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Críticas ordenadas por utilidad
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5.5
11,165
7
9 de abril de 2011
9 de abril de 2011
17 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
De nuevo nos vemos ante una película ambientada en ese trágico periodo de la caída del Imperio Romano, pero esta vez, Kevin Macdonald nos presenta la situación en la que se encontraba la Britania en esos últimos momentos de dominio romano del siglo II. Esta película, basada en la novela de Rosemary Sutcliff, nos abre el telón para enseñarnos el conflicto entre los romanos que defendían la frontera britana de las tribus del Norte a través de dos personajes, dos realidades distintas: un centurión romano, Marcus Aquila, y su esclavo Esca, de origen britano. Aunque el lazo de amistad que se establece entre ellos resulta en cierta manera artificial (en aquella época romana era inconcebible restarse a la dignidad de un esclavo o considerarlo incluso como persona), ambos protagonistas demuestran una idea profunda de amistad y fidelidad.
Los combates entre las tropas de Roma contra los bárbaros britanos están trabajados, convincentes, aunque de rápidos y confusos movimientos de cámara en los momentos de más acción.
Tanto el romano como el esclavo, se aventuran a cruzar el Muro de Adriano en un viaje por una exótica escenografía de Britania, presentándola salvaje y desconocida para recuperar el águila perdida de la Novena Legión (que no es más que un símbolo del Imperio), una búsqueda, y por tanto, una trama, que gira entorno al empeño del protagonista que pretende convencernos de su ansia de conocer la verdad y recuperar la honra de su padre con esos contínuos flashback a lo Gladiator.
Dos mundos enfrentados, una Roma civilizada (aunque de valores prácticamente cristianos ante el valor de la vida y la humanidad) y esa realidad bárbara, casi exótica y desconocida, presentada en un idioma antiguo, que no nos acaba de convencer.
Los combates entre las tropas de Roma contra los bárbaros britanos están trabajados, convincentes, aunque de rápidos y confusos movimientos de cámara en los momentos de más acción.
Tanto el romano como el esclavo, se aventuran a cruzar el Muro de Adriano en un viaje por una exótica escenografía de Britania, presentándola salvaje y desconocida para recuperar el águila perdida de la Novena Legión (que no es más que un símbolo del Imperio), una búsqueda, y por tanto, una trama, que gira entorno al empeño del protagonista que pretende convencernos de su ansia de conocer la verdad y recuperar la honra de su padre con esos contínuos flashback a lo Gladiator.
Dos mundos enfrentados, una Roma civilizada (aunque de valores prácticamente cristianos ante el valor de la vida y la humanidad) y esa realidad bárbara, casi exótica y desconocida, presentada en un idioma antiguo, que no nos acaba de convencer.

5.5
14,562
6
30 de enero de 2012
30 de enero de 2012
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Joe Carnahan (“Ases Calientes”, “El Equipo A”) consigue ganar audiencia con su última película (número uno en la taquilla estadounidense), mejorando la puesta en escena con esta última cinta.
Un avión se estrella en una región perdida de Alaska, un escenario que muestra una fotografía deslumbrante, instantáneas documentales del hombre perdido en un medio salvaje. El grupo marcha en busca de la civilización y para ello, debe sobrevivir en un territorio dominado por el lobo (representación de la Muerte que se va llevando uno a uno cuando llega su momento).
“Infierno Blanco” presenta una trama que no se centra únicamente en la supervivencia de un grupo de hombres en medio de una naturaleza salvaje y extrema, sino que también ofrece una experiencia de relación con la vida y la muerte en continua acción, y cuestiona las dudas antropológicas acerca quién decide sobre la existencia del ser humano. Sin embargo, Carnahan no se atreve a afrontar las respuestas, sino que las deja presentes a lo largo de la narración prefiriendo mantener la atención en los momentos de mayor acción y suspense, por lo que abandona la oportunidad de ofrecer una mayor profundidad a su largometraje.
Ottway es interpretado por Liam Neeson, quien siempre destaca por la potencia dramática que otorga a sus personajes. Esta vez, se presenta como un hombre que ha perdido toda la esperanza y se ha abandonado a un camino sin sentido. Tan sólo una carta, el recuerdo de su mujer, es el aliento que empuja al protagonista hacia delante, animándole en los momentos de mayor amargura y desesperación a que “no tenga miedo”, porque frente a una realidad fría y doliente, la muerte no es más que un encuentro cálido y agradable. Aunque el protagonista encarna un personaje carente de fe, se convierte en el sostén del resto de sus compañeros, alentándoles con que, detrás de toda realidad y sufrimiento, existe algo más rico e importante que hace al hombre ser quien es.
En su camino le acompañan un gran despliegue de personajes de personalidades contrapuestas entre si carentes de profundidad. Sin embargo, es la cámara la que se atreve a indagar en su psicología e identidad utilizando planos que nos acerquen a sus ojos transmitiéndonos lo que ha preferido no expresar con palabras, empobreciendo por tanto el diálogo.
La pregunta clave de la película es ¿cuál de ellos va a sobrevivir y quién no? Cada muerte que sucede le ocurre a cada personaje de una manera peculiar, acorde con su personalidad. Sin embargo, la trama esconde el coraje a aceptar cuando a uno le llega su hora, y que, detrás de una situación desesperada que les mantiene cerca de la muerte, existe algo que les identifica como hombres –las carteras que va recogiendo el protagonista de cada uno de sus compañeros fallecidos-, que coincide con ser una relación con alguien a quien aman.
Un avión se estrella en una región perdida de Alaska, un escenario que muestra una fotografía deslumbrante, instantáneas documentales del hombre perdido en un medio salvaje. El grupo marcha en busca de la civilización y para ello, debe sobrevivir en un territorio dominado por el lobo (representación de la Muerte que se va llevando uno a uno cuando llega su momento).
“Infierno Blanco” presenta una trama que no se centra únicamente en la supervivencia de un grupo de hombres en medio de una naturaleza salvaje y extrema, sino que también ofrece una experiencia de relación con la vida y la muerte en continua acción, y cuestiona las dudas antropológicas acerca quién decide sobre la existencia del ser humano. Sin embargo, Carnahan no se atreve a afrontar las respuestas, sino que las deja presentes a lo largo de la narración prefiriendo mantener la atención en los momentos de mayor acción y suspense, por lo que abandona la oportunidad de ofrecer una mayor profundidad a su largometraje.
Ottway es interpretado por Liam Neeson, quien siempre destaca por la potencia dramática que otorga a sus personajes. Esta vez, se presenta como un hombre que ha perdido toda la esperanza y se ha abandonado a un camino sin sentido. Tan sólo una carta, el recuerdo de su mujer, es el aliento que empuja al protagonista hacia delante, animándole en los momentos de mayor amargura y desesperación a que “no tenga miedo”, porque frente a una realidad fría y doliente, la muerte no es más que un encuentro cálido y agradable. Aunque el protagonista encarna un personaje carente de fe, se convierte en el sostén del resto de sus compañeros, alentándoles con que, detrás de toda realidad y sufrimiento, existe algo más rico e importante que hace al hombre ser quien es.
En su camino le acompañan un gran despliegue de personajes de personalidades contrapuestas entre si carentes de profundidad. Sin embargo, es la cámara la que se atreve a indagar en su psicología e identidad utilizando planos que nos acerquen a sus ojos transmitiéndonos lo que ha preferido no expresar con palabras, empobreciendo por tanto el diálogo.
La pregunta clave de la película es ¿cuál de ellos va a sobrevivir y quién no? Cada muerte que sucede le ocurre a cada personaje de una manera peculiar, acorde con su personalidad. Sin embargo, la trama esconde el coraje a aceptar cuando a uno le llega su hora, y que, detrás de una situación desesperada que les mantiene cerca de la muerte, existe algo que les identifica como hombres –las carteras que va recogiendo el protagonista de cada uno de sus compañeros fallecidos-, que coincide con ser una relación con alguien a quien aman.
14 de octubre de 2011
14 de octubre de 2011
8 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Féret nos traslada a la época del reinado de Luis XV de Francia, una sociedad refinada y exageradamente detallista y reglada, donde una familia trata de abrise paso en el mundo exigente y distante de la corte real para demostrar los dones artísticos de sus dos hijos. En sus exhibiciones, detrás, siempre detrás y a penas señalada, su hermana traza las notas sobre las que se apoya su hermano esperando igualmente, aunque sin éxito, el ser reconocida.
Más allá de la trama musical en la que la hermana de Mozart pretende destacar como artista, se narra la lucha interna y rebelde que sufre la joven Nannerl, que oscila perdida a lo largo de la historia con la discordia entre la música (arte restringido para los hombres) y su feminidad (esos impulsos naturales en la pubertad y la inquietud para despertar en el amor, que comienza a sentir por el joven Delfín). La joven artista bloquea su identidad transformándose en un mozuelo para brindarse de la oportunidad de alcanzar el escalón superior al que no podría acceder ninguna mujer, un disfraz que le impide alcanzar el deseo ferviente de ser una mujer reconocida por quien es. Nannerl siente desfallecer su don musical en sacrificio para levantar la maestría de su hermano, obligándose a esconder la mano que ha servido de empuje para el genio. Aunque el director, ya que se decide por recrear la historia de este personaje desconocido, se toma la licencia de dejar a Mozart en un segundo plano en la trama, a pesar de que es realmente Nannerl la secundaria en la historia real.
Es una historia narrada con la energía de una novela, es decir, detallista y ligeramente descriptiva, lo que genera una cierta sensación de lentitud y falta de ritmo. La luz es la que se encarga de perfilar la escena. Una luz natural, a veces sutil, que acentúa pieles suavemente maquilladas, perfectamente dibujadas en el contraste de la sombra, que simulan ser los retratos de los personajes de palacio que tanto conocemos de exposiciones de la época renacentista y del Barroco. El director se sirve de la música de la compositora Marie-Jeanne Serero y de sutiles consejos del tan aclamado compositor nominado al Oscar: Gabriel Yared (El paciente inglés, Coco Chanel), para aportar a la banda sonora una femenina sensibilidad con un acento barroco que pretende recrear las obras que pudo haber compuesto la hermana de Mozart, puesto que se carecen de referencias. La música se convierte en el espejo del alma de sus personajes y expone con tonos melodiosos lo que las palabras son incapaces de decir.
Férer crea la historia de una mujer con grandioso talento que podría haber traído mucho fruto al mundo del arte y que sin embargo, ha quedado retraída y aparcada tras la sombra de un genio.
Más allá de la trama musical en la que la hermana de Mozart pretende destacar como artista, se narra la lucha interna y rebelde que sufre la joven Nannerl, que oscila perdida a lo largo de la historia con la discordia entre la música (arte restringido para los hombres) y su feminidad (esos impulsos naturales en la pubertad y la inquietud para despertar en el amor, que comienza a sentir por el joven Delfín). La joven artista bloquea su identidad transformándose en un mozuelo para brindarse de la oportunidad de alcanzar el escalón superior al que no podría acceder ninguna mujer, un disfraz que le impide alcanzar el deseo ferviente de ser una mujer reconocida por quien es. Nannerl siente desfallecer su don musical en sacrificio para levantar la maestría de su hermano, obligándose a esconder la mano que ha servido de empuje para el genio. Aunque el director, ya que se decide por recrear la historia de este personaje desconocido, se toma la licencia de dejar a Mozart en un segundo plano en la trama, a pesar de que es realmente Nannerl la secundaria en la historia real.
Es una historia narrada con la energía de una novela, es decir, detallista y ligeramente descriptiva, lo que genera una cierta sensación de lentitud y falta de ritmo. La luz es la que se encarga de perfilar la escena. Una luz natural, a veces sutil, que acentúa pieles suavemente maquilladas, perfectamente dibujadas en el contraste de la sombra, que simulan ser los retratos de los personajes de palacio que tanto conocemos de exposiciones de la época renacentista y del Barroco. El director se sirve de la música de la compositora Marie-Jeanne Serero y de sutiles consejos del tan aclamado compositor nominado al Oscar: Gabriel Yared (El paciente inglés, Coco Chanel), para aportar a la banda sonora una femenina sensibilidad con un acento barroco que pretende recrear las obras que pudo haber compuesto la hermana de Mozart, puesto que se carecen de referencias. La música se convierte en el espejo del alma de sus personajes y expone con tonos melodiosos lo que las palabras son incapaces de decir.
Férer crea la historia de una mujer con grandioso talento que podría haber traído mucho fruto al mundo del arte y que sin embargo, ha quedado retraída y aparcada tras la sombra de un genio.
7
27 de febrero de 2012
27 de febrero de 2012
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Hasta dónde tenemos que ir ya transportando más cadáveres? Ésta es la pregunta que plantea en su última película la directora y actriz libanesa Nadine Labaki, una artista muy aplaudida por los numerosos éxitos de producciones en su país y que ya destacó internacionalmente con "Caramel". Ella se declara cristiana y como bien observamos en su película "¿Y ahora adónde vamos?", vive aprisionada en un mundo que respira el constante conflicto entre cristianos y musulmanes al encontrarse atrapado entre Siria e Israel.
En un pueblo del Líbano, vecinos cristianos y musulmanes viven alejados de la realidad, únicamente comunicados con ella a través de un tortuoso camino y los medios de comunicación. Desde el exterior llegan noticias de aterradores conflictos entre las dos religiones que desembocan en numerosas muertes. Las mujeres del pueblo, atemorizadas con la posibilidad de que la realidad del enfrentamiento llegue a oídos de sus maridos, padres e hijos y que traiga la desgracia hasta ellos, planean diferentes estrategias para evitar la calamidad.
Nadine Labaki demuestra en el largometraje que el odio racial y religioso siempre es arrastrado y avivado por los hombres. El lenguaje que utiliza para exponer este drama es cómico y hasta surrealista, porque, como dice la directora en una entrevista para Europa Press: “A veces hay que ridiculizar los motivos de la guerra para entender las cosas”.
La fotografía muestra una iluminación muy brillante de las regiones desérticas y calurosas del Líbano, con imágenes de un encuadre más parecido a la estética documental. Los cortes que se producen para el cambio de plano rompen la continuidad de la narración, pero añaden una puesta en escena más dinámica y moderna. Los personajes, aunque tratados de manera superficial, son dramáticamente potentes y se detienen para destacar el papel del hombre, en su inconsciente defensa de lo suyo, y el de la mujer, valiente y entregada. La música, compuesta por el marido de la directora, Khaled Mouzanar, armoniza la cinta con una melodía de carácter universal, voz de cada cultura en convivencia que entremezcla la dinámica de una película musical y entretenida con el lamento y drama de la realidad conflictiva de ambas religiones.
La película obtuvo el premio a mejor película en el Festival de Toronto y mejor película extranjera en Critics Choice Awards. Nadine Labaki ofrece una visión de la situación desde una perspectiva amable, cálida y maternal, como una respuesta y movimiento de todas las madres de ambas religiones al conflicto entre sus hijos. Ellas son las protagonistas de la cinta, que avanzan en procesión arrastrando tras de sí polvo, sufrimiento y lágrimas por las numerosas pérdidas que deja la guerra. Las madres se entregan y hacen lo imposible por lo que más aman, y este mensaje de fortaleza y valor, que anima a una sensata reacción a la guerra, es el que presenta la directora Nadine Labaki, protagonista de su cinta y de la situación conflictiva de su país.
En un pueblo del Líbano, vecinos cristianos y musulmanes viven alejados de la realidad, únicamente comunicados con ella a través de un tortuoso camino y los medios de comunicación. Desde el exterior llegan noticias de aterradores conflictos entre las dos religiones que desembocan en numerosas muertes. Las mujeres del pueblo, atemorizadas con la posibilidad de que la realidad del enfrentamiento llegue a oídos de sus maridos, padres e hijos y que traiga la desgracia hasta ellos, planean diferentes estrategias para evitar la calamidad.
Nadine Labaki demuestra en el largometraje que el odio racial y religioso siempre es arrastrado y avivado por los hombres. El lenguaje que utiliza para exponer este drama es cómico y hasta surrealista, porque, como dice la directora en una entrevista para Europa Press: “A veces hay que ridiculizar los motivos de la guerra para entender las cosas”.
La fotografía muestra una iluminación muy brillante de las regiones desérticas y calurosas del Líbano, con imágenes de un encuadre más parecido a la estética documental. Los cortes que se producen para el cambio de plano rompen la continuidad de la narración, pero añaden una puesta en escena más dinámica y moderna. Los personajes, aunque tratados de manera superficial, son dramáticamente potentes y se detienen para destacar el papel del hombre, en su inconsciente defensa de lo suyo, y el de la mujer, valiente y entregada. La música, compuesta por el marido de la directora, Khaled Mouzanar, armoniza la cinta con una melodía de carácter universal, voz de cada cultura en convivencia que entremezcla la dinámica de una película musical y entretenida con el lamento y drama de la realidad conflictiva de ambas religiones.
La película obtuvo el premio a mejor película en el Festival de Toronto y mejor película extranjera en Critics Choice Awards. Nadine Labaki ofrece una visión de la situación desde una perspectiva amable, cálida y maternal, como una respuesta y movimiento de todas las madres de ambas religiones al conflicto entre sus hijos. Ellas son las protagonistas de la cinta, que avanzan en procesión arrastrando tras de sí polvo, sufrimiento y lágrimas por las numerosas pérdidas que deja la guerra. Las madres se entregan y hacen lo imposible por lo que más aman, y este mensaje de fortaleza y valor, que anima a una sensata reacción a la guerra, es el que presenta la directora Nadine Labaki, protagonista de su cinta y de la situación conflictiva de su país.

8.0
113,347
8
13 de marzo de 2012
13 de marzo de 2012
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine europeo este año se presenta como referente del Séptimo Arte por su optimismo ante la vida y por su sincera humanidad. A lo largo de la historia, muchas de las películas francesas no han olvidado resaltar lo que convierte a un film en una magnífica obra inolvidable, aquello que hace conmocionar al público desde el principio hasta el fin, la capacidad y la audacia de resaltar el valor que se encuentra en lo más profundo de cada persona y provocar que el espectador vibre al verlo. Olivier Nakache y Eric Toledano, que actúan desde hace tiempo como dúo, lo han conseguido, logrando con su última película nueve nominaciones a los Premios Cesar en Francia y un aplaudido recibimiento de más de 18,5 millones de espectadores.
Intocable es una historia basada en hechos reales de un hombre adinerado y bien posicionado, Philippe (François Cluzet, considerado como uno de los mejores actores del cine francés actual), que se ha quedado tetrapléjico tras un accidente y que ha perdido la fe en encontrar de nuevo en su vida alguna oportunidad, atrapado en el miedo por su invalidez. Sin embargo, un día toma la decisión de contratar a un inmigrante africano recién salido de la cárcel, Driss (Omar Sy) para que cuide de él. A partir de ese momento, tanto el espectacular giro en el corazón y en la vida de Philippe como su amistad con el joven que vive en los suburbios, se convierten en intocables.
La cinta está plagada de humor y enternece una trama que nos despierta del individualismo y de la negatividad en los que vivimos. La dirección artística combina una paleta de colores cálidos para mostrarnos la vida acomodada del protagonista con una fotografía algo más fría para mostrarnos la complicada realidad del joven Driss. La música, compuesta por Ludovico Einaudi, también es un elemento fundamental, porque se convierte en el ritmo que resalta la personalidad de cada uno de los personajes en cada escena, contrastando la vida más clásica y reflexiva de Philippe con el apasionado carácter de Driss.
El encuentro con Driss con Philippe supone el choque entre la vieja Francia con la nueva sociedad multicultural, en donde un hombre inválido aprende del que no lo es la capacidad de ascender por encima de los demás liberándose de prejuicios y descubrir la esencia de la vida, que es vivir con alegría lo que uno es y disfrutando con lo puede llegar a alcanzar sin temor a los límites que uno pueda tener.
Intocable es una historia basada en hechos reales de un hombre adinerado y bien posicionado, Philippe (François Cluzet, considerado como uno de los mejores actores del cine francés actual), que se ha quedado tetrapléjico tras un accidente y que ha perdido la fe en encontrar de nuevo en su vida alguna oportunidad, atrapado en el miedo por su invalidez. Sin embargo, un día toma la decisión de contratar a un inmigrante africano recién salido de la cárcel, Driss (Omar Sy) para que cuide de él. A partir de ese momento, tanto el espectacular giro en el corazón y en la vida de Philippe como su amistad con el joven que vive en los suburbios, se convierten en intocables.
La cinta está plagada de humor y enternece una trama que nos despierta del individualismo y de la negatividad en los que vivimos. La dirección artística combina una paleta de colores cálidos para mostrarnos la vida acomodada del protagonista con una fotografía algo más fría para mostrarnos la complicada realidad del joven Driss. La música, compuesta por Ludovico Einaudi, también es un elemento fundamental, porque se convierte en el ritmo que resalta la personalidad de cada uno de los personajes en cada escena, contrastando la vida más clásica y reflexiva de Philippe con el apasionado carácter de Driss.
El encuentro con Driss con Philippe supone el choque entre la vieja Francia con la nueva sociedad multicultural, en donde un hombre inválido aprende del que no lo es la capacidad de ascender por encima de los demás liberándose de prejuicios y descubrir la esencia de la vida, que es vivir con alegría lo que uno es y disfrutando con lo puede llegar a alcanzar sin temor a los límites que uno pueda tener.
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