No deja de resultar llamativo cómo aún existen grandes personalidades dentro del cine capaces de sublimar cualquier material, por mediocre que sea. Recomendable para devotos, adeptos, fans, mitómanos y adoradores de una cada vez más guapa Sharon Stone, capaz de eclipsar a todo un Robert De Niro en la magistral Casino y capaz de cobrar la friolera de 20 millones de dólares por encabezar una secuela que no tendrá repercusión. Como actriz, la que es el nuevo rostro de Dior se apunta un tanto personal gracias a su divertida y elegante interpretación y, en sus escenas junto a Charlotte Rampling, aporta empaque a la cinta, aunque dejo en el aire la siguiente pregunta: ¿Es que no hay un director que valga tanto como ella como para convertirla en un bombón peligroso e interesante? ¡Que vuelva Scorsese!

Haciendo un paralelismo con su título original, es una lástima que Braveheart se haya hecho con tanto corazón pero con tan poco cerebro, quizá el poco -o ninguno- que se requiere para montar el circo de pintarse la cara con los colores que parecen la bandera de Argentina y levantar a las plateas al grito de "¡Libertaaaad!". Una vez hemos limpiado la salsa de tomate impregnada en la lente de la cámara, lo más divertido es ver el número circense del Sr. Gibson ciñéndose religiosamente al guión: dando golpes a diestro y siniestro una y otra vez, y al rigor histórico también. Para culminar el disparate, y enfundado en la falda escocesa con un improbable acento de camionero de Nebraska, se empeña también en dirigir la película a trancas y barrancas, a través de una puesta en escena tan pobre y unas secuencias de batalla -que finalmente rodó el director de la segunda unidad- tan básicas, que al final le salió un híbrido entre Mad Max y un ejército de orcos a modo precuela. Grotesca.