Entre largos planos de carreteras del desierto y un motel, suceden las escenas de sexo y broncas de la pareja protagonista. Dos horas de pelicula no logran dibujar a los personajes, y menos todavía comprender su absurda acción final. La historia da como mucho para un corto y gracias.

El guión parece robado de un capítulo de cualquier serie insustancial de dibujos animados, pero se ve que al señor Camerón eso le importa un rábano, se ha esmerado con los efectos especiales en 3D y lo sin duda lo ha hecho muy bien, espectacular.

La llegada al cine del sonido, del color, y con está película, de la imagen en 3D, ha servido para ampliar las herramientas para lograr un fin: contar historias. El problema de Avatar es que solo se ven las herramientas.

Al verla se te quitan las ganas, no de vivir, que también pudiera ser, se te quitan las ganas de leer el comic. Y si leíste el comic y te gusto, quédate con eso, no veas este bodrio, avisado estás.

La única gracia del personaje es su capacidad de hablar con los muertos, pero tampoco esas charlas de ultratumba se aprovechan, y que decir de Megan Fox, está como siempre: poco ruido y muchas nueces.

Si coges un bizcocho y lo remojas con demasiado almíbar, solo se lo comen golosos incondicionales de los amoríos imposibles.

Camerón lo cubre con un costoso merengue de efectos especiales, sabiendo que la combinación atraerá al público de superproducciones de temporada que él conoce tan bien.

El nuevo dulce funciona, los espectadores se ahogan en lágrimas y la caja se llena.