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7.4
5,014
8
27 de septiembre de 2023
27 de septiembre de 2023
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Qué película tan bella. Lo más curioso de todo es que a medida que uno avanza, puede sentirse mucho como Delphine, o puede identificarse con ella por momentos en los que se ha sentido así. A medida que uno avanza pudiera también tan solo pensar en el personaje, explicárselo a sí mismo. Pero, al menos para mí, más allá de ese momento bello del final, el golpe de la película viene cuando se acaba por completo y empiezo a pensar aún más en ella, en todo lo que estuve viendo antes de llegar al final. Y es entonces cuando ese final se vuelve más hermoso.
Todos esos "fracasos" que Delphine acumula. Todas esas personas con las que no logra conectar, toda la gente a la que aleja, todos esos que le dicen que necesita salir de su zona de confort, todas esas veces que trata de hablar y se traba, todo lo que Delphine siente o piensa y el resto no comprende (nosotros mismos pudiéramos no entenderla a veces, incluso entiendo que haya quien la encuentre insufrible), todos esos momentos en los que la esperanza va y viene (casi siempre que viene es en pequeñas cantidades que pronto desaparecen)..., cobran mayor fuerza en el final. Ese final que es la esperanza que a pesar de todo tuvo Delphine. Ese sentimiento que se ha pasado la vida buscando. Y en ese momento más que nunca, nosotros somos Delphine.
Presiento que yo la veré varias veces, quizá porque puede que con una sola se me escape algún que otro detalle (igual es una película corta). De verdad, sé que muchos se verán identificados. O al menos a mí me pareció encontrar a mucha gente que conozco y a la que quiero en Delphine.
Todos esos "fracasos" que Delphine acumula. Todas esas personas con las que no logra conectar, toda la gente a la que aleja, todos esos que le dicen que necesita salir de su zona de confort, todas esas veces que trata de hablar y se traba, todo lo que Delphine siente o piensa y el resto no comprende (nosotros mismos pudiéramos no entenderla a veces, incluso entiendo que haya quien la encuentre insufrible), todos esos momentos en los que la esperanza va y viene (casi siempre que viene es en pequeñas cantidades que pronto desaparecen)..., cobran mayor fuerza en el final. Ese final que es la esperanza que a pesar de todo tuvo Delphine. Ese sentimiento que se ha pasado la vida buscando. Y en ese momento más que nunca, nosotros somos Delphine.
Presiento que yo la veré varias veces, quizá porque puede que con una sola se me escape algún que otro detalle (igual es una película corta). De verdad, sé que muchos se verán identificados. O al menos a mí me pareció encontrar a mucha gente que conozco y a la que quiero en Delphine.

6.4
26,293
10
1 de agosto de 2023
1 de agosto de 2023
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
El otro día hablaba con unos amigos sobre cómo esta es una de las películas más transgresoras y progresistas de Disney. Lo hice con tanta pasión que me quedé con ganas de verla. Así que anoche la descargué y, cómo no, la vi. Lilo & Stitch es una película que, como otras, vi muchísimas veces en mi infancia ( Yu-Gi-Oh! La pirámide de la luz, El libro de la selva, Tarzan, Bambi, Mulán, casi todas en VHS). La tenía en un DVD original con materiales extras que hasta incluían juegos. Como me sucede con muchas películas de la infancia, tenía miedo de que no fuera tan buena como pensaba (aunque la recordaba prácticamente de inicio a fin). Pero como me ha sucedido en algunas ocasiones con películas de la infancia, resultó ser incluso mejor.
Hubo varios detalles que no recordaba, gags que me arrancaron carcajadas: cuando Stitch rompe un cuadro pintado por Lilo y ella dice That's my blue period, o cuando Lilo llama a Cobra Bubbles, en la escena en que la casa acaba destruida, y dice con una indiferencia total Oh good! My dog found the chainsaw. Pero mi detalle preferido fue al principio, cuando Lilo llega mojada a la clase de baile y explica que es día del sandwich. Es un diálogo completamente absurdo, divertidísimo, en el que Lilo dice que tiene que alimentar a Pudge, un pez que controla el tiempo. Más adelante en la película Lilo nos revela cómo murieron sus padres: en un accidente automovilístico una noche de tormenta. Lilo se preocupa de alimentar a Pudge porque quiere que el tiempo esté bien, que no haya otras tormentas. No quiere que nadie más tenga que pasar por lo que ella pasó con la pérdida de sus padres.
Es realmente asombroso lo mucho que dice esta película en tan poco tiempo, lo tan bien delineados que están sus personajes, lo seria y profunda que es y el tratamiento tan humano de sus temas, tan complejos y sin embargo resueltos de una manera tan sencilla y natural. Y todo eso sin dejar de ser una película genuinamente divertida.
Hubo varios detalles que no recordaba, gags que me arrancaron carcajadas: cuando Stitch rompe un cuadro pintado por Lilo y ella dice That's my blue period, o cuando Lilo llama a Cobra Bubbles, en la escena en que la casa acaba destruida, y dice con una indiferencia total Oh good! My dog found the chainsaw. Pero mi detalle preferido fue al principio, cuando Lilo llega mojada a la clase de baile y explica que es día del sandwich. Es un diálogo completamente absurdo, divertidísimo, en el que Lilo dice que tiene que alimentar a Pudge, un pez que controla el tiempo. Más adelante en la película Lilo nos revela cómo murieron sus padres: en un accidente automovilístico una noche de tormenta. Lilo se preocupa de alimentar a Pudge porque quiere que el tiempo esté bien, que no haya otras tormentas. No quiere que nadie más tenga que pasar por lo que ella pasó con la pérdida de sus padres.
Es realmente asombroso lo mucho que dice esta película en tan poco tiempo, lo tan bien delineados que están sus personajes, lo seria y profunda que es y el tratamiento tan humano de sus temas, tan complejos y sin embargo resueltos de una manera tan sencilla y natural. Y todo eso sin dejar de ser una película genuinamente divertida.

6.5
5,649
7
16 de mayo de 2021
16 de mayo de 2021
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una parte acá y la otra en spoilers, que no me alcanza el espacio.
En un diálogo que tiene mucho de Chéjov, Sean, uno de los personajes principales de Fragmentos de una mujer, interpretado por un inspirado Shia LaBeouf, habla sobre el viejo puente de Tacoma, que en 1940 se viniera abajo dramáticamente. ¿La causa del colapso? Resonancia. Para los que no estén duchos en cuestiones de física, la resonancia es un «fenómeno que se produce al coincidir la frecuencia propia de un sistema mecánico, eléctrico, etc., con la frecuencia de una excitación externa». Sí, sí, ya sé lo que me van a decir: ¿a qué viene esto? ¿Por qué empiezas tu crítica por ahí? De acuerdo, vayamos por partes.
Martha, esposa de Sean, madre primeriza, interpretada por una Vanessa Kirby que se sale de la pantalla —ganadora, entre otros premios, de la Copa Volpi por su papel—, decide no tener a su hija en un hospital, sino en casa, con una comadrona. Rodado en un espectacular plano-secuencia de más de veinte minutos, asistimos al parto: una escena desgarradora donde las haya, que quizá en un futuro se considere antológica, y que sin duda no dejará a nadie indiferente. La llegada de una ambulancia, con esas luces rojas sugerentes, y un fundido a negro tras el que aparece el título del filme marcan el final del prólogo y la certeza de la desgracia.
A partir de entonces acudimos a las consecuencias de dicha desgracia, al distanciamiento emocional de la pareja y eventualmente a su separación; a la enajenación, o, como indica el título, fragmentación de Martha; a la depresión de Sean, que no encuentra consuelo por la muerte de su hija más que en drogas y en el adulterio; a una serie de dramas familiares que involucran ya no solo a la pareja, sino también a una controladora e imponente Ellen Burnstyn —en pleno estado de gracia a sus ochenta y que, para quien esto escribe, no recibió la atención requerida en esta temporada de premios— en el papel de la madre de Martha; a un litigio legal, un tanto convencional en su tratamiento, un tanto irregular en su ejecución, en busca de un culpable.
En un diálogo que tiene mucho de Chéjov, Sean, uno de los personajes principales de Fragmentos de una mujer, interpretado por un inspirado Shia LaBeouf, habla sobre el viejo puente de Tacoma, que en 1940 se viniera abajo dramáticamente. ¿La causa del colapso? Resonancia. Para los que no estén duchos en cuestiones de física, la resonancia es un «fenómeno que se produce al coincidir la frecuencia propia de un sistema mecánico, eléctrico, etc., con la frecuencia de una excitación externa». Sí, sí, ya sé lo que me van a decir: ¿a qué viene esto? ¿Por qué empiezas tu crítica por ahí? De acuerdo, vayamos por partes.
Martha, esposa de Sean, madre primeriza, interpretada por una Vanessa Kirby que se sale de la pantalla —ganadora, entre otros premios, de la Copa Volpi por su papel—, decide no tener a su hija en un hospital, sino en casa, con una comadrona. Rodado en un espectacular plano-secuencia de más de veinte minutos, asistimos al parto: una escena desgarradora donde las haya, que quizá en un futuro se considere antológica, y que sin duda no dejará a nadie indiferente. La llegada de una ambulancia, con esas luces rojas sugerentes, y un fundido a negro tras el que aparece el título del filme marcan el final del prólogo y la certeza de la desgracia.
A partir de entonces acudimos a las consecuencias de dicha desgracia, al distanciamiento emocional de la pareja y eventualmente a su separación; a la enajenación, o, como indica el título, fragmentación de Martha; a la depresión de Sean, que no encuentra consuelo por la muerte de su hija más que en drogas y en el adulterio; a una serie de dramas familiares que involucran ya no solo a la pareja, sino también a una controladora e imponente Ellen Burnstyn —en pleno estado de gracia a sus ochenta y que, para quien esto escribe, no recibió la atención requerida en esta temporada de premios— en el papel de la madre de Martha; a un litigio legal, un tanto convencional en su tratamiento, un tanto irregular en su ejecución, en busca de un culpable.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Y aquí pasamos por varios. Primero, la persona a la que todos apuntan, la partera, a quien demandan por negligencia. Luego, la madre de Martha, que, en una escena que es puro alarde actoral, se acusa de no haber sabido enseñar correctamente a su hija a ser como ella, pues, en dicho caso, la bebé se hubiera salvado, y que acusa también a su hija de no haberla escuchado y de no luchar por darle justicia a la muerte de su bebé. Por último, la propia Martha también se culpa a sí misma: y es en esa precisa escena cuando confiesa que falló.
Pero… ¿hay en realidad un culpable? Incluso los médicos no tienen certeza de la causa de la muerte de la neonata. ¿Entonces? Para ustedes, que han seguido mis aparentes desvaríos: encontrarán al culpable en el subtexto, en eso que se nos presenta como resonancia.
Quizá alguno se haya preguntado por qué al principio especifiqué el viejo puente de Tacoma. No pensarán que en Tacoma simplemente se iba a quedar sin puente, ¿o sí? De tan manido se ha vuelto un cliché que, aunque innegablemente queden cicatrices, solo el tiempo sana todas las heridas. Sin embargo, Kornél Mundruczó y Kata Wéber, director y guionista del filme respectivamente, se encargan de mostrarnos que más que un cliché, es una verdad, y se apoyan para ello en varios simbolismos visuales, que puede que algunos no consideren muy sutiles, pero que sin duda son efectivos: uno, la construcción de un puente, bajo el que corre un río que que arrastrará acaso el trauma superado al convertirse en depositario de las cenizas del ser amado por tan solo unos segundos; el otro, las manzanas, esas por las que Martha parece estar obsesionada, esas que no solo come y huele, sino que también quiere plantar. La razón de su ferviente interés se nos revela en la tan emotiva secuencia del juicio, cuando nos enteramos de que Martha recordaba que el olor de su hija era justamente el de esa fruta. Ya en el final, vemos una niña escalar un frondoso manzano y, seguido, su madre, quién si no, Martha, la llama para ir a almorzar. Poesía visual y narrativa para quienes, como yo, siempre la quieren en el cine.
Por lo demás, Fragmentos de una mujer es una película de buena factura, aun cuando destila en cada plano su aire independiente, con una dirección muy inspirada en un inicio, algo menos a continuación. También un ritmo endemoniado en ese inicio, de los mejores que han visto el cine en buen tiempo, que luego disminuye, en consonancia con el resto del relato. Un guion con momentos brillantes y otros no tanto, pues cae en ciertos convencionalismos y se torna un poco disperso, pero para nada despreciable y siempre realista. Una banda sonora que se mantiene en el segundo plano, que nunca toma protagonismo, pero en perfecta armonía con la historia, y en la que aquellos dispuestos a prestarle más atención encontrarán algunas piezas de gran belleza. Una fotografía que es de lo mejor de la cinta, con varios planos-secuencia cuando menos interesantes, mucha cámara en mano, sin embargo siempre fluida y estable, y planos de composición bastante sugerentes, metafóricos incluso, además de los ya mentados. Unas interpretaciones encabezadas por impecable tríada Kirby-Burnstyn-LaBeouf, en la que destaca sobre todo la primera, que con sus miradas, con el tono de su voz, con su lenguaje corporal contenido, no solo se nos muestra hecha pedazos, sino que nos desbarata también a nosotros, que tras los créditos finales debemos recoger nuestros fragmentos de espectadores.
En resumidas cuentas, una película fuerte, difícil quizá para algunos, pero sin discusión alguna notable. Un drama intenso como pocos, contado sin tapujos. Un relato desgarrador, con algunas pinceladas tiernas, sobre las consecuencias de la pérdida, sobre cómo esta afecta las relaciones interpersonales, sobre el duelo, sobre la culpa y sobre cómo solo el tiempo nos permite sobreponernos a las desgracias que nos impone la resonancia.
Pero… ¿hay en realidad un culpable? Incluso los médicos no tienen certeza de la causa de la muerte de la neonata. ¿Entonces? Para ustedes, que han seguido mis aparentes desvaríos: encontrarán al culpable en el subtexto, en eso que se nos presenta como resonancia.
Quizá alguno se haya preguntado por qué al principio especifiqué el viejo puente de Tacoma. No pensarán que en Tacoma simplemente se iba a quedar sin puente, ¿o sí? De tan manido se ha vuelto un cliché que, aunque innegablemente queden cicatrices, solo el tiempo sana todas las heridas. Sin embargo, Kornél Mundruczó y Kata Wéber, director y guionista del filme respectivamente, se encargan de mostrarnos que más que un cliché, es una verdad, y se apoyan para ello en varios simbolismos visuales, que puede que algunos no consideren muy sutiles, pero que sin duda son efectivos: uno, la construcción de un puente, bajo el que corre un río que que arrastrará acaso el trauma superado al convertirse en depositario de las cenizas del ser amado por tan solo unos segundos; el otro, las manzanas, esas por las que Martha parece estar obsesionada, esas que no solo come y huele, sino que también quiere plantar. La razón de su ferviente interés se nos revela en la tan emotiva secuencia del juicio, cuando nos enteramos de que Martha recordaba que el olor de su hija era justamente el de esa fruta. Ya en el final, vemos una niña escalar un frondoso manzano y, seguido, su madre, quién si no, Martha, la llama para ir a almorzar. Poesía visual y narrativa para quienes, como yo, siempre la quieren en el cine.
Por lo demás, Fragmentos de una mujer es una película de buena factura, aun cuando destila en cada plano su aire independiente, con una dirección muy inspirada en un inicio, algo menos a continuación. También un ritmo endemoniado en ese inicio, de los mejores que han visto el cine en buen tiempo, que luego disminuye, en consonancia con el resto del relato. Un guion con momentos brillantes y otros no tanto, pues cae en ciertos convencionalismos y se torna un poco disperso, pero para nada despreciable y siempre realista. Una banda sonora que se mantiene en el segundo plano, que nunca toma protagonismo, pero en perfecta armonía con la historia, y en la que aquellos dispuestos a prestarle más atención encontrarán algunas piezas de gran belleza. Una fotografía que es de lo mejor de la cinta, con varios planos-secuencia cuando menos interesantes, mucha cámara en mano, sin embargo siempre fluida y estable, y planos de composición bastante sugerentes, metafóricos incluso, además de los ya mentados. Unas interpretaciones encabezadas por impecable tríada Kirby-Burnstyn-LaBeouf, en la que destaca sobre todo la primera, que con sus miradas, con el tono de su voz, con su lenguaje corporal contenido, no solo se nos muestra hecha pedazos, sino que nos desbarata también a nosotros, que tras los créditos finales debemos recoger nuestros fragmentos de espectadores.
En resumidas cuentas, una película fuerte, difícil quizá para algunos, pero sin discusión alguna notable. Un drama intenso como pocos, contado sin tapujos. Un relato desgarrador, con algunas pinceladas tiernas, sobre las consecuencias de la pérdida, sobre cómo esta afecta las relaciones interpersonales, sobre el duelo, sobre la culpa y sobre cómo solo el tiempo nos permite sobreponernos a las desgracias que nos impone la resonancia.
MediometrajeDocumental

6.0
24
Documental, Intervenciones de: Raudel González Cordero, Oscar González, Ernesto Rodriguez Lorenzo, Roberto Vigoa Núñez ...
8
4 de enero de 2023
4 de enero de 2023
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
I
Mise en abyme
INT. CORREDOR – NOCHE
ALEJANDRO ALONSO (35), de expresión noble, aspecto adolescente y mirada curiosa, que conserva intacta la fascinación con que un niño descubre el mundo, mira hacia un espejo al incierto final de un corredor oscuro que pareciera no acabar nunca.
Alejandro voltea hacia el lado contrario. Junto a él, otro espejo. Y otro Alejandro. Y otro. Y otro. Y otro…
INT. CUARTO – NOCHE
Alejandro despierta sobresaltado. La frente perlada de sudor, la respiración agitada. Alejandro se sienta en el borde de la cama. Junto a esta, un espejo. Alejandro se mira en él.
En el espejo: RAUDEL (35), de rasgos severos, piel curtida por el trabajo físico, por las horas al sol, y mirada curiosa, que conserva intacta la fascinación con que un niño descubre el mundo.
Raudel mira extrañado el espejo. Se acerca a él. Abre los ojos como platos.
En una pupila de Raudel: un corredor oscuro que pareciera no acabar nunca, Alejandro repetido infinitas veces.
II
Uqbar y las ciudades invisibles
Me gusta creer que Alejandro Alonso Estrella ve en Borges un referente. Me gusta creer que su obsesión con los sueños, que la poética de sus universos donde conviven lo real y lo fantástico, que los espejos y los hombres fractales multiplicados en ellos no son una mera casualidad. Me gusta creer que cuando realizaba Abisal (2021) Alejandro Alonso pensaba en Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, como me gusta creer que pensaba en Las ciudades invisibles, de Italo Calvino, cuando realizaba Terranova (2020), junto a su tocayo Alejandro Pérez.
En Terranova Alejandro Alonso fotografiaba La Habana y reinventaba el mito de la torre de Babel, de manera que la ciudad era ella misma y todas las ciudades a la vez (uno de sus personajes, El Sirio, decía que las ciudades no se repiten, sino que se transmutan). Alejandro recogía una ciudad etérea y real al mismo tiempo, que se estaba destruyendo para formar otra, como lo sugiere la etimología de su nombre. Retrataba una ciudad en declive, apocalíptica, habitada por una serie de personajes (y acaso viva solo a través de ellos) que componían un mundo fantástico y espectral y que formaban parte del gran rito litúrgico en torno a la desaparición de la ciudad.
En Abisal, Alejandro se desplaza hacia un desguace de barcos donde la línea entre la realidad y la ficción (acaso el mundo de los sueños), la línea que separa el mundo de los vivos del de los muertos, se difumina. Alejandro nos adentra en un universo opresivo, en el que se alternan los interiores sombríos, húmedos, estrechos, y los exteriores signados por el percebe en los cascos de los barcos, por el óxido, por el sol, el humo y el fuego; en el que se alternan lo lóbrego y lo árido y casi se sienten, a la vez, el frío de las cámaras de los barcos y del faro y el calor de las horas de trabajo físico. En Abisal se respira un aire enrarecido, los sonidos hidráulicos y mecánicos nos sumergen en ese clima tenso, cercano al de un filme de ciencia ficción; en ese abismo en el que, pareciera decirnos (desde el propio título) su director, están atrapados sus personajes; en ese limbo en el que están suspendidos.
Si Terranova era un filme apocalíptico, Abisal es uno postapocalíptico. Y, si bien aquella era una película grandilocuente y acaso más trascendental, esta es más intimista, por el acercamiento a los personajes y, en especial, a su protagonista: Raudel.
III
Raudel, la paloma y el diluvio
La persona que no sueña cuando duerme está muerto, dice sonriente Raudel hacia el final de la película a un personaje al que luego, al buscarlo, parece haber desaparecido. Antes escuchábamos a Raudel contar entre tartamudeos una historia de ultratumba sobre una luz que vio en medio de la noche y de la que desconocía su naturaleza, aunque la sospechaba diabólica. Sin embargo, para su interlocutor estaba claro, esa luz era un muerto: Pero los muertos no tienen nada que ver con el diablo.
Son estas escenas, a modo de mise en abyme, acaso algunas claves para decodificar la mística del universo de Abisal, que encuentra no solo en el clima y en la belleza de sus imágenes, sino también en la poética de su diégesis, los medios para manifestarse. Quizá la otra escena a través de la que más claro se logra esto sea aquella en que Raudel y otro de los trabajadores del desguace persiguen un animal por los corredores y cámaras del barco. Finalmente, cuando lo atrapan, descubrimos que se trata de una paloma blanca, como la que en el Génesis envió Noé a buscar vida en el mundo tras el diluvio.
Si son los hombres que trabajan en el desguace los sobrevivientes de un cataclismo, si es la paloma otro producto de sus ensoñaciones, o si son ellos mismos sueños, no lo sabemos del todo. Pero algo sí es seguro: son todavía soñadores. Todavía tienen la esperanza en los ojos. Todavía tiene Raudel esa mirada curiosa, que conserva intacta la fascinación con que un niño descubre el mundo. Y todavía la tiene Alejandro Alonso.
Mise en abyme
INT. CORREDOR – NOCHE
ALEJANDRO ALONSO (35), de expresión noble, aspecto adolescente y mirada curiosa, que conserva intacta la fascinación con que un niño descubre el mundo, mira hacia un espejo al incierto final de un corredor oscuro que pareciera no acabar nunca.
Alejandro voltea hacia el lado contrario. Junto a él, otro espejo. Y otro Alejandro. Y otro. Y otro. Y otro…
INT. CUARTO – NOCHE
Alejandro despierta sobresaltado. La frente perlada de sudor, la respiración agitada. Alejandro se sienta en el borde de la cama. Junto a esta, un espejo. Alejandro se mira en él.
En el espejo: RAUDEL (35), de rasgos severos, piel curtida por el trabajo físico, por las horas al sol, y mirada curiosa, que conserva intacta la fascinación con que un niño descubre el mundo.
Raudel mira extrañado el espejo. Se acerca a él. Abre los ojos como platos.
En una pupila de Raudel: un corredor oscuro que pareciera no acabar nunca, Alejandro repetido infinitas veces.
II
Uqbar y las ciudades invisibles
Me gusta creer que Alejandro Alonso Estrella ve en Borges un referente. Me gusta creer que su obsesión con los sueños, que la poética de sus universos donde conviven lo real y lo fantástico, que los espejos y los hombres fractales multiplicados en ellos no son una mera casualidad. Me gusta creer que cuando realizaba Abisal (2021) Alejandro Alonso pensaba en Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, como me gusta creer que pensaba en Las ciudades invisibles, de Italo Calvino, cuando realizaba Terranova (2020), junto a su tocayo Alejandro Pérez.
En Terranova Alejandro Alonso fotografiaba La Habana y reinventaba el mito de la torre de Babel, de manera que la ciudad era ella misma y todas las ciudades a la vez (uno de sus personajes, El Sirio, decía que las ciudades no se repiten, sino que se transmutan). Alejandro recogía una ciudad etérea y real al mismo tiempo, que se estaba destruyendo para formar otra, como lo sugiere la etimología de su nombre. Retrataba una ciudad en declive, apocalíptica, habitada por una serie de personajes (y acaso viva solo a través de ellos) que componían un mundo fantástico y espectral y que formaban parte del gran rito litúrgico en torno a la desaparición de la ciudad.
En Abisal, Alejandro se desplaza hacia un desguace de barcos donde la línea entre la realidad y la ficción (acaso el mundo de los sueños), la línea que separa el mundo de los vivos del de los muertos, se difumina. Alejandro nos adentra en un universo opresivo, en el que se alternan los interiores sombríos, húmedos, estrechos, y los exteriores signados por el percebe en los cascos de los barcos, por el óxido, por el sol, el humo y el fuego; en el que se alternan lo lóbrego y lo árido y casi se sienten, a la vez, el frío de las cámaras de los barcos y del faro y el calor de las horas de trabajo físico. En Abisal se respira un aire enrarecido, los sonidos hidráulicos y mecánicos nos sumergen en ese clima tenso, cercano al de un filme de ciencia ficción; en ese abismo en el que, pareciera decirnos (desde el propio título) su director, están atrapados sus personajes; en ese limbo en el que están suspendidos.
Si Terranova era un filme apocalíptico, Abisal es uno postapocalíptico. Y, si bien aquella era una película grandilocuente y acaso más trascendental, esta es más intimista, por el acercamiento a los personajes y, en especial, a su protagonista: Raudel.
III
Raudel, la paloma y el diluvio
La persona que no sueña cuando duerme está muerto, dice sonriente Raudel hacia el final de la película a un personaje al que luego, al buscarlo, parece haber desaparecido. Antes escuchábamos a Raudel contar entre tartamudeos una historia de ultratumba sobre una luz que vio en medio de la noche y de la que desconocía su naturaleza, aunque la sospechaba diabólica. Sin embargo, para su interlocutor estaba claro, esa luz era un muerto: Pero los muertos no tienen nada que ver con el diablo.
Son estas escenas, a modo de mise en abyme, acaso algunas claves para decodificar la mística del universo de Abisal, que encuentra no solo en el clima y en la belleza de sus imágenes, sino también en la poética de su diégesis, los medios para manifestarse. Quizá la otra escena a través de la que más claro se logra esto sea aquella en que Raudel y otro de los trabajadores del desguace persiguen un animal por los corredores y cámaras del barco. Finalmente, cuando lo atrapan, descubrimos que se trata de una paloma blanca, como la que en el Génesis envió Noé a buscar vida en el mundo tras el diluvio.
Si son los hombres que trabajan en el desguace los sobrevivientes de un cataclismo, si es la paloma otro producto de sus ensoñaciones, o si son ellos mismos sueños, no lo sabemos del todo. Pero algo sí es seguro: son todavía soñadores. Todavía tienen la esperanza en los ojos. Todavía tiene Raudel esa mirada curiosa, que conserva intacta la fascinación con que un niño descubre el mundo. Y todavía la tiene Alejandro Alonso.
10
16 de mayo de 2021
16 de mayo de 2021
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nishimiya Shōko es una niña sorda que llega nueva a una primaria. A causa de su discapacidad será víctima de acoso escolar por parte de sus compañeros, lo que la llevará a cambiarse otra vez de escuela. Ishida Shōya, su principal victimario, intentará redimirse, años después, por sus acciones. Esa es, en esencia, la historia que narra Koe no Katachi, adaptación del manga homónimo escrito e ilustrado por Yoshitoki Ōima, producida por Kyoto Animation, dirigida por Naoko Yamada y escrita por Reiko Yoshida, con diseño de personajes de Futoshi Nishiya y música de Kensuke Ushio.
La cinta comienza con una rutina que ha trazado Ishida para poner todos sus asuntos en orden y luego lanzarse de un puente para quitarse la vida. Sin embargo, aún hay algo que no ha conseguido hacer antes de suicidarse: disculparse con Nishimiya. Es entonces que, contado a través de flashbacks, conocemos la historia en torno al bullying sufrido por Nishimiya. Si bien además de él hay otros acosadores, es Ishida el más entusiasta respecto al tema. Y cuando Nishimiya se va de la escuela definitivamente, es él quien carga con toda la culpa. Intentando defenderse, dice no ser el único responsable y habla del resto de sus compañeros de aula que también se burlaban de Nishimiya y que consentían el acoso. A partir de ese momento, ellos se vuelven en su contra y lo convierten en una nueva víctima del acoso. Desde entonces es segregado, está siempre solo y le cuesta mucho comunicarse. Ishida no llega a disculparse con Nishimiya, sino que, al encontrarse con ella, repite unos gestos que ella le hacía en la primaria, que en lengua de señas significan: ¿Podemos ser amigos? Cuando se descubre haciendo esto por error, en lugar de su planeada disculpa, echa a correr, apenado.
Poco a poco Nishimiya e Ishida trabarán amistad y a su alrededor aparecerán personajes en los que una y otra vez, de una u otra forma, están siempre presentes los problemas de comunicación. Puede que el lector se pregunte a qué se debe mi insistencia en la comunicación, si tratamos una película sobre el bullying y la discapacidad. Lo cierto es que, aunque gran parte de la historia gira en torno a estos temas, Koe no Katachi va más allá. La mirada de su directora revela su preocupación por el mundo interior de sus personajes y es a través de ellos que explora el tema de la comunicación, o más bien de la falta de esta. El filme busca generar empatía no solo con su historia y con sus personajes, sino también colocando al espectador en el lugar de estos últimos. Para lograrlo, se vale de varios recursos sonoros y visuales. Para reflejar el mundo interior de Nishimiya, el sonido suele estar muy bajo, algunas conversaciones parecieran oírse de muy lejos, se apela al sonido ambiente o incluso en ocasiones no hay sonido alguno. De la banda sonora, las escenas melodramáticas en que aparecen Nishimiya e Ishida las interpretaciones a piano están grabadas de manera tal que también captan el sonido ambiente; en contraste, la parte instrumental es más usada para las escenas en que no aparece Nishimiya. La música y los silencios en esta película cuentan tanto o más que los diálogos y las imágenes. Por otro lado, para reflejar el mundo interior de Ishida, se acude constantemente a tropos visuales. Se usa la cámara a ras de suelo, que es a donde Ishida suele desviar la mirada, con lo que se muestran solo lo pies de los hablantes; se interponen obstáculos entre estos o se juega con la profundidad de campo para que no aparezcan en el mismo plano; se utilizan varios planos subjetivos en los que también se interponen obstáculos visuales, como en la escena en que Ishida habla con la hermana menor de Nishimiya y está el paraguas de por medio; en algunas conversaciones, en lugar de usarse el plano-contraplano, se colocan a los personajes uno junto a otro en un mismo encuadre, que luego se fragmenta en dos mitades, con los personajes en tercios opuestos, como si entre ellos hubiera una pared de por medio o se hablaran de muy lejos; y por supuesto, el recurso quizá más superficial y menos sutil, si bien perfectamente claro, que se usa en la película, es el de tachar con cruces los rostros de las personas con las que Ishida no se relaciona, aunque con el tiempo, algunas de estas cruces irán cayendo.
A destacar la metáfora que establece la autora con el puente. Pues es de un puente de donde piensa lanzarse Ishida para quitarse la vida, pero es luego otro puente el lugar en el que se reencuentran los personajes, en el que lloran y discuten. El puente que ha presenciado sus peleas y disputas, pero también la reconciliación. El puente que quiere tender Ishida, en un inicio, con Nishimiya, y luego con los demás, para que ya no haya cruces ni incomunicación.
Así pues, el espectador encontrará en Koe no Katachi una historia emotiva, con momentos realmente desgarradores; bien animada, con gran empeño en el detalle y el realismo, con una combinación dinámica del 2D y el 3D; actuada vocalmente como solo los nipones saben; con un guion sólido, un estilo sobrio, que consigue un buen ritmo para sus ciento treinta minutos de metraje, y una dirección impecable. Y es que su directora logra engranar música, sonido, fotografía y actuaciones de tal manera que la profundidad de la historia se percibe más allá del guion.
En fin, una gran película sobre la amistad y la redención, que toca, en el contexto de una época tan compleja como la adolescencia, otros tantos temas profundos y también complejos como la falta de comunicación, la soledad, la segregación, el suicidio, la discapacidad y el acoso escolar, reflejados con gran realismo a través de su galería de personajes bien construidos. Una excelente obra de la animación japonesa y mundial, pura poesía visual y narrativa.
La cinta comienza con una rutina que ha trazado Ishida para poner todos sus asuntos en orden y luego lanzarse de un puente para quitarse la vida. Sin embargo, aún hay algo que no ha conseguido hacer antes de suicidarse: disculparse con Nishimiya. Es entonces que, contado a través de flashbacks, conocemos la historia en torno al bullying sufrido por Nishimiya. Si bien además de él hay otros acosadores, es Ishida el más entusiasta respecto al tema. Y cuando Nishimiya se va de la escuela definitivamente, es él quien carga con toda la culpa. Intentando defenderse, dice no ser el único responsable y habla del resto de sus compañeros de aula que también se burlaban de Nishimiya y que consentían el acoso. A partir de ese momento, ellos se vuelven en su contra y lo convierten en una nueva víctima del acoso. Desde entonces es segregado, está siempre solo y le cuesta mucho comunicarse. Ishida no llega a disculparse con Nishimiya, sino que, al encontrarse con ella, repite unos gestos que ella le hacía en la primaria, que en lengua de señas significan: ¿Podemos ser amigos? Cuando se descubre haciendo esto por error, en lugar de su planeada disculpa, echa a correr, apenado.
Poco a poco Nishimiya e Ishida trabarán amistad y a su alrededor aparecerán personajes en los que una y otra vez, de una u otra forma, están siempre presentes los problemas de comunicación. Puede que el lector se pregunte a qué se debe mi insistencia en la comunicación, si tratamos una película sobre el bullying y la discapacidad. Lo cierto es que, aunque gran parte de la historia gira en torno a estos temas, Koe no Katachi va más allá. La mirada de su directora revela su preocupación por el mundo interior de sus personajes y es a través de ellos que explora el tema de la comunicación, o más bien de la falta de esta. El filme busca generar empatía no solo con su historia y con sus personajes, sino también colocando al espectador en el lugar de estos últimos. Para lograrlo, se vale de varios recursos sonoros y visuales. Para reflejar el mundo interior de Nishimiya, el sonido suele estar muy bajo, algunas conversaciones parecieran oírse de muy lejos, se apela al sonido ambiente o incluso en ocasiones no hay sonido alguno. De la banda sonora, las escenas melodramáticas en que aparecen Nishimiya e Ishida las interpretaciones a piano están grabadas de manera tal que también captan el sonido ambiente; en contraste, la parte instrumental es más usada para las escenas en que no aparece Nishimiya. La música y los silencios en esta película cuentan tanto o más que los diálogos y las imágenes. Por otro lado, para reflejar el mundo interior de Ishida, se acude constantemente a tropos visuales. Se usa la cámara a ras de suelo, que es a donde Ishida suele desviar la mirada, con lo que se muestran solo lo pies de los hablantes; se interponen obstáculos entre estos o se juega con la profundidad de campo para que no aparezcan en el mismo plano; se utilizan varios planos subjetivos en los que también se interponen obstáculos visuales, como en la escena en que Ishida habla con la hermana menor de Nishimiya y está el paraguas de por medio; en algunas conversaciones, en lugar de usarse el plano-contraplano, se colocan a los personajes uno junto a otro en un mismo encuadre, que luego se fragmenta en dos mitades, con los personajes en tercios opuestos, como si entre ellos hubiera una pared de por medio o se hablaran de muy lejos; y por supuesto, el recurso quizá más superficial y menos sutil, si bien perfectamente claro, que se usa en la película, es el de tachar con cruces los rostros de las personas con las que Ishida no se relaciona, aunque con el tiempo, algunas de estas cruces irán cayendo.
A destacar la metáfora que establece la autora con el puente. Pues es de un puente de donde piensa lanzarse Ishida para quitarse la vida, pero es luego otro puente el lugar en el que se reencuentran los personajes, en el que lloran y discuten. El puente que ha presenciado sus peleas y disputas, pero también la reconciliación. El puente que quiere tender Ishida, en un inicio, con Nishimiya, y luego con los demás, para que ya no haya cruces ni incomunicación.
Así pues, el espectador encontrará en Koe no Katachi una historia emotiva, con momentos realmente desgarradores; bien animada, con gran empeño en el detalle y el realismo, con una combinación dinámica del 2D y el 3D; actuada vocalmente como solo los nipones saben; con un guion sólido, un estilo sobrio, que consigue un buen ritmo para sus ciento treinta minutos de metraje, y una dirección impecable. Y es que su directora logra engranar música, sonido, fotografía y actuaciones de tal manera que la profundidad de la historia se percibe más allá del guion.
En fin, una gran película sobre la amistad y la redención, que toca, en el contexto de una época tan compleja como la adolescencia, otros tantos temas profundos y también complejos como la falta de comunicación, la soledad, la segregación, el suicidio, la discapacidad y el acoso escolar, reflejados con gran realismo a través de su galería de personajes bien construidos. Una excelente obra de la animación japonesa y mundial, pura poesía visual y narrativa.
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