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7.3
65,072
4
19 de febrero de 2014
19 de febrero de 2014
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo peor que le podría pasar a la Academia de las Artes y las ciencias de Hollywood sería que los “12 años de esclavitud” de Steve McQueen (no de Salomon Northup) se llevasen el galardón a mejor película. Sin embargo las quinielas pronostican esta desilusionante noticia.
La historia cuenta la biografía de Salomon Northup, un famoso violinista negro –y hombre libre- que vivía con su familia en Nueva York. Su vida acomodada cambió radicalmente cuando le drogan unos secuestradores para venderle como esclavo en el sur del país, donde comienza una nueva y cruel vida en la que poco a poco va perdiendo la esperanza de volver a ver a los suyos y en la que se enfrenta a situaciones que quedarán en la retina del espectador durante años.
Al margen de unas interpretaciones perfectas, pues Ejiofor y Fassbender aquí se consagran, la película nos deja en un vacío sepulcral, no hay música, no hay violín, no hay fe, no hay valor, sólo un pesimismo digno de Pío Baroja que, si fuera ésta la intención del director, parece insuficiente como para valorar tan alto el film como se ha hecho.
Poco más de dos horas nos mantienen esperando que pase algo, que nos agarremos a la silla, algo más que un sufrimiento gratuito anhelando que Mel Gibson hubiese compartido un café con McQueen, recordando la última media hora de “Apocalypto”, el significado salvador de los latigazos de “La Pasión” o incluso la convivencia generadora en “Más allá del deber”.
En definitiva, McQueen pareció un revolucionario en “Shame” haciendo que Fassbender mereciera todos los halagos imaginables, aquí se ha perdido en un biografía que más que una película, parece un anticipo publicitario de un futuro libro de la durísima vida de Salomon Northup.
La historia cuenta la biografía de Salomon Northup, un famoso violinista negro –y hombre libre- que vivía con su familia en Nueva York. Su vida acomodada cambió radicalmente cuando le drogan unos secuestradores para venderle como esclavo en el sur del país, donde comienza una nueva y cruel vida en la que poco a poco va perdiendo la esperanza de volver a ver a los suyos y en la que se enfrenta a situaciones que quedarán en la retina del espectador durante años.
Al margen de unas interpretaciones perfectas, pues Ejiofor y Fassbender aquí se consagran, la película nos deja en un vacío sepulcral, no hay música, no hay violín, no hay fe, no hay valor, sólo un pesimismo digno de Pío Baroja que, si fuera ésta la intención del director, parece insuficiente como para valorar tan alto el film como se ha hecho.
Poco más de dos horas nos mantienen esperando que pase algo, que nos agarremos a la silla, algo más que un sufrimiento gratuito anhelando que Mel Gibson hubiese compartido un café con McQueen, recordando la última media hora de “Apocalypto”, el significado salvador de los latigazos de “La Pasión” o incluso la convivencia generadora en “Más allá del deber”.
En definitiva, McQueen pareció un revolucionario en “Shame” haciendo que Fassbender mereciera todos los halagos imaginables, aquí se ha perdido en un biografía que más que una película, parece un anticipo publicitario de un futuro libro de la durísima vida de Salomon Northup.
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