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Críticas ordenadas por utilidad
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7.0
51,682
2
25 de junio de 2012
25 de junio de 2012
20 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nah, muy sobrevalorada esta peli. Acabo de verla y es de lo más inverosímil, al principio promete mucho y según avanza se permite toda clase de trampas. Los propios personajes, encarnados en general por actores solventes, están atrapados por un argumento que los convierte en títeres bastante absurdos a fin de conseguir un desenlace supuestamente impactante. El propio villano no tiene muchas luces, la víctima hace todo lo posible por seguir siéndolo, el novio es de una inanidad que apabulla, la policía completamente inoperante y los vecinos simplemente figuran. Personajes como la madre de César o la niña de enfrente que prometen jugar algún papel en la historia simplemente sobran, podrían borrarse de un plumazo y la peli sería exactamente la misma, sólo están para distraer. Me gustan mucho películas duras e inteligentes, pongo por caso Perros de paja de Peckinpah, pero en este caso Balagueró firma una obra desagradable y gratuita. Fácilmente prescindible para mí, entre los pros señalo que al menos es cortita. Cualquier comparación con Polanski me parece un menosprecio a la inteligencia.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Si el personaje de Luis Tosar fuera un genio del crimen, todavía se habría aprovechado el metraje empleado, pero encima es bastante torpe, comete toda clase de errores, le pillan y medio pillan no menos de media docena de veces, deja toda clase de evidencias que le apuntan como principal y único sospechoso y el único motivo por el que se libra es que aparentemente los que le rodean son todavía más estúpidos. El personaje de Alberto San Juan 'apretando' la cara de Tosar no se sabe bien para qué pasa directamente a los anales de los comportamientos absurdos en el cine.

5.5
61
7
18 de noviembre de 2014
18 de noviembre de 2014
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vlad Tepes es probablemente la aproximación histórica más meritoria (documentales aparte) realizada hasta la fecha para el cine del personaje que inspiró en 1897 al novelista irlandés Bram Stoker a componer su inmortal obra Drácula, si bien como veremos el filme contiene cierto sesgo subjetivo propio de la época en que se rueda.
Arranca este biopic en 1456, acaba de terminar la Edad Media y las batallas empiezan a oler a pólvora, con el noble rumano Vlad Draculea (hijo de Dracul, nombre que refiere al Dragón pues eran miembros de una Orden Cruzada que remitía a San Jorge y el dragón en representación del diablo) ascendiendo al trono del pequeño principado de Valaquia tras vencer en batalla a otro pretendiente al trono.
Desde el primer momento el filme presenta pedagógicamente a los principales actores políticos a los que se enfrenta el nuevo voivoda: Desde los nobles boyardos sobre los que se asienta su poder, señores feudales que se reparten el país y que acostumbran a repartirse el gobierno y poner y derrocar príncipes mediante conspiraciones, hasta los comerciantes y colonos germanos (sajones) que se resisten a pagar tributos, pasando por la Iglesia cristiana, el rey húngaro que demanda obediencia al principado, un campesinado empobrecido que sufre la inestabilidad de la región y los turcos que amenazan con conquistar Europa. Recordemos que el poderío otomano en esta época es tal que en 1453 había tomado la ciudad de Constantinopla, capital del Imperio Romano de Oriente, último vestigio de la romanización. Si por Oriente Valaquia afronta ese peligro, por Occidente tiene al poderoso reino de Hungría que también amenaza su soberanía.
Con tono austero y didáctico y un despliegue técnico encomiable en vestuario, decorado, ambientación y un buen número de extras, la película retrata a Vlad III como un gobernante severo y patriota, sin menor atisbo de egoísmo personal. El actor que le encarna, Stefan Sileanu, hace un buen trabajo y físicamente está caracterizado con gran precisión como los retratos del voivoda histórico, aunque el empeño de presentarle pronunciando muy circunspecto frases para la posterioridad resulta un tanto impostado.
Así, Draculea empieza ejecutando con mano de hierro a criminales comunes y boyardos corruptos contrarios al interés general y a continuación se enfrenta a las potencias extranjeras que amenazan Valaquia, caso de húngaros y turcos, siempre con un alto sentido de la justicia, la patria y hasta con ciertos remordimientos que muestra en privado. Esta versión tan comprensiva del personaje se contradice con la crueldad descrita por múltiples historiadores (como el alemán Ralf Peter Märtin, el inglés Raymond McNally o el rumano Radu Florescu) quienes detallan una amplia panoplia de métodos de tortura empleados por Draculea, tales como "mutilar narices, orejas, dedos u órganos sexuales, cegar, quemar, hervir, despellejar, desmembrar, enterrar vivo, obligar a la víctima a presenciar la tortura de un ser querido, untarle los pies con miel y darlos a comer a animales hambrientos" y desde luego el señero empalamiento que indica el sobrenombre de Tepes (Empalador).
De tomarlo por cierto, como tantas veces, los gobernantes escogen y narran la Historia en clave contemporánea y según sus propios intereses, y en el caso de Vlad III es muy posible que Nicolás Ceacescu, gobernante de Rumanía en el momento del rodaje, encontrara la oportunidad de justificar su propio autoritarismo en una figura envuelta de terrible fama (pretendidamente por culpa de Occidente), implacable en la persecución de enemigos internos (traidores) y externos (invasores), amenazada por toda clase de conspiraciones, y que a su modo de ver no hacía más que lo que era más conveniente para el país. Un retrato del voivoda que se corresponde plenamente con la imagen que el dirigente comunista trataba de transmitir de sí mismo mediante la propaganda del gobierno. Teniendo estas consideraciones en cuenta y que la película data de 1979 (Ceaucescu fue presidente desde 1967 hasta 1989, cuando fue derrocado, juzgado y ejecutado) se entiende mejor está visión de un Draculea noble y valiente, nunca abusivo o cruel sin motivo.
Sirve de buen ejemplo de este enfoque el episodio multitud de veces narrado de la vida de Draculea, al principio de su reinado, cuando reúne a centenares de ladrones y maleantes invitándoles a un gran banquete para a continuación sellar puertas y ventanas y prender fuego al edificio acabando con todos ellos. La película narra el suceso exactamente así, con todo lujo de detalles, pero sin embargo incluye la enmienda de que el propio Vlad III, disfrazado de mendigo, antes de la deflagración salva a aquellos que, por inocencia o por fragilidad, considera que no deben ser ejecutados. Es una significativa muestra de las dos horas de metraje: Historia, sí, en lo básico, técnicamente bien recreada pero convenientemente retocada a fin de dorar la peana a un héroe nacional.
Como siempre la verdad seguramente se encuentra en un punto intermedio, por un lado son innegables los éxitos y la tenacidad de Draculea para proteger Valaquia, y especialmente señeras sus victorias militares entre 1461 y 1462 que mantuvieron a raya al ejército turco, el más poderoso del momento y que justifican su consideración como héroe. Por otro, son abundantes las fuentes históricas que describen un modo de actuar cruel en extremo y caprichoso como es de esperar en un gobernante medieval que no ha de rendir cuentas, con particular maña para infundir terror como arma.
En resumen, queda una película valiosa para aproximarse al Drácula histórico, tamizada por el interés en subrayar su valor como estadista. A modo de curiosidad, señalar cierta misogia en tanto no aparece un solo personaje femenino de relieve, ni siquiera su mujer Cnaejna de Transilvania.
Arranca este biopic en 1456, acaba de terminar la Edad Media y las batallas empiezan a oler a pólvora, con el noble rumano Vlad Draculea (hijo de Dracul, nombre que refiere al Dragón pues eran miembros de una Orden Cruzada que remitía a San Jorge y el dragón en representación del diablo) ascendiendo al trono del pequeño principado de Valaquia tras vencer en batalla a otro pretendiente al trono.
Desde el primer momento el filme presenta pedagógicamente a los principales actores políticos a los que se enfrenta el nuevo voivoda: Desde los nobles boyardos sobre los que se asienta su poder, señores feudales que se reparten el país y que acostumbran a repartirse el gobierno y poner y derrocar príncipes mediante conspiraciones, hasta los comerciantes y colonos germanos (sajones) que se resisten a pagar tributos, pasando por la Iglesia cristiana, el rey húngaro que demanda obediencia al principado, un campesinado empobrecido que sufre la inestabilidad de la región y los turcos que amenazan con conquistar Europa. Recordemos que el poderío otomano en esta época es tal que en 1453 había tomado la ciudad de Constantinopla, capital del Imperio Romano de Oriente, último vestigio de la romanización. Si por Oriente Valaquia afronta ese peligro, por Occidente tiene al poderoso reino de Hungría que también amenaza su soberanía.
Con tono austero y didáctico y un despliegue técnico encomiable en vestuario, decorado, ambientación y un buen número de extras, la película retrata a Vlad III como un gobernante severo y patriota, sin menor atisbo de egoísmo personal. El actor que le encarna, Stefan Sileanu, hace un buen trabajo y físicamente está caracterizado con gran precisión como los retratos del voivoda histórico, aunque el empeño de presentarle pronunciando muy circunspecto frases para la posterioridad resulta un tanto impostado.
Así, Draculea empieza ejecutando con mano de hierro a criminales comunes y boyardos corruptos contrarios al interés general y a continuación se enfrenta a las potencias extranjeras que amenazan Valaquia, caso de húngaros y turcos, siempre con un alto sentido de la justicia, la patria y hasta con ciertos remordimientos que muestra en privado. Esta versión tan comprensiva del personaje se contradice con la crueldad descrita por múltiples historiadores (como el alemán Ralf Peter Märtin, el inglés Raymond McNally o el rumano Radu Florescu) quienes detallan una amplia panoplia de métodos de tortura empleados por Draculea, tales como "mutilar narices, orejas, dedos u órganos sexuales, cegar, quemar, hervir, despellejar, desmembrar, enterrar vivo, obligar a la víctima a presenciar la tortura de un ser querido, untarle los pies con miel y darlos a comer a animales hambrientos" y desde luego el señero empalamiento que indica el sobrenombre de Tepes (Empalador).
De tomarlo por cierto, como tantas veces, los gobernantes escogen y narran la Historia en clave contemporánea y según sus propios intereses, y en el caso de Vlad III es muy posible que Nicolás Ceacescu, gobernante de Rumanía en el momento del rodaje, encontrara la oportunidad de justificar su propio autoritarismo en una figura envuelta de terrible fama (pretendidamente por culpa de Occidente), implacable en la persecución de enemigos internos (traidores) y externos (invasores), amenazada por toda clase de conspiraciones, y que a su modo de ver no hacía más que lo que era más conveniente para el país. Un retrato del voivoda que se corresponde plenamente con la imagen que el dirigente comunista trataba de transmitir de sí mismo mediante la propaganda del gobierno. Teniendo estas consideraciones en cuenta y que la película data de 1979 (Ceaucescu fue presidente desde 1967 hasta 1989, cuando fue derrocado, juzgado y ejecutado) se entiende mejor está visión de un Draculea noble y valiente, nunca abusivo o cruel sin motivo.
Sirve de buen ejemplo de este enfoque el episodio multitud de veces narrado de la vida de Draculea, al principio de su reinado, cuando reúne a centenares de ladrones y maleantes invitándoles a un gran banquete para a continuación sellar puertas y ventanas y prender fuego al edificio acabando con todos ellos. La película narra el suceso exactamente así, con todo lujo de detalles, pero sin embargo incluye la enmienda de que el propio Vlad III, disfrazado de mendigo, antes de la deflagración salva a aquellos que, por inocencia o por fragilidad, considera que no deben ser ejecutados. Es una significativa muestra de las dos horas de metraje: Historia, sí, en lo básico, técnicamente bien recreada pero convenientemente retocada a fin de dorar la peana a un héroe nacional.
Como siempre la verdad seguramente se encuentra en un punto intermedio, por un lado son innegables los éxitos y la tenacidad de Draculea para proteger Valaquia, y especialmente señeras sus victorias militares entre 1461 y 1462 que mantuvieron a raya al ejército turco, el más poderoso del momento y que justifican su consideración como héroe. Por otro, son abundantes las fuentes históricas que describen un modo de actuar cruel en extremo y caprichoso como es de esperar en un gobernante medieval que no ha de rendir cuentas, con particular maña para infundir terror como arma.
En resumen, queda una película valiosa para aproximarse al Drácula histórico, tamizada por el interés en subrayar su valor como estadista. A modo de curiosidad, señalar cierta misogia en tanto no aparece un solo personaje femenino de relieve, ni siquiera su mujer Cnaejna de Transilvania.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La película finaliza cuando Vlad III es arrestado por el rey de Hungría como respuesta a unos documentos falsificados por los boyardos que le acusan de traidor al servicio turco, sin embargo este no es el final de su biografía, faltarían sus años de presidio (en torno a una década), su liberación en 1474 y participación en varias batallas importantes antes de perecer en una de ellas. Un hijo suyo, Mihnea, lograría alcanzar el rango de su padre como voivoda de Valaquia durante un breve lapso de tiempo, entre 1508 y 1509.
17 de agosto de 2011
17 de agosto de 2011
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Excelente comedia británica de 1960 que presenta un elenco de actores extraordinario con grandes dotes para la comedia. Empezando por Peter Sellers en el papel protagonista como cabecilla de una banda de ladrones que va a emprender un robo tan audaz como birlar un tesoro de diamantes custodiado por el Ejército al tiempo que cumplen condena en un penal.
Sellers interpreta al cínico Dodger Lane, autoproclamada materia gris del grupo ante sus dos compañeros de celda: el forzudo Jelly Knight (David Lodge, padrino de boda de Sellers en la vida real) y el apocado Lennie Price (encarnado por Bernard Cribbins, comediante de gran éxito en UK).
Al núcleo central de estos tres personajes le sigue Soapy Stevens, viejo cómplice de los otros tres que goza de libertad entre otras cosas gracias a su camaleónica capacidad para disfrazarse. Está interpretado por un gran secundario inglés, Wilfrid Hyde-White, recordado por dar la réplica al profesor Higgins en My fair lady (1964), así como por su participación en The third man (1949), North West Frontier (1959) o Let's make love (1960) a las órdenes de George Cukor.
La parte femenina de la banda corresponde a dos personajes: la madre de Lennie y Ethel, la novia de Dodge. A la primera la da vida Irene Handl, otra actriz veterana con importantes películas en su haber, como The Italian job (1969) o The private life of Sherlock Holmes (1970) dirigida por Billy Wilder.
Por parte de los miembros de las fuerzas del orden que se erigen en antagonistas de la pícara compañía, está Jenkins (George Woodbridge), cándido y apacible guarda al que Dodge y sus chicos tienen totalmente camelado, el Alcaide (Maurice Denham) talmente conciliador y confiado, y el implacable Crout (Lionel Jeffries), obsesionado con la disciplina y al que caracteriza un histrionismo y una comicidad dignas del Coyote persiguiendo al Correcaminos.
Con este plantel, Two way stretch ofrece 78 minutos de comicidad plástica y un sardónico humor inglés gag tras gag y con constantes giros narrativos que no dejan que la atención decaiga, manteniendo el tono de una comedia de humor blanco y amable con reminiscencias teatrales.
Así, mientras los delincuentes son presentados como simpáticos pícaros con escasa fortuna, sus guardianes son verdaderas hermanitas de la caridad, orden de cosas que cambia con la llegada de Crout, sujeto antipático y estricto que se convertirá en el siempre burlado sabueso tras las huellas de la banda. Mientras los protagonistas dan ejemplo de imaginación y trabajo en equipo, su némesis uniformada es un neurótico con serios problemas para relacionarse con el género humano.
En resumen, comedia recomendable para todos los públicos y sobre todo para aquellos que quieran pasar un buen rato con un sainete bienhumorado, una trama de enredo con argumento de ladrones y polis, diálogos ingeniosos y réplicas agudas, no exentas de sanas dosis de flema británica.
Sellers interpreta al cínico Dodger Lane, autoproclamada materia gris del grupo ante sus dos compañeros de celda: el forzudo Jelly Knight (David Lodge, padrino de boda de Sellers en la vida real) y el apocado Lennie Price (encarnado por Bernard Cribbins, comediante de gran éxito en UK).
Al núcleo central de estos tres personajes le sigue Soapy Stevens, viejo cómplice de los otros tres que goza de libertad entre otras cosas gracias a su camaleónica capacidad para disfrazarse. Está interpretado por un gran secundario inglés, Wilfrid Hyde-White, recordado por dar la réplica al profesor Higgins en My fair lady (1964), así como por su participación en The third man (1949), North West Frontier (1959) o Let's make love (1960) a las órdenes de George Cukor.
La parte femenina de la banda corresponde a dos personajes: la madre de Lennie y Ethel, la novia de Dodge. A la primera la da vida Irene Handl, otra actriz veterana con importantes películas en su haber, como The Italian job (1969) o The private life of Sherlock Holmes (1970) dirigida por Billy Wilder.
Por parte de los miembros de las fuerzas del orden que se erigen en antagonistas de la pícara compañía, está Jenkins (George Woodbridge), cándido y apacible guarda al que Dodge y sus chicos tienen totalmente camelado, el Alcaide (Maurice Denham) talmente conciliador y confiado, y el implacable Crout (Lionel Jeffries), obsesionado con la disciplina y al que caracteriza un histrionismo y una comicidad dignas del Coyote persiguiendo al Correcaminos.
Con este plantel, Two way stretch ofrece 78 minutos de comicidad plástica y un sardónico humor inglés gag tras gag y con constantes giros narrativos que no dejan que la atención decaiga, manteniendo el tono de una comedia de humor blanco y amable con reminiscencias teatrales.
Así, mientras los delincuentes son presentados como simpáticos pícaros con escasa fortuna, sus guardianes son verdaderas hermanitas de la caridad, orden de cosas que cambia con la llegada de Crout, sujeto antipático y estricto que se convertirá en el siempre burlado sabueso tras las huellas de la banda. Mientras los protagonistas dan ejemplo de imaginación y trabajo en equipo, su némesis uniformada es un neurótico con serios problemas para relacionarse con el género humano.
En resumen, comedia recomendable para todos los públicos y sobre todo para aquellos que quieran pasar un buen rato con un sainete bienhumorado, una trama de enredo con argumento de ladrones y polis, diálogos ingeniosos y réplicas agudas, no exentas de sanas dosis de flema británica.

6.9
1,328
7
9 de febrero de 2016
9 de febrero de 2016
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Merece la pena resaltarse la valentía de Frankenheimer al estrenarse en la gran pantalla en 1961 con una novela de apenas dos años antes cargada de denuncia social, impregnada de matices aunque con una conclusión final redonda.
La investigación de un ayudante del fiscal del asesinato de un chico portorriqueño a manos de una banda italiana en los bajos fondos de una gran ciudad sirve de hilo narrativo de este drama con forma de thriller policiaco-judicial y sus momentos de tensión correspondientes. El sabueso empeñado con tozudez obsesiva en acceder a la verdad encarnado por Lancaster que es Hank Bell, de nacimiento Bellini, parece ser de los escasos ingredientes benéficos de una receta que incluye políticos interesados en los votos que puedan ganar a costa del caso, periodistas carroñeros y todo un abanico de personajes dominados por los prejuicios o degradados por la pobreza y la lucha por la supervivencia.
El personaje de Bellini adquiere mayor interés al ser hijo del mismo barrio y las mismas circunstancias difíciles en donde debe adentrarse, aunque en su caso haya prosperado y formado una familia con una mujer de clase más alta, quien representa también un papel significativo en la trama al mostrarse la más compasiva y bienpensante respecto de los implicados, al punto de desafiar con su sarcasmo al jefe de Bellini, particularmente interesado en lograr una sentencia de muerte como escalón en su carrera política hacia el puesto de gobernador.
Con estos mimbres, la cinta muestra con bastante crudeza (quizá más de la esperable para 1961) el paisaje, paisanaje y las sinergias destructivas de un ecosistema urbano empobrecido donde la convivencia entre diferentes inmigrantes de distinto origen se traduce en guerras de pandilleros por el territorio con navajas y pistolas, a la manera de West Side Story de la que es coetánea pero en este caso sin endulzar con música y coreografía. El realismo de la trama es notorio en la descripción de los pandilleros de ambos bandos, donde encontraremos muchachos embrutecidos y perdidos en una vida que encuentran tienen muy poco o nada que ofrecerles. Los tres acusados en particular se dibujan con mejor profundidad y personalizados con sus propios caracteres y problemas personales, especialmente gracias al diagnóstico que un psiquiatra ofrece al espectador.
Para mi gusto el mayor defecto que le encuentro es un final apresurado que por motivos que explico en el spoiler traiciona esa aparente vocación realista de ofrecer más preguntas que respuestas.
Apunto aunque sea como anécdota que en un momento dado uno de los personajes, una chica portorriqueña, narra cómo se convirtió en prostituta para poder subsistir, escena que estuvo censurada en España cuando se estrenó la película. La drogadicción, siquiera de soslayo, también aparece como otro de los problemas sociales.
La investigación de un ayudante del fiscal del asesinato de un chico portorriqueño a manos de una banda italiana en los bajos fondos de una gran ciudad sirve de hilo narrativo de este drama con forma de thriller policiaco-judicial y sus momentos de tensión correspondientes. El sabueso empeñado con tozudez obsesiva en acceder a la verdad encarnado por Lancaster que es Hank Bell, de nacimiento Bellini, parece ser de los escasos ingredientes benéficos de una receta que incluye políticos interesados en los votos que puedan ganar a costa del caso, periodistas carroñeros y todo un abanico de personajes dominados por los prejuicios o degradados por la pobreza y la lucha por la supervivencia.
El personaje de Bellini adquiere mayor interés al ser hijo del mismo barrio y las mismas circunstancias difíciles en donde debe adentrarse, aunque en su caso haya prosperado y formado una familia con una mujer de clase más alta, quien representa también un papel significativo en la trama al mostrarse la más compasiva y bienpensante respecto de los implicados, al punto de desafiar con su sarcasmo al jefe de Bellini, particularmente interesado en lograr una sentencia de muerte como escalón en su carrera política hacia el puesto de gobernador.
Con estos mimbres, la cinta muestra con bastante crudeza (quizá más de la esperable para 1961) el paisaje, paisanaje y las sinergias destructivas de un ecosistema urbano empobrecido donde la convivencia entre diferentes inmigrantes de distinto origen se traduce en guerras de pandilleros por el territorio con navajas y pistolas, a la manera de West Side Story de la que es coetánea pero en este caso sin endulzar con música y coreografía. El realismo de la trama es notorio en la descripción de los pandilleros de ambos bandos, donde encontraremos muchachos embrutecidos y perdidos en una vida que encuentran tienen muy poco o nada que ofrecerles. Los tres acusados en particular se dibujan con mejor profundidad y personalizados con sus propios caracteres y problemas personales, especialmente gracias al diagnóstico que un psiquiatra ofrece al espectador.
Para mi gusto el mayor defecto que le encuentro es un final apresurado que por motivos que explico en el spoiler traiciona esa aparente vocación realista de ofrecer más preguntas que respuestas.
Apunto aunque sea como anécdota que en un momento dado uno de los personajes, una chica portorriqueña, narra cómo se convirtió en prostituta para poder subsistir, escena que estuvo censurada en España cuando se estrenó la película. La drogadicción, siquiera de soslayo, también aparece como otro de los problemas sociales.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Quizá el momento de mayor tensión emocional sea el final, duando Bellini interroga al acusado más inteligente y sensible del trío de los Thunderbirds y este se autoinculpa sin dudarlo. Y de seguido el más inverosímil y absurdo cuando Bellini (siendo fiscal, recordemos) en nombre de una Verdad con mayúscula pronuncia una encendida defensa del acusado y por extensión de los otros dos, viniendo a concluir que los chicos no son responsables de sus actos.
Aquí ya la historia, que efectivamente ha construido una suerte de superhéroe urbano excepcional como protagonista, lo asciende ya directamente en lo utópico y me rechina mucho con el espíritu de la trama hasta entonces. "No son ellos quienes mataron a su hijo" dirigida a la madre de la víctima es la frase que pone fin a la película. Una rotundidad que tampoco me cuadra.
Aquí ya la historia, que efectivamente ha construido una suerte de superhéroe urbano excepcional como protagonista, lo asciende ya directamente en lo utópico y me rechina mucho con el espíritu de la trama hasta entonces. "No son ellos quienes mataron a su hijo" dirigida a la madre de la víctima es la frase que pone fin a la película. Una rotundidad que tampoco me cuadra.
8
19 de octubre de 2014
19 de octubre de 2014
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Heroísmo, lírica, el valor de la amistad, el sinsentido de la guerra, mariposas contra paracaidistas, explosiones de granadas que resultan en una lluvia de palomitas, la belleza de cierta locura, un canto a la vida sencilla, al regreso a lo esencial de la existencia y muchos buenos sentimientos, todo esto y más es lo que nos propone una estancia de dos horas en Dongmakgol.
Poco después de declararse el fin de la 2ª Guerra Mundial estallaba la de Corea en 1950, con tropas estadounidenses lideradas por el general MacArthur liderando la contraofensiva de los surcoreanos contra el gobierno comunista del Norte, a su vez apadrinado por China y la URSS. En esta situación nos sumerge esta película de Park Kwang-hyun desde el inicio, con tres soldados norcoreanos huyendo de la masacre de su unidad y dos surcoreanos fugándose a su vez de los rigores del combate. Los cinco coincidirán con un piloto yankee cuyo avión se estrella en el minuto uno del filme, en la bucólica y aislada aldea de Dongmakgol, cuyos habitantes viven perfectamente al margen del mundo exterior, absolutamente ignorantes del conflicto bélico que les asecha y cuya máxima preocupación es cultivar patatas y maíz y su mayor enemigo los jabalíes que estropean la cosecha.
Una loca maravillosa con flores en el pelo, el venerable anciano que rige los destinos del poblado con sabiduría o el maestro local que es el único que conoce algo de lo que ocurre al otro lado de las montañas, son algunos de los personajes señeros de este pueblo fértil en campesinos inocentes y bienintencionados desconocedores siquiera de qué es un arma de fuego hasta que llegan los soldados. Mientras el único occidental se cura de sus heridas tras el aterrizaje forzoso, el primer impulso de los recién llegados será llevar la guerra que traen con ellos a este oasis de paz, sin contar con que será este quien invada sus corazones sin atender al color de los uniformes. La larga escena de encuentro entre las dos facciones, la actitud de los vecinos ante el enfrentamiento y su sorprendente resolución son una buena síntesis del espíritu que impregna la cinta.
Rica en recursos poéticos que aprovechan con destreza el hermoso paisaje en que se desarrolla, esta fábula antibelicista y apologeta de la humanidad consigue captar la atención y mantener el interés sin grandes altibajos añadiendo a la receta sabias dosis de sentido del humor, dramatismo y acción bélica. Según el momento, el espectador puede estallar en carcajadas, hacérsele un nudo en la garganta o tensarse en su asiento, pero lo que es casi seguro es que de un modo u otro resulte conmovido y se lleve consigo el deseo de visitar Dongmakgol y el recuerdo de haber conocido a una galería de personajes verdaderamente entrañables.
Poco después de declararse el fin de la 2ª Guerra Mundial estallaba la de Corea en 1950, con tropas estadounidenses lideradas por el general MacArthur liderando la contraofensiva de los surcoreanos contra el gobierno comunista del Norte, a su vez apadrinado por China y la URSS. En esta situación nos sumerge esta película de Park Kwang-hyun desde el inicio, con tres soldados norcoreanos huyendo de la masacre de su unidad y dos surcoreanos fugándose a su vez de los rigores del combate. Los cinco coincidirán con un piloto yankee cuyo avión se estrella en el minuto uno del filme, en la bucólica y aislada aldea de Dongmakgol, cuyos habitantes viven perfectamente al margen del mundo exterior, absolutamente ignorantes del conflicto bélico que les asecha y cuya máxima preocupación es cultivar patatas y maíz y su mayor enemigo los jabalíes que estropean la cosecha.
Una loca maravillosa con flores en el pelo, el venerable anciano que rige los destinos del poblado con sabiduría o el maestro local que es el único que conoce algo de lo que ocurre al otro lado de las montañas, son algunos de los personajes señeros de este pueblo fértil en campesinos inocentes y bienintencionados desconocedores siquiera de qué es un arma de fuego hasta que llegan los soldados. Mientras el único occidental se cura de sus heridas tras el aterrizaje forzoso, el primer impulso de los recién llegados será llevar la guerra que traen con ellos a este oasis de paz, sin contar con que será este quien invada sus corazones sin atender al color de los uniformes. La larga escena de encuentro entre las dos facciones, la actitud de los vecinos ante el enfrentamiento y su sorprendente resolución son una buena síntesis del espíritu que impregna la cinta.
Rica en recursos poéticos que aprovechan con destreza el hermoso paisaje en que se desarrolla, esta fábula antibelicista y apologeta de la humanidad consigue captar la atención y mantener el interés sin grandes altibajos añadiendo a la receta sabias dosis de sentido del humor, dramatismo y acción bélica. Según el momento, el espectador puede estallar en carcajadas, hacérsele un nudo en la garganta o tensarse en su asiento, pero lo que es casi seguro es que de un modo u otro resulte conmovido y se lleve consigo el deseo de visitar Dongmakgol y el recuerdo de haber conocido a una galería de personajes verdaderamente entrañables.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
He calificado la película de fábula porque sin duda lo es, por un lado está la relativa facilidad con que contendientes de ejércitos contrarios se amigan y en un momento dado traicionan su causa, como hacen los sureños al combatir y matar a sus propios compañeros por defender a sus anfitriones, y por otro la visión positiva e idealizada hasta el extremo con que se contempla la vida rural. Por ejemplo, recuerdo la mezcla de horror y sorpresa con que los dongmakgolianos contemplan una pelea a puñetazos entre dos recién llegados, y no puedo evitar pensar que por muy amables que sean estos campesinos, esa clase de encontronazos es imposible que les sea tan desconocida y/o sorprendente.
Me parece un acierto que entre los militares protagonistas haya un poco de todo, desde el sanitario militar aterrorizado por la violencia al desertor que por cumplir órdenes tuvo que acabar con la vida de inocentes volando un puente, pasando por el oficial casi por casualidad que acepta resignado su responsabilidad, el joven novato y el veterano de vuelta de todo. Todos ellos bastante escarmentados del horror de la guerra y propensos al apaciguamiento y que sin embargo al final en un último acto de valor altruista se aprestan a perder la vida por salvar la del pueblo.
Me parece un acierto que entre los militares protagonistas haya un poco de todo, desde el sanitario militar aterrorizado por la violencia al desertor que por cumplir órdenes tuvo que acabar con la vida de inocentes volando un puente, pasando por el oficial casi por casualidad que acepta resignado su responsabilidad, el joven novato y el veterano de vuelta de todo. Todos ellos bastante escarmentados del horror de la guerra y propensos al apaciguamiento y que sin embargo al final en un último acto de valor altruista se aprestan a perder la vida por salvar la del pueblo.
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