En tiempos normales, uno no elige esta película.
En cuarentena, sí. Sobre todo, con poco home-office durante el día y bastante de fastidio por el menú de bodrios que ofrece Netflix.
Y es que "Corazón Loco" calza bien en la plataforma. Está al nivel de otras, como la española "El Jefe" o la italiana "Los infieles". Con diferencia de producción entre esta y las otras, todas son un homenaje (bizarro a pesar de sí) a esas películas setentistas que tenían todos los clichés misóginos imaginables, incluídos los prejuicios de clase y la mirada sobre el ventajismo y los triunfadores.
Sobreactuada y poco creíble -aún dentro del juego de la ficción- el film de Suar se sostiene en dos elementos fundamentales: a) cierta estupidez "argenta" dispuesta a confundir al humor con el gag bobo y b) una innumerable cantidad de "chivos" (publicidades) que indignan con su continua intromisión y son el sistema de financiación habitual de estas producciones.
Soledad Villamil y Gabriela Toscano son buenas actrices, tienen una trayectoria cinematográfica y televisiva respetables. La primera, además, es cantante. Viven de sus profesiones desde hace rato. Por ende, sería inadmisible pensar que el hambre, por ejemplo, haya sido el justificativo que las llevó a aceptar sendos papeles que exhibe a las mujeres como estúpidas de hace medio siglo e incapaces de empatizar entre sí para sancionar al estafador.
Pero lo peor del film no son las actuaciones (excepto Alan Sabbag, que siempre es brillante) ni un guión plagado de lugares comunes que incluye un "plan" harto previsible, sino el epílogo que vindica sin media vuelta a los psicópatas manipuladores como pobres víctimas. Quizás, el emblema perverso de una cinta con la cual perdiste 2 horas. Quizás, un auto-homenaje del protagonista.