Podría haber sido mucho peor: Guy Ritchie se autoparodia sin escrúpulos, pero llama la atención cómo las bromas racistas y la masculinidad elegante como valor absoluto (ojo a las proposiciones homosexuales como provocación) son tan anacrónicas para ser algo que funcionaba estupendamente hace solo veinte años.

Sin embargo, los engranajes no se atascan en ningún momento, los chistes hacen gracia pese a todo y los actores están tremendos. Imagino que el director no pretendía firmar su obra maestra, sino adaptar sus temas clásicos a la actualidad y entretener. Lo primero lo ha conseguido más en la forma que en el fondo, y lo segundo sobradamente.

Posiblemente por no ser capaz de separar el autor de su obra, Polanski me ha parecido siempre sobrevalorado: mejor como ejecutor y artesano del cine que como artista. Me parece que no arriesga lo suficiente para jugar en primera división, y cuando sí que arriesga me suele dejar frío.

En cualquier caso creo que es difícil no quedar marcado con esta película, con una precisión milimétrica a la hora de homenajear un género que ya olía a naftalina. No se llegan a abrazar los tópicos ni a pasarse de rebelde intentando subvertir todas las expectativas, el resultado es único y excelente. Jack Nicholson está soberbio, y resulta divertido ver lo doloroso que le debía resultar tratar de contenerse en cada escena. Contiene además una de las reflexiones sobre la violencia que más acertadas me han parecido: descarnada, rápida, nacida de lo ordinario y con consecuencias reales.