Tras un arranque prometedor y con pulso dramático la historia derrapa cuando comienza el juego de las duplicidades y el azar, ingredientes a los que Medem no renuncia como recurso narrativo y marca de fábrica. Los inevitables encuentros y desencuentros de sus entregados protagonistas se estancan en una interminable sucesión de secuencias repetitivas en coches con fondos retroproyectados de una estética que recuerda a 'Cuéntame'. Las recurridas alusiones a las dos Españas, a los nacionalismos y al cainismo como telón de fondo apenas encajan con el relato personal que se va trazando y resultan tan forzadas como la moralina final.

La triunfadora de los Oscar esconde una historia convencional cuya resolución se intuye tras su primera media hora. El toque indie y postmoderno no impide que la película caiga en varios tópicos de las historias de amor que se fraguan demasiado rápido y que, rodada también a ritmo de fast food, provoca una mala digestión cuando gira hacia el drama tragicómico, con un grupo de matones planos, risibles y patéticos. Ani (Mikey Madison) salva del ridículo la situación con una composición muy matizada que permite que su personaje se mueva en cualquier registro y sostenga la película hasta el final.

Encaja con esa corriente del cine social francés que apuesta por la superación (personal y colectiva) como fórmula para afrontar la adversidad. Evitando la utopía y, a ratos, el buenismo, la realidad de la crisis causada por el capitalismo en los pequeños núcleos urbanos se muestra sin trucos pero tampoco se retrata con demasiada hondura. Los destinos de una comunidad y de sus dos protagonistas, dos hermanos imperfectos que se derrumban y se levantan varias veces, se mantienen unidos y se sostienen gracias a una pasión dolorosa por la música. Se agradece que el filme emocione evitando la lágrima fácil.

¿Cómo sobrevivir a la crisis adolescente si eres un vampiro tímido e introvertido en un pueblo perdido de montaña y te enamoras por primera vez? A esta pregunta contesta sin rodeos esta película que explora las heridas interiores de un inexperto licántropo que se abre a la vida con la ayuda de su familia, que intenta mantener su secreto con un estudiado plan de sobreprotección que se resquebraja tratando de contener sus impulsos. La directora usa los silencios y la mirada atormentada del actor en una historia que combina el romanticismo exacerbado de Crepúsculo con la huida emocional de Chocolat.

Interesante mirada exterior (es una producción francesa) que subraya los aspectos que han hecho de Bardem (que es entrevistado para la ocasión) una figura mundial más allá de su carrera en España. Ese punto de vista, despegado de algunos hitos que marcaron su trayectoria, chirría cuando se centra demasiado en sus trabajos con Bigas Luna para destacar su arquetipo del macho ibérico y su desembarco en Hollywood como galán con Woody Allen, olvidando papeles clave que muestran su capacidad camaleónica (Perdita Durango, Biutiful). El documental da amplio espacio a su compromiso político con distintas causas internacionales a través del cine.