montaje, la cámara y el reparto: de oficio, de ir a fichar por las mañanas a piñón fijo. Ni la mejor ni la peor película de Bardem, ni la mejor ni la peor película de Aranoa: una entrada más para cosechar un Goya más en una gala más que a nadie fuera del círculo podría importarle.
Un 3'5 porque preferiría no haberla visto y recomiendo activamente evitarla, en contra de lo que los Goya podrían sugerir (o tal vez a favor de lo que en realidad sugieren, para los más cínicos).
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