Salimos con rabia e impotencia del cine al ver esta película porque los buenos y justos no han podido vengarse de las fechorías y crímenes de los malos e injustos. Durante toda la película pensamos que en algún momento la cosa cambiará y que todo se pondrá a favor de los buenos. Pero nada de ilusiones: éstos van muriendo inhumanamente uno tras otro. Al final pensamos incluso que el último de los buenos que queda con vida podrá realizar su venganza y, a la vez, conseguir su salvación. No es así y el director se encarga de ello: nos pone el caramelo en la boca y luego nos lo quita despiadadamente.
Señores, en esta película no ganan los buenos. Hay crímenes bestiales pero no hay venganza ni justicia. Los buenos no pueden ampararse en las reglas porque no las hay. En el fondo estamos demasiado judeocristianizados para que esta película nos guste. Decía Santo Tomás de Aquino que en el reino de los cielos los justos serán recompensados con las delicias de poder contemplar cómo arden en el infierno los injustos. Esta pobre familia de la película tendrá que esperar al juicio final para resarcirse. Pero mientras tanto, nosotros, judeocristianos de cultura, nos quedamos rabiando y pensando cómo es posible que estos cabrones se salgan con la suya impunemente. Bravo por Michael Haneke