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7.2
1,139
10
9 de noviembre de 2010
9 de noviembre de 2010
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es una película simple, sencilla, no hay sorpresas finales ni giros de argumentos. Pero, ¿quien dijo que algo simple tiene que ser malo, que no puede ser emocionante, conmovedor, intenso, y en algunos momentos brillante?.
Sabes cómo va a terminar y no te importa, porque desde el primer minuto, entiendes que aunque la película pueda ser lenta en su comienzo, vas a visionarla hasta el final, te quedaras ahí delante, durante los 107 minutos de metraje, ¿y porqué? porqué se lo debes a su protagonista, porqué quizás él está haciendo algo que tú jamás harías, o si, nunca se sabe, pero admiras su amor, su fidelidad, su entereza. En definitiva, le respetas, aunque sea “sólo” un perro.
Sabes cómo va a terminar y no te importa, porque desde el primer minuto, entiendes que aunque la película pueda ser lenta en su comienzo, vas a visionarla hasta el final, te quedaras ahí delante, durante los 107 minutos de metraje, ¿y porqué? porqué se lo debes a su protagonista, porqué quizás él está haciendo algo que tú jamás harías, o si, nunca se sabe, pero admiras su amor, su fidelidad, su entereza. En definitiva, le respetas, aunque sea “sólo” un perro.

7.8
41,985
10
4 de octubre de 2010
4 de octubre de 2010
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nunca está mal volver a ver películas que te gustaron, aunque no lo hagas de manera premeditada, quizás te lo plantees por el mero hecho de recibirla como ‘regalo’ al comprar un periódico, y así, casi sin darte cuenta ni quererlo, vuelves a descubrir una joya
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
En este drama romántico Kar-Wai nos hace sufrir, y mucho, como a sus personajes, desde el primer momento nos fundimos con ellos, vivimos en ellos, sentimos la opresión de una sociedad en la que no es posible esta historia, ese final que necesitamos, estamos, por mucho que nos pese, en 1962, pero no en Europa donde los ecos de Mayo de 68 ya se empezaban a oír, sino en Hong Kong, donde podemos encontrar la modernidad en las formas, en sus edificios, e incluso en la moda (atención al sensual y ajustado vestuario que lleva Maggie Chung) pero ¡despertemos!, esa modernidad no está en una sociedad que oprime al individuo, que lo ahoga, que los hace cobardes (o más aún de lo que ya son). Y esta opresión, este sin vivir, este querer y no poder, está visualmente en el film, en ese estrechísimo callejón donde siempre se encuentran, y casi se rozan, pero sin llegar nunca a tocarse, en la habitación del hotel, donde la cámara se esconde detrás de las cortinas, de cristales… sin llegar nunca a enfocarlos directamente, porque al fin y al cabo estamos ante algo que ellos conciben como prohibido, y al final, nosotros también y es así, como poco a poco, nos vamos ahogando con ellos.
Sentimos su dolor, cuando se cruzan fugazmente las miradas, porque de vez en cuando, durante un segundo, olvidan (y olvidamos) esa barrera y fantasean con lo que podría ser, pero inmediatamente vuelven (y volvemos) a su realidad y todo se acaba. Mientras, de telón de fondo, casi sin hacer ruido, pero perfectamente perceptible por nuestros oídos, escuchamos la maravillosa banda sonora compuesta por Michael Galasso que termina por destrozarnos. Y así, el señor Kar-Wai acaba con nuestras esperanzas.
Tenemos ante nosotros una obra sensible, hiriente, de una belleza visual incuestionable, susurrada directamente a nuestros oídos. No es momento de levantar la voz, el director no quiere lograr así el dramatismo, porque sabe que lo que nos está trasmitiendo ya es lo suficiente perturbador y doloroso, como para lograrlo, además estamos, no olvidemos en 1962 en Hong-Kong, aquí no se chilla, es más, hay que intentar pasar desapercibidos, si no vienen las habladurías. Casi un susurro es tan bien una canción que suena a lo largo del film y que nos tortura con la seductora idea de que: quizás pueda ser, “Y así pasan los días. Y yo, desesperando. Y tú, tú contestando. Quizás, quizás, quizás”. Quien sabe si por ‘2046’.
Sentimos su dolor, cuando se cruzan fugazmente las miradas, porque de vez en cuando, durante un segundo, olvidan (y olvidamos) esa barrera y fantasean con lo que podría ser, pero inmediatamente vuelven (y volvemos) a su realidad y todo se acaba. Mientras, de telón de fondo, casi sin hacer ruido, pero perfectamente perceptible por nuestros oídos, escuchamos la maravillosa banda sonora compuesta por Michael Galasso que termina por destrozarnos. Y así, el señor Kar-Wai acaba con nuestras esperanzas.
Tenemos ante nosotros una obra sensible, hiriente, de una belleza visual incuestionable, susurrada directamente a nuestros oídos. No es momento de levantar la voz, el director no quiere lograr así el dramatismo, porque sabe que lo que nos está trasmitiendo ya es lo suficiente perturbador y doloroso, como para lograrlo, además estamos, no olvidemos en 1962 en Hong-Kong, aquí no se chilla, es más, hay que intentar pasar desapercibidos, si no vienen las habladurías. Casi un susurro es tan bien una canción que suena a lo largo del film y que nos tortura con la seductora idea de que: quizás pueda ser, “Y así pasan los días. Y yo, desesperando. Y tú, tú contestando. Quizás, quizás, quizás”. Quien sabe si por ‘2046’.

7.6
118,650
9
31 de enero de 2011
31 de enero de 2011
4 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un filme de Darren Aronofsky ya es de por sí noticia, sobre todo después de su anterior película, El luchador (The wrestler, 2008), con Mickey Rourke en el papel de su vida. En este caso, la estrella es Natalie Portman y los combates sobre el ring se trasforman en pasos de baile. La protagonista va de la luz a la oscuridad, es decir todo lo que ya contó en su anterior filme, aquí es invertido.
Nina (Portam) es una bailarina de ballet que consigue el papel protagonista en la obra El lago de los cisnes. Ella es una chica modelo; responsable, trabajadora, perfeccionista, con mucho talento, vive por y para su profesión. En definitiva, es un perfecto cisne blanco, y ese es su problema. Alguien tan perfecto, no puede ser (¿o sí?) tan oscuro como el cisne negro.
La búsqueda se transforma en obsesión, cuando se ve incapaz de sacar el cisne negro que todos llevamos dentro, así nunca será una perfecta reina de los cisnes. Ese pensamiento le consume, le aterra. Arrastrándola ante tal abismo que su mente crea su alter ego, un cisne negro perfecto (Mila Kunis), alguien que le gustaría ser pero no se atreve, sexy, provocativa, libre, segura de sí misma. Y ahí comienza todo, la pérdida de su propia identidad, la noción de qué es o no real.
Es interesante y en cierta medida aterrador, el viaje interior que propone Aronofsky, hasta el lado más íntimo, enterrado y prohibido de una persona. Cómo una obsesión puede cegarla hasta el punto de no ver en lo que se está convirtiendo, lo que está haciendo, y haciéndose, para conseguir llegar hasta la perfección.
Por si lo que estuviera contando no fuera lo suficientemente intenso, Aronofsky nos obliga a realizar un esfuerzo más, leer el significado de sus imágenes. El manejo visual que tiene a la hora de contar historias es incuestionable, y de ello se nutre para mostrarnos esta transformación. Por ejemplo, que Natalie Portman se saque una pluma negra de la espalda no es más que mostrar que ese cambio se está consumando.
Y por supuesto, una de las principales razones es ver la interpretación de Natalie Portman, por fin, en un papel como protagonista absoluta. Devora cada segundo que está en pantalla. No hay ni un pero en su total entrega, es capaz de construir un personaje muy complejo en alguien creíble y humano.
Nina (Portam) es una bailarina de ballet que consigue el papel protagonista en la obra El lago de los cisnes. Ella es una chica modelo; responsable, trabajadora, perfeccionista, con mucho talento, vive por y para su profesión. En definitiva, es un perfecto cisne blanco, y ese es su problema. Alguien tan perfecto, no puede ser (¿o sí?) tan oscuro como el cisne negro.
La búsqueda se transforma en obsesión, cuando se ve incapaz de sacar el cisne negro que todos llevamos dentro, así nunca será una perfecta reina de los cisnes. Ese pensamiento le consume, le aterra. Arrastrándola ante tal abismo que su mente crea su alter ego, un cisne negro perfecto (Mila Kunis), alguien que le gustaría ser pero no se atreve, sexy, provocativa, libre, segura de sí misma. Y ahí comienza todo, la pérdida de su propia identidad, la noción de qué es o no real.
Es interesante y en cierta medida aterrador, el viaje interior que propone Aronofsky, hasta el lado más íntimo, enterrado y prohibido de una persona. Cómo una obsesión puede cegarla hasta el punto de no ver en lo que se está convirtiendo, lo que está haciendo, y haciéndose, para conseguir llegar hasta la perfección.
Por si lo que estuviera contando no fuera lo suficientemente intenso, Aronofsky nos obliga a realizar un esfuerzo más, leer el significado de sus imágenes. El manejo visual que tiene a la hora de contar historias es incuestionable, y de ello se nutre para mostrarnos esta transformación. Por ejemplo, que Natalie Portman se saque una pluma negra de la espalda no es más que mostrar que ese cambio se está consumando.
Y por supuesto, una de las principales razones es ver la interpretación de Natalie Portman, por fin, en un papel como protagonista absoluta. Devora cada segundo que está en pantalla. No hay ni un pero en su total entrega, es capaz de construir un personaje muy complejo en alguien creíble y humano.
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