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5.5
38,201
8
7 de septiembre de 2006
7 de septiembre de 2006
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Alatriste me lleva a pensar, una vez más, en las muchas películas que vemos y valoramos con seriedad sin conocer sus referentes literarios. Una película es un discurso autónomo y solo desde tal autonomía puede ponerse en relación con otros discursos (libros, otras películas) por su tema, su género, sus personajes, etc. Por tanto, es fundamental atender en primer lugar a lo que la película nos sugiere o nos dice. Después vendrán las comparaciones.
El Alatriste de Díaz Yanes tiene una gran virtud: no es solo una película de aventuras, sino el hábil retrato de una sociedad enturbiada por la decadencia, de unas vidas marcadas por la derrota , situación privilegiada para dar cuenta de lo que podemos ser.
Hay grandes momentos que corroboran, a veces sin necesidad de palabras, su significación especial, su capacidad de llegar al hombre de hoy y de hacer que nos reconozcamos en lo que vemos. Pensemos en la secuencia del final del sitio de Breda, articulada sobre un sabio contrapunto entre los sones de la victoria y la penosa situación del grupo de soldados, llenos de incomprensión, de hambre y de lodo; pensemos en lo que esta sola secuencia nos dice de la guerra y de la supuesta gloria que la rodea. O en el portentoso plano en el que bajar o subir una escalera se convierte, para la aspirante a Grande de España, en una decisión fundamental para su vida y su felicidad y, para el espectador, en un encuentro cara a cara con la traición, otra forma de perder. Es el lirismo alcanzado en estas y otras ocasiones el que hace grande a esta película, elevándose por encima de sus defectos (el mayor, Rocroi: ya es otra cosa).
Pocas veces he percibido en una película una coherencia tan lograda entre el fondo y la forma. La planificación, el uso de la elipsis, la música y la fotografía (asombroso predominio del claroscuro) se ajustan muy bien la mayoría de las veces a lo que se cuenta. Todo transcurre sin grandes sobresaltos, sin irregularidades ni chirridos, con el ritmo apropiado, lo que revela un trabajo de dirección bastante aceptable. ¿No son más peligrosas las aspiraciones a la genialidad en esto de dirigir?
¡Qué grande el trabajo de Viggo Mortensen! Ahí también se mide la calidad de la película. Su voz amplifica su fuerza interpretativa porque es, por encima de todo, una voz creíble, que se ajusta a las heridas del personaje, a su desengaño; expresa todo eso. También me alegra la capacidad de composición mostrada en la película por actores como Javier Cámara, Echanove o Eduard Fernández.
Me parece que estamos ante una película que ganará con el tiempo, el mejor crítico, y que, por lo pronto, ha abierto en el cine español de hoy un buen camino: el de la Historia. No conviene desperdiciarlo. Ahí está el provecho que le han sacado los norteamericanos a la suya, tan escasa.
El Alatriste de Díaz Yanes tiene una gran virtud: no es solo una película de aventuras, sino el hábil retrato de una sociedad enturbiada por la decadencia, de unas vidas marcadas por la derrota , situación privilegiada para dar cuenta de lo que podemos ser.
Hay grandes momentos que corroboran, a veces sin necesidad de palabras, su significación especial, su capacidad de llegar al hombre de hoy y de hacer que nos reconozcamos en lo que vemos. Pensemos en la secuencia del final del sitio de Breda, articulada sobre un sabio contrapunto entre los sones de la victoria y la penosa situación del grupo de soldados, llenos de incomprensión, de hambre y de lodo; pensemos en lo que esta sola secuencia nos dice de la guerra y de la supuesta gloria que la rodea. O en el portentoso plano en el que bajar o subir una escalera se convierte, para la aspirante a Grande de España, en una decisión fundamental para su vida y su felicidad y, para el espectador, en un encuentro cara a cara con la traición, otra forma de perder. Es el lirismo alcanzado en estas y otras ocasiones el que hace grande a esta película, elevándose por encima de sus defectos (el mayor, Rocroi: ya es otra cosa).
Pocas veces he percibido en una película una coherencia tan lograda entre el fondo y la forma. La planificación, el uso de la elipsis, la música y la fotografía (asombroso predominio del claroscuro) se ajustan muy bien la mayoría de las veces a lo que se cuenta. Todo transcurre sin grandes sobresaltos, sin irregularidades ni chirridos, con el ritmo apropiado, lo que revela un trabajo de dirección bastante aceptable. ¿No son más peligrosas las aspiraciones a la genialidad en esto de dirigir?
¡Qué grande el trabajo de Viggo Mortensen! Ahí también se mide la calidad de la película. Su voz amplifica su fuerza interpretativa porque es, por encima de todo, una voz creíble, que se ajusta a las heridas del personaje, a su desengaño; expresa todo eso. También me alegra la capacidad de composición mostrada en la película por actores como Javier Cámara, Echanove o Eduard Fernández.
Me parece que estamos ante una película que ganará con el tiempo, el mejor crítico, y que, por lo pronto, ha abierto en el cine español de hoy un buen camino: el de la Historia. No conviene desperdiciarlo. Ahí está el provecho que le han sacado los norteamericanos a la suya, tan escasa.
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