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8
20 de febrero de 2011
20 de febrero de 2011
12 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lillian Gish lo es todo aquí. La gloria de los planos se halla en sus gestos; el sentido de la narración, en saber cómo reaccionará, cómo nos mirará. Griffith lo sabía; estaba ante su musa y despliega la calidez del orbe rural sólo para adornarla
Tenemos el diáfano retrato de un romance juvenil y campestre, hecho de pequeñas pinceladas, de escenas que parecen funcionar como ilustraciones de un cuento. Susie y William marcando sus nombres en un árbol. Susie abrazando a su vaquita. Susie entre las flores. Susie soñando.
Un silente blanco y negro que se llena de color.
Lamentablemente, nos la roban para hurgar en un conflicto maniqueo. El Maldito Guión, otra vez. Su convencionalismo no es tan molesto como el haberse atenido a él, a su línea, disolviendo la plenitud que emanaban las imágenes liminares.
Porque las dicotomías "campo/ciudad", "inocencia/astucia" resultan acartonadas, y grises los acentos sobre la artería del enemigo y el necesario desenmascaramiento. Tan vistos ya, tan leídos.
De la ulterior desazón, empero, hay cosas que rescatar, como la sabia formalidad del director – maestro de maestros- y sobre todo una escena, de exquisita ejecución: Susie durmiendo en una misma cama con su odiada antagonista, tomándola en brazos, casi arrullándola. Una bella y sáfica imagen.
Cinta predilecta de grandes como Eric Rohmer y Jacques Rivette.
Tenemos el diáfano retrato de un romance juvenil y campestre, hecho de pequeñas pinceladas, de escenas que parecen funcionar como ilustraciones de un cuento. Susie y William marcando sus nombres en un árbol. Susie abrazando a su vaquita. Susie entre las flores. Susie soñando.
Un silente blanco y negro que se llena de color.
Lamentablemente, nos la roban para hurgar en un conflicto maniqueo. El Maldito Guión, otra vez. Su convencionalismo no es tan molesto como el haberse atenido a él, a su línea, disolviendo la plenitud que emanaban las imágenes liminares.
Porque las dicotomías "campo/ciudad", "inocencia/astucia" resultan acartonadas, y grises los acentos sobre la artería del enemigo y el necesario desenmascaramiento. Tan vistos ya, tan leídos.
De la ulterior desazón, empero, hay cosas que rescatar, como la sabia formalidad del director – maestro de maestros- y sobre todo una escena, de exquisita ejecución: Susie durmiendo en una misma cama con su odiada antagonista, tomándola en brazos, casi arrullándola. Una bella y sáfica imagen.
Cinta predilecta de grandes como Eric Rohmer y Jacques Rivette.
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