Brad Anderson nos sumerge en esta peli en un thriller psicológico que, sin reinventar el género, logra mantenernos en vilo gracias a su atmósfera opresiva y una narrativa que juega con nuestra percepción de la realidad.​

Sam Worthington ofrece una interpretación bastante notable como Ray Monroe, transmitiéndonos esa sensación de sentirse atrapado entre la desesperación y la confusión. Su actuación transmite eficazmente la angustia de un padre que busca a su familia en un entorno que parece conspirar contra él.
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La dirección de Anderson nos traslada al entorno completamente con un uso de encuadres distorsionados y una paleta de colores fríos que refuerzan la sensación de desasosiego. Estos elementos visuales, junto con una edición precisa, nos sumergen en la mente del protagonista, haciéndonos cuestionar qué es real y qué no.​

En mi opinión, los giros de la trama no son para nada predecibles para los espectadores, la película compensa con una tensión constante y un desenlace que invita a la reflexión sobre la fragilidad de la mente humana.​

En resumen, es una propuesta sólida para quienes disfrutan de thrillers psicológicos que exploran los límites de la percepción y la realidad. Una experiencia cinematográfica que, sin duda, te mantiene enganchado hasta el final.