You must be a loged user to know your affinity with jmruiz
Críticas ordenadas por utilidad
Movie added to list
Movie removed from list
An error occurred
8
11 de noviembre de 2023
11 de noviembre de 2023
114 de 136 usuarios han encontrado esta crítica útil
Patricia Font se atreve con una temática compleja y dolorosa, con la ambición de abordar dos líneas narrativas cada una de las cuales tiene entidad suficiente para convertirse en una película distinta: el papel de los maestros republicanos que llevaron al aula la innovación educativa en España, y la búsqueda de los restos de tantos represaliados cuyo paradero sigue siendo desconocido.
El perfecto ensamblaje de ambas tramas convierte a “El maestro que prometió el mar” en una película necesaria, que no se parece a la maravillosa “La lengua de las mariposas” más que en el contexto y en la presencia de un inolvidable maestro; ni a “Madres paralelas” que reivindica la memoria histórica española de manera mucho más forzada con dos tramas que en lugar de estar conectadas parecen superpuestas. Por citar solo dos ejemplos de obras de ficción que me vienen a la cabeza. Documentales sobre esta época en la misma provincia como "Desde que el mundo es mundo" ofrecen una perspectiva muy distinta.
La película deja en el espectador una carga de emoción abrumadora que siembra el silencio en la sala hasta que terminan los últimos títulos de crédito y el negro rotundo apaga completamente la pantalla; nos cuesta volver al presente. La esperanza truncada por tantos asesinatos nos lleva a soñar con la evolución de nuestro país sin tantos años de dictadura, y con tantos maestros como Antonio Benaiges, que podrían haber sido una potente palanca de transformación de la sociedad española.
Los mecanismos de identificación con los personajes de los guiones cinematográficos que habitualmente nos permiten encontrar un protagonista claro aquí se dividen entre la joven que ayuda a su abuelo a encontrar los restos de su padre, y el maestro asesinado. En cualquier caso hay un valor simbólico claro en ambos personajes, que funcionan como arquetipos, y en su peripecia. Matar a un maestro que se entrega a su alumnado, que se preocupa por su futuro, que les hace pensar, soñar, expresar sus ideas e imprimirlas en sus propios cuadernos, que les invita a creer en la libertad, que se enfrenta al cura para apartar la Iglesia de la escuela pública, que utiliza métodos innovadores … significa matar un modelo social, una forma de convivencia, una manera de vivir. En la película Antonio Benaiges representa a todo un colectivo de docentes que llegaron a jugarse la vida por los principios de la Segunda República; así como Ariadna representa a una generación que necesita encontrar respuestas a las preguntas sobre sus orígenes y que considera un derecho intentar recuperar los restos de sus antepasados.
Aunque su puesta en escena es sobria y su estilo narrativo se atiene a las convenciones del género Patricia Font cuenta mucho en muy poco tiempo. A base de símbolos, metáforas y pinceladas de guión que se retoman más adelante cobrando todo su significado, consigue concentrar gran cantidad de elementos en su película: la ausencia de un crucifijo en el aula del que queda un cerco en la pared, la llegada al mar como promesa de futuro (cómo no recordar a Antoine Doinel en el final de los Cuatrocientos golpes), la intervención del Inspector como estrategia represora ineficaz (con actitudes similares al de Hoy empieza todo), … Hay mucho que pensar después de ver esta película.
Enric Auquer dota de una gran autenticidad el relato cada vez que aparece en pantalla, componiendo una actuación muy emotiva con la que encarna un ideal de docente, un modelo de compromiso con nuestra profesión, capaz de despertar en su alumnado esa luz interior que los docentes intentamos encender; o deberíamos. De su magisterio ejemplar destacaría el momento en el que convence a su alumno menos aplicado de la utilidad de aprender a escribir porque así podrá contarle a su padre, al que añora, que quiere saber de él. Dotar de sentido el aprendizaje es la estrategia más potente para motivar al alumnado; solo así se entiende cómo acaba la secuencia en la que llega el Inspector al colegio con la intención de demostrar la ineficacia de los métodos empleados por Benaigues. También son muy destacables sus profundas convicciones pedagógicas y su paciencia a la hora de explicar a la familia su manera de proceder. El impacto que consigue producir en su entorno se evidencia con las autorizaciones que reúne para una salida extraescolar que ofrece a su alumnado; consigue que las familias crean en su trabajo.
La película evidencia de forma natural la dimensión política que hay en la acción docente, en la labor de tantas maestras y maestros. Es imposible inculcar la defensa de los Derechos Humanos, el rechazo de la injusticia y de la desigualdad, el respeto a la ley democrática, desde la neutralidad ideológica. La escuela en una democracia es necesariamente progresista y debe combatir activamente cualquier forma de intolerancia y de violencia. También hoy día. Por otra parte, los funcionarios/as públicos deben asumir el compromiso de hacer respetar la legalidad vigente, los principios de la República, frente a los intentos de injerencia de los poderes fácticos.
Y no por obvio es menos meritorio: trabajar con tantas niñas y niños en una película es un enorme reto, y el resultado es muy creíble. Sentimos que esta podría ser la escuela de Bañuelos de Bureba en 1936.
El perfecto ensamblaje de ambas tramas convierte a “El maestro que prometió el mar” en una película necesaria, que no se parece a la maravillosa “La lengua de las mariposas” más que en el contexto y en la presencia de un inolvidable maestro; ni a “Madres paralelas” que reivindica la memoria histórica española de manera mucho más forzada con dos tramas que en lugar de estar conectadas parecen superpuestas. Por citar solo dos ejemplos de obras de ficción que me vienen a la cabeza. Documentales sobre esta época en la misma provincia como "Desde que el mundo es mundo" ofrecen una perspectiva muy distinta.
La película deja en el espectador una carga de emoción abrumadora que siembra el silencio en la sala hasta que terminan los últimos títulos de crédito y el negro rotundo apaga completamente la pantalla; nos cuesta volver al presente. La esperanza truncada por tantos asesinatos nos lleva a soñar con la evolución de nuestro país sin tantos años de dictadura, y con tantos maestros como Antonio Benaiges, que podrían haber sido una potente palanca de transformación de la sociedad española.
Los mecanismos de identificación con los personajes de los guiones cinematográficos que habitualmente nos permiten encontrar un protagonista claro aquí se dividen entre la joven que ayuda a su abuelo a encontrar los restos de su padre, y el maestro asesinado. En cualquier caso hay un valor simbólico claro en ambos personajes, que funcionan como arquetipos, y en su peripecia. Matar a un maestro que se entrega a su alumnado, que se preocupa por su futuro, que les hace pensar, soñar, expresar sus ideas e imprimirlas en sus propios cuadernos, que les invita a creer en la libertad, que se enfrenta al cura para apartar la Iglesia de la escuela pública, que utiliza métodos innovadores … significa matar un modelo social, una forma de convivencia, una manera de vivir. En la película Antonio Benaiges representa a todo un colectivo de docentes que llegaron a jugarse la vida por los principios de la Segunda República; así como Ariadna representa a una generación que necesita encontrar respuestas a las preguntas sobre sus orígenes y que considera un derecho intentar recuperar los restos de sus antepasados.
Aunque su puesta en escena es sobria y su estilo narrativo se atiene a las convenciones del género Patricia Font cuenta mucho en muy poco tiempo. A base de símbolos, metáforas y pinceladas de guión que se retoman más adelante cobrando todo su significado, consigue concentrar gran cantidad de elementos en su película: la ausencia de un crucifijo en el aula del que queda un cerco en la pared, la llegada al mar como promesa de futuro (cómo no recordar a Antoine Doinel en el final de los Cuatrocientos golpes), la intervención del Inspector como estrategia represora ineficaz (con actitudes similares al de Hoy empieza todo), … Hay mucho que pensar después de ver esta película.
Enric Auquer dota de una gran autenticidad el relato cada vez que aparece en pantalla, componiendo una actuación muy emotiva con la que encarna un ideal de docente, un modelo de compromiso con nuestra profesión, capaz de despertar en su alumnado esa luz interior que los docentes intentamos encender; o deberíamos. De su magisterio ejemplar destacaría el momento en el que convence a su alumno menos aplicado de la utilidad de aprender a escribir porque así podrá contarle a su padre, al que añora, que quiere saber de él. Dotar de sentido el aprendizaje es la estrategia más potente para motivar al alumnado; solo así se entiende cómo acaba la secuencia en la que llega el Inspector al colegio con la intención de demostrar la ineficacia de los métodos empleados por Benaigues. También son muy destacables sus profundas convicciones pedagógicas y su paciencia a la hora de explicar a la familia su manera de proceder. El impacto que consigue producir en su entorno se evidencia con las autorizaciones que reúne para una salida extraescolar que ofrece a su alumnado; consigue que las familias crean en su trabajo.
La película evidencia de forma natural la dimensión política que hay en la acción docente, en la labor de tantas maestras y maestros. Es imposible inculcar la defensa de los Derechos Humanos, el rechazo de la injusticia y de la desigualdad, el respeto a la ley democrática, desde la neutralidad ideológica. La escuela en una democracia es necesariamente progresista y debe combatir activamente cualquier forma de intolerancia y de violencia. También hoy día. Por otra parte, los funcionarios/as públicos deben asumir el compromiso de hacer respetar la legalidad vigente, los principios de la República, frente a los intentos de injerencia de los poderes fácticos.
Y no por obvio es menos meritorio: trabajar con tantas niñas y niños en una película es un enorme reto, y el resultado es muy creíble. Sentimos que esta podría ser la escuela de Bañuelos de Bureba en 1936.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
El asesinato de Benaigues está presentado con la frialdad y falta de humanidad de sus ejecutores, con un planteamiento visual acertado, que no se recrea en la violencia de la escena. Así como el final frente al mar que nos dice que el maestro finalmente consiguió su objetivo con Carlos. Porque los objetivos en Educación se consiguen a largo plazo.
9
17 de agosto de 2024
17 de agosto de 2024
25 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
En un contexto de crispación política y social como el que vivimos, no solo en España, una propuesta como la de esta serie francesa resulta muy oportuna. Si sumamos además circunstancias como la reciente reacción de la izquierda en Francia, que ha ganado las elecciones legislativas a Reagrupación Nacional (antes Frente Nacional) contra pronóstico, -del mismo modo que la derecha y la ultraderecha en España se quedaron a las puertas del gobierno también de forma sorpresiva-; y el universo futbolístico como escenario, nos encontramos ante el cóctel perfecto para despertar el interés de la audiencia también en nuestro país.
Pero los autores de la serie lejos de conformarse con un impacto inicial circunstancial construyen un entramado narrativo complejo que atrapa al espectador desde el primer episodio y lo mantiene en una tensión permanente. Todas las personas que conozco que han visto La fiebre utilizan la expresión “engancha” al dar su opinión sobre ella. Los sucesivos giros de guión, la generación de interrogantes en cada secuencia, su verosimilitud por el gran trabajo de documentación, la aparición progresiva de las distintas temáticas que plantea y su plena vigencia; el recurso del fútbol como territorio simbólico unificador en el que se construye la identidad nacional, nos invitan a darnos un atracón de episodios, que considero la mejor experiencia posible como espectador de series: una larguísima película que no quieres que se acabe.
Creo que esta serie cumple también una función social; es una invitación a debatir sobre los grandes problemas que plantea: los conflictos identitarios, la discriminación racial, la desigualdad, la manipulación mediática, la fractura social y la dificultad para dialogar, el autoritarismo, la falta de escrúpulos al utilizar la tecnología …
La lucha que entablan los dos discursos que se contraponen a lo largo de los seis episodios es el marco en el que Eric Benzekri y Ziad Doueiri nos hablan de cómo se gestiona la influencia política actualmente, con su correspondiente dimensión mediática tanto en espacios tradicionales como en redes sociales; y de las estrategias que se diseñan para influir en la opinión pública y también para escudriñarla; y de cómo la guerra por imponer un relato puede alcanzar la dimensión de “guerra civil”, tal y como expresan los personajes; y de cómo los gabinetes de comunicación mediatizan los discursos públicos, sobre todo en el ámbito político, … No imagino a muchos “hommes politiques” capaces de lanzar mensajes sin la valoración correspondiente de sus equipos de comunicación en términos de impacto en los distintos colectivos que podrían respaldarlos o rechazarlos. ¿Es casualidad que sean dos mujeres, brillantes sociólogas, las que protagonizan la serie y los nuevos modos de enfrentarse a la realidad social? Como ya nos enseñó Obama en su carrera presidencial la acción política tal y como se entendía hace no tantos años envejeció de repente.
La lucha identitaria y las emociones como campo de batalla preferido de estos combatientes es una de las temáticas clave; está ocurriendo en Francia, en España, en la UE, en EEUU, en Rusia, … es el mundo en el que vivimos. Las condiciones de vida quedan en segundo plano frente a los símbolos y la pertenencia a los grupos con los que nos identificamos; somos capaces de pelear por una bandera mientras nos dejamos oprimir por una desigualdad galopante.
La facilidad con la que se pueden difundir mensajes falsos, manipular a la opinión pública, activar los sesgos de confirmación, segmentar los mensajes, y provocar daños muy reales raya en el terror sociológico. Pero después del Brexit y Cambridge analytica lo que nos espera es estar en guardia permanentemente. Incluso un tabú como el libre acceso a las armas se puede introducir en el debate público en Europa, de la mano de figuras públicas sin escrúpulos con el único objetivo de acaparar cuotas de poder.
La serie retrata con mucha fidelidad la actividad y los debates de los colectivos sociales concienciados sobre la necesidad de la descolonización, la discriminación de las personas racializadas, la opresión de colectivos por razones de género, el patriarcado, etc., que son considerados extremistas en el país galo por amplias capas de la población. También muestra el trabajo de las empresas/gabinetes de comunicación y opinión, si bien se permite algunas licencias sobre los procedimientos para trabajar con los paneles ciudadanos e identificar las corrientes de opinión sobre distintas cuestiones.
Las referencias a “El mundo de ayer”, de Zweig, son particularmente interesantes, y párrafos como el siguiente conectan directamente con la temática de la serie: “La irrupción de la brutalidad en política se apuntaba su primer éxito.Todas las grietas existentes entre las razas y las clases que la época de la conciliación había encolado con tanto esmero y esfuerzo se abrieron de pronto y se convirtieron en abismos.”
Como dijo mi hija, que estudia en París, cuando vimos el episodio del encuentro de Sam con el ministro “Hace falta saber tanto de Literatura para que te tomen en serio en Francia”. Y ese mismo ministro es el que utiliza para su beneficio particular las ideas y las conversaciones con Sam Berger.
En mi opinión, la pregunta que cabe hacerse tras la ver la serie no es la que hace el Presidente de la República francesa -que no vamos a desvelar-. Más bien sería ¿a qué estamos esperando para jugar un papel más activo en la vida política y social por ejemplo, participando en las manifestaciones por los graves problemas que nos afectan y, por supuesto, yendo a votar cuando nos convocan? Y otra: ante el grave riesgo de manipulación, ¿hasta cuándo van a seguir importando más los relatos que los hechos?
Pero los autores de la serie lejos de conformarse con un impacto inicial circunstancial construyen un entramado narrativo complejo que atrapa al espectador desde el primer episodio y lo mantiene en una tensión permanente. Todas las personas que conozco que han visto La fiebre utilizan la expresión “engancha” al dar su opinión sobre ella. Los sucesivos giros de guión, la generación de interrogantes en cada secuencia, su verosimilitud por el gran trabajo de documentación, la aparición progresiva de las distintas temáticas que plantea y su plena vigencia; el recurso del fútbol como territorio simbólico unificador en el que se construye la identidad nacional, nos invitan a darnos un atracón de episodios, que considero la mejor experiencia posible como espectador de series: una larguísima película que no quieres que se acabe.
Creo que esta serie cumple también una función social; es una invitación a debatir sobre los grandes problemas que plantea: los conflictos identitarios, la discriminación racial, la desigualdad, la manipulación mediática, la fractura social y la dificultad para dialogar, el autoritarismo, la falta de escrúpulos al utilizar la tecnología …
La lucha que entablan los dos discursos que se contraponen a lo largo de los seis episodios es el marco en el que Eric Benzekri y Ziad Doueiri nos hablan de cómo se gestiona la influencia política actualmente, con su correspondiente dimensión mediática tanto en espacios tradicionales como en redes sociales; y de las estrategias que se diseñan para influir en la opinión pública y también para escudriñarla; y de cómo la guerra por imponer un relato puede alcanzar la dimensión de “guerra civil”, tal y como expresan los personajes; y de cómo los gabinetes de comunicación mediatizan los discursos públicos, sobre todo en el ámbito político, … No imagino a muchos “hommes politiques” capaces de lanzar mensajes sin la valoración correspondiente de sus equipos de comunicación en términos de impacto en los distintos colectivos que podrían respaldarlos o rechazarlos. ¿Es casualidad que sean dos mujeres, brillantes sociólogas, las que protagonizan la serie y los nuevos modos de enfrentarse a la realidad social? Como ya nos enseñó Obama en su carrera presidencial la acción política tal y como se entendía hace no tantos años envejeció de repente.
La lucha identitaria y las emociones como campo de batalla preferido de estos combatientes es una de las temáticas clave; está ocurriendo en Francia, en España, en la UE, en EEUU, en Rusia, … es el mundo en el que vivimos. Las condiciones de vida quedan en segundo plano frente a los símbolos y la pertenencia a los grupos con los que nos identificamos; somos capaces de pelear por una bandera mientras nos dejamos oprimir por una desigualdad galopante.
La facilidad con la que se pueden difundir mensajes falsos, manipular a la opinión pública, activar los sesgos de confirmación, segmentar los mensajes, y provocar daños muy reales raya en el terror sociológico. Pero después del Brexit y Cambridge analytica lo que nos espera es estar en guardia permanentemente. Incluso un tabú como el libre acceso a las armas se puede introducir en el debate público en Europa, de la mano de figuras públicas sin escrúpulos con el único objetivo de acaparar cuotas de poder.
La serie retrata con mucha fidelidad la actividad y los debates de los colectivos sociales concienciados sobre la necesidad de la descolonización, la discriminación de las personas racializadas, la opresión de colectivos por razones de género, el patriarcado, etc., que son considerados extremistas en el país galo por amplias capas de la población. También muestra el trabajo de las empresas/gabinetes de comunicación y opinión, si bien se permite algunas licencias sobre los procedimientos para trabajar con los paneles ciudadanos e identificar las corrientes de opinión sobre distintas cuestiones.
Las referencias a “El mundo de ayer”, de Zweig, son particularmente interesantes, y párrafos como el siguiente conectan directamente con la temática de la serie: “La irrupción de la brutalidad en política se apuntaba su primer éxito.Todas las grietas existentes entre las razas y las clases que la época de la conciliación había encolado con tanto esmero y esfuerzo se abrieron de pronto y se convirtieron en abismos.”
Como dijo mi hija, que estudia en París, cuando vimos el episodio del encuentro de Sam con el ministro “Hace falta saber tanto de Literatura para que te tomen en serio en Francia”. Y ese mismo ministro es el que utiliza para su beneficio particular las ideas y las conversaciones con Sam Berger.
En mi opinión, la pregunta que cabe hacerse tras la ver la serie no es la que hace el Presidente de la República francesa -que no vamos a desvelar-. Más bien sería ¿a qué estamos esperando para jugar un papel más activo en la vida política y social por ejemplo, participando en las manifestaciones por los graves problemas que nos afectan y, por supuesto, yendo a votar cuando nos convocan? Y otra: ante el grave riesgo de manipulación, ¿hasta cuándo van a seguir importando más los relatos que los hechos?

7.3
6,087
9
8 de octubre de 2023
8 de octubre de 2023
23 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
Monstruo es exigente con el espectador; hay que mantener un alto nivel de concentración para procesar la riqueza de sus matices, sus imágenes, sus diálogos y la música de Sakamoto, su última obra. Y a la vez recomponer la presentación fragmentada de una historia que tiene múltiples perspectivas; de hecho no todos los espectadores haremos la misma reconstrucción. Mientras veo Monstruo resuena en mi cabeza la frase de Ortega “Cada vida es un punto de vista sobre el universo”. Es muy probable incluso que la próxima vez que la vea -esta película pide varios visionados- las piezas me encajen de otra manera. Monstruo bien podría subtitularse “La doctrina del punto de vista”.
La temática de la tragedia escolar y social que trata nos enseña que la vida interior de la infancia y la juventud es compleja, y demasiadas veces inescrutable. No es fácil descubrir lo que ocurre en el universo emocional de una persona en construcción que sufre, que vive el dolor intensamente. Me vienen a la memoria las declaraciones carentes de sensibilidad de algunas autoridades tras el reciente drama en el instituto de Jerez, principalmente preocupadas por si estaba abierto un protocolo de acoso en el centro. La falta de humanidad con la que convivimos a diario es el expediente que hemos de cerrar urgentemente; y ello exige tiempo de escucha, tiempo para el afecto, tiempo para que el alumnado, el profesorado y las familias sientan que sus emociones importan. Es decir, más recursos humanos. Si usted participa en la elaboración de los próximos presupuestos de alguna comunidad autónoma le ruego que vea Monstruo, o cualquiera de las muchas películas de Kore-eda que hablan de la familia y de la infancia.
Cuando ocurre una desgracia esa inhumanidad impregna también las relaciones laborales y profesionales. Y el “sálvese quien pueda” hace el resto. Buscar culpables es entonces la prioridad; y la necesidad urgente de dar explicaciones en público para evidenciar que todo está bajo control siempre juega en contra de los más débiles. Somos especialistas en linchamientos cargados de razón y de injusticia, que algunas veces la investigación periodística desenmascara algún tiempo más tarde.
El guión milimétrico de Yuji Sakamoto administra datos y emociones de forma calculada, intrigante, jugando con el espectador, llevándolo al mismo terreno con ángulos distintos, y especulando con el suicido en alguna ocasión. Y mientras tanto la película va ganando intensidad, nos va mostrando una complejidad creciente y va profundizando en la humanidad de sus personajes: las maneras de enfrentarse al rechazo de los demás, los prejuicios que afrontamos desde pequeños, la capacidad para construir nuestro propio mundo en el que refugiarnos, el sufrimiento infinito que provoca el dolor de tu hijo, el terror a su pérdida, la amistad reconfortante, los miedos con los que conviven los adultos, la supervivencia a la que nos obliga el abandono, la alegría de la infancia, la falta de afecto, la soledad.
Koreeda tiene un pulso especial para dotar de lirismo las imágenes; una de las cumbres en Monstruo se alcanza cuando dos personajes se enfrentan al enorme dolor que produce la verdad algunas veces, que nos lleva a escondernos en el engaño para poder sobrevivir; y cómo este amparo no nos deja vivir en paz. La escena remite a aquel secreto que Won Kar-Wai hace contar al personaje de Deseando amar en una rendija en la piedra de un monasterio budista; esta vez es la música la que redime a dos de los protagonistas.
La temática de la tragedia escolar y social que trata nos enseña que la vida interior de la infancia y la juventud es compleja, y demasiadas veces inescrutable. No es fácil descubrir lo que ocurre en el universo emocional de una persona en construcción que sufre, que vive el dolor intensamente. Me vienen a la memoria las declaraciones carentes de sensibilidad de algunas autoridades tras el reciente drama en el instituto de Jerez, principalmente preocupadas por si estaba abierto un protocolo de acoso en el centro. La falta de humanidad con la que convivimos a diario es el expediente que hemos de cerrar urgentemente; y ello exige tiempo de escucha, tiempo para el afecto, tiempo para que el alumnado, el profesorado y las familias sientan que sus emociones importan. Es decir, más recursos humanos. Si usted participa en la elaboración de los próximos presupuestos de alguna comunidad autónoma le ruego que vea Monstruo, o cualquiera de las muchas películas de Kore-eda que hablan de la familia y de la infancia.
Cuando ocurre una desgracia esa inhumanidad impregna también las relaciones laborales y profesionales. Y el “sálvese quien pueda” hace el resto. Buscar culpables es entonces la prioridad; y la necesidad urgente de dar explicaciones en público para evidenciar que todo está bajo control siempre juega en contra de los más débiles. Somos especialistas en linchamientos cargados de razón y de injusticia, que algunas veces la investigación periodística desenmascara algún tiempo más tarde.
El guión milimétrico de Yuji Sakamoto administra datos y emociones de forma calculada, intrigante, jugando con el espectador, llevándolo al mismo terreno con ángulos distintos, y especulando con el suicido en alguna ocasión. Y mientras tanto la película va ganando intensidad, nos va mostrando una complejidad creciente y va profundizando en la humanidad de sus personajes: las maneras de enfrentarse al rechazo de los demás, los prejuicios que afrontamos desde pequeños, la capacidad para construir nuestro propio mundo en el que refugiarnos, el sufrimiento infinito que provoca el dolor de tu hijo, el terror a su pérdida, la amistad reconfortante, los miedos con los que conviven los adultos, la supervivencia a la que nos obliga el abandono, la alegría de la infancia, la falta de afecto, la soledad.
Koreeda tiene un pulso especial para dotar de lirismo las imágenes; una de las cumbres en Monstruo se alcanza cuando dos personajes se enfrentan al enorme dolor que produce la verdad algunas veces, que nos lleva a escondernos en el engaño para poder sobrevivir; y cómo este amparo no nos deja vivir en paz. La escena remite a aquel secreto que Won Kar-Wai hace contar al personaje de Deseando amar en una rendija en la piedra de un monasterio budista; esta vez es la música la que redime a dos de los protagonistas.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Como en tantas otras ocasiones Koreeda empatiza con quienes sufren las consecuencias de las desigualdad de diversa índole o la discriminación, y llena de afecto la relación entre los dos niños protagonistas, además de brindarnos un final lleno de alegría.

7.4
44,774
9
23 de julio de 2023
23 de julio de 2023
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con la excusa argumental de contar la biografía de R. Oppenheimer Christopher Nolan aborda un proceso histórico complejo -el desarrollo científico de la energía nuclear al servicio de fines militares- con recursos que van más allá del evidente interés de la temática, y con el toque de autor que destila todo su cine.
Las múltiples facetas de dicho proceso (científica, política, militar, ideológica, histórica, …) exigen una variedad de hilos narrativos y perspectivas, que se conectan y se superponen con maestría en todo momento, dotando de sentido cada situación y cada vertiente de un problema que cambió definitivamente el futuro de la humanidad. Poner la autodestrucción en manos de responsables políticos nos sitúa ante un precipicio que ha sido a partir de ese momento moneda de cambio en numerosas negociaciones y decisiones. La guerra de Ucrania solo es el último episodio de una larga serie.
Por suerte, el prestigio de Nolan le permite estrenar una película con la duración que exige el abordaje de este tema: tres horas llenas de debate científico, dilemas morales, ambiciones, luchas de poder, venganzas y linchamientos, intensidad emocional, sexo, es decir, la materia de la que están hechas las grandes obras del cine y la literatura.
A pesar de que la acción se desarrolla durante buena parte del metraje en espacios interiores, sin la acción física a la que nos tiene acostumbrados Nolan, los largos interrogatorios, discusiones científicas, estratagemas, mantienen un ritmo fluido e intenso. Intercalar la emoción del resultado de la prueba nuclear, de las conclusiones sobre la elección de Strauss para el gobierno, o del abatimiento por el resultado del lanzamiento de las dos primeras bombas atómicas sobre Japón, añaden mucha fuerza emocional a una narración sin efectismo ni artificios visuales. Los saltos temporales, perfectamente entrelazados, también resultan muy eficaces en este sentido.
Pero si hay algo que debe sobresalir en una película protagonizada por científicos son los argumentos, las teorías, el debate. Los diálogos son magnéticos por momentos y queda retratada perfectamente la capacidad para penetrar en la realidad viendo una complejidad física que los legos en la materia no podemos atisbar siquiera. Al mismo tiempo vemos cómo la brillantez intelectual es compatible con las dudas éticas, con la falta de altura moral en algunos casos, o con la pura y simple cobardía en otros. La supervivencia es el instinto más potente del ser humano.
La excelente factura visual, marca de la casa, es otro de los lujos que nos brinda Oppenheimer, que dispone de los presupuestos que Hollywood destina a las grandes producciones de la temporada.
Resulta chocante el papel tan irrelevante de las mujeres en el proceso que nos cuenta Nolan y como espectador asumo que corresponde al retrato histórico de una época sin científicas reconocidas, ni políticas reconocidas, ni militares reconocidas ..., de la que solo hace ochenta años.
En cuanto al contexto ideológico, la proscripción del comunismo dentro de una democracia, la norteamericana, nos hace preguntarnos cómo es posible relegar a la clandestinidad a personas que defienden sus ideas de forma civilizada, y que apelan a derechos fundamentales. La exigencia de renunciar a sus convicciones ideológicas para no perder el respeto de la comunidad científica y social abre la puerta a formas de linchamiento, que todavía hoy siguen vigentes.
Las referencias a la Segunda República Española añaden un interés particular a quienes tengan una mínima sensibilidad histórica y democrática, especialmente en tiempos en los que hay tanto que reconstruir, que recuperar; especialmente si somos españoles.
Por último, una mención a la profundidad de unos personajes y al excelente reparto, en el que junto a Murphy sobresale la interpretación de Robert Downey Jr., muy bien acompañados por Matt Damon, y Emily Blunt. Cillian Murphy despliega una amplia variedad de registros que van agrietando esa capa de frialdad racional con la que Nolan nos presenta al protagonista al comenzar la película. Está muy bien trazada su evolución hasta convertirse en un líder que trasciende el ámbito científico, que aspira a influir en las decisiones políticas relacionadas con la energía nuclear ante el temor creciente a las consecuencias de su uso, y cuya influencia es percibida como un peligro por sectores de una administración estadounidense cada vez más contaminada por la intolerancia del macarthysmo.
Las múltiples facetas de dicho proceso (científica, política, militar, ideológica, histórica, …) exigen una variedad de hilos narrativos y perspectivas, que se conectan y se superponen con maestría en todo momento, dotando de sentido cada situación y cada vertiente de un problema que cambió definitivamente el futuro de la humanidad. Poner la autodestrucción en manos de responsables políticos nos sitúa ante un precipicio que ha sido a partir de ese momento moneda de cambio en numerosas negociaciones y decisiones. La guerra de Ucrania solo es el último episodio de una larga serie.
Por suerte, el prestigio de Nolan le permite estrenar una película con la duración que exige el abordaje de este tema: tres horas llenas de debate científico, dilemas morales, ambiciones, luchas de poder, venganzas y linchamientos, intensidad emocional, sexo, es decir, la materia de la que están hechas las grandes obras del cine y la literatura.
A pesar de que la acción se desarrolla durante buena parte del metraje en espacios interiores, sin la acción física a la que nos tiene acostumbrados Nolan, los largos interrogatorios, discusiones científicas, estratagemas, mantienen un ritmo fluido e intenso. Intercalar la emoción del resultado de la prueba nuclear, de las conclusiones sobre la elección de Strauss para el gobierno, o del abatimiento por el resultado del lanzamiento de las dos primeras bombas atómicas sobre Japón, añaden mucha fuerza emocional a una narración sin efectismo ni artificios visuales. Los saltos temporales, perfectamente entrelazados, también resultan muy eficaces en este sentido.
Pero si hay algo que debe sobresalir en una película protagonizada por científicos son los argumentos, las teorías, el debate. Los diálogos son magnéticos por momentos y queda retratada perfectamente la capacidad para penetrar en la realidad viendo una complejidad física que los legos en la materia no podemos atisbar siquiera. Al mismo tiempo vemos cómo la brillantez intelectual es compatible con las dudas éticas, con la falta de altura moral en algunos casos, o con la pura y simple cobardía en otros. La supervivencia es el instinto más potente del ser humano.
La excelente factura visual, marca de la casa, es otro de los lujos que nos brinda Oppenheimer, que dispone de los presupuestos que Hollywood destina a las grandes producciones de la temporada.
Resulta chocante el papel tan irrelevante de las mujeres en el proceso que nos cuenta Nolan y como espectador asumo que corresponde al retrato histórico de una época sin científicas reconocidas, ni políticas reconocidas, ni militares reconocidas ..., de la que solo hace ochenta años.
En cuanto al contexto ideológico, la proscripción del comunismo dentro de una democracia, la norteamericana, nos hace preguntarnos cómo es posible relegar a la clandestinidad a personas que defienden sus ideas de forma civilizada, y que apelan a derechos fundamentales. La exigencia de renunciar a sus convicciones ideológicas para no perder el respeto de la comunidad científica y social abre la puerta a formas de linchamiento, que todavía hoy siguen vigentes.
Las referencias a la Segunda República Española añaden un interés particular a quienes tengan una mínima sensibilidad histórica y democrática, especialmente en tiempos en los que hay tanto que reconstruir, que recuperar; especialmente si somos españoles.
Por último, una mención a la profundidad de unos personajes y al excelente reparto, en el que junto a Murphy sobresale la interpretación de Robert Downey Jr., muy bien acompañados por Matt Damon, y Emily Blunt. Cillian Murphy despliega una amplia variedad de registros que van agrietando esa capa de frialdad racional con la que Nolan nos presenta al protagonista al comenzar la película. Está muy bien trazada su evolución hasta convertirse en un líder que trasciende el ámbito científico, que aspira a influir en las decisiones políticas relacionadas con la energía nuclear ante el temor creciente a las consecuencias de su uso, y cuya influencia es percibida como un peligro por sectores de una administración estadounidense cada vez más contaminada por la intolerancia del macarthysmo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Su evolución como personaje determina el giro temático desde la ciencia hasta la política a lo largo de la película, con un último acto en el que la persecución y la falta de escrúpulos se convierten en el centro de un relato que evoca la actualidad que vivimos, lamentablemente.
La reconstrucción de los valores democráticos es siempre una tarea pendiente.
La reconstrucción de los valores democráticos es siempre una tarea pendiente.

7.4
14,267
8
28 de enero de 2024
28 de enero de 2024
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Perfect days retrata perfectamente esa dignidad profesional con la que cada persona cumple con su obligación dentro de un sistema social dotado de un enorme sentido de la colectividad como es el japonés; ya sea limpiando váteres o dirigiendo una empresa, y tengamos el origen que tengamos.
Wenders consigue que nos sintamos en el país nipón asistiendo a esa rutina sencilla y eficaz que repite gestos casi iguales cada día, que dota a la costumbre del carácter de ritual, y la convierte en un asidero vital lleno de humanidad.
El mismo bar en el que comer cada día, el mismo baño público en el que asearse, la misma luz que fotografiar entre los árboles, la misma higiene que servir a los demás, lejos de presentarnos a una abeja que ocupa su lugar en la colmena, muestra a una persona que lee a Faulkner -de hecho lee cada día-, que trata a las plantas y a los árboles como seres vivos, que respeta de forma inquebrantable a las personas que tiene alrededor, y demuestra sensibilidad por los problemas de quienes le rodean por encima de las diferencias personales. Y además elige a Otis Redding, Lou Reed, Van Morrison o Nina Simone como compañeros de vida a los que oir cada día en cassettes como los que un servidor tenía hace más de cuarenta años. El primer disco que compré -en Candilejas, la tienda de música de Málaga de mi juventud- fue un cassette de Pink Floyd, Wish you were here, en 1980.
La película nos habla de la posibilidad de ser felices renunciando a la abundancia de bienes materiales, al consumo compulsivo, a las necesidades inducidas por un capitalismo que nos empuja a comprar para sobrevivir; o a vivir para gastar. Un debate interesante sería si es más fácil planteárselo cuando es fruto de una elección voluntaria porque tenemos la alternativa de una familia acomodada, pero no es este el tema que trata la película.
La interpretación de Kôji Yakusho es sencillamente magnética: desde que aparece en pantalla cada mínimo gesto nos ayuda a entenderlo, cada expresión de su rostro, cada movimiento capta nuestra atención y nos sumerge en su secuencia predecible de actos cotidianos, en sus formas de comunicación humana (la partida de tres en raya con un desconocido, las miradas con el vagabundo del parque, el juego de las sombras, …), en su meticulosa manera de hacer cada tarea cotidiana, en su idéntica forma de vivir cada día perfecto. Lo que descubrimos así es que la repetición no tiene por qué conducirnos a la alienación, que se puede vivir sin ansiar la novedad, y se puede alcanzar la felicidad con aquellas pequeñas cosas de las que habla Serrat.
La composición de su personaje, el señor Hirayama, hace completamente creíble la idea de que vivir con intensidad cada pequeño momento, experimentar con plenitud cada acontecimiento por sencillo que resulte, puede dotar de sentido la vida. La hondura del ser humano también puede encontrarse en la observación de un vagabundo, en la manera precisa de asearnos, en la atención con la que miramos la naturaleza a nuestro alrededor, en una sonrisa cómplice.
Las pinceladas sobre su pasado aportan un boceto biográfico breve que no requiere de mayor profundidad para hablar de la perfección de los días y de esta manera de estar vivos.
El tour de force con el que nos obsequia Wenders al final de la película, con un derroche de expresividad gestual por parte del protagonista, nos deja en la retina el sabor de la dicha mientras suena Feeling good, de Nina Simone, a la luz de un atardecer tan cotidiano como irrepetible. Ese instante en el que la mirada se detiene sobre él es precisamente el que lo crea, según nos enseñó Matsuo Bashō. También aprendimos de él que las cosas verdaderamente inútiles son las que tienen auténtico valor.
No es casualidad que cada vez más ciudadanos/as occidentales miren a la cultura asiática al pensar sobre cuál es nuestro lugar en el mundo.
Wenders consigue que nos sintamos en el país nipón asistiendo a esa rutina sencilla y eficaz que repite gestos casi iguales cada día, que dota a la costumbre del carácter de ritual, y la convierte en un asidero vital lleno de humanidad.
El mismo bar en el que comer cada día, el mismo baño público en el que asearse, la misma luz que fotografiar entre los árboles, la misma higiene que servir a los demás, lejos de presentarnos a una abeja que ocupa su lugar en la colmena, muestra a una persona que lee a Faulkner -de hecho lee cada día-, que trata a las plantas y a los árboles como seres vivos, que respeta de forma inquebrantable a las personas que tiene alrededor, y demuestra sensibilidad por los problemas de quienes le rodean por encima de las diferencias personales. Y además elige a Otis Redding, Lou Reed, Van Morrison o Nina Simone como compañeros de vida a los que oir cada día en cassettes como los que un servidor tenía hace más de cuarenta años. El primer disco que compré -en Candilejas, la tienda de música de Málaga de mi juventud- fue un cassette de Pink Floyd, Wish you were here, en 1980.
La película nos habla de la posibilidad de ser felices renunciando a la abundancia de bienes materiales, al consumo compulsivo, a las necesidades inducidas por un capitalismo que nos empuja a comprar para sobrevivir; o a vivir para gastar. Un debate interesante sería si es más fácil planteárselo cuando es fruto de una elección voluntaria porque tenemos la alternativa de una familia acomodada, pero no es este el tema que trata la película.
La interpretación de Kôji Yakusho es sencillamente magnética: desde que aparece en pantalla cada mínimo gesto nos ayuda a entenderlo, cada expresión de su rostro, cada movimiento capta nuestra atención y nos sumerge en su secuencia predecible de actos cotidianos, en sus formas de comunicación humana (la partida de tres en raya con un desconocido, las miradas con el vagabundo del parque, el juego de las sombras, …), en su meticulosa manera de hacer cada tarea cotidiana, en su idéntica forma de vivir cada día perfecto. Lo que descubrimos así es que la repetición no tiene por qué conducirnos a la alienación, que se puede vivir sin ansiar la novedad, y se puede alcanzar la felicidad con aquellas pequeñas cosas de las que habla Serrat.
La composición de su personaje, el señor Hirayama, hace completamente creíble la idea de que vivir con intensidad cada pequeño momento, experimentar con plenitud cada acontecimiento por sencillo que resulte, puede dotar de sentido la vida. La hondura del ser humano también puede encontrarse en la observación de un vagabundo, en la manera precisa de asearnos, en la atención con la que miramos la naturaleza a nuestro alrededor, en una sonrisa cómplice.
Las pinceladas sobre su pasado aportan un boceto biográfico breve que no requiere de mayor profundidad para hablar de la perfección de los días y de esta manera de estar vivos.
El tour de force con el que nos obsequia Wenders al final de la película, con un derroche de expresividad gestual por parte del protagonista, nos deja en la retina el sabor de la dicha mientras suena Feeling good, de Nina Simone, a la luz de un atardecer tan cotidiano como irrepetible. Ese instante en el que la mirada se detiene sobre él es precisamente el que lo crea, según nos enseñó Matsuo Bashō. También aprendimos de él que las cosas verdaderamente inútiles son las que tienen auténtico valor.
No es casualidad que cada vez más ciudadanos/as occidentales miren a la cultura asiática al pensar sobre cuál es nuestro lugar en el mundo.
Más sobre jmruiz
Cancelar
Limpiar
Aplicar
Filters & Sorts
You can change filter options and sorts from here