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7.5
3,992
8
31 de octubre de 2007
31 de octubre de 2007
99 de 111 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay momentos en la vida en los que, a pesar de que suene cursi, te sientes pleno. El cine tiene la capacidad de regalarnos alguno de vez en cuando. Son estos momentos (los del cine) en los que la piel se te pone de gallina, se te forma un nudo en la garganta y sientes ganas de llorar; pero no llorar por la intensidad del drama, o por lo mal que lo pueda pasar algún personaje, sino llorar de emoción por pensar: "Esto del cine... es lo más hermoso".
Hasta ahora, mis momentos eran pocos (como para cualquiera, pues no es fácil conseguir este sentimiento tan a menudo):
1. El final de "Luces de ciudad", de Chaplin.
2. El primer beso entre Redmon Barry y la Señora Lyndon en la terraza, en "Barry Lyndon", de Kubrick.
3. Las escenas interiores en la casa de "El desprecio", de Godard.
4. El voyeurismo de Xavier Lafitte en el café de "En la ciudad de Sylvia", de Guerín.
5. El duelo final de la repetida "Barry Lyndon", del repetido Kubrick
6. El flashback en plano secuencia de "Pierrot, el loco", de Godard (otra vez)
Y, quizá, alguno más que ahora mismo no recuerdo. Pero, sí que recordaré como una de las más grandes, la primera escena de "El eclipse", entre Monica Vitti y Paco Rabal. El silencio, la soledad a pesar de estar ambos entre las mismas paredes...
A partir de esta joya de secuencia, el aburrimiento se apodera del metraje. La soledad y lo absurdo de estar en pareja se hacen visibles. El agotamiento de vivir es el verdadero personaje principal. Y eso es lo que Antonioni nos transmite. ¿Para qué sirve ganar un día en La Bolsa, si al día siguiente puedes perderlo todo? En definitiva, ¿para qué sirve tener pareja si al día siguiente puedes no tenerla?
O como nos muestra Antonioni en sus últimas, pesadas, difíciles, pero magistrales imágenes: ¿para qué sirve vivir, si al final lo que queda es un paisaje?
Hasta ahora, mis momentos eran pocos (como para cualquiera, pues no es fácil conseguir este sentimiento tan a menudo):
1. El final de "Luces de ciudad", de Chaplin.
2. El primer beso entre Redmon Barry y la Señora Lyndon en la terraza, en "Barry Lyndon", de Kubrick.
3. Las escenas interiores en la casa de "El desprecio", de Godard.
4. El voyeurismo de Xavier Lafitte en el café de "En la ciudad de Sylvia", de Guerín.
5. El duelo final de la repetida "Barry Lyndon", del repetido Kubrick
6. El flashback en plano secuencia de "Pierrot, el loco", de Godard (otra vez)
Y, quizá, alguno más que ahora mismo no recuerdo. Pero, sí que recordaré como una de las más grandes, la primera escena de "El eclipse", entre Monica Vitti y Paco Rabal. El silencio, la soledad a pesar de estar ambos entre las mismas paredes...
A partir de esta joya de secuencia, el aburrimiento se apodera del metraje. La soledad y lo absurdo de estar en pareja se hacen visibles. El agotamiento de vivir es el verdadero personaje principal. Y eso es lo que Antonioni nos transmite. ¿Para qué sirve ganar un día en La Bolsa, si al día siguiente puedes perderlo todo? En definitiva, ¿para qué sirve tener pareja si al día siguiente puedes no tenerla?
O como nos muestra Antonioni en sus últimas, pesadas, difíciles, pero magistrales imágenes: ¿para qué sirve vivir, si al final lo que queda es un paisaje?

7.1
3,237
9
21 de noviembre de 2007
21 de noviembre de 2007
77 de 82 usuarios han encontrado esta crítica útil
La sombra del cámara se refleja en los personajes... Da igual
La luz parece colocada por un estudiante de fotografía de primer año, con grandes pelotazos... Bueno, no pasa nada.
Casi nunca hay raccord de sonido y a veces, ni de miradas... ¿Y qué?
A veces los cuadros están desenfocados, y la mayoría de ocasiones, desencuadrados... No importa.
La película de Cassavetes es un milagro. El director, el padre del cine independiente, de ese llamado "cine underground", coge a un cámara y un sonidista y se pone a grabar por ahí, lo primero que se le ocurre. Ahora desde nuestro ordenador con YouTube y Emule y nuestras cámaras DV, nuestros móviles con cámara de vídeo de 3 megapíxeles y nuestros programas para editar regalados por cualquier periódico, podremos decir: "Vaya tontería, eso lo hace cualquiera". Pero en 1959 la industria de Hollywood era absorbente. Nadie podía hacer cine si no entraba dentro de los géneros, si no seguía un proceso industrial más parecido al de una producción en cadena.
Harto de esto, Cassavetes hizo una película de improvisaciones, sin guión, con cuatro dólares y unos actorazos. A Cassavetes le movía el amor a lcine, y eso se nota en cada uno de los fotogramas. Le salió una obra de 32 horas. Esto que vemos hoy no es la película que él quería. 32 horas era demasiado, se la cortaron. Ahora se entienden los cortes en un mismo plano y las reacciones tan teatrales de algunas secuencias, de las que nos perdemos, a lo mejor 3 horas que nos explicarían muchas cosas.
Debo reconocerlo, siento debilidad por el cine hecho con amor y 4 duros. Porque es el amor al cine el que lleva a esta gente a hacer lo que más quiere. Es el mismo amor que le tienen los protagonistas de "Vivir rodando" (el rodaje es una locura estresante, pero sin la cual no podrían vivir), el mismo amor que tenía Robert Rodríguez en sus incios (que no digo que lo haya perdido) o ese amor que tienen esos españoles que hicieron "Billy Freud´s Last Night".
La luz parece colocada por un estudiante de fotografía de primer año, con grandes pelotazos... Bueno, no pasa nada.
Casi nunca hay raccord de sonido y a veces, ni de miradas... ¿Y qué?
A veces los cuadros están desenfocados, y la mayoría de ocasiones, desencuadrados... No importa.
La película de Cassavetes es un milagro. El director, el padre del cine independiente, de ese llamado "cine underground", coge a un cámara y un sonidista y se pone a grabar por ahí, lo primero que se le ocurre. Ahora desde nuestro ordenador con YouTube y Emule y nuestras cámaras DV, nuestros móviles con cámara de vídeo de 3 megapíxeles y nuestros programas para editar regalados por cualquier periódico, podremos decir: "Vaya tontería, eso lo hace cualquiera". Pero en 1959 la industria de Hollywood era absorbente. Nadie podía hacer cine si no entraba dentro de los géneros, si no seguía un proceso industrial más parecido al de una producción en cadena.
Harto de esto, Cassavetes hizo una película de improvisaciones, sin guión, con cuatro dólares y unos actorazos. A Cassavetes le movía el amor a lcine, y eso se nota en cada uno de los fotogramas. Le salió una obra de 32 horas. Esto que vemos hoy no es la película que él quería. 32 horas era demasiado, se la cortaron. Ahora se entienden los cortes en un mismo plano y las reacciones tan teatrales de algunas secuencias, de las que nos perdemos, a lo mejor 3 horas que nos explicarían muchas cosas.
Debo reconocerlo, siento debilidad por el cine hecho con amor y 4 duros. Porque es el amor al cine el que lleva a esta gente a hacer lo que más quiere. Es el mismo amor que le tienen los protagonistas de "Vivir rodando" (el rodaje es una locura estresante, pero sin la cual no podrían vivir), el mismo amor que tenía Robert Rodríguez en sus incios (que no digo que lo haya perdido) o ese amor que tienen esos españoles que hicieron "Billy Freud´s Last Night".

8.0
7,937
10
6 de diciembre de 2007
6 de diciembre de 2007
83 de 98 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hablar de las soberbias interpretaciones de las actrices es tontería.
Hablar de la fantástica fotografía de Sven Nykvist es perder el tiempo.
Hablar de la sobresaliente dirección de Bergman no aporta nada nuevo.
Hablar del completísimo guión del mismo Bergman es hablar de algo obvio.
Si algo hace a esta película ser una jodida obra maestra es la pasión, el sentimiento y el amor al cine que el sueco tiene. Y los rencores a la vida que vuelve a mostrar.
No me guta hablar de mí, pero me veo obligado en este momento. Cuando veo una media de 25 películas al mes, muchas veces me pregunto si me gusta el cine. Muchas son meras producciones destinadas al entretenimiento, otras tantas películas que me daría igual no terminar y el resto son un gasto de negativo que no aporta nada al cine. Y de repente "Sonata de otoño". Gracias a películas como esta, vuelvo a recobrar la fe en el cine, vuelvo a querer ser director y vuelvo a estremecerme al saber que he tenido suerte de nacer en este siglo (el pasado), con el cinematógrafo ya inventado, y no en el siglo XV.
Hablar de la fantástica fotografía de Sven Nykvist es perder el tiempo.
Hablar de la sobresaliente dirección de Bergman no aporta nada nuevo.
Hablar del completísimo guión del mismo Bergman es hablar de algo obvio.
Si algo hace a esta película ser una jodida obra maestra es la pasión, el sentimiento y el amor al cine que el sueco tiene. Y los rencores a la vida que vuelve a mostrar.
No me guta hablar de mí, pero me veo obligado en este momento. Cuando veo una media de 25 películas al mes, muchas veces me pregunto si me gusta el cine. Muchas son meras producciones destinadas al entretenimiento, otras tantas películas que me daría igual no terminar y el resto son un gasto de negativo que no aporta nada al cine. Y de repente "Sonata de otoño". Gracias a películas como esta, vuelvo a recobrar la fe en el cine, vuelvo a querer ser director y vuelvo a estremecerme al saber que he tenido suerte de nacer en este siglo (el pasado), con el cinematógrafo ya inventado, y no en el siglo XV.
21 de enero de 2008
21 de enero de 2008
49 de 67 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo dice José Luis Guerín, no con estas palabras, pero el concepto es el mismo: "Si tienes la idea de una película en tu cabeza y crees que es buena, hazla; pero asegúrate de tener a tu disposición todos los elementos que consigan recrear en la pantalla lo que tienes en la cabeza. Si no es así, no lo hagas, porque en el cine no se le puede culpar a la falta de dinero o de tiempo la mala calidad de una película. La culpa la tiene el autor por no haber hecho posible la puesta en escena que tenía en su cabeza".
Esta teoría de Guerín es la que hace tan grande a "2001. Una odisea del espacio", y tan pequeña a "Alphaville". La película de Godard no es una película, sino un montón de ideas (a cada cual más interesante) colocadas en una situación futurista, pero de contemporáneo aspecto. Nadie se cree que un ordenador controle una ciudad con personas marcadas por su código de barras, pero salga a la calle y se encuentre un coche del 57. Por lo menos nadie en esta época.
"Alphaville" es una buena idea, un buen guión y hubiese sido un grandísimo libro recolector de teorías godardianas. Pero ya como película... peca de pretenciosa.
Eso sí, la múcica es perfecta, la cámara se mueve como la del Godard de "El desprecio" (con algún movimiento digno de estudio aparte), y Anna Karina... Bueno, ¿qué decir de Anna Karina?
Esta teoría de Guerín es la que hace tan grande a "2001. Una odisea del espacio", y tan pequeña a "Alphaville". La película de Godard no es una película, sino un montón de ideas (a cada cual más interesante) colocadas en una situación futurista, pero de contemporáneo aspecto. Nadie se cree que un ordenador controle una ciudad con personas marcadas por su código de barras, pero salga a la calle y se encuentre un coche del 57. Por lo menos nadie en esta época.
"Alphaville" es una buena idea, un buen guión y hubiese sido un grandísimo libro recolector de teorías godardianas. Pero ya como película... peca de pretenciosa.
Eso sí, la múcica es perfecta, la cámara se mueve como la del Godard de "El desprecio" (con algún movimiento digno de estudio aparte), y Anna Karina... Bueno, ¿qué decir de Anna Karina?

6.6
1,906
6
6 de mayo de 2008
6 de mayo de 2008
28 de 35 usuarios han encontrado esta crítica útil
En España la TV es una caja donde se emiten programas que a nadie gustan, pero que, como el 6 espirílico e hipnótico de la película argentina, nos atraen y no dejamos de verlos. Además, la presencia de la publicidad es cada vez mayor, y ya incluso los programas se convierten en escaparates al más puro estilo del teletienda. Es, quizá, por esta razón por la que los españoles tan bien comprendemos y nos identificamos con la película de Sapir.
Pero este film nada más se limita a mostrarnos un problema que todos conocemos, sin intentar innovar lo más mínimo, sin proponer una posible solución o similar. Es decir: no aporta nada nuevo.
Quizá sea la estética el aspecto más interesante del film: un híbrido de las películas expresionistas alemanas (de hecho hay claras referencias a "Metrópolis", de Fritz Lang), del cine negro americano y del cómic. Es decir, un batiborrillo que o gusta o cansa. A mí, particularmente, me parece una idea que, tanto estética como narrativamente, no da para los 90 minutos que dura la película. Es una idea de corto, alargada innecesariamente.
No obstante, me quedo con alguna de las imágenes, verdaderos cuadros poéticos que Sapir consigue plasmar en 35 mm. Así como ese afán de innovación del director, de renovarlo todo, de no quedarse atrás, de hacer algo diferente.
Pero este film nada más se limita a mostrarnos un problema que todos conocemos, sin intentar innovar lo más mínimo, sin proponer una posible solución o similar. Es decir: no aporta nada nuevo.
Quizá sea la estética el aspecto más interesante del film: un híbrido de las películas expresionistas alemanas (de hecho hay claras referencias a "Metrópolis", de Fritz Lang), del cine negro americano y del cómic. Es decir, un batiborrillo que o gusta o cansa. A mí, particularmente, me parece una idea que, tanto estética como narrativamente, no da para los 90 minutos que dura la película. Es una idea de corto, alargada innecesariamente.
No obstante, me quedo con alguna de las imágenes, verdaderos cuadros poéticos que Sapir consigue plasmar en 35 mm. Así como ese afán de innovación del director, de renovarlo todo, de no quedarse atrás, de hacer algo diferente.
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