Todavía, a excepción de Dos hermanas (2003) del director Kim Ji-woon, no he visto ni una película de terror coreano decente, y es que, reconozcámoslo, en Corea se hacen buenos thrillers y comedias, incluso comedia-thrillers, porque los coreanos son especiales mezclando géneros, pero en el terreno del terror tienen aún mucho que aprender. Desde luego, copiando al cine japonés no irán a ningún sitio: el terror coreano debe ser algo propio, surgido a partir de sus tradiciones ancestrales y sus miedos más atávicos; debe salir de lo más profundo de sus mentes, de sus terrores infantiles. Que se olviden de las nuevas tecnologías, del calco o la fotocopia, de mujeres de copiosa cabellera y niños con la cara blanca. Tienen que buscar en lo más recóndito de sus obsesiones y en los cuentos que les contaban a sus abuelas.
En el caso de Don't Click tenemos más de lo mismo, un collage de películas ya vistas, con elementos mal organizados y mal plagiados. Don't click, y por supuesto, don't play.

Las flores de la guerra, del internacionalmente famoso director Zhang Yimou, nos aproxima a un hecho ya expuesto por la película Ciudad de vida y muerte (2009) del también director chino Lu Chuan. La guerra chino-japonesa y las atrocidades que se cometieron por parte del ejército japonés nos son bien conocidas, pero en este caso la vemos bajo la óptica de un director chino influido directamente por el cine americano, con vistas a crear una obra con la estética y la proyección internacional del cine comercial, más que del cine de autor. No por ello deja de ser una película mayúscula, tanto en sus interpretaciones como en su historia, así como el lirismo que destila y el juicio moral que desencadena cualquier historia sobre la guerra, sea cual sea el país ocupado, sea cual sea el país invasor. Por mi parte prefiero al Zhang Yimou esteta, fiel emisario de las tradiciones de oriente, al director del mainstream, realista y con tendencia a la lágrima fácil.

Advertencia: esta película no es una película al uso; es soporífera y no tiene sentido alguno; absténganse los amantes del cine clásico; recomendada a modernos vanguardistas y defensores del arte y ensayo.

Este mensaje debería estar en los créditos iniciales de la película de Peter Strickland, con letras de molde bien grandes. Dentro del subgénero del cine dentro del cine, Berberian Sound Studio es una rareza que homenajea tanto al cine de terror giallo como al sonido del cine en general. Una película por y para el sonido: de hecho, más que verla hay que escucharla, y por encima de todo no intentar comprenderla. Angustiosa como pocas, nos mete bajo la piel (o más bien en la mente) de un técnico de sonido inglés que desciende a las profundidades del abismo del cine de serie B italiano, llenando su vida de una existencia absolutamente kafkiana, donde lo real y lo onírico se mezclan, y la única salida es la locura. Óiganla con las entrañas, las mismas entrañas que acogen al afilado cuchillo que penetra en nuestra carne y nos arranca un desolador grito de angustia.

Con esta película, Disney aniquila los gratos recuerdos que el espectador tenía del clásico de 1939, con unos personajes tan poco carismáticos y una trama con escaso interés. A destacar lo absurdo del diseño de personajes y la animadversión que provocan en el espectador. La bruja del oeste debió volver de su tumba acuática y castigar a los guionistas transformándolos en monos alados, si es que no lo eran ya. En resumen: aburrida, demasiado oscura para el gusto infantil, demasiado infantil para el gusto adulto, llegando al insulto a la inteligencia humana. No pierdan el tiempo.