Vendida como la película más cara del cine español, Alatriste hace honor a su nombre pues es triste ver volar el dinero en un película que pudo ser lo que ya nunca llegará a ser. Silencio y película se rompen en el momento en que su protagonista principal, la estrella que habita solitaria en el cartel, el que en su día interpretó Aragorn, el mismísimo Viggo Mortensen, abre la boca y pronuncia sus primeras palabras... no me acuerdo de cuáles son, no quiero acordarme. Por favor, es triste oírle, no es su falta de interpretación, es que no interpreta, no pude, su acento no es ni español, ni mejicano, ni argentino, ni... latino americano. Se puede decir que es grande por haber creado un nuevo acento, una mezcla de borracho fumador con resaca. Lo cual hace que los demás actores de la película, los autóctonos, se lo coman. No hace falta más que ver la escena del bar, con las conversaciones con Quevedo, que por cierto, parece un chiste. Si algunos me dirán: "es que el hombre en si ya era un chiste", pero es que sus gafas parecen compradas en un todo a 100. Mortensen no es el protagonista que necesitaba esta película, su planta, su aspecto, su rasgos, son los que pedía Alatriste pero hubiera sido mejor con un dolaje.

Por la que hace a la película, la falta ritmo, un hilo conductor más marcado, no solo el par de historias de amor. El énfasis por mostrar diferentes hechos de la historia de España produce unos saltos de de varios años en los que se pierde el hilo argumental, la película nos muestra varios mementos de la vida de Alatriste, pero a la vez saca de sitio al espectador, le hace aburrir el largometraje.

Lo mejor de la película, pues no todo es malo, es el cuidado con el que se han hecho muchas de las escenas, taparos los oídos, y gozad de la ambientación, de la iluminación, de los colores y de la sombras, pues parecen pinturas de Goya.