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3.9
1,014
6
3 de septiembre de 2014
3 de septiembre de 2014
10 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
El factor nostalgia, es decir, la influencia que sobre el jovencísimo director norteamericano Joe Begos han ejercido ciertos clásicos de la ciencia-ficción y el terror estrenados durante los años 70 y 80 del siglo XX (influjo que ha cristalizado en multitud de homenajes a lo largo y ancho de la cinta) se convierte en uno de los puntos más interesantes de Casi Humanos.
Para el buen aficionado al cine de género, ser capaz de intuir, con mayor o menor claridad, la sombra de La Matanza de Texas (Tobe Hooper, 1974), La Invasión de los Ultracuerpos (Philip Kaufman, 1978), Halloween (John Carpenter, 1978), Xtro (Harry Bromley Davenport, 1983) o The Terminator (James Cameron, 1984), entre otras, así como de la obra literaria de Stephen King, resulta verdaderamente delicioso.
Sin embargo, la virtud más destacable del filme es esa brillantez innegable aunque discreta, pues surge de la acumulación de medianías antes que de un apabullante despliegue de excelentes cualidades. A saber, Begos compone una dirección sólida en su combinación de recursos clásicos y contemporáneos. El uso reiterado de planos holandeses y de una cámara al hombro temblona, que no mareante, dan buen testimonio de su estilo mezclado. El guión consigue atrapar al espectador pese a su agradable simplicidad. Comparten culpa de ello la exposición gradual del siniestro propósito aludido en la sinopsis y la utilización moderada de unos detalles gore nada comedidos en cuanto a crudeza. Todos los actores, sin ser unos portentos, están a al altura. Villano incluido, sí. A pesar de su físico algo bonachón. La labor de montaje, quizá el aspecto más cercano a la excelencia, confiere un ritmo vertiginoso y bastante estable a un filme ya de por sí más centrado en la acción que en el desarrollo de personajes. A decir verdad, para mantener este ritmo vibrante se ha escatimado, incluso, en ambición temática, habiéndose conformado el bueno de Begos con apuntar un par de pinceladas más propias de El Cementerio Viviente (Mary Lambert, 1989), que de la mencionada Invasión de los Ultracuerpos.
En suma y como apostillaba más arriba, Casi Humanos no destaca en ningún área, pero todos sus elementos funcionan razonablemente bien.
De hecho, la exagerada prominencia de uno de ellos, la banda sonora, durante los estallidos de muerte y violencia ya me parece un error, pues arrastra al espectador de manera algo tramposa hacia un estado de angustia. Un ligero defecto que junto con la escasísima originalidad del guión y la ausencia de instantes de verdadero pánico, se me antojan los puntos débiles del filme. Claro que el escamoteo de ese genuino sentimiento de terror queda compensando con la inclusión de unas cuantas escenas bastante incómodas de mirar. Como la que tiene lugar en un dormitorio o la que cierra la función, por poner un par de ejemplos.
En definitiva, Casi Humanos será la cinta perfecta para alquilar un viernes noche cuando pase a formar parte del catálogo de esos insulsos videoclubes metafóricos que el progreso ha implantado. No aburre ni decepciona en ningún instante y, por tanto, supondrá un entretenimiento la mar de eficaz. No se convertirá en la película de vuestras vidas, pero lo pasaréis muy, muy bien.
Más en http://ciruelasdeultratumba.tumblr.com
Para el buen aficionado al cine de género, ser capaz de intuir, con mayor o menor claridad, la sombra de La Matanza de Texas (Tobe Hooper, 1974), La Invasión de los Ultracuerpos (Philip Kaufman, 1978), Halloween (John Carpenter, 1978), Xtro (Harry Bromley Davenport, 1983) o The Terminator (James Cameron, 1984), entre otras, así como de la obra literaria de Stephen King, resulta verdaderamente delicioso.
Sin embargo, la virtud más destacable del filme es esa brillantez innegable aunque discreta, pues surge de la acumulación de medianías antes que de un apabullante despliegue de excelentes cualidades. A saber, Begos compone una dirección sólida en su combinación de recursos clásicos y contemporáneos. El uso reiterado de planos holandeses y de una cámara al hombro temblona, que no mareante, dan buen testimonio de su estilo mezclado. El guión consigue atrapar al espectador pese a su agradable simplicidad. Comparten culpa de ello la exposición gradual del siniestro propósito aludido en la sinopsis y la utilización moderada de unos detalles gore nada comedidos en cuanto a crudeza. Todos los actores, sin ser unos portentos, están a al altura. Villano incluido, sí. A pesar de su físico algo bonachón. La labor de montaje, quizá el aspecto más cercano a la excelencia, confiere un ritmo vertiginoso y bastante estable a un filme ya de por sí más centrado en la acción que en el desarrollo de personajes. A decir verdad, para mantener este ritmo vibrante se ha escatimado, incluso, en ambición temática, habiéndose conformado el bueno de Begos con apuntar un par de pinceladas más propias de El Cementerio Viviente (Mary Lambert, 1989), que de la mencionada Invasión de los Ultracuerpos.
En suma y como apostillaba más arriba, Casi Humanos no destaca en ningún área, pero todos sus elementos funcionan razonablemente bien.
De hecho, la exagerada prominencia de uno de ellos, la banda sonora, durante los estallidos de muerte y violencia ya me parece un error, pues arrastra al espectador de manera algo tramposa hacia un estado de angustia. Un ligero defecto que junto con la escasísima originalidad del guión y la ausencia de instantes de verdadero pánico, se me antojan los puntos débiles del filme. Claro que el escamoteo de ese genuino sentimiento de terror queda compensando con la inclusión de unas cuantas escenas bastante incómodas de mirar. Como la que tiene lugar en un dormitorio o la que cierra la función, por poner un par de ejemplos.
En definitiva, Casi Humanos será la cinta perfecta para alquilar un viernes noche cuando pase a formar parte del catálogo de esos insulsos videoclubes metafóricos que el progreso ha implantado. No aburre ni decepciona en ningún instante y, por tanto, supondrá un entretenimiento la mar de eficaz. No se convertirá en la película de vuestras vidas, pero lo pasaréis muy, muy bien.
Más en http://ciruelasdeultratumba.tumblr.com

5.8
8,077
8
10 de abril de 2015
10 de abril de 2015
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Categorizar este título es tarea peliaguda. No se trata de un filme de terror al uso, por más que la presencia de un psychokiller y su estructura de película de allanamiento de morada justifiquen esta reseña. Tampoco nos encontramos ante un manifiesto bélico/existencial abierto, una cinta de acción chusca y socarrona o una comedia adolescente de aventuras, aunque hallaremos retazos de todo ello durante sus 95 minutos de celuloide. Pero si algo hemos de dejar bien claro, es que The Guest requiere paciencia por parte del espectador.
Fieles a sus raíces mumblecore, Wingard y Barrett plantean la primera mitad del filme como un drama independiente de ritmo lento. Exploraremos las miserias burguesas de cada miembro de la familia Peterson y aprendeheremos las dinámicas existentes entre ellos mediante calmados diálogos pronunciados en medio de un silencio cotidiano casi absoluto.
Por fortuna, The Guest no llega a desplomarse durante este tramo, pues encontraremos, aquí y allá, pequeños desahogos que anticipan toda la diversión presente en su segunda mitad. Se trata de concesiones claramente dirigidas al espectador, como la ambivalencia de David (con sus feroces miradas al infinito y sus gestos furtivos), la excelente construcción de la tensión y el suspense (atentos a la escena del bar de carretera) y, por encima de todo, la recreación de ese inefable espíritu ochentero que tan estimulante resulta para los espectadores cierta edad.
Estel aroma a videoclub no se construye mediante referencias directas a títulos míticos de nuestra infancia. Más bien, Wingard y Barrett bucean entre montones de VHS buscando los elementos que más gracia les hicieron, más les inspiraron o, sencillamente más sentido tenía incluir en The Guest, a condición de que la particular verosimilitud de la historia no se viera comprometida.
Así, el pulcro diseño de producción se desmelena incluyendo toneladas de jack-o´-lanterns, alguna casa del terror y demás parafernalia de Halloween. Dan Stevens interpreta magistralmente a un personaje tan efectivo como Terminator y tan encantador como Jack Burton. La fotografía se tiñe en ocasiones de estrafalarios tonos rojos, verdes y morados que remiten a Argento…o a esos locos neones de megaurbe oriental. Y la magnífica banda sonora mezcla tensas texturas de sintetizador (deudoras, nuevamente, de Carpenter), con temas darkwave o techno que elevan varios enteros la experiencia de visionado del filme. Todo ello para conformar un gratificante tono estrafalario y juguetón que actúa como perfecto contrapeso del drama familiar previo.
Sin embargo, aunque el esfuerzo de nostalgia panecléctica de la cinta resulte admirable, no todo funciona bien en el conjunto de la obra. Stevens se antoja demasiado rígido, demasiado atado en corto por un Wingard empeñado en extraer de él un registro robótico que no termina de encajar con otros rasgos del personaje. El asunto de las calabazas se nota impostado, tal vez por su inconstancia a lo largo del metraje. Y, en términos generales, los adultos actúan como idiotas, aunque esto tal vez forme parte consciente del mencionado tono retro.
Sea como fuere, no sería justo que nos quedáramos sólo en la estética al examinar The Guest. Porque a todos los valores anteriores hemos de sumar un sutil subtexto relacionado con esa amalgama de corporaciones industriales interesadas en que los diferentes países guerreen ad eternum, devorando a cuantos hombres de buena voluntad sea necesario. Un mensaje interesante precisamente debido al escasísimo interés de los cineastas en cargar las tintas o simplificar la cuestión.
The Guest no cuenta nada nuevo, cierto, pero nuestros políticos y nuestros periodistas tampoco. Ante esta situación, recurrente, de miseria económica y moral que vivimos, podemos adoptar diversas actitudes: resignarnos, llorar, cabrearnos…pero también podemos rescatar una pizca de ese maravilloso humor subversivo ochentero y pasar un rato entretenido. Que buena falta hace.
Fieles a sus raíces mumblecore, Wingard y Barrett plantean la primera mitad del filme como un drama independiente de ritmo lento. Exploraremos las miserias burguesas de cada miembro de la familia Peterson y aprendeheremos las dinámicas existentes entre ellos mediante calmados diálogos pronunciados en medio de un silencio cotidiano casi absoluto.
Por fortuna, The Guest no llega a desplomarse durante este tramo, pues encontraremos, aquí y allá, pequeños desahogos que anticipan toda la diversión presente en su segunda mitad. Se trata de concesiones claramente dirigidas al espectador, como la ambivalencia de David (con sus feroces miradas al infinito y sus gestos furtivos), la excelente construcción de la tensión y el suspense (atentos a la escena del bar de carretera) y, por encima de todo, la recreación de ese inefable espíritu ochentero que tan estimulante resulta para los espectadores cierta edad.
Estel aroma a videoclub no se construye mediante referencias directas a títulos míticos de nuestra infancia. Más bien, Wingard y Barrett bucean entre montones de VHS buscando los elementos que más gracia les hicieron, más les inspiraron o, sencillamente más sentido tenía incluir en The Guest, a condición de que la particular verosimilitud de la historia no se viera comprometida.
Así, el pulcro diseño de producción se desmelena incluyendo toneladas de jack-o´-lanterns, alguna casa del terror y demás parafernalia de Halloween. Dan Stevens interpreta magistralmente a un personaje tan efectivo como Terminator y tan encantador como Jack Burton. La fotografía se tiñe en ocasiones de estrafalarios tonos rojos, verdes y morados que remiten a Argento…o a esos locos neones de megaurbe oriental. Y la magnífica banda sonora mezcla tensas texturas de sintetizador (deudoras, nuevamente, de Carpenter), con temas darkwave o techno que elevan varios enteros la experiencia de visionado del filme. Todo ello para conformar un gratificante tono estrafalario y juguetón que actúa como perfecto contrapeso del drama familiar previo.
Sin embargo, aunque el esfuerzo de nostalgia panecléctica de la cinta resulte admirable, no todo funciona bien en el conjunto de la obra. Stevens se antoja demasiado rígido, demasiado atado en corto por un Wingard empeñado en extraer de él un registro robótico que no termina de encajar con otros rasgos del personaje. El asunto de las calabazas se nota impostado, tal vez por su inconstancia a lo largo del metraje. Y, en términos generales, los adultos actúan como idiotas, aunque esto tal vez forme parte consciente del mencionado tono retro.
Sea como fuere, no sería justo que nos quedáramos sólo en la estética al examinar The Guest. Porque a todos los valores anteriores hemos de sumar un sutil subtexto relacionado con esa amalgama de corporaciones industriales interesadas en que los diferentes países guerreen ad eternum, devorando a cuantos hombres de buena voluntad sea necesario. Un mensaje interesante precisamente debido al escasísimo interés de los cineastas en cargar las tintas o simplificar la cuestión.
The Guest no cuenta nada nuevo, cierto, pero nuestros políticos y nuestros periodistas tampoco. Ante esta situación, recurrente, de miseria económica y moral que vivimos, podemos adoptar diversas actitudes: resignarnos, llorar, cabrearnos…pero también podemos rescatar una pizca de ese maravilloso humor subversivo ochentero y pasar un rato entretenido. Que buena falta hace.
MediometrajeTV

7.7
23,934
9
12 de septiembre de 2014
12 de septiembre de 2014
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se mida por donde se mida, La Cabina es un trabajo casi perfecto. El guión apuesta sobre seguro al proponer un viaje emocional de inicio ligero y apogeo aterrador. El espacio que media entre esos elementos humorísticos estilo cartoon y la más cruel pesadilla poeiana, otorgan tal fuste y tensión a la obra (merced a la abundancia de detalles macabros e imágenes altamente expresivas) que su impacto ha podido atravesar, sin resentirse, estas cuatro últimas décadas. Y lo que le echen.
Mercero confecciona una dirección sobresaliente y ambiciosa. El gran plano general aéreo con que abre el filme adelanta muy bien uno de los temas principales: la impasibilidad que manifiesta este mundo enorme y atroz ante nuestros pequeños dramas. Idea ulteriormente subrayada por algún contrapicado, nuevos planos aéreos y un travelling circular angustioso, entre otros recursos.
Como excelente complemento de esta primorosa labor de dirección, hallamos la banda sonora. Debido a la parquedad de diálogos, se convierte en otro de los pilares maestros de La Cabina. A lo largo del metraje escucharemos un conjunto de melodías sencillas, aunque muy efectivas como realce emocional. Ora sonarán desenfadadas, ora burlescas, ora tensas, ora melancólicas hasta el desgarro…una interesante partitura rematada por el épico, oscuro e imponente Triunfo de Afrodita, de Carl Orff.
La interpretación de López Vázquez resulta, asimismo, soberbia. Con la única ayuda de su rostro y sus manos, el actor es capaz de transmitir con total verosimilitud la amplia gama de emociones (puras o en intrincadas combinaciones) que embargan a su personaje, efectuando además, cuando la ocasión lo requiere, transiciones rapidísimas de un registro a otro. Sin alguien como él La Cabina habría quedado, nunca mejor dicho, dolorosamente vacía.
Con todo, este clásico del terror no está completamente libre de tachas. Para empezar, los escasos diálogos de la cinta se perciben impostados y aun excesivos. Parece que, por razones técnicas, tuvieron que reproducirse en post-producción. Y en su afán por clarificar la acción, a alguien se le fue la mano añadiendo líneas que nunca estuvieron allí. Así, algunos actores han quedado convertidos en extraños ventrílocuos capaces de romper un poco nuestra conexión con la historia.
Por otro lado, el clímax se hace algo corto, quizá precipitado. Y también se echa en falta un desenlace más…abierto. En su estado actual, la resolución pierde potencia, pues deja poco campo libre para que entre en juego la imaginación del espectador.
Sin embargo, más allá de estos ligeros defectos, el mayor valor de la cinta reside en su exhuberancia temática. Para detallar la filosofía del filme, es necesario referir, al menos, la dialéctica de la cosificación de Jean-Paul Sartre, la incapacidad kafkiana para aprehender y controlar los vericuetos de un mundo burocratizado y también el sentido fatalista de la vida recogido en el cine expresionista alemán.
A partir de aquí, caben múltiples significados. La tan manida identificación de la cabina con la represión franquista o cualquier otra interpretación política, psicológica, social, religiosa, educativa o económica que se nos ocurra. Todas son y serán válidas, como dejó escrito Mercero. Porque esto es terror, añade el que suscribe. Del bueno. Una pequeña gran obra de arte.
Más en http://ciruelasdeultratumba.tumblr.com
Mercero confecciona una dirección sobresaliente y ambiciosa. El gran plano general aéreo con que abre el filme adelanta muy bien uno de los temas principales: la impasibilidad que manifiesta este mundo enorme y atroz ante nuestros pequeños dramas. Idea ulteriormente subrayada por algún contrapicado, nuevos planos aéreos y un travelling circular angustioso, entre otros recursos.
Como excelente complemento de esta primorosa labor de dirección, hallamos la banda sonora. Debido a la parquedad de diálogos, se convierte en otro de los pilares maestros de La Cabina. A lo largo del metraje escucharemos un conjunto de melodías sencillas, aunque muy efectivas como realce emocional. Ora sonarán desenfadadas, ora burlescas, ora tensas, ora melancólicas hasta el desgarro…una interesante partitura rematada por el épico, oscuro e imponente Triunfo de Afrodita, de Carl Orff.
La interpretación de López Vázquez resulta, asimismo, soberbia. Con la única ayuda de su rostro y sus manos, el actor es capaz de transmitir con total verosimilitud la amplia gama de emociones (puras o en intrincadas combinaciones) que embargan a su personaje, efectuando además, cuando la ocasión lo requiere, transiciones rapidísimas de un registro a otro. Sin alguien como él La Cabina habría quedado, nunca mejor dicho, dolorosamente vacía.
Con todo, este clásico del terror no está completamente libre de tachas. Para empezar, los escasos diálogos de la cinta se perciben impostados y aun excesivos. Parece que, por razones técnicas, tuvieron que reproducirse en post-producción. Y en su afán por clarificar la acción, a alguien se le fue la mano añadiendo líneas que nunca estuvieron allí. Así, algunos actores han quedado convertidos en extraños ventrílocuos capaces de romper un poco nuestra conexión con la historia.
Por otro lado, el clímax se hace algo corto, quizá precipitado. Y también se echa en falta un desenlace más…abierto. En su estado actual, la resolución pierde potencia, pues deja poco campo libre para que entre en juego la imaginación del espectador.
Sin embargo, más allá de estos ligeros defectos, el mayor valor de la cinta reside en su exhuberancia temática. Para detallar la filosofía del filme, es necesario referir, al menos, la dialéctica de la cosificación de Jean-Paul Sartre, la incapacidad kafkiana para aprehender y controlar los vericuetos de un mundo burocratizado y también el sentido fatalista de la vida recogido en el cine expresionista alemán.
A partir de aquí, caben múltiples significados. La tan manida identificación de la cabina con la represión franquista o cualquier otra interpretación política, psicológica, social, religiosa, educativa o económica que se nos ocurra. Todas son y serán válidas, como dejó escrito Mercero. Porque esto es terror, añade el que suscribe. Del bueno. Una pequeña gran obra de arte.
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5.0
12,359
2
24 de agosto de 2014
24 de agosto de 2014
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
La secuencia prólogo prometía muchísimo: densa textura sonora contrapunteada por una sucesión de desgarradores alaridos, cámara inestable acercándose a la casa de los White y penetrando en su enrarecido y ensangrentado interior, tentativa del acto violento más abominable que nuestra gloriosa raza es capaz de perpetrar…pero la cosa no pasa de ahí.
Este trampantojo inicial constituirá la única diferencia apreciable con la película previa, si exceptuamos el hecho de que el trabajo de Peirce ha prescindido por completo del tono humorístico inicial de la cinta de los 70, en favor de un ramplón melodrama adolescente que ofrece, incluso, momentos involuntariamente cómicos. Nótese, por ejemplo, la ridícula grandilocuencia con que se filma la pataleta de Chris Hargensen (Portia Doubleday) en el campo de lacrosse.
El metraje que ha quedado libre tras la eliminación de las secuencias de humor se ha completado con escenas que si bien están tomadas de la novela de King, no contribuyen a sacarnos de ese odioso estado de déjà vu cinematográfico.
Mejor esto, debieron pensar los ejecutivos de turno, que arriesgarse a profundizar en el carácter sadomasoquista de la mencionada Hargensen, en la auto-mutilación reiterada de Margaret White (como único medio de irradiar hacia el exterior algo parecido a la normalidad) o en cualquier otra de las escasísimas gotas originales que rezuma tímidamente este remake y que probablemente no he advertido. ¿El resto? Lo dicho. Un clon con una tara mental lo bastante grave como para avergonzar a cualquier cineasta que no responda al nombre de Gus Van Sant (Psycho, 1998).
Los valores técnicos, lejos de añadir algo al filme, se las apañan para restar, si tal cosa es posible. Las pocas secuencias alejadas del remake shot-for-shot están rodadas de manera tan maquinal que uno no puede dejar de pensar en esos típicos seriales televisivos teen, siendo este efecto particularmente discernible en las escenas CGI.
La banda sonora resulta tan chapucera y efectista como la de cualquier videojuego survival horror. Terreno conocido para el compositor, Marco Beltrami, por cierto.
Y de los actores principales, tan sólo salvaría a Chöe Moretz. Pese a ser demasiado guapa para el papel de Carrie White, representa muy bien los sentimientos encontrados que provoca la pubertad. Ni una Julianne Moore (Margaret) demasiado plana ni, por supuesto, ese grupo de como-se-llamen condenados a interpretar a adolescentes hasta el fin de sus carreras consiguen acercársele. Con todo, me hubiera gustado ver ahí a Sophie Kennedy Clark o a Jennifer Lawrence. Aunque…¡qué demonios! ¡Me hubiera gustado ver cualquier otra cosa!
Más en http://ciruelasdeultratumba.tumblr.com
Este trampantojo inicial constituirá la única diferencia apreciable con la película previa, si exceptuamos el hecho de que el trabajo de Peirce ha prescindido por completo del tono humorístico inicial de la cinta de los 70, en favor de un ramplón melodrama adolescente que ofrece, incluso, momentos involuntariamente cómicos. Nótese, por ejemplo, la ridícula grandilocuencia con que se filma la pataleta de Chris Hargensen (Portia Doubleday) en el campo de lacrosse.
El metraje que ha quedado libre tras la eliminación de las secuencias de humor se ha completado con escenas que si bien están tomadas de la novela de King, no contribuyen a sacarnos de ese odioso estado de déjà vu cinematográfico.
Mejor esto, debieron pensar los ejecutivos de turno, que arriesgarse a profundizar en el carácter sadomasoquista de la mencionada Hargensen, en la auto-mutilación reiterada de Margaret White (como único medio de irradiar hacia el exterior algo parecido a la normalidad) o en cualquier otra de las escasísimas gotas originales que rezuma tímidamente este remake y que probablemente no he advertido. ¿El resto? Lo dicho. Un clon con una tara mental lo bastante grave como para avergonzar a cualquier cineasta que no responda al nombre de Gus Van Sant (Psycho, 1998).
Los valores técnicos, lejos de añadir algo al filme, se las apañan para restar, si tal cosa es posible. Las pocas secuencias alejadas del remake shot-for-shot están rodadas de manera tan maquinal que uno no puede dejar de pensar en esos típicos seriales televisivos teen, siendo este efecto particularmente discernible en las escenas CGI.
La banda sonora resulta tan chapucera y efectista como la de cualquier videojuego survival horror. Terreno conocido para el compositor, Marco Beltrami, por cierto.
Y de los actores principales, tan sólo salvaría a Chöe Moretz. Pese a ser demasiado guapa para el papel de Carrie White, representa muy bien los sentimientos encontrados que provoca la pubertad. Ni una Julianne Moore (Margaret) demasiado plana ni, por supuesto, ese grupo de como-se-llamen condenados a interpretar a adolescentes hasta el fin de sus carreras consiguen acercársele. Con todo, me hubiera gustado ver ahí a Sophie Kennedy Clark o a Jennifer Lawrence. Aunque…¡qué demonios! ¡Me hubiera gustado ver cualquier otra cosa!
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4.4
1,796
2
19 de septiembre de 2014
19 de septiembre de 2014
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Digámoslo sin rodeos. Aftershock me parece una propuesta muy pobre. Para empezar, apesta a telefilme por los cuatro costados. Nicolás López ha elegido construir la película a base de planos y secuencias netamente descriptivas, sin atisbo de intención artística. Cosa que, como es lógico, otorga un aire barato a la obra.
Si bien la fotografía logra reflejar con gran pericia la espectacular belleza de Valparaíso, el tratamiento demasiado brillante y un tanto aséptico de la luz blanca evoca sin remedio los vídeos promocionales de una agencia de viajes.
La banda sonora también parece compuesta de manera maquinal. Suena a déjà entendu, no resulta nada discreta y a menudo se utiliza, con descarado efectismo, para realzar un tono melodramático ya de por sí exagerado.
Finalmente, los efectos especiales se sitúan un par de peldaños por debajo de lo cutre. En particular aquellos que pretenden recrear el terremoto. Algo imposible de hacer, con un mínimo de dignidad, desde la serie B.
Los elementos gore (menos abundantes aquí que en otras obras de Eli Roth) funcionan algo mejor, aunque también terminan enseñando el truco. En fin, un verdadero desastre.
Por otro lado, los escasos 86 minutos que se prolonga Aftershock se hacen muy, muy largos, lo que se constituye como el segundo gran problema de la cinta. Defecto directamente achacable a un libreto fallido en tres de sus cuatro segmentos. Fracasa en ese dilatado arranque, propio de comedia juvenil tipo American Pie (Paul Weitz, 1999). Ni resulta gracioso, ni tiene por objetivo profundizar en los personajes principales, esquemáticos por naturaleza.
Fracasa en su manejo del terremoto, pues ese tramo tan deudor del cine de catástrofes aparece plagado de situaciones antes supeditadas a la tarea de colarnos como sea el mensaje principal, que a asuntos como verosimilitud o coherencia narrativa.
También fracasa a partir del momento en que Aftershock deriva en una especie de peli de zombis sin zombis. Es decir, cuando ese grupo de villanos (aún más planos e increíbles que nuestros precarios protagonistas) entra en acción. La absurda maldad del hombre aflorando justo después de que nuestra frágil civilización se derrumbe, por si aún no había quedado claro.
No obstante, los últimos diez minutos suponen todo un acierto. Una muestra del mejor y más puro slasher. Bien rodado, bien coreografiado y bien entretenido. A poco que pasemos por alto el chapucero giro argumental que conduce a este tramo y con tal que no demos demasiadas vueltas a ese bochornoso remate final, mojigato incluso para los estándares del cine de terror, nos quedará buen sabor de boca. Sin embargo, esto no basta para que concedáis una oportunidad al filme.
Alguien podría argüir que tampoco es para tanto. Que al fin y al cabo Aftershock es una muestra, como tantas, de “diversión terrorífica adolescente”; un producto de “puro entretenimiento”. Pero en lo personal siempre he mantenido que defender un pésima propuesta de terror adjudicándole este tipo de etiquetas, denigra tanto a los adolescentes como al terror mismo. Así que las cosas, por su nombre.
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Si bien la fotografía logra reflejar con gran pericia la espectacular belleza de Valparaíso, el tratamiento demasiado brillante y un tanto aséptico de la luz blanca evoca sin remedio los vídeos promocionales de una agencia de viajes.
La banda sonora también parece compuesta de manera maquinal. Suena a déjà entendu, no resulta nada discreta y a menudo se utiliza, con descarado efectismo, para realzar un tono melodramático ya de por sí exagerado.
Finalmente, los efectos especiales se sitúan un par de peldaños por debajo de lo cutre. En particular aquellos que pretenden recrear el terremoto. Algo imposible de hacer, con un mínimo de dignidad, desde la serie B.
Los elementos gore (menos abundantes aquí que en otras obras de Eli Roth) funcionan algo mejor, aunque también terminan enseñando el truco. En fin, un verdadero desastre.
Por otro lado, los escasos 86 minutos que se prolonga Aftershock se hacen muy, muy largos, lo que se constituye como el segundo gran problema de la cinta. Defecto directamente achacable a un libreto fallido en tres de sus cuatro segmentos. Fracasa en ese dilatado arranque, propio de comedia juvenil tipo American Pie (Paul Weitz, 1999). Ni resulta gracioso, ni tiene por objetivo profundizar en los personajes principales, esquemáticos por naturaleza.
Fracasa en su manejo del terremoto, pues ese tramo tan deudor del cine de catástrofes aparece plagado de situaciones antes supeditadas a la tarea de colarnos como sea el mensaje principal, que a asuntos como verosimilitud o coherencia narrativa.
También fracasa a partir del momento en que Aftershock deriva en una especie de peli de zombis sin zombis. Es decir, cuando ese grupo de villanos (aún más planos e increíbles que nuestros precarios protagonistas) entra en acción. La absurda maldad del hombre aflorando justo después de que nuestra frágil civilización se derrumbe, por si aún no había quedado claro.
No obstante, los últimos diez minutos suponen todo un acierto. Una muestra del mejor y más puro slasher. Bien rodado, bien coreografiado y bien entretenido. A poco que pasemos por alto el chapucero giro argumental que conduce a este tramo y con tal que no demos demasiadas vueltas a ese bochornoso remate final, mojigato incluso para los estándares del cine de terror, nos quedará buen sabor de boca. Sin embargo, esto no basta para que concedáis una oportunidad al filme.
Alguien podría argüir que tampoco es para tanto. Que al fin y al cabo Aftershock es una muestra, como tantas, de “diversión terrorífica adolescente”; un producto de “puro entretenimiento”. Pero en lo personal siempre he mantenido que defender un pésima propuesta de terror adjudicándole este tipo de etiquetas, denigra tanto a los adolescentes como al terror mismo. Así que las cosas, por su nombre.
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