Es difícil imaginar una película donde la intervención de Colin Farrell no venga acompañada de un instante supremo. Por fin, nuestro Colin, el Grande, ha dejado su polifacética etapa de chico duro y actor porno amateur para transfigurarse en lo que decididamente tiene que ser un ACTOR. Por encima de otra consideración, la película contagia un vigor narrativo inaudito en los maltrechos confines del cine hollywoodiense y logra la hazaña de arrastrarnos junto a Colin Farrell y Sissy Spacek hasta el fin del mundo. Para quienes nunca rozaron la resbaladiza pendiente de la necedad crítica en aquel monumento titulado "Las horas", de Stephen Daldry, e incluso para aquellos plebeyos con denominación de origen, <Una casa en el fin del mundo> es altamente recomendable.

Como todo lo que se pone de moda, pasará de moda tan pronto como aparezca el nada esperado DVD con las consiguientes escenas eliminadas de un montaje final apoteósicamente grotesco. Mucho tendrán que añadir a los extras para conseguir vender algunos ejemplares, pero poco se podrá hacer para quitarnos de la cabeza un hecho rotundo: De la insípida pareja protagonista, Tom Hanks se ha revelado como el peor actor desde que Gibson provocara la carcajada general con la cara pintada en "Braveheart". Mucho me temo que aún se oyen risas por los pasillos del Vaticano ante los incongruentes ataques de los que ha sido objeto por comicidad involuntaria del director de este plúmbeo y torpe pastiche pseudoreligioso.