La película empieza sin mucho sentido y te da olores de algo que ya has visto y que no merece la pena volver a ser visionado. Pero de pronto, cambia. Y te surmerge en un mundo del que no quieres despegar los ojos de la pantalla. Luego vuelve a cambiar, pero debo asumir que en el aporrear de las teclas me acompaña un espíritu positivo (aunque crítico) que prefiere obviar aquello en lo que todos nos daremos cuenta: que el argumento es flojo, pero está muy bien vestido. Y esto también tiene su mérito.

Hay momentos de extrema lucidez y que te embriagan: como estos seres feéricos de espaldas, levantándose uno a uno, el corral (que no su amigo subterráneo) y el espejo que no parece espejo sino ser juzgante. Y en esto está su acierto. En no tener prisa en contarnos cosas, pero cuando lo hace es un tanto burdo y atropellado.
El final del final recuerda a Mamá de Guillermo del Toro. La criatura que asusta, pero por la que podemos sentir compasión. Ha hecho cosas malas, pero tiene un motivo.

No recordaré Los Vigilantes como una de mis películas favoritas, pero sí que por momentos me ha hecho disfrutar y en una situación como la actual, yo ya me conformo.

¿Y lo mejor? Que sigo expectante por ver cómo madurará en el mundo del celuloide Ishana Shyamalan. Ahora quiero más.