You must be a loged user to know your affinity with La Tardinale
Críticas ordenadas por utilidad
Movie added to list
Movie removed from list
An error occurred
Mediometraje

7.1
1,563
8
12 de marzo de 2015
12 de marzo de 2015
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con solo un año de diferencia, El misterio de la Puerta del Sol y La aldea maldita hablan de dos españas tan distintas como distintos fueron sus estrenos. Ambas sonoras, aunque una en directo y la otra doblada, las dos rodadas en los inicios del sonoro y con un lenguaje cinematográfico que sucumbiría a los cambios tecnológicos; pero una tan irreverente como ridícula y la otra tan delicada como íntima, que parecen pertenecer a dos épocas y dos mundos distintos. En La aldea maldita se retrata una sociedad ahogada en la pobreza y la lucha por salir de ella, la ruptura de la familia y el contraste de las tradiciones con los nuevos
tiempos. Evidentemente los hombres siguen siendo los protagonistas, llevan todo el peso de la narración, mientras que las mujeres son las catalizadoras de las desventuras masculinas, la causa de sus problemas. Y es que en el cine de la época no se puede negar la visión de la mujer como un objeto que en el momento en el que desobedece al hombre se aparta del camino establecido y provoca la deshonra de su familia o la muerte de su amante.
En la película de Florián Rey podemos ver un pueblo tradicional y castizo, pero alejado del folklore casposo de la típica españolada. Sus protagonistas cobran vida en un mundo casi de neo-realismo en el que se muestra a la mujer como la tentación y a la ciudad como escapatoria y salvación. Los personajes están bien construidos. El abuelo que es ciego, pero no tonto, habla del honor, el castellano, de la mancha de la infidelidad, la que no se perdona. En un momento dado intenta tocar a Acacia como consuelo pero esta ya se ha ido, se ha alejado de él, seguramente por sus palabras. La aldea maldita tiene tantos matices, tantas interpretaciones y calidad en su historia, con un guión tan cuidado que consigue fácilmente hacer olvidar cualquier avance técnico de la época. Una cinta sentimental en el que la importancia la tienen sus protagonistas y su historia personal, tantas veces repetida en esa España de hambre, pobreza y honor mal entendido.
tiempos. Evidentemente los hombres siguen siendo los protagonistas, llevan todo el peso de la narración, mientras que las mujeres son las catalizadoras de las desventuras masculinas, la causa de sus problemas. Y es que en el cine de la época no se puede negar la visión de la mujer como un objeto que en el momento en el que desobedece al hombre se aparta del camino establecido y provoca la deshonra de su familia o la muerte de su amante.
En la película de Florián Rey podemos ver un pueblo tradicional y castizo, pero alejado del folklore casposo de la típica españolada. Sus protagonistas cobran vida en un mundo casi de neo-realismo en el que se muestra a la mujer como la tentación y a la ciudad como escapatoria y salvación. Los personajes están bien construidos. El abuelo que es ciego, pero no tonto, habla del honor, el castellano, de la mancha de la infidelidad, la que no se perdona. En un momento dado intenta tocar a Acacia como consuelo pero esta ya se ha ido, se ha alejado de él, seguramente por sus palabras. La aldea maldita tiene tantos matices, tantas interpretaciones y calidad en su historia, con un guión tan cuidado que consigue fácilmente hacer olvidar cualquier avance técnico de la época. Una cinta sentimental en el que la importancia la tienen sus protagonistas y su historia personal, tantas veces repetida en esa España de hambre, pobreza y honor mal entendido.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
En la película, Juan vive su propia lucha interna entre el honor y el amor. Se ve obligado a confesar la verdad en una sociedad en la que no existe el perdón. Y es que la infidelidad vista desde fuera de la pareja, desde el punto de vista del pillo, del ligón, no tiene nada que ver con la del punto de vista del marido, del padre, del suegro, de la familia, que es la que en realidad sufre las
consecuencias. Destacable es el trabajo de Florián Rey en escenas como la de Juan, que dobla el periódico zanjando el asunto, para mostrar después a Acacia volviendo al pueblo, al hambre al que está destinada. O el plano en el que la esposa duerme en la cama, sufriendo por sus pesadillas y una sombra, que recuerda al Nosferatu de Murnau, le oprime el alma atormentada. En cierto modo tanto El misterio de la Puerta del Sol como La aldea maldita hablan de las obsesiones, la de Acacia y los niños, el abuelo y el honor, Pompeyo Pimpollo y Rodolfo Bambolino y la fama, Juan la rectitud y el esfuerzo. El camino para conseguirlo y sus consecuencias es lo que diferencia a dos películas que lo único que tienen en común es la pertenencia a una misma época.
consecuencias. Destacable es el trabajo de Florián Rey en escenas como la de Juan, que dobla el periódico zanjando el asunto, para mostrar después a Acacia volviendo al pueblo, al hambre al que está destinada. O el plano en el que la esposa duerme en la cama, sufriendo por sus pesadillas y una sombra, que recuerda al Nosferatu de Murnau, le oprime el alma atormentada. En cierto modo tanto El misterio de la Puerta del Sol como La aldea maldita hablan de las obsesiones, la de Acacia y los niños, el abuelo y el honor, Pompeyo Pimpollo y Rodolfo Bambolino y la fama, Juan la rectitud y el esfuerzo. El camino para conseguirlo y sus consecuencias es lo que diferencia a dos películas que lo único que tienen en común es la pertenencia a una misma época.
Documental

6.3
596
4
12 de marzo de 2015
12 de marzo de 2015
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Qué más da que se vean los focos, qué importa que se muestre la cámara. En Cuadecuc Vampir, de Pere Portabella, el autor, como un bricoleur, crea un relato a partir de los restos del rodaje de Jess Franco, que rueda su enésima película de terror. La historia, sin sonido, en un tétrico blanco y negro, habla de Drácula, y nos sumerge gracias a los cuadecuc, recortes de celuloide en
catalán, en una atmósfera de misterio y verosimilitud compartida. Pere Portabella juega con gran destreza con los claro-oscuros, crea intensidad visual incluso con elementos presentes, nos muestra los entresijos del rodaje, y todo en un constante sentimiento de realidad y terror compartido.
El sonido, inquietante, atrapa al espectador y le obliga a mantener la mirada en la pantalla. La falta de diálogos se trata quizás de un recurso para buscar la atención del espectador, algo que en principio puede ser por deficiencias técnicas y que Portabella resuelve con soltura como una aportación más a la atmósfera de la película. No apartamos la vista de la pantalla porque si lo
hacemos es posible que perdamos el hilo de la historia.
La reiteración de elementos naturales como el fuego, elemento infernal y demoníaco, los personajes sobreactuados y la imagen en blanco y negro tan contrastado, ayudan a crear la idea de que no nos encontramos ante un simple making off. Recursos utilizados con premeditación que no hacen más que mostrar la mentira que supone el cine, la falsedad y los trucos para conseguir esos efectos, de los que Portabella reniega a modo de ensayo. El autor nos muestra la realidad tal y como es, o esa es su intención. Una realidad, la del cine, en la que son constantes las apariciones de los focos y de la cámara, ventiladores que arrojan telarañas, máquinas de humo, y en la que todo vale para mostrar la necedad de un mundo creado y que en esta ocasión gira alrededor del Conde Drácula.
catalán, en una atmósfera de misterio y verosimilitud compartida. Pere Portabella juega con gran destreza con los claro-oscuros, crea intensidad visual incluso con elementos presentes, nos muestra los entresijos del rodaje, y todo en un constante sentimiento de realidad y terror compartido.
El sonido, inquietante, atrapa al espectador y le obliga a mantener la mirada en la pantalla. La falta de diálogos se trata quizás de un recurso para buscar la atención del espectador, algo que en principio puede ser por deficiencias técnicas y que Portabella resuelve con soltura como una aportación más a la atmósfera de la película. No apartamos la vista de la pantalla porque si lo
hacemos es posible que perdamos el hilo de la historia.
La reiteración de elementos naturales como el fuego, elemento infernal y demoníaco, los personajes sobreactuados y la imagen en blanco y negro tan contrastado, ayudan a crear la idea de que no nos encontramos ante un simple making off. Recursos utilizados con premeditación que no hacen más que mostrar la mentira que supone el cine, la falsedad y los trucos para conseguir esos efectos, de los que Portabella reniega a modo de ensayo. El autor nos muestra la realidad tal y como es, o esa es su intención. Una realidad, la del cine, en la que son constantes las apariciones de los focos y de la cámara, ventiladores que arrojan telarañas, máquinas de humo, y en la que todo vale para mostrar la necedad de un mundo creado y que en esta ocasión gira alrededor del Conde Drácula.
12 de marzo de 2015
12 de marzo de 2015
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nemesio Sobrevila, realizador bilbaíno nacido en 1889, firmó con El sexto sentido una de las joyas más desconocidas del cine español y cargadas de perlas para la posteridad. Película muda, de ritmo trepidante y cuidada fotografía, muestra con gran ironía el avance del cine y sus conceptos, como las vanguardias y la teoría del cine-ojo. Sobrevila, conocedor de los autores de la época, no duda en repetir técnicas de Ruttman y Vertov, para hacer una crítica soterrada de las corrientes artísticas del momento, su finalidad y los beneficios que ofrecen para el común de la población.
Dejando a un lado el planteamiento sobre el cine-ojo de Vertov y su objetividad integral, Sobrevila, a través de sus protagonistas, divide el mundo en dos. Por un lado se encuentran los optimistas, los felices e ingenuos, aquellos que no saben, que desconocen y que no quieren saber, “cada uno prefiere su mentira a la verdad de los otros”. Por otro lado los pesimistas, los que poseen un elevado conocimiento y sed de más, los tristes, “conocer es sufrir”. Ni qué decir tiene que las mujeres se presentan como seres inocentes y débiles que acatan las órdenes de los hombres.
Carlos y León, amigos suponemos que desde la infancia, si no no se explica el por qué de su relación, representan a esas dos miradas, la del recato y la vergüenza, y la de la alegría, la esperanza, jugoso juego el de los árboles en la escena de la merienda en el campo. El conflicto se inicia con Carmen, la novia de Carlos, que se ve obligada a mantener al holgazán de su padre. Amante de los toros, el alcohol y el tabaco, representa la falsa y doble moral que aflora en toda sociedad. Para que su padre pueda ir a los toros, la joven se ve obligada a vender el anillo que le ha regalado Carlos y a partir de aquí todo cambiará en sus vidas.
La película habla de los miedos y deseos, de la necesidad del conocimiento, de la búsqueda de la verdad, de la lucha interna entre lo que uno desea ser y lo que la sociedad le obliga a ser, encarnado en ese chico secuestrado por Kamus. Ah, es verdad, Kamus, se me olvidaba. Personaje representado por Ricardo Baroja, sí, el pintor, el hermano de don Pío. Un científico borrachín y vanidoso que juguetea con sus prismas y su proyector. En definitiva un morboso para el que el sexto sentido, aquél que nos informa sobre la realidad, la verdad, puede ser una cámara de cine que grabe a su libre albedrío o una botella llena de alcohol, “la que no falla”.
Sobrevila demuestra su calidad como cineasta a través de pinceladas de genialidad, juegos elegantes que anticipan las acciones o engañan al espectador. Atentos al uso simbólico de los sombreros, a las posiciones de los personajes en la escena, al quién tapa a quién y por qué. En definitiva un cineasta que sabe lo que se hace y un descubrimiento inesperado de nuestra filmografía tan folclórica.
Gracias a la difusión de El sexto sentido íntegra por parte de RTVE y a la copia restaurada con cuidado por la Filmoteca Española, es merecedora de la visita de todo amante del séptimo arte o que al menos sienta la necesidad de conocer el origen de nuestro cine. Además, la película nos llega con una enorme banda sonora de acompañamiento, entre la que no dejo de reconocer la canción de Mocedades “Amor de hombre” en las apariciones del padre.
Dejando a un lado el planteamiento sobre el cine-ojo de Vertov y su objetividad integral, Sobrevila, a través de sus protagonistas, divide el mundo en dos. Por un lado se encuentran los optimistas, los felices e ingenuos, aquellos que no saben, que desconocen y que no quieren saber, “cada uno prefiere su mentira a la verdad de los otros”. Por otro lado los pesimistas, los que poseen un elevado conocimiento y sed de más, los tristes, “conocer es sufrir”. Ni qué decir tiene que las mujeres se presentan como seres inocentes y débiles que acatan las órdenes de los hombres.
Carlos y León, amigos suponemos que desde la infancia, si no no se explica el por qué de su relación, representan a esas dos miradas, la del recato y la vergüenza, y la de la alegría, la esperanza, jugoso juego el de los árboles en la escena de la merienda en el campo. El conflicto se inicia con Carmen, la novia de Carlos, que se ve obligada a mantener al holgazán de su padre. Amante de los toros, el alcohol y el tabaco, representa la falsa y doble moral que aflora en toda sociedad. Para que su padre pueda ir a los toros, la joven se ve obligada a vender el anillo que le ha regalado Carlos y a partir de aquí todo cambiará en sus vidas.
La película habla de los miedos y deseos, de la necesidad del conocimiento, de la búsqueda de la verdad, de la lucha interna entre lo que uno desea ser y lo que la sociedad le obliga a ser, encarnado en ese chico secuestrado por Kamus. Ah, es verdad, Kamus, se me olvidaba. Personaje representado por Ricardo Baroja, sí, el pintor, el hermano de don Pío. Un científico borrachín y vanidoso que juguetea con sus prismas y su proyector. En definitiva un morboso para el que el sexto sentido, aquél que nos informa sobre la realidad, la verdad, puede ser una cámara de cine que grabe a su libre albedrío o una botella llena de alcohol, “la que no falla”.
Sobrevila demuestra su calidad como cineasta a través de pinceladas de genialidad, juegos elegantes que anticipan las acciones o engañan al espectador. Atentos al uso simbólico de los sombreros, a las posiciones de los personajes en la escena, al quién tapa a quién y por qué. En definitiva un cineasta que sabe lo que se hace y un descubrimiento inesperado de nuestra filmografía tan folclórica.
Gracias a la difusión de El sexto sentido íntegra por parte de RTVE y a la copia restaurada con cuidado por la Filmoteca Española, es merecedora de la visita de todo amante del séptimo arte o que al menos sienta la necesidad de conocer el origen de nuestro cine. Además, la película nos llega con una enorme banda sonora de acompañamiento, entre la que no dejo de reconocer la canción de Mocedades “Amor de hombre” en las apariciones del padre.
Más sobre La Tardinale
Cancelar
Limpiar
Aplicar
Filters & Sorts
You can change filter options and sorts from here