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Críticas 27
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
8
13 de enero de 2017
38 de 49 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dicen los británicos que Charles Dickens ha sido el mejor representante de los valores del perfecto inglés. Posiblemente, ningún escritor haya dejado una estantería literaria, de semejante calado, sobre la injusticia social. La misma a la que fueron sometidos, aquellos más pobres y débiles de nuestra sociedad. Miles de niños, discapacitados, prostitutas y ancianos fueron el gran botín de los más poderosos. Una interminable conjura de aristócratas y comerciantes que marcó el devenir de un imperio subyugado a las intrigas palaciegas del cuerpo regio victoriano. Dickens, describió todos los rincones del viejo Londres y dejó patente la insalubridad de una ciudad, dura, enferma y pestilente. Una villa donde esos desheredados del bienestar comían restos de animales muertos: perros o caballos, que se agolpaban en el cauce del Támesis. El alma de Taboo, es el detritus de la rabia y la impotencia, de un estómago vacío. Así se presenta esta nueva serie de la prodigiosa BBC. Una creación, del siempre prolífico, Steven Knight y Chips Hardy (padre del actor, protagonista del show). Y el inagotable Ridley Scott. Tom Hardy se podría decir que mantiene una relación profesional con Steven Knight muy cercana. Puro feeling. En 2013 rodaron la brillante Locke (2013) y ahora mismo, está trabajando, en otra de las series estrella de la BBC, Peaky Blinders junto al norirlandés Cillian Murphy, el jefe de la pandilla de gangsters de Birmingham. Steven Knight nos propone una ambiciosa, barroca, oscura y cruda ficción. Un hombre, James Keziah Delany, que se la había dado por muerto, tras un largo viaje a África donde ha pasado, una década, conviviendo con diferentes nativos y gentes, en los lugares más remotos y peligrosos de allende. La primera secuencia del episodio piloto es apoteósico. Un rápido travelling aéreo, nos hace divisar un bergantín, de donde se ve navegar a un hombre, dentro de un pequeño bote. Su figura parece la guadaña de las almas: la muerte. El agua está repleta de una densa niebla. Al fondo se descubre entre claroscuros y grises tonos; la ciudad de Londres. Nuestro protagonista está subido a un espléndido caballo. Se acerca hasta un roble y se baja del equino. Al lado del gran árbol cava en la tierra un agujero y guarda una bolsa de cuero con diamantes. En el puerto y la zona del embarcadero la actividad comercial es excitante: animales y pescados pululan junto al lumpen. La cámara se fija en una de las pasarelas/puente del río y aparece un sequito fúnebre, encabezado por una carroza —que porta un ataúd— tirado por cuatro corceles. Personajes de diversa índole lo integran. Desde un enano ataviado con ropas caras —de un luto riguroso— hasta la joven mujer que se yergue en una hermosa grisácea yegua.

Finalmente, Tom Hardy, llega a la sala de la morgue, donde un cadáver completamente desnudo (su padre), se deja acariciar por la luz —que entra— por las claraboyas de la cúpula. Dos monedas en sus ojos lo exhiben ante Hardy, empapado en lluvia, que le pide perdón a su oído, mientras recoge los metales de sus cuencas y guarda en su bolsillo. Entra la cortinilla de presentación con motivos caleidoscópicos, donde el agua del océano y la infografía juegan con la introducción de los créditos. La fotografía es de Mark Patten, un mago de la luz, que dio el salto de la mano de Mr. Scott con The Martian (2015), realmente exquisita. Los tonos de la pintura de Courbet y Fildes se palpan en cada plano. Al igual que la dirección del episodio, obra del danés, Kristoffer Nyholm. Un cineasta con buen tino, deja su buen oficio, en las interesantes Forbrydelsen (2007) y The Enfield Haunting (2015). Por momentos, Tom Hardy, parece ser el nuevo Edmond Dantès de A. Dumas. Y es que Mr. Knight ha vuelto, a sus texturas favoritas, como viene haciéndolo con su exitosa Peaky Blinders. En Taboo, muestra su devota pasión por el paroxismo teatral y la cruda exuberancia de la escenografía. Eso sí, cambiando el Punk/Gothic/Rock de N. Cave y los White Stripes, por los violines y la electrónica de Max Richter. Una notas musicales que contienen el aliento. Taboo es un gran drama, con elementos históricos, que nos trasladan al Londres de 1815. De repente, nuestro fascinante protagonista, se exhibe en la ceremonia —del réquiem por su padre— como alma en vilo, envuelto en un halo de misterio. La mirada cansada y unas facciones que están marcadas por unas singulares cicatrices. Pasando por delante de los bancos —de la iglesia— donde están sentados su hermana Zilpha (Oona Chaplin) /Black Mirror, The Hour, Quantum of Solace/ y el codicioso esposo, de ésta, Thorne (Jefferson Hall)/Get on the bus, Emma y Powder/. Todo son miradas soslayadas y temerosas. Ellos saben que James Keziah va a reclamar su herencia. Después de la solemne ceremonia, comienza el ágape/pésame, donde el albacea de la familia Robert Thoyt (Nicholas Wooedeson) /Hannah Arendt, Skyfall, Rome/ le comunica, cuál y cómo, es la herencia de su querido padre: un pedazo de tierra envenenada y deseada por muchos miserables en la zona. James Keziah Delany comienza su periplo de visitas y ajustes de asuntos personales. Descubrimos a un gentleman con un abrigo de lo más cool, largo liso, y un sombrero de copa, que encarnan su parodia despectiva hacia la clase alta, dándose pompa y atrevimiento con una cicatriz que arrolla su ojo izquierdo, en forma de estilete.Andares sobrados y un pulido bastón que anhelan al pendenciero Dorian Grey de Penny Dreadful. Eso sí, en cuanto cambia el gesto produce en su contrincante; mucho miedo. No obstante, la venganza y la sangre parecen olerse en la pantalla. Uno de los affaires más importantes, es el asunto, de su testamento. Pero lo primero es volver a casa de su padre. Allí se encontrará con su fiel y viejo criado, de toda la vida, Brace (David Hayman) /Sid&Nancy, My name is Joe, Macbeth/. Un hombre de su padre, uno de los suyos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
. A ello habría que sumarle el elemento Shelley cuando ordena la flamante autopsia de su padre, a un tal Dr. Powell, (Michael Shaeffer) /Black Mirror/Rogue One Star Wars/ adicto al vino de Madeira y traficante cazatumbas. En un guiño muy directo al joven Victor Frankenstein, de Penny Dreadful. Éste, consigue desvelar, científicamente, el envenenamiento de su padre y confirmar, las sospechas que mantenía nuestro protagonista. Pero los demonios siguen dentro nuestro protagonista. Entre el remordimiento y la conducta salvaje. En un mundo nuevo y viejo, que lucha contra la conciencia del propia James K. Dellany, está corroído por el remordimiento y sus experiencias extremas en un mundo salvaje. La fractura de la psique en James Keziah se aprecia, en su exterior arquitectónico. Si analizamos detalladamente, el caminar con extrema amargura y altanería letal, enmarcada en ese largo abrigo (casi una parca) y ese sombrero de copa que encarnan su pertinaz desprecio de la clase. En esa firme mirada, que marca su salvaje pasado e insinúa todo animalismo. La luz deslumbrante constante, insípida, que petrifica del actor podría parar un león de oro en la planicie. De ahí, el excepcional magnetismo del personaje con el espectador.Sus objetivos nunca son exactamente claros, aunque él mismo los ponga en peligro, para llevar a cabo su apuesta comercial del legado de su padre (también hay un escozo al lugar de nacimiento de la supuesta madre nativa americana de James, otro elemento dramático que abre el gran abanico de subtramas). Sigue leyendo https://200mghercianos.wordpress.com/2017/01/12/taboo-2017-karma-dickesiano/
Jon Alonso
9 de octubre de 2016
21 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
El canal pequeño o el hermano menor del cable de la todopoderosa HBO: es Cinemax. Algunos puristas lo consideran el canal satélite y uno de los más atrevidos de la competencia de las empresas de entretenimiento tecnológico. No es la primera ocasión que este canal vuelve a las andadas con sus devaneos de atípicos antihéroes solitarios y adictivos diseñados —ex profeso— para una fidelizada platea. Su última ficción; Quarry se deja querer por los conflictos externos e internos del mundo más Pulp. Tal como ocurría en The Knick con el Dr. John Thackeray o en la divertida, y, taquicárdica Banshee con el atribulado sheriff/ladrón, Lucas Hood. Apenas hace unos meses volvió su nueva apuesta por el terror Outcast —del rey de los zombis R. Kirkman— y de nuevo, con un protagonista angustiado y obcecado; Kyle Barnes. Todos ellos pulidos por el mismo perfil: preparados para realizar grandes hazañas por su propia fuerza y orgullo. Eso sí, pagando un alto precio por el ejercicio de esas acciones. Quarry se basa en la serie de novelas criminales —con el mejor sazonado— de la esencia pulp: violencia, sexo y acción de una gran obra, del siempre prolífico, Max Allan Collins. MAC es uno de los mejores escritores de novela negra del mundo (ha publicado más de un centenar de textos, muchos de ellos bestsellers) les sonará a todos aquellos, que vieron Camino a la perdición —obra de culto— llevada a la gran pantalla por Sam Mendes. Quarry ha sido reescrita por los guionistas Michael D. Fuller y Graham Gordy (forjados en la fragua de la trascendental Rectify) junto con el propio, Max Allan Collins en la producción ejecutiva. Quarry se presenta en su primera temporada con ocho episodios rodados, íntegramente, en New Orleans y Tennessee, que de algún modo, se han convertido en platós de rodaje que simulan de la ciudad de Memphis. La historia nos traslada a la década de los 70, concretamente, al año 1972.A partir de ese instante, observamos en pantalla a su protagonista; Mac Conway interpretado por el actor (Logan Marshall-Green Prometeus) un excepcional intérprete de reparto con unos rasgos similares a los del británico Tom Hardy. MC acaba de llegar de su segundo reenganche, en la guerra de Vietnam, junto a su compañero Arthur (Jamie Hector) el inconfundible: Marlo de The Wire. Implicados, aunque fuera accidentalmente o hipotéticamente, en la matanza de My Lai. Su recepción en el aeropuerto es digna de la puerta de Ferraz 70. No les queda más remedio que cambiarse la ropa militar por otra de civiles y salir destrangis por una puerta colateral, La vida en Memphis es muy diferente, desde la última vez que estuvieron con sus familias. Ahora se sienten solos y desprotegidos por el sistema. Además, el maldito estrés postraumático hace mella. El tío Sam se esfuma y deja a toda una generación de valerosos infantes de marina con la mácula de asesinos de bebés. Iniciar su vida como un ciudadano normal y corriente va a ser muy complicado, pues, el ámbito laboral esgrime un contexto —de crisis cercana al fiasco— debido a la escasez de petróleo en 1973. Pero si tienes contactos; es fácil trabajar. Claro que quienes tienen que intermediar por ti: no saben, no quieren y no contestan. Es muy duro de llevar. Mac está inquieto y sus pensamientos son remordimientos con constantes flashbacks a la jungla vietnamita. Su convivencia con su esposa Joni (Jodi Balfour Bom Girls) se va complicando, a medida, que los días van pasando. Ella mantiene una muy buena amistad con Ruth, la esposa de Arthur, (Nikki Amuka-Bird Luther).Un día Mac se da cuenta que alguien le está observando y tras una conversación con Arthur; le dice a Mac que un tipo obscuro y bizarro; the broker (Peter Mullan Trainspotting Top Lake y Olive Kitterige), el cual, le ha ofrecido un trabajo de sicario para él. Mac no está por la labor y, sólo ayudaría como buen amigo que lo es. Arthur parece asentir y estar convencido que este primer trabajo puede ser el principio de algo bueno. Desgraciadamente, el affaire, es un desastre. Arthur muere en el enfrentamiento, a tiro limpio, con los señalados y Mac tiene que afrontar la deuda del trabajo; 30.000 dólares. Ahí nace Quarry, el asesino a sueldo —esclavizado— del personaje The Broker. Mac se siente alicaído, nervioso y ausente. Sólo sabe que se va a convertir en máquina de matar, beber y fumar. Quarry tiene mucho de Mad Men, cuando vemos al protagonista hacer largos sin parar en la piscina de su casa. La comunión con la plástica del crol y la música de fondo; aflora las raíces de Memphis, Soul y Blues, música que se teje a lo largo, de la aguja del tocadiscos. Y es que Quarry tiene una gran cantidad de escenas de grupos en directo. Garitos de la peor calaña. Desde afthers grasientos a puticlubs de strippers. La BSO de la serie es un flujo constante de carácter diegético; que hace de cada episodio sentirte cómplice con algunos momentos del gozo de su protagonista.
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La evolución de Mac en esa eterna dualidad de Mr Jekyll&Mr Hyde. Está a punto de triturar todo ese optimismo utópico juvenal de McGovern. Cuando es Quarry, en ese preciso, ejercicio de exploración de la transformación de lo personal. Ambivalentes sentimientos acerca del mundo en el que está y convive en la sempiterna herida —que se guardado— en su mente, de la guerra. Un viaje homéricamente familiar donde Quarry intenta envolver, entre destellos simbólicos, el submundo de los sueños donde Mac y el karma del agua están vigilantes en la piscina del placer y su juventud. Es misma, cómoda, piscina es el espanto —del río repleto de montones— de personas suspendidas bajo el agua y una máscara vietnamita flotante. La paciencia del suave y hermoso ritmo de Rectify es una parte vital de la narración. Empero el compromiso con esa cadencia de migración —de un hombre a sueldo— matando hace que, toda esa convivencia, sea brutalmente inquieta. ¿Dónde estoy? ¿Qué quiero? Sólo se matar… Soy un Sr. Lobo muy violento y silencioso. Aunque, una de las grandes bazas ganadoras, de la serie, es el inmenso plantel de actores de reparto; que le da ese fuste pulp desenfrenado. Entre lo más kitsch, divertido y surrealista, a ojos del espectador, dejando grandes registros interpretativos. Uno de los más destacados es el enlace operativo entre el bróker (Mullan) y Mac Quarry, desarrollado por el fantástico actor australiano, Damon Herriman, en el papel de Buddy, un personaje impagable, con todo aquel encanto ladino, donde dio a conocer en Justified de FX. Aquí es un secuaz gay, enmadrado, adicto a los opiáceos y el karaoke personal a la espera de lo que mande el jefe Broker. Hay una secuencia que ya es un hit parade e incluso convertida en viral por la red. Cuando DH comienza a cantar y bailar, en español, el tema “Whithout you” de Harry Nilsson. Un momentazo, por no decir, el puntazo del éxtasis bufón.Quarry tiene una fotografía exquisita del mexicano, Pepe Ávila del Pino y la dirección de un viejo conocido de la casa, como es el veterano de Banshee; Greg Yaitanes.Cada plano es una estampa, casi un lienzo postmoderno del delta del Mississippi. Luego estamos ante un producto muy bien manufacturado (más cercano a Sundance TV) y brillante ejecución. De un tono más sombrío que la fargonita/camp de la pareja de buscavidas; Hap&Leonard. Cinemax con esta producción híbrida, incorpora ciertas dosis de crítica social, en unos diálogos contenidos, pero llenos de cianuro.Mac Conway lee a John Mc Donnald, mientras ve la huida, El confidente y el expreso de Corea o Nieve que quema. Se siente como un quinceañero recién salido de una tienda de discos, al recuperar, el mítico Otis blue. Es decir, el disfrute de la nueva narración este nuevo héroe en Cinemax.
Jon Alonso. Seguir leyendo en https://200mghercianos.wordpress.com
9
15 de julio de 2016
19 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dos cosas son —más que ciertas y hermosas— en esta vida; un amanecer en otoño y una puesta de sol veraniega. Luego, estaría la TV, a pesar de los pesares, la aseveración es categórica: ya que el medio en sí, sigue siendo un gran entrenamiento. Hoy la ficción televisiva goza de un más que reconocido prestigio —lo hemos dicho en otras ocasiones— donde muchos teóricos del séptimo arte, día a día, ven en este entorno una amalgama de posibilidades infinitas. Empero, no corramos y observemos las realidades más inmediatas que están condicionando el mundo televisivo en el siglo XXI. La primera es que la familia sea del tipo que sea, sigue siendo el alma mater de todo guionista—el cual—, se precie a realizar un producto de gran calibre. La segunda que el canal, en comprimido, Netflix está cambiando los hábitos de ver la TV como hasta ahora la habíamos concebido. Buena muestra de ello es la magnífica tercera entrega de House of Cards (vista por este amanuense que les habla, no hace mucho). El dueto Reed Hastings&Marc Randolph —hombres forjados en el negocio del videoclub— saben cómo fidelizar a la parroquia sedienta de entretenimiento. Bajo unas premisas, esencialmente, universales: productos de exquisita factura. Una grandísima promoción. Y por último, una clientela bien fidelizada, que está a punto de superar los 50 millones de consumidores. Eso es Netflix, Sres. Guste o no guste al más pintado, y, futuro ya es presente para la nueva ficción. Recalcado lo dicho. El canal en streaming —nuevamente— ha rebuscado en su chistera mágica y nos han traído una de sus últimas producciones: Bloodline (2015). Luego, ¿qué mejor manera de mantener vigilante a su voraz grey, capaz de fagocitar 13 capítulos de golpe? Sencillo, contar una historia muy lenta, que a modo, de sinfonía decimonónica va, in crescendo, hasta llegar al último capítulo con un final demoledor. Bloodline se apunta a esa táctica, que ya lleva muchos años en los manuales de guion y siempre ha dado tan buenos resultados. De momento, las expectativas creadas, en torno a este thriller melodramático son altas, ya que los telespectadores del canal quieren más. Pero eso, será el año que viene. Una vez vista la primera entrega, crítica y público han aplaudido la nueva serie. Claro, que la pregunta del millón sería; ¿De qué va Bloodline? Fácil, para los más castizos el termino anglosajón podría traducirse por el vocablo “linaje”. Y puede que haya mucho de linaje Shakesperiano y redenciones, a propósito de la parábola del hijo pródigo. Porque Bloodline es en toda regla, un drama familiar disfuncional, relajado, convencional y atípico que se desarrolla por los Cayos de la hermosa Florida. Una serie escrita por los creadores de la inquietante y ambiciosa Damages (2007), Todd Kessler, Daniel Zelman y Glenn Kessler forman un trio muy bien avenido —los cuales—, además de tener buena pluma, suelen dirigir y aquí no han perdido la ocasión, en alguno de los capítulos de esta primera entrega. Vuelven a la carga con una trama más Neonoir, la cual, no por ello deja de tener una miga adictivamente sustanciosa. Si Damages se movía por los vericuetos de la tramoya judicial, con abogados corruptos, peces gordos de corporaciones fantasma e ingenuas trepas a aspirantes a gran toga, donde Gleen Close era la omnipotens domina de la pantalla, en aquel cuerpo a cuerpo, con una jovial Rose Byrne. Aquí, el equipo de guionistas mantienen los ecos repetitivos —concentrados— en una mater familias de la talla de Sally Rayburn (Sissy Spacek) y un marido Robert Rayburn (Sam Shepard); auténticos reyes del clan Rayburn.
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Un matrimonio bien avenido lleno de amor, secretos y mentiras. Si bien, en el capítulo piloto destilan cariño, sentimiento y complicidad por los cuatro costados. Así como el resto de su progenie, formada por tres varones y una mujer (dejémoslo ahí). Ya que narrativamente la historia central sigue siendo la vuelta a casa de Dan o Danny Rayburn— curiosamente—, el hijo mayor: Danny, un colosal Ben Mendelsohn (Animal Kingdom, Cosi, The Place Beyond the Pine, Killing Them Softly o The Dark Knight Rises). Actor australiano que enamora en cada gesto o frase que pronuncia. Impresionante el acento americano en su dicción. A partir de la celebración de la entrega de un galardón al patriarca Robert Rayburn, por su labor como empresario, en la construcción y gestión del complejo idílico Rayburn Resort en los Cayos de Monroe arranca toda esta historia de remordimientos, reencuentros y cuentas pendientes. Se introducen diferentes subtramas, con la más directa intención de atrapar al telespectador. El abordaje de golpes y saltos en el tiempo narrativo, a través de flashbacks, que no paran de mostrar el pasado, donde un suceso muy crudo y oscuro está liberando toda la problemática del presente. No por ello, los guionistas están por la labor de renunciar al fascinaste elemento narrativo del flashforward o viaje visual hacia el futuro.Por momentos, el guion tiene visos de drama a lo Tennessee Williams y cuando uno vuelve, a la desgracia del patriarca, envuelta en el comezón de un desvalido y afligido rey Lear; Robert Rayburn, otrora el señor que movía las fichas a su antojo y ahora se nos acerca, más a una novela realista de John Updike en una tarde calurosa de verano. Bloodline es solo el principio de algo que necesita gestionar un relativo acervo samaritano por parte del televidente, que con el paso de los capítulos verá recompensado y entenderá eso que repite al final de episodio piloto: “No somos malas personas, pero hicimos algo malo” en un tono, de voz, dolorido y triste. Algunos instantes se vuelven mágicos, cuando en sus reflexiones, emerge el karma turbador de Cohle Rust. Bloodline puede ser lenta, previsible, burguesa y algo comercial. A mí me parece que es escalofriante, descorazonadora, violenta, cruel y amarga. El drama del hijo pródigo y el tercer grado al que se tiene que someter por una familia —que posiblemente— sea tan sucia y deshonesta como algunas de sus borracheras, sin calzoncillos y vomitona a cobro revertido. Mientras, los caimanes del manglar secan sus lágrimas a la espera del primogénito outsider.
Jon Alonso https://200mghercianos.wordpress.com
9 de octubre de 2016
11 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
En medio de la guerra fría de aquellos desangelados 50/60. Cuando el sudeste asiático bramaba su inminente estallido. Aquí en la pacata península ibérica, el flamante ministro de información “il capo”, Mr. Fraga iba vendiendo las bondades —de este castigado país— por la vieja Europa con aquello del “Spain is different”. La libertad de prensa hacía ejercicios gimnásticos porque la premisa era el silencio a golpe de garrote vil. A los feligreses pocas alegrías les quedaban; el guateque en petit comité del domingo, la radio retrasmitiendo al Madrid galáctico de Di Stéfano y la utopía del frágil canal UHF. Lugar donde rebuscar y encontrarse con un personaje que tenía un mundo a su alrededor, pleno de ambiente vanguardista, relleno de una espuma tan asfixiante como la tristona Hispania. El totalitarismo disfrazado de Avant Garde y con nuevo estabilizador bitensional para las ondas hercianas. Hasta que el ITV Channel se le encendió la bombilla.Aquellas mentes creativas de la televisión británica dieron luz a una de las joyas más cool, enigmáticas y seductoras del siglo XX. Un bostezo de aires bizarros, herméticos y surrealistas repleto de cultura LSD —solapado tras un agente secreto—, que avivó la acción de la cultura pop, como nunca se había visto hasta entonces. El prisionero (1967), estaba protagonizado por el gran Patrick McGoohan. A su vez, creador de este singular show junto a la ITV. El propio McGoohan habló de ella en términos de una alegoría a la sociedad del siglo XX: la salvaje industrialización, la opacidad gubernamental, el individualismo contra el colectivismo y la búsqueda del individuo hacía Iusnaturalismo moderno. Resumiendo, la variable filosófica del clásico enfrentamiento teórico y jurídico de los dos modelos por antonomasia: ComunismoVsCapitalismo. The Prisioner, se convirtió en serie de culto, pues fue flor de un año, de 1967 a 1968. Una herencia de 17 episodios en un orden aleatorio. Patrick McGoohan es un espía que renuncia a su puesto para pasar a un retiro apacible. De repente, es secuestrado y llevado a la aldea, una comunidad de prisión, a modo, concepto idílico-falso donde los nombres son reemplazados por números. Estos adquieren nuevas identidades y acatan las nuevas reglas de supervivencia, tan raras como reales.El refinamiento de la propuesta; interrogatorio/lavado de cerebro, alcanzando un clímax de aureola entre lo Orweliano, lo misterioso y onírico: es sencillamente magistral. Un último puzzle sin solución: metáfora de la vida en su Big Brother sempiterno. La ilusión de un mundo feliz, donde todo está planificado. En el fondo, la serie es la manifestación más contundente de la mentalidad sin tapujos a saco del espionaje como forma abstraída de locura masiva, mientras el hedor de experiencia totalitaria, consigue llegar la paranoia desde el posicionamiento del más puro juego de mesa. Conceptualmente, la televisión inglesa nunca había llegado a un refinamiento tan preciso de la sensación, pesadilla kafkiana, como pura expresión de entretenimiento. Producto, esencial en la carrera de cineastas como Lynch o Kubrick y creadores de series de esta última década en la nueva ficción Made in Usa; “24”, “Fringe”, “Lost” o “Walking Dead”. Así, como en otras disciplinas de la pintura, fotografía, escultura, música (Iron Maiden le dedicó un tema del álbum, The number of the beast/1982), cómic o fotografía artística se han acercado a esta alucinación. A posteriori, el canal de cable AMC hizo una miniserie con Jim Caviezel de protagonista, junto a Ian Mc Kellen sin demasiado éxito. TVE la pasó en el año 1967 y en los 80 se volvió a reponer. Actualmente, se puede adquirir en su nueva edición Blu-Ray, con una gran cantidad de extras que harán las delicias de coleccionistas y mitómanos. Seguir leyendo
Jon Alonso https://200mghercianos.wordpress.com
19 de enero de 2011
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estamos ante un producto extraordinario, una de las grandes series de la historia de la televisión. No me pregunten el porqué ni el dónde ni cuándo podrán ver esta joya. El canal Showtime (Weeds, The Tudors, Dexter, etc) no ha estrenado en España esta producción pero lo más triste es que tampoco está editada en formato DVD&Bluray... Nada, sólo tenemos el paño caliente de internet... Haganme caso ¿creían qué no se podían juntar a los Soprano con la tropa de The Wire?, falso. Se hizo en 2006 y muy bien; dirección impecable, fotografía de lujo, vestuario, edición como un reloj suizo...Sólo hay 3 temporadas, a la vaca la exprimieron y razones de lo de siempre hicieron que acabara en el capítulo 8 de su tercera entrega.Guión había para más. Dos luceros que relucen como un bombilla en la feria de abril; Fionnula Flanagan y la bestia de Jason Issacs: actorazos Made in UK. Intenten verla y por cierto no todo en Nueva Inglaterra son veleros, calles limpias y millonarios. La hermosura puede ser perturbadora...
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