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Críticas 123
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
8
27 de septiembre de 2024
156 de 169 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hubo un tiempo, no tan lejano, en el que era imposible toserle a Pixar. Cada una de sus películas se convertía no solo en la reina animada de la taquilla del año, sino también en un valor seguro admirado por crítica y público que prácticamente se aseguraba el Óscar (once han ganado el premio a Mejor Película Animada, desde 'Buscando a Nemo' hasta 'Soul'). Sin embargo, de un tiempo a esta parte, y aprovechando su innegable declive en calidad y la tendencia a quedarse anclados en su propio pasado, otras productoras han tratado, con éxito, de hincarles el diente. 'Robot salvaje' se siente, en gran parte, como la culminación de este ataque frontal, convertida en la película más Pixar de la historia de DreamWorks pero, al mismo tiempo, sin dejar de ser totalmente única.

'Robot salvaje' es bella. Muy, muy bella. Es un espectáculo visual de primer orden en el que cada escena parece pensada primero desde un punto de vista pictórico. De hecho, parece por momentos que estamos viendo más un libro de arte (de esos con dibujos conceptuales que cuestan un riñón) que una película en sí misma. Sus planos son coloridos, casi pintados con pincel. Sus composiciones gigantescas, permitiéndose grandes planos generales con los que disfrutar de un aspecto visual inconcebible. Sus diseños fascinantes -en su gran mayoría-, cogiendo lo mejor del cartoon y de la ciencia-ficción para combinarlos en una cinta eminentemente clásica en su estructura, pero que nunca deja de sorprender.

Si de algo peca 'Robot salvaje' es de ser excesivamente naíf: en 2024 es chocante ver aún películas de animalitos del bosque que hablan y se juntan para aprender unos de otros y luchar contra el invasor, pero la película es capaz de hacer alquimia y vadear con éxito el tópico barato. De hecho, funciona mejor de lo esperado gracias a un humor mucho más negro de lo habitual en una película de este estilo, que no tiene miedo del qué dirán y habla sin tapujos de la muerte y de la maternidad con frases mucho más toscas, duras y macabras de lo esperado. Y, todo sea dicho, con las que, desde una mirada adulta, es inevitable no soltar una carcajada un poco culpable.

Sin embargo, lo último de DreamWorks se sale por la tangente y sorprende siendo algo más que un simple 'Colegas en el bosque: ahora con un robot'. Y es que insufla a todo su metraje una sensibilidad exquisita que explora no solo las relaciones materno-filiales y de amistad, sino, sobre todo, la importancia de encontrar tu lugar, ese sitio en el que sentirte aceptado y querido, en el que sentir y expresar amor sin esperar nada a cambio, en el que lamer tus heridas hasta que sanen. 'Robot salvaje' es consciente de que todos nos hemos sentido alguna vez huérfanos de un lugar en el que sentirnos nosotros mismos, y sabe tocar las teclas correctas para que, evadiendo los tópicos por los pelos, al final seas un manojo de lágrimas. Sí, es de esas películas. Y no, no tiene compasión de ti.

No esperábamos menos, por otra parte, de Chris Sanders, co-director de 'Lilo y Stitch' y 'Cómo entrenar a tu dragón', que aquí demuestra lo que vale incluso sin su eterno compañero. Su experta mano sabe guiarnos a la perfección por este mundo aparentemente despiadado pero arrebatadoramente sensible, en el que un robot puede tener sentimientos, un ganso aprender a comportarse de manera analítica a su pesar y un zorro puede ser querido por quien menos se espera.

Cierto es que 'Robot salvaje' se pierde a partir de su segundo acto, cuando abre nuevas subtramas en una historia ya culminada que se alarga de manera un tanto artificial y excesivamente ingenua. No va a estropearte la experiencia, pero sí es cierto que, de pronto, la trama toma una deriva hacia un tipo de película distinta, de la que parecía renegar durante prácticamente todo el metraje. Forzando el drama y el final -más o menos- feliz, Sanders da un extraño viraje inesperado que hace que el resultado final acabe resintiéndose ligeramente, como negándose a ser la cinta encantadora que estaba siendo y obligándose a sí misma a meter acción para no aburrir al público.

Cierto es que, para cuando llega este quiebre, la película ya domina nuestro corazón, y queremos a Roz y Bribón con toda nuestra alma. En este momento, nos puede llevar por todos los desvíos inesperados que quiera, porque sabemos perfectamente (o, más bien, confiamos ciegamente) que llegará a su conclusión debida de manera satisfactoria. No es la película más original ni la más rompedora, pero su tono es acertado, su guion preciso, sus personajes tridimensionales, su amor estratosférico. ¿Qué más da que nos sirvan ese plato que hemos probado mil veces, si está hecho con perfección milimétrica?

'Robot Salvaje' está, además, perlada por un sentido del humor macabro que añade hilaridad a la trama, gracias, en gran parte, a un personaje principal perfecto tanto en su magnética personalidad como en su diseño, que bebe mucho del robot de 'El castillo en el cielo'. No es lo único en lo que DreamWorks quiere asimilarse al Studio Ghibli: también podremos intuir su amor por la naturaleza, su verde y su defensa, entre lo mágico y lo poderosamente real, de los sentimientos más puros. Sí, claro, tendrás que confiar en la película dejando a la entrada tus pensamientos más sarcásticos y tus "¡Esto no tiene sentido! ¿Cómo es posible?" para, simplemente, dejarte mecer por una historia cargada de buenas intenciones y belleza visual continua.

Por momentos, de hecho, se siente como la hija ilegítima de Pixar y Ghibli, cogiendo lo mejor de ambas: el corazón, la perfección visual, las múltiples capas según la edad del público, la magia de la naturaleza, el cariño, la compasión. En 'Robot salvaje' funciona el slapstick, funciona el humor negro, funciona la épica, funciona el amor. Cuando una película tiene todos sus elementos tan bien engrasados, a nosotros, como público, solo nos resta disfrutar, reír y tener cerca una caja de pañuelos. Porque, creedme, la vais a necesitar.

Puntuación: 8 sobre 10.
25 de abril de 2024
151 de 176 usuarios han encontrado esta crítica útil
'Rivales' es la película más sexy del año. Zendaya se confirma como gran estrella en la mejor película de Luca Guadagnino desde 'Call Me By Your Name'.

Una demostración de que Hollywood todavía puede hacer muy buen comercial alejado de efectos visuales si se lo propone.

El merecido éxito de 'Call Me By Your Name' convirtió a Luca Guadagnino en uno de los directores a seguir por cualquier amante del cine. Sin embargo, sus siguientes largometrajes, sin ser para nada despreciables, no estuvieron a la altura, y la decisión de hacer una película como prometía ser 'Rivales' daba a entender que eso no iba a cambiar.

La sorpresa llegó cuando las primeras críticas apuntaban hacia la más que probable posibilidad de que 'Rivales' fuera una de las mejores películas de lo que llevamos de 2024. Una vez vista, no tengo del todo claro que la pusiese tan arriba, pero sí que se trata de una notable película romántica que logra mantener enganchado en todo momento al espectador. Y, por si la teníamos ya, la confirmación definitiva de que Zendaya es una de las mayores estrellas actuales de Hollywood.

Vais a escuchar mucho la palabra sexy a la hora de definir 'Rivales', ya que eso es algo que le interesa aquí muchísimo a Guadagnino a la hora de construir la relación entre sus tres protagonistas. La clave aquí no está tanto en quién se lía con quién como en una cuestión de química que lleva a dos grandes amigos a sentirse irremediablemente atraídos por la misma mujer.

Eso sí, el guion de Justin Kuritzkes, marido en la vida real de Celine Song ('Vidas pasadas'), huye de una aproximación más convencional a esa historia para introducir constantes saltos temporales que van completando todo lo que rodea alrededor de la final de un campeonato de tenis que enfrenta a los personajes interpretados por Josh O'Connor ('La quimera') y Mike Faist ('West Side Story').

Con ello no es que se busque tanto crear un rompecabezas como ofrecer una visión más pormenorizada de la evolución de la relación entre ambos y cómo ha afectado eso a sus vidas. Eso es algo que se puede hacer tanto a pequeños detalles -ojo por ejemplo al momento el que Patrick duda sobre qué hacer cuánto está revisando una app- como a través de gestos más grandes y directos.

La clave está en dar con el punto de equilibrio para que lo realmente importante siempre sean los personajes. Es cierto que el trío podría haberse desarrollado más, pero para ello se tendría que haber apostado por un protagonista claro, desdibujando por el camino al resto, y aquí eso es algo que Guadagnino nunca permite, ni siquiera por mucho que la verdadera estrella de la película sea Zendaya, quien también ejerce como productora de 'Rivales'.

Lo más curioso de todo es que su mayor arma para conseguirlo no es su ágil y efectivo trabajo de puesta en escena, a través del cual consigue que la película tenga siempre una gran frescura pese a su enfoque principalmente dramática, o en el gran trabajo de su trío protagonista -quizá Faist sea el que menos oportunidades tiene para lucirse, pero todos cumplen con creces-, sino la banda sonora de Trent Reznor y Atticus Ross, ganadores en su momento del Óscar por su trabajo en 'La red social'.

La fuerza de la música es evidente y hay multitud de escenas a lo largo de la historia del cine que no serían lo mismo sin el tema que acompaña a las imágenes, pero en 'Rivales' casi parece que se vaya un paso más allá, ya que resulta esencial para entender ese estado de ánimo tan peculiar de la película. Es como si por dentro todo fuera un frenesí incontrolable y al mismo tiempo eso se trasladase de forma más relajada a la actitud de sus personajes.

Eso da una dosis de intensidad muy concreta a las imágenes que idea Guadagnino a partir del guion de Kuritzkes -especialmente vigoroso todo lo referente a los propios partidos de tenis, que rebosan energía visual-, siendo la pieza básica para que 'Rivales' en ningún momento se sienta tan convencional como podría haber acabado siendo en otras manos. Y también resulta muy importante para que sea un espectáculo tan sexy pese a que el sexo en sí mismo sea básicamente inexistente -sí que hay algún desnudo, pero es algo situacional más que cualquier otra cosa-, aunque ahí el fuego que transmiten sus protagonistas sea lo realmente vital.

Por lo demás hay algún que otro detalle llamativo -que los tres protagonistas interpreten versiones de sus personajes con hasta 13 años de diferencia puede ser estirar un poco en exceso la credibilidad de lo que propone-, pero en líneas generales es una película muy satisfactorio que demuestra que Hollywood todavía sabe hacer muy buen cine comercial cuando se lo propone.

Puntuación: 6 sobre 10.
11 de octubre de 2024
169 de 215 usuarios han encontrado esta crítica útil
En un contexto donde los límites entre el deber y la supervivencia se disuelven, ‘La Infiltrada’ de Arantxa Echevarría nos recuerda que, en la vida, a veces las máscaras más difíciles de quitar son las que se colocan por obligación. Esta película no solo se adentra en la cruda realidad de la lucha antiterrorista, sino que explora la vida de quienes se ven atrapados en ella, navegando por un entramado emocional tan peligroso como el entorno que los rodea. En un mundo contemporáneo en el que la memoria histórica lucha por no desvanecerse, la obra de Echevarría arroja luz sobre los sacrificios silenciosos que muchos han hecho para desarticular el terror.

Arantxa Echevarría logra crear una atmósfera de tensión constante en la que la vida de la protagonista, Aranzazu Berradre (interpretada con intensidad por Carolina Yuste), está siempre al borde del abismo. El suspense no es solo el motor narrativo, sino también una representación física de la fragilidad del personaje, cuyo mayor desafío no es solo engañar a los terroristas, sino también no perderse a sí misma en el proceso.

La trama, basada en hechos reales, sigue a una joven policía nacional que, recién salida de la academia, es reclutada para infiltrarse en el Comando Donosti de ETA. Durante ocho largos años, adopta una nueva identidad, se aleja de su familia y se introduce en las entrañas de la banda terrorista, llegando a convivir con algunos de sus líderes más sanguinarios.
La verdadera fuerza de ‘La Infiltrada’ reside en la convivencia de Aranzazu con Kepa (Iñigo Gastesi) y Sergio (Diego Anido), dos etarras con los que comparte un espacio donde cada mirada, cada gesto y cada palabra podría ser la clave para su supervivencia. Los momentos de tensión, cuidadosamente dosificados, alcanzan su punto álgido cuando la posibilidad de ser descubierta se cierne sobre ella, obligándola a mantener una fachada inquebrantable mientras su mundo interior se derrumba.

Uno de los aciertos de la dirección de Echevarría es su capacidad para retratar la normalización del peligro, cómo los personajes, especialmente Aranzazu, se adaptan a un entorno en el que la muerte parece siempre a la vuelta de la esquina. La película evita caer en el sensacionalismo, presentando la violencia de ETA no como un espectáculo, sino como un telón de fondo ante el cual se desarrollan las tensiones personales y psicológicas de la protagonista.

El personaje de Aranzazu no solo debe enfrentarse al peligro físico, sino también a las profundas implicaciones morales de su misión. La interpretación de Carolina Yuste es conmovedora, no solo por la intensidad con la que afronta las escenas de peligro, sino por su habilidad para mostrar las grietas emocionales que la misión va abriendo en su personaje. En particular, los momentos en los que Aranzazu debe convivir con los terroristas, fingiendo empatía, son devastadores en su sutileza. La protagonista es testigo de atrocidades, pero también de la humanidad, por distorsionada que esté, de aquellos a quienes debe traicionar.

Por otro lado, el personaje de Ángel (Luis Tosar), el encargado de coordinar la operación, es el único vínculo de Aranzazu con el exterior. La relación entre ambos, marcada por la distancia física y emocional, refleja la soledad de la protagonista, que se ve obligada a depender de un sistema que la utiliza como peón en una partida mucho más grande. Este aislamiento contribuye a la creciente sensación de claustrofobia que impregna la película.

La película avanza con una cadencia controlada, sin prisas por llegar a momentos de acción desenfrenada. En cambio, opta por pequeñas explosiones de suspense que mantienen al espectador siempre al borde, como en la escena del control de la Guardia Civil, donde el descubrimiento del nombre real de la protagonista podría haber puesto fin a su misión y a su vida. Cada situación parece empujar a Aranzazu un paso más hacia el límite de lo soportable, aumentando la tensión emocional y física hasta el punto de que cualquier gesto mal calculado podría ser el último.

Uno de los temas subyacentes en la película es la posición de las mujeres dentro de este contexto de violencia. Aranzazu es la única mujer en el centro de la trama, pero su condición de mujer no es un factor de vulnerabilidad, sino de fortaleza. A lo largo de la película, vemos cómo debe enfrentarse no solo a los desafíos de la misión, sino también a las tensiones inherentes a un entorno dominado por el machismo, donde las tareas domésticas y la condescendencia patriarcal también forman parte del control que los etarras ejercen sobre ella. 

A pesar de su innegable mérito, la película no está exenta de críticas. Para quienes no están familiarizados con el contexto histórico de ETA, el film puede resultar algo confuso o falto de profundidad en algunos aspectos clave del conflicto vasco. Echevarría elige centrarse en la experiencia íntima de la protagonista, lo cual funciona a nivel emocional, pero deja algunas preguntas abiertas sobre el contexto social y político en el que se desarrolla la historia. En este sentido, algunos espectadores podrían encontrar la película demasiado centrada en la psicología de la protagonista y menos en los aspectos operativos de la lucha antiterrorista.

'La Infiltrada’ de Arantxa Echevarría es una obra que destaca por su retrato íntimo de una mujer atrapada en una misión imposible, obligada a enfrentarse no solo al peligro externo, sino también a las batallas internas que su doble vida genera. Con actuaciones memorables y una dirección cuidadosa, la película ofrece una visión desgarradora de lo que significa infiltrarse en un mundo donde la línea entre la vida y la muerte es tan delgada como la identidad que se debe mantener.

Puntuación: 8 sobre 10.
1 de noviembre de 2024
129 de 151 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se ha estrenado ‘Jurado Nº2’, la película número 40 de Clint Eastwood, pero a pesar de ello, tendrá una ridícula limitación de 50 salas en Estados Unidos, dejando la sensación de que cierto tipo de cine definitivamente ha muerto en las cines y toca irse acostumbrando. No es ni siquiera cuestión de lo que el director de ‘Mystic River’ merezca una distribución más extensa, es que este tipo de thriller legal antes hacía millones y ahora parece pertenecer al catálogo de una plataforma.

A priori, la película no es una huida hacia adelante del director de 94 años pero, si tenemos en cuenta de que va camino de las 10 décadas, no es cualquier tontería considerar su existencia en un mercado que está barriendo a leyendas, clásicos y hasta monumentos vivientes del cine como él. Sin embargo, la película no llama la atención por ser un logro técnico, que en cierta forma lo es, sino por desafiar todas las películas que viene haciendo desde ‘Jersey Boys’.

Con una narrativa sencilla, explora distintas capas de la ética personal y la justicia a través del personaje de Justin Kemp, interpretado por Nicholas Hoult, un padre de familia que se ve inmerso en un dilema moral mientras participa como jurado en un juicio por asesinato de alto nivel. La trama se complica cuando se da cuenta de su posible conexión con el caso de asesinato que se le ha encomendado juzgar imparcialmente. El acusado, un hombre violento acusado de matar a su novia, puede ser condenado injustamente, y la conciencia de Justin se pone a prueba.

La historia se desarrolla mayormente en la sala del tribunal, donde se acumulan pruebas y testimonios que cuestionan los fundamentos mismos de la verdad y la justicia. No es la primera vez que Eastwood se mete en los tribunales, de hecho, esta no desentona en una trilogía judicial junto a ‘Medianoche en el jardín del bien y del mal’ o ‘Ejecución inminente’, rescatando las mismas obsesiones en películas, por cierto, que antes, si no pasaban por taquilla, acababa viendo todo el mundo de alguna manera.

Por ello, ‘Jurado Nº2’ encaja como nunca en su filmografía y sus habituales complejidades morales a partir de un dilema tan sencillo como si la justicia debe ser cuestionada a riesgo de la ruina propia, o el estado del bienestar es suficiente garantía para protegerse a sí mismo o a la familia a expensas de la libertad de otra persona. Si bien Eastwood no expone una crisis de valores evidente, sí rasca en las posibilidades de una mirada más gris sobre su habitual diatriba de blanco y negro, que siempre acababa imponiéndose sobre las cuestiones más tibias que él mismo planteaba.

Con una dirección concisa pero firme, mejora sus últimos dos disparos al aire gracias a la fotografía de Yves Bélanger, anotando los momentos de zozobra y crisis del protagonista con claroscuros que recuerdan a una versión muy prudente de los escorzos tenebristas de ‘Million Dollar Baby’, aunque el mayor valor aquí está en un reparto impecable. Es imposible no echar de menos a Hugh Grant en esta emotiva reunión de ‘Un niño grande’. Hoult se enfrenta cara a cara con Toni Collette y es imposible no sentir escalofríos en ver cómo planta cara a su “madre” convertido en un actor de altura, 22 años después.

Pero Chris Mesina está estupendo e incluso un circunstancial JK Simmons da garantías en sus pocos minutos. Todos ofrecen sólidas interpretaciones que afianzan el tono reflexivo del guion, que siempre se da la vuelta sobre sus propios principios y las estructuras sociales que los rigen. Por ejemplo, Collette es una fiscal de distrito en busca de una victoria electoral a costa de quizá una vida inocente; conviene saber cómo ese sistema de elección es favorecido por los números de condenados en Estados Unidos, favoreciendo la actuación despiadada de los organismos supuestamente garantistas del estado.

Si bien este es el habitual discurso libertario de Eastwood, que no duda en poner a un policía utilizando atajos para lograr lo que la burocracia no permite, hay en la elección de su protagonista un principio de duda sobre los héroes impecables y de clase media u obrera que nos ha estado mostrando la última década. Pareciera como si en los últimos momentos de su vida, hubiera recapacitado sobre el papel de las herramientas del estado para garantizar la justicia, pese a que en principio solo valga el "quién lleva la razón".

Si bien hay pequeños atisbos de su cabezonería conservadora, como el hecho de que el supuesto asesino sea juzgado públicamente por violencia de género, o que muchos busquen su culpabilidad por motivaciones de venganza a raíz de connotaciones raciales, en realidad lo que ‘Jurado Nº2’ parece decirnos es que el trámite no merece la pena para muchos ciudadanos de a pie porque es un engorro que en las vidas apretadas de clase baja imposibilita la curiosidad ecuánime, cuestionando también el sistema de jurado popular y los organismos que ejercen la palanca para lograr un resultado íntegro.

La historia tiene tiempo para exponer la cadena de errores debidos a un interés externo al propio proceso, desde la matización de ciertas pruebas, conseguidas según qué métodos a la imparcialidad por motivos mecánicos, que realmente no se ajustan a lo que sería deseable en una exposición limpia de las evidencias.

La conversación final, frente a una estatua de la justicia con sus dos balanzas, tiene una carga de poder implícito que aumenta cuando sabemos que puede ser una de las últimas escenas rodadas por el director de ‘Sin perdón’, que se atreve a ofrecer un duelo a todos sus héroes reales de su filmografía reciente cuando nos plantea que la justicia que falla también puede ser la única solución, derribando años de retórica unidireccional, de apretar el puño en alto contra las malvadas administraciones, reconociendo los grises también del otro lado, ofreciendo unas tablas al final de camino, aunque no exentas de colmillo.

Puntuación: 9 sobre 10.
11 de agosto de 2024
175 de 270 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Por qué el cine de M. Night Shyamalan divide tanto? Desde 'El sexto sentido' no hay manera de que la crítica (y menos el público) se pongan de acuerdo con su cine - excepto con 'After Earth', todos navegamos en el mismo barco con esa - lo amas o lo odias, se suele decir de él, pero ¿qué hace de su cine algo tan controvertido? Creo que Shyamalan hace las películas solo para él y si tienes su misma sensibilidad o sentido del humor, pasa que te esperan emociones fuertes. Pero cuando digo para él, me refiero literalmente a eso, no para contarle algo al mundo desde su mundo interior, sino a usar el cine como herramienta y de paso como terapia. ¿Qué sus padres se hacen mayores? Vuelca sus miedos en 'Tiempo'; ¿qué tiene una crisis de fe? 'Llaman a la puerta'; ¿qué sus hijas no pueden dormir? Toma cuento con 'La joven del agua'; ¿qué la mayor de ellas se hace cantante? Hay que verla triunfar, pero de un videoclip nada, un thriller de asesinos en serie en medio de un concierto, eso sí, sin una gota de sangre, que sea para todos los públicos y a vender discos. El nepotismo en su máxima expresión. Pero es que ojalá el resultado de enchufar a un familiar saliese siempre tan bien, tan divertido y tan excesivo como en 'La trampa'.

Como en cada nuevo proyecto, ya de antemano cualquier obra del director se enfrenta a la expectativa del plot twist, que es menos frecuente en su carrera de lo que merece este sambenito. Pues como si se estuviera riendo de esta fama que le persigue, ya el primer tráiler nos desvela el truco de 'La trampa': el protagonista es el malo y a ti te toca jugar en su equipo. Josh Hartnett interpreta a un padre de familia entre semana y asesino en serie en sus ratos libres que lleva a su hija al concierto de una suerte de Taylor Swift para descubrir que todo aquel espectáculo es en realidad una trampa para atraparlo.

Igual que no considero que su cine tenga tantos giros de guion dramáticos, tampoco Shyamalan es un director de terror, si acaso hace dramas en los que el miedo es el detonante (o contexto) para hablar de la naturaleza humana. En 'La trampa', sin embargo, invierte las dinámicas de su cine y pone el punto de vista en la fuente misma del mal y, además, elimina cualquier excusa sobrenatural. Cooper es un psicópata real, que disfruta tanto con el juego de matar como con el de las apariencias, de usar su estatus de hombre bien para la sociedad - blanco, clase media-alta, padre de familia y bombero - para sembrar el caos a la vista de todos y no ser nunca el sospechoso. Y el director disfruta igual que él con todas las oportunidades narrativas que esto le ofrece. 'La trampa' es su película más perversamente divertida y también la más tramposa. Valga la redundancia.

Como verdadero sello de identidad de su cine, la familia y la relación entre padres e hijos debe ser piedra angular. Sin embargo, todo el drama del bullying y lo extremadamente entregado que es Cooper con su hija queda deslucido en el juego del gato y el ratón que realmente interesa al público. Una pena para Ariel Donoghue, que está estupenda, creíble y adorable en esa etapa tan complicada de la vida que es la preadolescencia, pero toda esta trama es la primera de las víctimas de El Carnicero. Hartnett por su lado destila carisma y encanto con destellos de perturbado, la careta de padre enrollado esconde para el resto de personajes, pero no para el público, la emoción y el frenesí de jugar al despiste y a lo inesperado, de ser más astuto que la policía y el subidón de que el peligro te roce sin poder atraparte.

Es curioso que la única de las películas de Shyamalan en la que no aparecen fantasmas, monstruos en el bosque, nereidas, playas mágicas o ningún hecho sobrenatural sea la que requiera mayor suspensión de la incredulidad para disfrutarla. 'La trampa' está plagada de artimañas sin ninguna verosimilitud para que la trama avance. Tenemos que aceptar el sinsentido de que con cámaras rodeando cada esquina del estadio, la inspectora sea incapaz de dar con Cooper haciendo explotar una cocina o colándose en la charla motivacional de los agentes. El guion es inteligente, pero no creíble, los personajes toman decisiones fortuitas abandonando toda lógica y, aún así, dentro de su coherencia interna, los flecos quedan bien atados. Y que el tráiler no te engañe, 'La trampa' no es la película que crees que es, la historia está dividida en 3 actos que van escalando el nivel de disparate cuando el asesino se transforma en un retorcido manipulador con una rival a su altura y después pasa a maestro del disfraz y el escapismo.

Y alrededor de todo esto hay un concierto. Saleka Shyamalan, hija mayor de Shyamalan, ya había puesto música a los trabajos de su padre antes, componiendo el tema principal de 'Tiempo' y varias canciones de la BSO de 'Servant'.
Mención especial merece el uso que el director hace de las redes sociales y el fenómeno fan, que tan fácil habría resultado caricaturizar y representar con el mismo desdén con el que los medios españoles retrataron a las y los fans de Swift disfrutando en el Eras Tour. Y sin embargo, aquí vemos como mínimo respeto y también cierta fascinación ante el poder que tiene tanta gente joven unida por una misma obsesión y armada con un teléfono móvil.

'La trampa' no tiene el fondo humano y conmovedor que trasciende la pantalla de sus mejores películas, 'La trampa' es un divertimento, es un thriller travieso y juguetón, una comedia oscura y un nuevo enfoque en el cine de asesinos en serie. Además de una maravillosa herramienta de promoción para Saleka. No le pidas más, Shyamalan ha salido a bailar y lo hace fenomenal.

Puntuación: 7 sobre 10.
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