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Críticas de Rompetechos
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Críticas 16
Críticas ordenadas por utilidad
1
5 de enero de 2021
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ignoro si los críticos de cine, cuando se disponen a comentar una película de Woody Allen, empiezan diciendo: “La última película de “W.A...”. Es probable que así sea. Pero déjenme decirles, si me lo permiten, que lo considero un error, ya que siempre deberían empezar diciendo: “La penúltima película de W.A…”.
Sí, porque, por alguna razón un tanto inexplicable, además de asombrosa, cuando se estrena una película de W.A., él ya está casi terminando de rodar la siguiente. E incluso es muy probable que mientras eso ocurría, tuviera ya escrito el guion de la que seguiría a continuación. Es decir, W.A. (forzosamente tiene que ser así) es en resumidas cuentas un creador multitarea, un cineasta a destajo, cuyo cerebro no descansa nunca y le permite hacer dos cosas a la vez, de manera que mientras rueda una película, trabaja el guion de la siguiente para, nada más acabar la que está rodando, empezar con otra, y así una y otra vez, una y otra vez…
Siendo así, podría calificarse la obra de W.A. como una fábrica de salchichas, unidas una tras otra sin darse tregua ni descanso, como si el hecho de que tardara lo más mínimo en empezar el rodaje de la siguiente película, fuese la causa de que su mente sufriera algún tipo de colapso que le impidiera hacer cine. Es solo una hipótesis, claro.
Por lo tanto, y entrando de lleno en la crítica, está claro que mientras W.A. rodaba su penúltima película “A rainy day in New York”, él ya trabajaba en la siguiente: “Rifkin’s festival”, que ya ha sido estrenada y, por tanto, es solo cuestión de días que termine y estrene la próxima.
“A rainy day in New York” tiene todos los ingredientes necesarios para que cualquier productor tire el guion a la papelera. Una salchicha más a engrosar su amplia y plúmbea filmografía. Una fría e insulsa salchicha que degustamos espectadores y críticos, como forzados porque, claro, es la penúltima de W.A. hay que ir a verla, no le podemos hacer ese feo al insigne autor…
¿Y qué es lo que vemos? Pues sencillamente una aburrida y simplona historia carente del mínimo interés, que parece producida, escrita, rodada e incluso interpretada con desgana, como si su autor se viera obligado a hacerla para pagar las facturas, y probablemente también porque si no lo hace se aburre en casa. Razón por la que (supongo pensará) puestos a aburrirse, mejor que lo hagan aquellos que la vean y pierdan hora y media sentados frente a la pantalla, para, después de lanzar un profundo bostezo al unísono del The end, olvidarla por completo y esperar el estreno de la siguiente, y de nuevo entrar en el mismo ritual de todos los años, yendo a verla como forzados, porque, claro, es la penúltima de W.A. no le podemos hacer ese feo al insigne autor…
Conclusión personal: Tras ver “A rainy day in New York”, quiero dejar constancia de que para mí esta es (ahora sí) la última película de W.A. O al menos la última que pienso ver de él.

P.D.
Encontrándome doblemente confinado, debido a la pandemia y a la Filomena, tuve la ocurrencia de ver un documental de Woody Allen que ya se presentía laudatorio (y en efecto, así fue), más que nada por aburrimiento y ya de paso intentar descubrir las razones por las que la crítica tanto admira el cine de W.A.
Después de terminar de verlo, la conclusión a la que he llegado es que el documental corrobora lo que dije en mi crítica, y que se resume en que W.A. es un fabricante de salchichas. Por lo tanto, en esta ocasión, no haré comentarios. Me limitaré a copiar en este P.D. algunas “perlas” del propio W.A. así como de otros personajes que salen en el documental y que el lector juzgue.
1. No hago ninguna preparación para los ensayos. Normalmente ni siquiera sé lo que vamos a grabar. Cuando llego me dan un par de páginas ese día. Las leo y sé lo que me toca. (W.A.)
2. No leo nunca el guion después de acabarlo y reescribirlo. No lo vuelvo a leer porque ya no me parece bueno y empiezo a aborrecerlo. (W.A.)
3. Lo que yo busco es hacer una gran película. Y eso se me ha escapado varias décadas. (W.A.)
4. He hecho unas 40 películas en mi vida y muy pocas de ellas, de verdad, valían la pena. (W.A.)
5. Septiembre la rodé dos veces. Cuando la empecé ni siquiera conocía a los actores. Mi ayudante de dirección hablaba con ellos y yo me sentaba en alguna esquina de la sala a mirar. (W.A.)
6. No paro de hacer películas, porque de vez en cuando, si tengo suerte, alguna saldrá bien. (W.A.)
7. Si lo ves por el plató, es el director que menos dirige del mundo. (Erik laxe)
8. No le gusta mucho ensayar. (Mira Sorvino)
9. Si no quieres no tienes por qué decir lo mismo que he escrito. (Mira Sorvino)
10. W. A. me dijo en cierta ocasión: “Lo estás haciendo muy bien, pero hoy juegan los Knicks. Date prisa.” (John Cusack)
Repito: Sin comentarios.
Rompetechos
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1
2 de febrero de 2021
9 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace ya algún tiempo (demasiado, en mi opinión) que el declive de Woody Allen, arrastrado por una filmografía vacía de contenido y carente del más mínimo interés, es más que evidente incluso para él mismo, como puede verse en una entrevista donde dijo: “DE TODAS MIS PELÍCULAS SALVARÍA DIEZ, EL RESTO LAS TIRARÍA A LA BASURA”.

No sé qué más pruebas necesitan los que adoran al “genio” neoyorkino, como si fuera un becerro de oro y que en realidad no es más que quincalla, como muy bien viene a decir él propio interesado. En lo que a mí se refiere, siempre que he terminado de ver la última (mejor dicho, penúltima) película de W.A. me he prometido a mí mismo no volver a caer en la trampa de sentarme a sufrir el visionado de otro bodrio suyo. Promesa que, a la vista está, siempre termino incumpliendo. Tal vez porque uno es masoquista, o porque la pandemia nos deja mucho tiempo libre, o, como en el caso presente, algún fan incondicional de W.A. te “invita” a verla y posteriormente discutir a brazo partido el resultado de la misma (una forma como otra cualquiera de entretenernos).

Batalla campal aparte con el referido fan incondicional, al terminar de ver la penúltima película de W.A. (seguro que ya está terminando otra) y procurando, con grandes esfuerzos, borrar de mi mente el concepto que él tiene de sus películas, no he podido por menos que llegar a la conclusión de que, de seguir así, nuestro amigo, en lugar de ser un cineasta que en sus ratos libres toca el clarinete, termine convirtiéndose al final de su vida en un clarinetista que en sus ratos libres hace películas. Mi escaso conocimiento del mundo del clarinete y sus intérpretes, me impide valorar al W.A. clarinetista, y por lo tanto Ignoro hasta qué punto es diestro a la hora de manejar el referido instrumento. Pero apostaría que es imposible que lo pueda hacer peor que ponerse detrás de una cámara.

Rifkin’s Festival, una vez más, demuestra que las palabras de W.A. son ciertas. E incluso es posible que haya exagerado al dar por hecho que se pueden salvar 10 películas suyas. Sinceramente, a mí me cuesta un poco llegar a esa cifra, y mucho menos imaginar que logre alcanzar en el futuro la número 11. R. F. es una decepción más de esa marca registrada en la que se ha convertido W.A. que sigue rodando infatigable al desaliento, sin el más mínimo interés por el rodaje, los actores, e incluso el guion, como muy bien puede verse en el documental American Masters, donde él mismo corrobora mis palabras, al igual que lo hace un crítico y algunos de sus actores, que supuestamente le veneran, pero que al manifestar su opinión en realidad le tiran por tierra sin pretenderlo. (Ver mi crítica al respecto).

W.A. manifiesta (o más bien amenaza) en la entrevista mencionada más arriba, que seguirá rodando películas mientras tenga ideas y salud. Por supuesto que, en lo que a mí se refiere, le deseo que viva muchos años. Pero alguien debería decirle que hace tiempo que sus ideas no sirven ya ni para encender una bombilla de 10 watios, y que, por lo tanto, tal vez sería mejor que centrara todos sus esfuerzos en ser un buen clarinetista.
Rompetechos
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1
11 de febrero de 2021
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Intentar hacer spoiler de Una pastelería de Nothing Hill es prácticamente imposible, por la sencilla razón de que no cuenta nada, y por lo tanto no hay spoiler que valga, porque sería como como intentar describir el contenido de una habitación vacía, el crecimiento de un guisante, o la interminable soledad de un desierto…

Comprendo, hasta cierto punto, la necesidad que tienen algunos en “contar” una historia y, al mismo tiempo, creer que dicha historia tiene algo que pueda interesar mínimamente. UPENNOH es una historia sin historia, que, forzosamente, necesita un guion para ser llevada al cine, algo que, como es lógico, de entrada, resulta imposible. Y, sin embargo, la directora de este puzle empalagoso, consigue (o eso cree al menos ella) realizar una película vacía de contenido, que intenta en vano contarnos algo que se podría resumir perfectamente en apenas diez minutos (y soy generoso) mientras tomamos un café y sin necesidad de aburrir durante hora y media al espectador.

Sí, porque la realidad es que diez minutos son más que suficientes para que la directora nos cuente que una señora mayor, tras la muerte de su hija, a la que no ve por razones que desconocemos y tampoco interesan, abre una pastelería con la ayuda de su nieta, a la que también lleva tiempo sin ver, así como la de una amiga de su hija y un ex, que se une a ellas por razones que no entendemos muy bien,

A este forzado y poco creíble comienzo, se une también un vecino que aparece de improviso sin ninguna razón que lo explique, y les dice, ya de entrada, que hay otras cinco pastelerías muy cerca, lo que en modo alguno es obstáculo para que sigan empeñadas en abrir el negocio. Hay también una prueba de ADN, clases de yoga, una academia donde enseñan a usar el trapecio, un ciclista que abre los ojos a la madre-abuela, una relación sentimental con elaboración de tartas incluida, y otra relación entre la madre-abuela y el vecino, que, al parecer, terminan siendo follamigos, por obra y gracias de la autora del guion, o lo que demonios sea eso.

Al final, tras tomarnos el café con la directora, nos vamos con la sensación de que lo que nos ha contado es algo que no nos interesa en absoluto, y además lo ha hecho introduciendo tramas a la fuerza, como si estuviera empeñada en que el pequeño zapato de Cenicienta entre por narices en su enorme pie. Y es por ese motivo por el que uno está deseando que termine cuanto antes para irnos, lamentando haber quedado con ella a tomar café, e ignorando que la susodicha tiene en su mente escribir un guion sobre lo que nos ha contado. Algo que, para desgracia de los amantes del cine, ha terminado llevando a cabo.
Rompetechos
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10
5 de febrero de 2021
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Conmemorando los 100 años de su estreno, se repone El chico, primer largometraje de Charles Chaplin, no se sabe muy bien si para deleite de nostálgicos o para que las nuevas generaciones lo descubran al verlo por primera vez y…

En los puntos suspensivos del párrafo anterior se encierran miles de dudas que me asaltan. Algunas de ellas inquietantes. ¿Cómo recibirán este clásico del cine mudo las nuevas generaciones? ¿Les gustará, les emocionará, les aburrirá? Daría cualquier cosa por ver, a través de un agujero, las reacciones de los niños que asistan a ver la película. O tal vez no. No, porque es muy probable que todos ellos, salvo alguna excepción o rara avis, se queden estupefactos e igual de mudos que la película, sin saber qué demonios es eso en blanco y negro que sale en pantalla.

Es casi seguro que todos se miren unos a otros, perplejos y al mismo tiempo cansados de esperar a que salga alguien con superpoderes, o algún monstruo, dinosaurio, reptil volador o cualquier otro animal humanizado gracias a increíbles efectos especiales. Porque eso es en definitiva lo que hace mucho tiempo que, los que se dedican a producir cine, han ofrecido y siguen ofreciendo a las nuevas generaciones.

El hecho incuestionable de que El chico sea un clásico de cine mudo, creación de un personaje que les queda muy lejos, no significa nada para los niños y niñas que prefieren ver otra clase de películas. Películas que les impacte, que les hagan abrir los ojos y llenen la cabeza de efectos especiales sin fin; y que se enamoren de superhéroes, o se sobresalten ante monstruos, extraterrestres o zombies; apabullarlos con batallas abrumadoras, luchas de expertos en artes marciales o aprendices de mago; todo un “mundo de fantasía” en el que ellos se sumergen, para vivir las aventuras de Neos, Gollum y Avatares, en interminables entregas que no parece tener fin.

Y uno vuelve a preguntarse, tras visionar una vez más El chico, dónde ha quedado Charlot y su mundo. Dónde ha ido a parar esa tristeza inteligente de su mirada; las aventuras y desventuras de ese hombre sin suerte que se sobrepone a cada contratiempo que le sale al paso; el payaso que nos hacía reír y llorar, subidos a una montaña rusa de emociones; dónde, en definitiva, han ido a parar esos ojos de vagabundo que miraban con resignación todo lo que sucedía a su alrededor, a veces con una sonrisa y otras con una mueca de amargura y desencanto…

El chico, como muchas otras películas de Charlot, es un clásico del séptimo arte (una clasificación que pertenece ya al recuerdo), y es muy difícil, por no decir imposible, que las nuevas generaciones lo aplaudan y disfruten. A ellos se les ha dado a conocer historias muy diferentes. Y por eso es lógico que pasen de ver El chico; al igual que pasan de leer Alicia en el país de maravillas y prefieren Harry Potter; o disfrutan del último grito musical en lugar de escuchar a Mozart…

El autor de esta crítica finaliza alejándose con desencanto hacia el fondo de la pantalla, hasta desaparecer como un punto de luz que cierra el foco de la cámara.
Rompetechos
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10
3 de enero de 2021
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
En la historia del cine existen personajes emblemáticos en algunas películas, interpretadas por actores que los han hecho suyos hasta el punto de que cuesta ver a otros en el papel.
Es por lo tanto difícil, aunque no imposible, imaginar en la pantalla a Jack Nicholson como Michael Corleone, John Travolta como Forrest Gump o Ronald Reagan como Rick Blaine, entre otros muchos (todos ellos candidatos en un principio).
Sin embargo, resulta imposible imaginar a otro actor que no fuese Peter Ustinov interpretando (o mejor aún: siendo) Nerón en la película Quo vadis (1951), una historia de romanos (género en sí mismo) bastante floja, amén de sensiblera, algo en cierto modo comprensible porque los cristianos siempre han sido reflejados por Hollywood en la pantalla como un poco moñas.
Resumiendo (resulta fácil hacerlo en esta película en concreto), se podría decir que Quo vadis es espectacular en cuanto a su puesta en escena, si tenemos en cuenta que los efectos especiales en aquella época brillaban por su ausencia; y también espectacularmente pobre en cuanto a su historia, que se podría resumir en el amor “imposible” entre un pagano y una cristiana en tiempos de Nerón, un personaje asociado al incendio de Roma mientras tocaba la lira.
La 2 ha rescatado recientemente la película y, a pesar del poco interés que me produjo en su momento, no he podido resistirme a verla de nuevo, arrastrado por el recuerdo de la deliciosa, enloquecida, ambigua, y también divertida interpretación con la que nos deleita P.U., un actor que, gracias a Quo vadis, será eternamente asociado a Nerón.
E incluso me atrevería a decir que podría ser asociado a la inversa. Sí, hasta tal punto es sublime la interpretación de P.U. que no me cuesta nada imaginarlo en el verano del 64 tocando la lira mientras se incendia Roma. De manera que, aunque mi valoración de la película en un principio rozaba el cero, gracias a P.U. la subo a la máxima.
Rompetechos
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