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Críticas ordenadas por utilidad
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5.3
21,503
2
2 de abril de 2013
2 de abril de 2013
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es evidente que cuando un director como Sam Raimi presenta una nueva peli muchas críticas conllevan frases del tipo: director de culto, amado y odiado a partes iguales, capaz de lo mejor y lo peor, etc, pero aquí obviaré todo este tipo de comentarios ya que en este caso ninguno de ellos le hace justicia.
Imagino que los remakes, como todo, empezaron como empieza todo, como un experimento, años después se convierten en un subgénero y, como ocurre a día de hoy, han acabado siendo todo un género en sí mismos. “Infiltrados” (Martin Scorsese, 2006), “El planeta de los simios” (Tim Burton, 2001), “Solaris” (Steven Soderbergh, 2002) o “Psicosis” (Gus Van Sant, 1998), son sólo algunos de los ejemplos que, tras los consabidos resultados obtenidos, son justificados por sus responsables escudándose en las más inimaginables y aparentemente lógicas excusas: Scorsese quiso dar a conocer el potencial cinematográfico noir del gigante asiático desde la mirada de un occidental, Burton estaba convencido de que era necesario actualizarle a las nuevas generaciones aquella arcaica y desfasada película con monos de carnaval y escenarios de corchopan, Soderbergh no estaba re-filmando nada, estaba re-adaptando su versión de la novela de Stanislaw Lem, y Van Sant simplemente tuvo la visión de llevar a cabo el titánico esfuerzo de ofrecerle al mundo entero un experimento formal de vanguardia de dimensiones comerciales sin precedentes hasta la fecha en la historia del cine.
Como diría Kay Rush en Nosolomúsica: “¡cuidado!”, no estamos hablando precisamente de boy scouts: Scorsese, Burton, Soderbergh y Van Sant, que además abarcan, ya no sólo a nivel generacional sino a otros muchos niveles, cuatro maneras de degustar, oír, tocar, oler y ver el cine, han esculpido algunos de los diamantes fílmicos más poderosos y cegadores de los últimos tiempos.
Las colosales e indestructibles letras del Monte Lee empiezan a caer como fichas del Tetris y los remakes entran en las oficinas de Hollywood como los cuatro jinetes del Apocalipsis. Los grandes guiones son la gasolina de Mad Max y los remakes se presentan como una opción más que saludable mientras los realizadores esperan la próspera venida de esa dilatada obra maestra, que una vez más, no llega con la primavera.
Esto no quiere decir que la palabra remake signifique intrínsecamente basura, no pondré ejemplos, lo pospongo para cuando tal término implique algo positivo, y es ahora precisamente cuando me acuerdo de que esta crítica iba de la nueva peli de Sam Raimi, que desconozco si ya ha pedido disculpas o si, al igual que los arriba mencionados, se ha excusado de alguna manera ante este bochornoso striptease Disney protagonizado por un James Franco, que cinco años después, interpreta a Oz como si todavía estuviera Superfumado, Judy Garland no sale ni a decirle Hola, las brujas parecen féminas freaks de Sardá, hay más policromía y fosforescencia que en todas las temporadas de Los Fruittis, el conejo sale de la chistera cuando le da la gana y el film supera a Cindy Jackson en número de intervenciones de cirugía estética. Pero no todo es abominable en este pretendido y fallido juego de hipnosis infantil, los primeros minutos auguran una blanquinegra Ciudad Esmeralda antónima y opuesta que merecen las dos únicas estrellas de mi calificación. Pero cuando el color secuestra y se apodera de las imágenes veo a través de mi bola de cristal al espantapájaros, al hombre de hojalata y al león torturando y mutilando sin piedad a Raimi y enviando su cabeza en una caja de cartón de vuelta a Kansas, pero eso ya es otro remake.
Imagino que los remakes, como todo, empezaron como empieza todo, como un experimento, años después se convierten en un subgénero y, como ocurre a día de hoy, han acabado siendo todo un género en sí mismos. “Infiltrados” (Martin Scorsese, 2006), “El planeta de los simios” (Tim Burton, 2001), “Solaris” (Steven Soderbergh, 2002) o “Psicosis” (Gus Van Sant, 1998), son sólo algunos de los ejemplos que, tras los consabidos resultados obtenidos, son justificados por sus responsables escudándose en las más inimaginables y aparentemente lógicas excusas: Scorsese quiso dar a conocer el potencial cinematográfico noir del gigante asiático desde la mirada de un occidental, Burton estaba convencido de que era necesario actualizarle a las nuevas generaciones aquella arcaica y desfasada película con monos de carnaval y escenarios de corchopan, Soderbergh no estaba re-filmando nada, estaba re-adaptando su versión de la novela de Stanislaw Lem, y Van Sant simplemente tuvo la visión de llevar a cabo el titánico esfuerzo de ofrecerle al mundo entero un experimento formal de vanguardia de dimensiones comerciales sin precedentes hasta la fecha en la historia del cine.
Como diría Kay Rush en Nosolomúsica: “¡cuidado!”, no estamos hablando precisamente de boy scouts: Scorsese, Burton, Soderbergh y Van Sant, que además abarcan, ya no sólo a nivel generacional sino a otros muchos niveles, cuatro maneras de degustar, oír, tocar, oler y ver el cine, han esculpido algunos de los diamantes fílmicos más poderosos y cegadores de los últimos tiempos.
Las colosales e indestructibles letras del Monte Lee empiezan a caer como fichas del Tetris y los remakes entran en las oficinas de Hollywood como los cuatro jinetes del Apocalipsis. Los grandes guiones son la gasolina de Mad Max y los remakes se presentan como una opción más que saludable mientras los realizadores esperan la próspera venida de esa dilatada obra maestra, que una vez más, no llega con la primavera.
Esto no quiere decir que la palabra remake signifique intrínsecamente basura, no pondré ejemplos, lo pospongo para cuando tal término implique algo positivo, y es ahora precisamente cuando me acuerdo de que esta crítica iba de la nueva peli de Sam Raimi, que desconozco si ya ha pedido disculpas o si, al igual que los arriba mencionados, se ha excusado de alguna manera ante este bochornoso striptease Disney protagonizado por un James Franco, que cinco años después, interpreta a Oz como si todavía estuviera Superfumado, Judy Garland no sale ni a decirle Hola, las brujas parecen féminas freaks de Sardá, hay más policromía y fosforescencia que en todas las temporadas de Los Fruittis, el conejo sale de la chistera cuando le da la gana y el film supera a Cindy Jackson en número de intervenciones de cirugía estética. Pero no todo es abominable en este pretendido y fallido juego de hipnosis infantil, los primeros minutos auguran una blanquinegra Ciudad Esmeralda antónima y opuesta que merecen las dos únicas estrellas de mi calificación. Pero cuando el color secuestra y se apodera de las imágenes veo a través de mi bola de cristal al espantapájaros, al hombre de hojalata y al león torturando y mutilando sin piedad a Raimi y enviando su cabeza en una caja de cartón de vuelta a Kansas, pero eso ya es otro remake.

4.9
19,625
8
18 de marzo de 2013
18 de marzo de 2013
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Robert Altman, Paul Haggis, Gus Van Sant, Judd Apatow, Danny Boyle… desde “Spiderman” (Sam Raimi, 2002) hasta la que nos ocupa, James Franco ha estado en los ojos de estos y otros directores de éxito y prestigio trabajando encarecidamente, de una manera discreta, casi camuflada. Poniéndole voz y rostro al poeta beat Allen Ginsberg, atrapado en una eterna nube de cannabis a las órdenes de uno de los creadores de “Eastbound & Down”, haciendo las veces James Dean o como amigo íntimo del primate fundador del que más tarde sería conocido como Planeta de los simios. Poco a poco, tanto la crítica y el público, le han otorgado, no sólo su beneplácito, sino un singular y merecido reconocimiento que le ha llevado a estrenar este año dos películas tan dispares como “Oz, Un mundo de fantasía” (Sam Raimi, 2013) y “Spring Breakers” (Harmony Korine, 2012).
El tour de force visual y sensorial que es Spring breakers ha podido materializarse como un fenómeno de raíz comercial gracias a la colaboración del citado actor californiano y a la de cuatro chicas más, cuatro intrascendentales actrices, tres sex symbols infantiles ultra estrellas del cine y la televisión familiar Made in USA y Rachel Korine, esposa del director. Una excelente estrategia de marketing, una simbiosis perfecta entre realizador y reparto, ellas han podido ser vistas y oídas, no sólo por hordas de teenagers sino por el sector más cool, o como se diría ahora, hipster, y él ha podido estrenar en miles de salas, algo impensable, absurdo, dadaísta, si echamos un vistazo a propuestas como “Julien Donley-Boy” (1999) o “Trash humpers” (2009).
Gracias a lo que podría haber sido un quimérico MacGuffin he podido ver en pantalla grande, y con un desastroso doblaje, la última obra de un autor que a muchos de nosotros nos fascinó allá por los lejanos 90, no por su guión de “Kids” (Larry Clark, 1995), sino por su debut con “Gummo” (1997), una catarsis low cost plagada e infectada de maravillosas y terribles secuencias, de micro shocks congelados en Super 8, de inquietantes suburbios emocionales y aterradores paisajes o vertederos en el que un grupo de freaks al estilo Tod Browning deambulaban cono funambulistas sobre reverso tenebroso del American way of life. Un collage perverso y ocre, un collage muy distinto al collage de Sprin Breakers, en donde lo fluorescente y lo acuático sustituye a los ocre y desértico.
Excepto en “Mister Lonely” (2007), la juventud y la adolescencia, las inquietudes y atrocidades de este sector de la población han dominado su filmografía, que vuelve a ser una constante en este su último cocktail, en el que La generación MTV y la generación Jersey Shore se mezclan como las drogas y el sexo en una suerte de aventuras lisérgicas en donde el inmortal resplandor de los bikinis, el rap, el house, las armas y el ego trip construyen esta fantasía neón en el que el vacío y la repetición del vacío empujan a estas criaturas a la búsqueda de nuevas experiencias, algo ya manido a lo largo y ancho de la historia del ser humano.
La iluminación de quien ahora es el director de fotografía de Gaspar Noé, Benoît Debie, ha sido determinante para concebir esta orgía de feromonas y testosterona a ritmo de Skrillex, Nicki Minag, Gucci Mane, quien también se reserva un papel, o Britney Spears. Las subyugantes atmósferas de Cliff Martínez proveen de paz y calma el desvarío mental y suicidio hedonista de esta troupe generacional que Korine muestra desnuda, física y moralmente, a través de un apabullante ejercicio de hipnosis en donde su autoexigente y habitual dominio técnico se pone al servicio de un extraño y desconcertante entretenimiento mainstream que petrificará las miradas de las fans Disney y alimentará los placeres ocultos de quienes, tras esta cinta, seguirán considerándolo como uno de los capos del indie.
El tour de force visual y sensorial que es Spring breakers ha podido materializarse como un fenómeno de raíz comercial gracias a la colaboración del citado actor californiano y a la de cuatro chicas más, cuatro intrascendentales actrices, tres sex symbols infantiles ultra estrellas del cine y la televisión familiar Made in USA y Rachel Korine, esposa del director. Una excelente estrategia de marketing, una simbiosis perfecta entre realizador y reparto, ellas han podido ser vistas y oídas, no sólo por hordas de teenagers sino por el sector más cool, o como se diría ahora, hipster, y él ha podido estrenar en miles de salas, algo impensable, absurdo, dadaísta, si echamos un vistazo a propuestas como “Julien Donley-Boy” (1999) o “Trash humpers” (2009).
Gracias a lo que podría haber sido un quimérico MacGuffin he podido ver en pantalla grande, y con un desastroso doblaje, la última obra de un autor que a muchos de nosotros nos fascinó allá por los lejanos 90, no por su guión de “Kids” (Larry Clark, 1995), sino por su debut con “Gummo” (1997), una catarsis low cost plagada e infectada de maravillosas y terribles secuencias, de micro shocks congelados en Super 8, de inquietantes suburbios emocionales y aterradores paisajes o vertederos en el que un grupo de freaks al estilo Tod Browning deambulaban cono funambulistas sobre reverso tenebroso del American way of life. Un collage perverso y ocre, un collage muy distinto al collage de Sprin Breakers, en donde lo fluorescente y lo acuático sustituye a los ocre y desértico.
Excepto en “Mister Lonely” (2007), la juventud y la adolescencia, las inquietudes y atrocidades de este sector de la población han dominado su filmografía, que vuelve a ser una constante en este su último cocktail, en el que La generación MTV y la generación Jersey Shore se mezclan como las drogas y el sexo en una suerte de aventuras lisérgicas en donde el inmortal resplandor de los bikinis, el rap, el house, las armas y el ego trip construyen esta fantasía neón en el que el vacío y la repetición del vacío empujan a estas criaturas a la búsqueda de nuevas experiencias, algo ya manido a lo largo y ancho de la historia del ser humano.
La iluminación de quien ahora es el director de fotografía de Gaspar Noé, Benoît Debie, ha sido determinante para concebir esta orgía de feromonas y testosterona a ritmo de Skrillex, Nicki Minag, Gucci Mane, quien también se reserva un papel, o Britney Spears. Las subyugantes atmósferas de Cliff Martínez proveen de paz y calma el desvarío mental y suicidio hedonista de esta troupe generacional que Korine muestra desnuda, física y moralmente, a través de un apabullante ejercicio de hipnosis en donde su autoexigente y habitual dominio técnico se pone al servicio de un extraño y desconcertante entretenimiento mainstream que petrificará las miradas de las fans Disney y alimentará los placeres ocultos de quienes, tras esta cinta, seguirán considerándolo como uno de los capos del indie.

6.1
52,847
6
1 de mayo de 2013
1 de mayo de 2013
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nunca he sido muy fan de la bilogía de Favreau ni tampoco del personaje de Stan Lee, pero es innegable que este es uno de esos pocos superhéroes que ha alcanzado el rango de icono pop del siglo XX.
En plena Segunda Postguerra Mundial, el inexorable y oscuro periodo de posterior decadencia (la edad atómica) había ido olvidándose gradualmente de la figura del superhéroe, eclipsada por el Western, la serie negra o incluso por las historietas románticas, es decir, realismo, identidad patriótica y sentimentalismo se habían apropiado de la atención del lector, ver entonces a un extraterrestre en calzoncillos sobrevolando el cielo de Metrópolis o a un multimillonario gigoló con mayordomo obsesionado con los murciélagos resultaba algo snob, algo demasiado frívolo para la época. Todos esos divertimentos pulp distorsionaban y confundían la fantasía del ciudadano medio estadounidense, no tanto la ciencia ficción cinematográfica, que subyugaba las mentes de los telespectadores tennagers, cegados por las victorias del ejército yanqui frente a hordas de monstruos, inferiores tecnologías alienígenas o frente a cualquiera de las innumerables y perversas formas que podía adoptar el comunismo.
Estados Unidos era un país moralmente derruido en pleno proceso de reconstrucción. El propio Stan Lee, en 1961, y a petición de la Marvel, contribuyó a escapar de aquellos años oscuros emulando a la Liga de la Justicia de DC Comics con sus 4 Fantásticos y trabajando codo con codo junto a uno de los hombres que más tarde le ayudarían a dar vida a Tony Stark, el mítico dibujante Jack Kirby. Spider-Man, Hulk o Daredevil eran en realidad una troupe de outsiders, superhumanos víctimas de sus propios superpoderes que provocaban la empatía y adoración del espectador. Gracias a la colaboración de dos nuevos cómplices, el guionista Larry Lieber y el también dibujante Don Heck, supimos de la existencia de Industrias Stark por primera vez en el nº 39 de Tales of Suspense, en marzo del 63. La Edad de Plata y sus nerds le habían robado el fuego a los Dioses griegos de la Edad de Oro.
Si a Tony Stark le quitamos su macro inteligencia tecnológica ¿que nos queda? Pues un single megalomaníaco, arrogante, cínico y mujeriego, pero si lo dotamos de su consabida capacidad o superpoder para la robótica y la ingeniería armamentística ¡equilicuá! Ese single se convierte en un billonario Playboy, megalomaníaco, arrogante, cínico y mujeriego, en un soltero de oro, en un cazador cazado por la irresistible, y en esta tercera entrega, casi invisible, Gwyneth Paltrow, que ha sustituido el frío y metálico corazón de su novio por otro atravesado por las flechas del amor, que diría Karina. La fórmula ha sido tan perfecta esta vez que en su estreno ha superado los 185 millones de dólares conseguidos por sus queridos Vengadores el año pasado, y todavía no se ha estrenado en USA, Rusia o China, y sin necesidad de echar mano del insufrible sonido AC/DC, sin duda uno de los aciertos de la película.
Por lo demás, Iron Man es Iron Man: chascarrillos marca de la casa, Audis, explosiones de virtuosismo técnico, alguna sorpresa pirotécnica y la acostumbrada y a veces pegajosa socarronería de Robert Downey Jr. Pero no voy a ser tan guay, puesto que si le he dado un seis a esta crítica es por algo, y ese algo no han sido precisamente las simplonas justificaciones de algunos de los comportamientos de los protagonistas, me acuerdo sobre todo del villano, o por la falta total de sensualidad y sexualidad propias de quien posee en la actualidad los derechos de Marvel, osea, Disney. Shane Black, quien ya dirigió a Downey Jr. en Kiss Kiss Bang Bang (2009) consigue darle la vuelta a un par de conceptos esenciales a la mitología del comic que resultan altamente estimulantes. Ver al increíble Ben Kingsley haciendo lo que hace es también otra de sus grandes bazas. Su oxidado guión y sus atajos facilones se compensan con un intento de comedia omnipresente, a veces puro slapstick. Estas y otras cosas convierten esta pieza en algo desagradable y vacuo para un sector de los fans y en un superlativo entertainment de aventuras urbanas, más estilizado y sofisticado, pero tan accesible como cualquiera de sus predecesoras, para el resto de seguidores. Una tercera parte más que perfecta para colgar el cartel de cerrado.
En plena Segunda Postguerra Mundial, el inexorable y oscuro periodo de posterior decadencia (la edad atómica) había ido olvidándose gradualmente de la figura del superhéroe, eclipsada por el Western, la serie negra o incluso por las historietas románticas, es decir, realismo, identidad patriótica y sentimentalismo se habían apropiado de la atención del lector, ver entonces a un extraterrestre en calzoncillos sobrevolando el cielo de Metrópolis o a un multimillonario gigoló con mayordomo obsesionado con los murciélagos resultaba algo snob, algo demasiado frívolo para la época. Todos esos divertimentos pulp distorsionaban y confundían la fantasía del ciudadano medio estadounidense, no tanto la ciencia ficción cinematográfica, que subyugaba las mentes de los telespectadores tennagers, cegados por las victorias del ejército yanqui frente a hordas de monstruos, inferiores tecnologías alienígenas o frente a cualquiera de las innumerables y perversas formas que podía adoptar el comunismo.
Estados Unidos era un país moralmente derruido en pleno proceso de reconstrucción. El propio Stan Lee, en 1961, y a petición de la Marvel, contribuyó a escapar de aquellos años oscuros emulando a la Liga de la Justicia de DC Comics con sus 4 Fantásticos y trabajando codo con codo junto a uno de los hombres que más tarde le ayudarían a dar vida a Tony Stark, el mítico dibujante Jack Kirby. Spider-Man, Hulk o Daredevil eran en realidad una troupe de outsiders, superhumanos víctimas de sus propios superpoderes que provocaban la empatía y adoración del espectador. Gracias a la colaboración de dos nuevos cómplices, el guionista Larry Lieber y el también dibujante Don Heck, supimos de la existencia de Industrias Stark por primera vez en el nº 39 de Tales of Suspense, en marzo del 63. La Edad de Plata y sus nerds le habían robado el fuego a los Dioses griegos de la Edad de Oro.
Si a Tony Stark le quitamos su macro inteligencia tecnológica ¿que nos queda? Pues un single megalomaníaco, arrogante, cínico y mujeriego, pero si lo dotamos de su consabida capacidad o superpoder para la robótica y la ingeniería armamentística ¡equilicuá! Ese single se convierte en un billonario Playboy, megalomaníaco, arrogante, cínico y mujeriego, en un soltero de oro, en un cazador cazado por la irresistible, y en esta tercera entrega, casi invisible, Gwyneth Paltrow, que ha sustituido el frío y metálico corazón de su novio por otro atravesado por las flechas del amor, que diría Karina. La fórmula ha sido tan perfecta esta vez que en su estreno ha superado los 185 millones de dólares conseguidos por sus queridos Vengadores el año pasado, y todavía no se ha estrenado en USA, Rusia o China, y sin necesidad de echar mano del insufrible sonido AC/DC, sin duda uno de los aciertos de la película.
Por lo demás, Iron Man es Iron Man: chascarrillos marca de la casa, Audis, explosiones de virtuosismo técnico, alguna sorpresa pirotécnica y la acostumbrada y a veces pegajosa socarronería de Robert Downey Jr. Pero no voy a ser tan guay, puesto que si le he dado un seis a esta crítica es por algo, y ese algo no han sido precisamente las simplonas justificaciones de algunos de los comportamientos de los protagonistas, me acuerdo sobre todo del villano, o por la falta total de sensualidad y sexualidad propias de quien posee en la actualidad los derechos de Marvel, osea, Disney. Shane Black, quien ya dirigió a Downey Jr. en Kiss Kiss Bang Bang (2009) consigue darle la vuelta a un par de conceptos esenciales a la mitología del comic que resultan altamente estimulantes. Ver al increíble Ben Kingsley haciendo lo que hace es también otra de sus grandes bazas. Su oxidado guión y sus atajos facilones se compensan con un intento de comedia omnipresente, a veces puro slapstick. Estas y otras cosas convierten esta pieza en algo desagradable y vacuo para un sector de los fans y en un superlativo entertainment de aventuras urbanas, más estilizado y sofisticado, pero tan accesible como cualquiera de sus predecesoras, para el resto de seguidores. Una tercera parte más que perfecta para colgar el cartel de cerrado.

7.7
42,201
7
24 de abril de 2013
24 de abril de 2013
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta es una de esas películas que te obligan a mirar durante un par de minutos los títulos de crédito del final, no los estás leyendo, en realidad no estás viendo nada, simplemente te quedas ahí, sentado en el sofá, plantado frente al cristal del televisor especulando con la posibilidad de un final alternativo y sabiendo que estás, una vez más, delante de una de esas pelis incapaces de mantenerse en pie sin un astuto y efectista juego de trampas.
Nicolas Winding Refn, Susanne Bier, evidentemente Lars von Trier, quien a través de su productora, Zentropa Entertainments, produce la cinta, y Thomas Vinterberg, coguionista y director de la misma, son los actuales padrinos de una imparable y prolífica filmografía, la danesa, post emergida, en parte, gracias a un puñado de modestos blockbusters acaparadores de premios, crítica y prestigio alrededor de todo el Mapamundi. Algunos de los recientes títulos de este país se han indo convirtiendo en precoces films de culto (Drive, En un mundo mejor, Melancolía), La caza es sin duda el siguiente en unirse a la lista.
Pese a lo sobada y poco fiable que resulta, la etiqueta de thriller hitchcockiano le viene como anillo al dedo a este drama nórdico que comparte más de un lugar común con La calumnia de William Wyler, aunque tras su visionado es inevitable que se cuelen por tu mente los fantasmas de Perros de paja, por desgracia sin Peckinpah pero afortunadamente con Mads Mikkelsen, Premio al mejor actor en la pasada edición del Festival de Cannes. Mikkelsen es el nuevo y merecido actor de moda del viejo continente, y como tal, ha trascendido las fronteras de la cinematografía europea haciendo las veces de villano JamesBondiano o en un quid pro quo con el icono caníbal Hollywoodiense por antonomasia, lástima que el festín esté siendo tan escaso para los ejecutivos de la NBC y la prolongación del contrato no sea más que una palpable utopía.
Currículums y negocios al margen, ver y oír, me refiero en versión original, a este superdotado y multipoliédrico actor e intentar descubrir qué enigmas entrañan su mirada, sus ojos, vitales para la trama, podría ser casi la mayor atracción de esta propuesta, pero sus amigos, sus perseguidores, el casting, es una verdadera proeza, cada uno de esos rostros te invita a perderte por entre los bosques del laberinto mental escandinavo, siempre tan pulcro y educado, tan oscuro y salvaje. Vinterberg, como ya hizo en Celebración, vuelve a hablarnos de la fractura familiar, del polvo escondido bajo la alfombra del salón, un salón con trofeos colgados de la pared y hombres mirando directamente a los ojos de los ciervos disecados, ciervos que intentaron escapar de la jauría humana, uno de ello pastaba y bebía agua del río junto a su hijo y su amada Bambi minutos antes de los gritos y las ráfagas de pólvora.
Nicolas Winding Refn, Susanne Bier, evidentemente Lars von Trier, quien a través de su productora, Zentropa Entertainments, produce la cinta, y Thomas Vinterberg, coguionista y director de la misma, son los actuales padrinos de una imparable y prolífica filmografía, la danesa, post emergida, en parte, gracias a un puñado de modestos blockbusters acaparadores de premios, crítica y prestigio alrededor de todo el Mapamundi. Algunos de los recientes títulos de este país se han indo convirtiendo en precoces films de culto (Drive, En un mundo mejor, Melancolía), La caza es sin duda el siguiente en unirse a la lista.
Pese a lo sobada y poco fiable que resulta, la etiqueta de thriller hitchcockiano le viene como anillo al dedo a este drama nórdico que comparte más de un lugar común con La calumnia de William Wyler, aunque tras su visionado es inevitable que se cuelen por tu mente los fantasmas de Perros de paja, por desgracia sin Peckinpah pero afortunadamente con Mads Mikkelsen, Premio al mejor actor en la pasada edición del Festival de Cannes. Mikkelsen es el nuevo y merecido actor de moda del viejo continente, y como tal, ha trascendido las fronteras de la cinematografía europea haciendo las veces de villano JamesBondiano o en un quid pro quo con el icono caníbal Hollywoodiense por antonomasia, lástima que el festín esté siendo tan escaso para los ejecutivos de la NBC y la prolongación del contrato no sea más que una palpable utopía.
Currículums y negocios al margen, ver y oír, me refiero en versión original, a este superdotado y multipoliédrico actor e intentar descubrir qué enigmas entrañan su mirada, sus ojos, vitales para la trama, podría ser casi la mayor atracción de esta propuesta, pero sus amigos, sus perseguidores, el casting, es una verdadera proeza, cada uno de esos rostros te invita a perderte por entre los bosques del laberinto mental escandinavo, siempre tan pulcro y educado, tan oscuro y salvaje. Vinterberg, como ya hizo en Celebración, vuelve a hablarnos de la fractura familiar, del polvo escondido bajo la alfombra del salón, un salón con trofeos colgados de la pared y hombres mirando directamente a los ojos de los ciervos disecados, ciervos que intentaron escapar de la jauría humana, uno de ello pastaba y bebía agua del río junto a su hijo y su amada Bambi minutos antes de los gritos y las ráfagas de pólvora.

5.8
53,996
5
11 de julio de 2013
11 de julio de 2013
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
¡Es un pájaro! ¡Es un avión! ¡No! Es la gigantesca, inhumana y casi omnipresente campaña de marketing con la que el resto de los humanos llevamos conviviendo desde julio del año pasado, fecha de lanzamiento del primer tráiler.
Antes, mucho antes de todo esto, Warner y su troupe buscaban desesperadamente a otro de esos laureados directores Sci-Fi en declive con la única misión de exhumar el éxito que lo catapultaron más allá del Monte Lee. Shyamalan, Darabont, Proyas, Gilliam, incluso los Wachowski, cualquiera de ellos hubiera valido para tan pretendida gesta, pero finalmente el elegido fue Zack Snyder, cuyos quince minutos de gloria fueron “Dawn of the dead” y sobre todo “300”. “Watchmen”, “Ga´Hoole” o “Sucker Punch”, como decía antes, forman parte de su declive, de su decadencia, de un bucle privado de megalomanía y autoparodia inconsciente, ya que la consciente me parece la mejor opción cuando uno ha perdido el control de la nave.
Pese a la contradicción editorial ¿Quién es el profesor Marvel en esta ocasión? Obviamente el innombrable Christopher Nolan, el Puppet Master, el nuevo Geppetto de Hollywood, siempre acompañado por sus mesmerizados secuaces, sus Luca Brasi: Zimmer, Goyer, Pfister, etc. Antes de formar parte de este grupo de agapornis Nolanianos, Zimmer compuso lo que para mí es una de las obras totales de la música de los últimos años y posiblemente una de las cinco bandas sonoras que más veces he escuchado, “La delgada línea roja”, un film extraterrestre con una partitura extraterrestre, bella, hipnótica, profunda y misteriosa, ni siquiera en la RAE encontraremos antónimos suficientes que le hagan justicia a todos estos adjetivos, y los que encontremos estarán a años luz de esta nueva e innecesaria experiencia Clark Kent.
El rimbombante, tosco, repetitivo y hueco score de Zimmer es a la vez tan perfecto y orgánico para la construcción del habitual fast food cinematográfico al que Nolan nos tiene acostumbrados que asombra cómo cada una de las piezas que componen sus puzles terminan encajando a la perfección en su visión final del film, aunque no sea él quien firme como director. Una de esas piezas del puzle es el guión de su protegido David S. Goyer, un descacharrado y vergonzoso artefacto plagado de rancios y sospechosos subtextos político-mesiánicos, pero no seré yo el que se meta en este berenjenal. Sí destacar lo que intuyo como una evidente intentona de remake de “El caballero oscuro”, de ahí el título de la crítica, solo que con otro superhéroe y con otro realizador, un realizador de consabido y superdotado potencial visual al que le encasquetaron un cheque y un guión a la altura del cheque, un cheque con una marca de agua que lo inunda todo y en la que puede leerse: Syncopy Films, el legado en forma de productora del director de la añorada “Memento”.
Julius Kelp VS Buddy Love, Clark Nerd VS Kal-El, el superviviente contra el superhéroe, la realidad contra la ensoñación, el humor y la frescura de los Supermanes de Donner o Lester contra el aburrido y cargante Hombre de acero o de a cero, el sutil y mágico brillo de los cristales del Krypton ochentero contra el mazacote opaco de este Neo-Krypton pseudo Gigeriano, la diversión kitsch, infantil y descarada contra las pretenciosas, grises y petulantes aventuras del más famoso alienígena volador, que mantiene en ciertas ocasiones el tipo gracias a lo efectivo y espectacular de algunas de sus secuencias CGI, qué menos.
Antes, mucho antes de todo esto, Warner y su troupe buscaban desesperadamente a otro de esos laureados directores Sci-Fi en declive con la única misión de exhumar el éxito que lo catapultaron más allá del Monte Lee. Shyamalan, Darabont, Proyas, Gilliam, incluso los Wachowski, cualquiera de ellos hubiera valido para tan pretendida gesta, pero finalmente el elegido fue Zack Snyder, cuyos quince minutos de gloria fueron “Dawn of the dead” y sobre todo “300”. “Watchmen”, “Ga´Hoole” o “Sucker Punch”, como decía antes, forman parte de su declive, de su decadencia, de un bucle privado de megalomanía y autoparodia inconsciente, ya que la consciente me parece la mejor opción cuando uno ha perdido el control de la nave.
Pese a la contradicción editorial ¿Quién es el profesor Marvel en esta ocasión? Obviamente el innombrable Christopher Nolan, el Puppet Master, el nuevo Geppetto de Hollywood, siempre acompañado por sus mesmerizados secuaces, sus Luca Brasi: Zimmer, Goyer, Pfister, etc. Antes de formar parte de este grupo de agapornis Nolanianos, Zimmer compuso lo que para mí es una de las obras totales de la música de los últimos años y posiblemente una de las cinco bandas sonoras que más veces he escuchado, “La delgada línea roja”, un film extraterrestre con una partitura extraterrestre, bella, hipnótica, profunda y misteriosa, ni siquiera en la RAE encontraremos antónimos suficientes que le hagan justicia a todos estos adjetivos, y los que encontremos estarán a años luz de esta nueva e innecesaria experiencia Clark Kent.
El rimbombante, tosco, repetitivo y hueco score de Zimmer es a la vez tan perfecto y orgánico para la construcción del habitual fast food cinematográfico al que Nolan nos tiene acostumbrados que asombra cómo cada una de las piezas que componen sus puzles terminan encajando a la perfección en su visión final del film, aunque no sea él quien firme como director. Una de esas piezas del puzle es el guión de su protegido David S. Goyer, un descacharrado y vergonzoso artefacto plagado de rancios y sospechosos subtextos político-mesiánicos, pero no seré yo el que se meta en este berenjenal. Sí destacar lo que intuyo como una evidente intentona de remake de “El caballero oscuro”, de ahí el título de la crítica, solo que con otro superhéroe y con otro realizador, un realizador de consabido y superdotado potencial visual al que le encasquetaron un cheque y un guión a la altura del cheque, un cheque con una marca de agua que lo inunda todo y en la que puede leerse: Syncopy Films, el legado en forma de productora del director de la añorada “Memento”.
Julius Kelp VS Buddy Love, Clark Nerd VS Kal-El, el superviviente contra el superhéroe, la realidad contra la ensoñación, el humor y la frescura de los Supermanes de Donner o Lester contra el aburrido y cargante Hombre de acero o de a cero, el sutil y mágico brillo de los cristales del Krypton ochentero contra el mazacote opaco de este Neo-Krypton pseudo Gigeriano, la diversión kitsch, infantil y descarada contra las pretenciosas, grises y petulantes aventuras del más famoso alienígena volador, que mantiene en ciertas ocasiones el tipo gracias a lo efectivo y espectacular de algunas de sus secuencias CGI, qué menos.
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