Esta película es como ver el error que alguien con una imaginación magistral desearía que cometiera su peor enemigo. Alcanza cotas del despropósito y del descrédito nunca vistas antes. Los seres queridos de los implicados no deberían haber dejado que esto saliera a la luz, es como si tu entorno te aplaudiera que fueras disfrazado haciendo el papanatas por la vida. Un acto de crueldad imperdonable. Ten por seguro que no te quieren bien.

Denle una vuelta a las críticas de esta película, muchas de ellas magistrales. El material no es para menos, se hacen ellas solas.

Un truño malo como un dolor. Personajes, situaciones y trama inverosímiles. Un pueril intento de sátira social que, con suerte, gustará a algún pijo que va de macarrilla. Quienes la puntúan y critican bien es porque creen que es buena aunque no les haya gustado nada.

Por suerte Anya Taylor-Joy no aparece bailando, un castigo que agradezco que me hayan ahorrado. La sobreactuación de Ralph Fiennes al nivel de las de Cate Blanchett, Maribel Verdú o Resines pero muy convencido de lo contrario. Nicholas Hoult en su línea.

Ella es entrañablemente guays porque es una yonqui sin sentimientos por nadie, salvo por si misma, que se acuesta con cualquiera que se lo propone. Se justifica a si misma creer ser tan fenomenal instrumentalizando a su favor la muerte de su madre. El problema consiste en que no tiene ocasión de demostrarle al mundo lo fantástica que es hasta que la suerte le brinda la oportunidad de hacerlo excretando ñoñeces para que otros perturbados también crean ser estupendos de la muerte. Todo esto adornado con los mil y un mohines de Kathryn Hahn y la mandíbula dislocada de la que hace de ella más joven.