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7
5 de junio de 2016
5 de junio de 2016
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película funciona, funciona muy bien. Es una experiencia estética increíble y el argumento tiene la delicadeza no solo de no entorpecer esto, sino de enaltecerlo. Cumple como homenaje a un universo tan sencillo y tan extenso como es el universo Warcraft. Es cautivadora en la presencia de sus escenarios, en la fluidez en el gesto de los personajes digitales, sobre todo, de los orcos y hasta en la integridad facilona de la trama. No entraña ni complejidades ni pretensiones más allá de esto. Las comparaciones con El Señor de los Anillos o con Juego de Tronos, además de tediosas, son falaces. La película es honesta, consciente de sus deficiencias y de sus potencias, en ningún momento he tenido la sensación de que pretendiera imitar o emular a las dos obras referidas. El conflicto es fácil y recurrente, no pretende ahondar en nada, el desarrollo es flagrantemente previsible y, pese a todo, el conjunto consigue sumergirte desde el primer minuto, consigue hacerte disfrutar. El mal tempo está bien disimulado (o atenuado, al menos) por el cariño en las referencias para el jugador, por la alusión hábil que los que vienen de los juegos sabrán rellenar y que puede suscitar la curiosidad de los que llegan vírgenes a la sala de cine y, sobre todo, por la eficacia resplandeciente de su imagen. Creo que hay que tener un poco de mala leche para interpretar esas alusiones (u omisiones, si se prefiere) como incoherencias argumentales.
Su trascendencia está asegurada, quizás no por sí misma, pero sí por el contexto vastísimo en el que se enmarca. Esto puede parecer injusto, pero tampoco creo que sea una película de fantasía del montón, como sí pueden ser la última de Conan, las recientes adaptaciones de Blancanives o Alicia en el País de las Maravillas o las secuelas de El Hobbit. No tiene ese clima de quiero y no puedo. No busca dar más de lo que da ni parece querer enmarcarse en una tradición fallida de sublimación del género. Es un pez, un pez que sabe que no puede ser un mono y se limita a nadar coquetamente (y nada más) en lugar de hacer el ridículo tratando de trepar a un árbol. En suma, es un producto no autóctono, pero sí autónomo, un producto notable que ha sabido coordinar lo simple con algo más para volverse tan sencillo como funcional y atractivo.
Su trascendencia está asegurada, quizás no por sí misma, pero sí por el contexto vastísimo en el que se enmarca. Esto puede parecer injusto, pero tampoco creo que sea una película de fantasía del montón, como sí pueden ser la última de Conan, las recientes adaptaciones de Blancanives o Alicia en el País de las Maravillas o las secuelas de El Hobbit. No tiene ese clima de quiero y no puedo. No busca dar más de lo que da ni parece querer enmarcarse en una tradición fallida de sublimación del género. Es un pez, un pez que sabe que no puede ser un mono y se limita a nadar coquetamente (y nada más) en lugar de hacer el ridículo tratando de trepar a un árbol. En suma, es un producto no autóctono, pero sí autónomo, un producto notable que ha sabido coordinar lo simple con algo más para volverse tan sencillo como funcional y atractivo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Como es tendencia con el 90% de adaptaciones, ya hay legiones de adeptos sapientísimos (sin ironía, de verdad, me refiero a gente muy conocedora del universo Warcraft) clamando por las alteraciones argumentales. Como reclamo, me parece legítimo y más que comprensible, pero me gustaría matizarlo. La película no llega a cubrir la totalidad de eventos que suceden en Warcraft: orcos y humanos, no esperes ver Ventormenta en tomada, no va a pasar, ese no es el final de la cinta. Más allá de minucias como el cambio de clan de Orgrim o la presencia (que personalmente he agradecido) de personajes que no debían estar ahí.
Sí, hay cambios graves en el argumento, pero ojo, aquí viene la pregunta: ¿qué argumento? Entiendo que toda la bilis no va, estrictamente, porque la película no se ciña a lo que ocurre en Warcraft I. Si nos remontamos al clásico del 94, la diégesis es poco más que una excusa para enfrentar a dos ejércitos paralelos en todo excepto en su estética. Las campañas tienen el peso narrativo antes de cada misión: dos orcos pixelados te insultan y te desprecian antes de transmitirte las instrucciones de Puño Negro, más presencia sugestiva que personaje por pleno derecho; un caballero y un mago te piden que defiendas los reinos en términos algo más amables que sus contrapartes verdes, si escoges a los humanos. Al final, Ventormenta termina tomada y ahí acaba la cosa. Con los humanos repites el mismo proceso desde el bando opuesto. Ni Durotan, ni Gul'dan, ni Garona, etc., nada. El lore de Warcraft: orcos y humanos se ha construido a base de parche y esparadrapo y no de manera consistente y continuada. Las secuelas del primer Warcraft tienen plena entidad, pero los eventos del juego original son una suma de sugerencias más o menos acertadas hechas con una novela por aquí, otra por allá y referencias en los juegos posteriores que se contradicen directamente con otras fuentes. Por ejemplo, hay, hasta donde yo recuerdo, tres versiones de la muerte de Durotan: una dice que murió asesinado por humanos, otra, que murió asesinado por agentes de Gul'Dan y otra, que murió asesinado por los hijos de Puño Negro. La cosa, en general, recuerda más al "cada uno dice la suya" del universo expandido de Star Wars que a un continuo sólido. Entiendo que, en el 94, los videojuegos no eran todavía una forma consolidada de contar una historia, propiamente, seguían, en su gran mayoría, como experiencia lúdica. Entiendo que lo que diré puede rechinar y puede desmontarse por todos lados, pero el equivalente estricto de la película es Warcraft: orcs & humans, no el multiverso fraguado después, durante décadas, que difícilmente puede condensarse en 120 minutos de película. Me parece que, en general, la cinta se ha construido con mucho amor y mucho respeto por un clima que ha captado a la perfección, con generosidad, la esencia de Warcraft está intacta, el detalle en la recreación de escenarios y en el diseño de los personajes es casi obsesivo. Cuando salga la secuela, si toca, ya predicaremos contra la hecatombe narrativa, pero, de momento, aconsejo prudencia. En cualquier caso, no está de más recordar que una adaptación no es la traducción de una obra de su medio genuino (videojuego, en este caso) a un medio nuevo. Puede ser así, claro, pero una adaptación toma algo como punto de partida para convertirse en una obra nueva, incluso independiente si así lo desean los responsables. Teniendo esto en cuenta, Warcraft: el origen es, verdaderamente, una preciosidad planteada con mimo.
Sí, hay cambios graves en el argumento, pero ojo, aquí viene la pregunta: ¿qué argumento? Entiendo que toda la bilis no va, estrictamente, porque la película no se ciña a lo que ocurre en Warcraft I. Si nos remontamos al clásico del 94, la diégesis es poco más que una excusa para enfrentar a dos ejércitos paralelos en todo excepto en su estética. Las campañas tienen el peso narrativo antes de cada misión: dos orcos pixelados te insultan y te desprecian antes de transmitirte las instrucciones de Puño Negro, más presencia sugestiva que personaje por pleno derecho; un caballero y un mago te piden que defiendas los reinos en términos algo más amables que sus contrapartes verdes, si escoges a los humanos. Al final, Ventormenta termina tomada y ahí acaba la cosa. Con los humanos repites el mismo proceso desde el bando opuesto. Ni Durotan, ni Gul'dan, ni Garona, etc., nada. El lore de Warcraft: orcos y humanos se ha construido a base de parche y esparadrapo y no de manera consistente y continuada. Las secuelas del primer Warcraft tienen plena entidad, pero los eventos del juego original son una suma de sugerencias más o menos acertadas hechas con una novela por aquí, otra por allá y referencias en los juegos posteriores que se contradicen directamente con otras fuentes. Por ejemplo, hay, hasta donde yo recuerdo, tres versiones de la muerte de Durotan: una dice que murió asesinado por humanos, otra, que murió asesinado por agentes de Gul'Dan y otra, que murió asesinado por los hijos de Puño Negro. La cosa, en general, recuerda más al "cada uno dice la suya" del universo expandido de Star Wars que a un continuo sólido. Entiendo que, en el 94, los videojuegos no eran todavía una forma consolidada de contar una historia, propiamente, seguían, en su gran mayoría, como experiencia lúdica. Entiendo que lo que diré puede rechinar y puede desmontarse por todos lados, pero el equivalente estricto de la película es Warcraft: orcs & humans, no el multiverso fraguado después, durante décadas, que difícilmente puede condensarse en 120 minutos de película. Me parece que, en general, la cinta se ha construido con mucho amor y mucho respeto por un clima que ha captado a la perfección, con generosidad, la esencia de Warcraft está intacta, el detalle en la recreación de escenarios y en el diseño de los personajes es casi obsesivo. Cuando salga la secuela, si toca, ya predicaremos contra la hecatombe narrativa, pero, de momento, aconsejo prudencia. En cualquier caso, no está de más recordar que una adaptación no es la traducción de una obra de su medio genuino (videojuego, en este caso) a un medio nuevo. Puede ser así, claro, pero una adaptación toma algo como punto de partida para convertirse en una obra nueva, incluso independiente si así lo desean los responsables. Teniendo esto en cuenta, Warcraft: el origen es, verdaderamente, una preciosidad planteada con mimo.

6.5
24,874
6
19 de septiembre de 2017
19 de septiembre de 2017
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si eres asiduo del género, permite que te advierta: no vas a encontrar nada nuevo en esta película. James Wan maneja la fórmula con maestría y con mayor elegancia que la mayoría de directores de metrajes de terror, pero no se esfuerza lo más mínimo en aportar nada. Dicho esto, Expediente Warren: El caso Enfield es dos películas: la primera es una obra clásica, incluso sobria, pero sobresaliente. Wan sabe colocarse a nuestro lado de la pantalla y dirigir a placer nuestro pulso . Conoce los lugares comunes y los entresijos que han ido configurado el género a lo largo de las últimas décadas y su montaje de la escena es magistral, del plano al ritmo, todo funciona a la perfección. Ahora bien, en la segunda mitad, la película entra en caída libre y acaba hecha pedazos. La sutileza y el clima inquietante son sacrificados para dar paso a los más desafortunados vicios hollywoodenses: tramas secundarias que entorpecen y empobrecen la narración, giros absurdos, anagnórisis de cajón y situaciones ruidosas y estridentes que todos sabemos ya cómo terminan. En su afán de no salirse del camino, Wan acaba provocando un ostentoso estancamiento en su propuesta; los rincones oscuros desaparecen y los monstruos que los poblaban se revelan como monigotes automáticos vergonzosamente expuestos.
En síntesis, Wan es un genio en lo que a situaciones individuales se refiere, pero su incapacidad para hilvanar un relato coherente y regular con esas situaciones acaba siendo un terrible lastre para esta segunda entrega de Expediente Warren. Pese a todo, el terror persiste en su máxima expresión, si te basta con pasar un buen mal rato sin darle muchas vueltas, esta es tu película.
En síntesis, Wan es un genio en lo que a situaciones individuales se refiere, pero su incapacidad para hilvanar un relato coherente y regular con esas situaciones acaba siendo un terrible lastre para esta segunda entrega de Expediente Warren. Pese a todo, el terror persiste en su máxima expresión, si te basta con pasar un buen mal rato sin darle muchas vueltas, esta es tu película.

3.5
9,945
5
25 de agosto de 2017
25 de agosto de 2017
8 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Death Note (2017), de Adam Wingard, carece de la hiperbólica lucidez de su homónima asiática. La comparación se impone porque la película comienza como una interpretación del manga anime fresca y desenfadada, pero se empeña en repetir aspectos que funcionan bien con los excesos japoneses, pero que lastran terriblemente la adaptación. La premisa de la obra de Takeshi Obata y Tsugumi Oba es maravillosa y se presta a la experimentación: da a un individuo el poder divino de asesinar a voluntad y deja que se sucedan los acontecimientos. Death Note (2017) regala buenos momentos cuando, con esa premisa en mente, se olvida de que es una adaptación y se recrea en su propia trama, más terrenal y cercana que la del manga anime, pero cae por su falta de decisión y de coraje. Ojalá Adam Wingard se hubiese atrevido a trabajar con sus propios límites y caracteres en lugar de recrearse en una versión de barrio de Death Note (2006). El conjunto solo funciona a ratos, cuando no se obstina en perpetuar el juego del gato y el ratón, pero entretiene si uno consigue pasar por alto sus muchas flaquezas.
PD: otra opción es visualizar la película como si fuese una secuela rarita de Destino Final, vista así, tiene más gracia.
PD: otra opción es visualizar la película como si fuese una secuela rarita de Destino Final, vista así, tiene más gracia.
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