Como ya ocurriera con la última entrega de Rocky, al entrar en la sala de cine temía sentir cierto grado de vergüenza al ver al gran, aunque ya mayor, Sylvester Stallone masacrando birmanos. Qué equivocado estaba. Ya desde el primer minuto de película se nos presenta un entorno de batalla cruel, salvaje, horrible, que nos hace sentir rabia por los enemigos a los que se enfrentará el temible Rambo. Y Stallone logra este efecto de tal modo que ante las carnicerías que monta, no sentimos nada más que asco en determinados momentos, y emoción por ver cómo este gran héroe ha regresado por la puerta grande.

Sí, la historia no es nada del otro mundo, los malos son muy malos y el espectador no logra sentir interés por gran parte de los secundarios que aparecen en el film; pero es que la acción es tan brutal y salvaje que al final no podemos sino aplaudir el trabajo llevado a cabo por Stallone. Eso sí, la película podría ser algo más larga ya que toda la acción se pasa en cuestión de minutos.

Mención especial para la secuencia final, que es de lo más espectacular que he visto en mucho tiempo. Toda una muestra de maestría a la hora de dominar el espectáculo.