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Críticas ordenadas por utilidad
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6.6
914
8
12 de noviembre de 2012
12 de noviembre de 2012
15 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pocas veces el cine bélico adquiere una dimensión tan noble, convirtiendo a sus héroes en seres humanos verdaderos, y fundiendo sus conflictos interiores con un profundo amor al deber (la patria, en este caso).
No está de moda mostrar personajes tal como lo hace Otto Preminger, que asuman los valores del sacrificio, el esfuerzo, el deber, la lucha, siempre determinantes en un conflicto bélico, en conjunción a los profundos sentimientos y emociones de hombres y mujeres que ansían llevar una vida de ciudadanos normales. Viendo un film así -con más de cuatro décadas de historia-, se tiene la sensación que hay factores en la naturaleza humana que no son moneda de cambio aún de una sociedad como la nuestra, en creciente contínuo de materialidad y hedonismo, y que, sin arrostrar pesimismos, permanecerán a lo largo del tiempo.
Sirvan de preámbulo estas líneas, para manifestar mi admiración por un cineasta que ha sabido -como pocos-, plasmar la ambivalencia de esas dos posiciones con honestidad y coherencia. La película es creible desde cualquier angulo que se la juzgue y cuenta para ello con un insuperable elenco de actores, encabezado por el duro y sensible John Wayne, y el siempre conflictivo y ambiguo Kirk Douglas, sin olvidar a otros acreditados actores del reparto: Henry Fonda, Patricia Neal, Burgues Meredit, Dana Andrews, Tom Tryon... siempre convincentes y bien ajustados a sus personajes.
Los entresijos, interioridades y miserias del mundillo militar quedan aquí muy bien reflejados, con sus envidias, pequeñas traiciones y -también- afectos profundos, todo ello sin atisbo de patrioteria. Una discontinuidad ambivalente que enriquece la psicologia de esos seres, que, ante las situaciones límite llevadas por una guerra no pierden sus valores humanos mostrándo así su verdadera encarnadura.
Aún sin contar con un gran presupuesto, Preminger, logra escénas bélicas de una crudeza y realidad insuperables -bellísima la escena de los acorazados japoneses llegando por la noche a la isla-, y las debastadoras secuencias de la destrucción del acorazado yanke torpedeado, que culminarán con el estruendoso colofón de la batalla final.
Tal vez el metraje (dos horas y media largas), sea excesivo, y se podia haber aligerado algo en la primera parte, pero, en ningún momento se pierde el interés de su trama. Sinceramente recomendable.
No está de moda mostrar personajes tal como lo hace Otto Preminger, que asuman los valores del sacrificio, el esfuerzo, el deber, la lucha, siempre determinantes en un conflicto bélico, en conjunción a los profundos sentimientos y emociones de hombres y mujeres que ansían llevar una vida de ciudadanos normales. Viendo un film así -con más de cuatro décadas de historia-, se tiene la sensación que hay factores en la naturaleza humana que no son moneda de cambio aún de una sociedad como la nuestra, en creciente contínuo de materialidad y hedonismo, y que, sin arrostrar pesimismos, permanecerán a lo largo del tiempo.
Sirvan de preámbulo estas líneas, para manifestar mi admiración por un cineasta que ha sabido -como pocos-, plasmar la ambivalencia de esas dos posiciones con honestidad y coherencia. La película es creible desde cualquier angulo que se la juzgue y cuenta para ello con un insuperable elenco de actores, encabezado por el duro y sensible John Wayne, y el siempre conflictivo y ambiguo Kirk Douglas, sin olvidar a otros acreditados actores del reparto: Henry Fonda, Patricia Neal, Burgues Meredit, Dana Andrews, Tom Tryon... siempre convincentes y bien ajustados a sus personajes.
Los entresijos, interioridades y miserias del mundillo militar quedan aquí muy bien reflejados, con sus envidias, pequeñas traiciones y -también- afectos profundos, todo ello sin atisbo de patrioteria. Una discontinuidad ambivalente que enriquece la psicologia de esos seres, que, ante las situaciones límite llevadas por una guerra no pierden sus valores humanos mostrándo así su verdadera encarnadura.
Aún sin contar con un gran presupuesto, Preminger, logra escénas bélicas de una crudeza y realidad insuperables -bellísima la escena de los acorazados japoneses llegando por la noche a la isla-, y las debastadoras secuencias de la destrucción del acorazado yanke torpedeado, que culminarán con el estruendoso colofón de la batalla final.
Tal vez el metraje (dos horas y media largas), sea excesivo, y se podia haber aligerado algo en la primera parte, pero, en ningún momento se pierde el interés de su trama. Sinceramente recomendable.

7.3
1,315
8
30 de junio de 2013
30 de junio de 2013
12 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
El "Proceso de Praga", se ha convertido con el paso del tiempo en un severo ejemplo de la brutal perfección alcanzada en un proceso político contra unos hombres que lucharon con idealismo por una doctrina que acabaría convirtiéndose en su peor verdugo. El film describe con minuciosidad absoluta, el periplo histórico de la Checoslovaquia comunista de los primeros años de la llamada guerra fria (1952), en la persona del dirigente Artur London ( curioso nombre para un checo), convertido en chivo expiatorio de una burocracia política que, siguiendo las consignas stalinistas, no dudó en condenarle como "desviacionista burgues"
A pesar del importante cargo que A. London ostentaba en el buró gubernativo checo (viceprimer ministro de asuntos exteriores), fue sometido a una purga implacable (junto con otros miembros del gobierno), hasta conseguir que confesase su "traición" a los postulados determinados entonces por el Kremlin.
Estupendo documento histórico el que aporta Costa-Gabras, siguiendo su línea habitual, con el apoyo de un buen guión pleno de certeros diálogos, donde Jorge Semprún (colaborador habitual) maneja con la habilidad de quien conoce a fondo los entresijos de la política de uno los paises que, en su momento, perteneció al llamado "telón de acero". No es un film fácil de seguir, muy recargado en datos históricos, fechas, nombres y momentos clave.Tal vez ahí hubiese debido el director griego "aligerar" algunas secuencias que repite con profusión, en un alarde documental de cronología exaustiva.
Otro acierto es la incorporación al reparto de Ives Montand (muy utilizado en su filmografia), en un difícil papel donde es sumamente fácil "pasarse" añadiendo tintes melodramáticos al personaje. Aquí, Ives, sabe mantener, en todo momento, el climax preciso, con la intensidad y mesura que solo un magnífico actor puede aportar.
Quiero resaltar la dinámica intensa en las secuencias de los interrogatorios, con imágenes de un impacto emocional altamente conseguido, sin dar la menor tregua al espectador, manteniendo la tensión contínua hasta un final, bien sellada con los acontecimientos que propiciaron la "primavera de Praga", en ese ya lejano año de 1968.
Película acorde a la línea ideológica de Costa-Gavras siempre fiel a un cine de denuncia, donde, por encima de todo, prevalecen siempre los valores humanos.
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A pesar del importante cargo que A. London ostentaba en el buró gubernativo checo (viceprimer ministro de asuntos exteriores), fue sometido a una purga implacable (junto con otros miembros del gobierno), hasta conseguir que confesase su "traición" a los postulados determinados entonces por el Kremlin.
Estupendo documento histórico el que aporta Costa-Gabras, siguiendo su línea habitual, con el apoyo de un buen guión pleno de certeros diálogos, donde Jorge Semprún (colaborador habitual) maneja con la habilidad de quien conoce a fondo los entresijos de la política de uno los paises que, en su momento, perteneció al llamado "telón de acero". No es un film fácil de seguir, muy recargado en datos históricos, fechas, nombres y momentos clave.Tal vez ahí hubiese debido el director griego "aligerar" algunas secuencias que repite con profusión, en un alarde documental de cronología exaustiva.
Otro acierto es la incorporación al reparto de Ives Montand (muy utilizado en su filmografia), en un difícil papel donde es sumamente fácil "pasarse" añadiendo tintes melodramáticos al personaje. Aquí, Ives, sabe mantener, en todo momento, el climax preciso, con la intensidad y mesura que solo un magnífico actor puede aportar.
Quiero resaltar la dinámica intensa en las secuencias de los interrogatorios, con imágenes de un impacto emocional altamente conseguido, sin dar la menor tregua al espectador, manteniendo la tensión contínua hasta un final, bien sellada con los acontecimientos que propiciaron la "primavera de Praga", en ese ya lejano año de 1968.
Película acorde a la línea ideológica de Costa-Gavras siempre fiel a un cine de denuncia, donde, por encima de todo, prevalecen siempre los valores humanos.
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7.7
42,193
10
1 de mayo de 2013
1 de mayo de 2013
12 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Wintenberg ha hecho una película desafiante y valiente.Es la primera vez que me aproximo a su cine, y he salido con el convencimiento de que estamos ante un valor del cine escandinavo. Tal vez, junto com Bergman, uno de los pocos que ha sabido plasmar con la penetración y destreza de un cirujano el mundo de pseudovalores en que se mueve una sociedad que ha alcanzado un alto desarrollo en su nivel de vida cotidiana, pero que adolece de otros aspectos necesariamente válidos.
Un pueblo pequeño, unos vecinos con vidas aburridas, mediocres, que comen y beben hasta hartarse como paliativo recurrente a la monotonía de su existencia. Un parvulario regentado por una madurona puritana y sexofóbica. Una niña soberbia y caprichosa, capaz de manipular inpunemente la realidad. Un hombre calumniado y humillado que trata de defenderse de una absurda acusación. Un adolescente que quiere a su padre pero le exige un comportamiento más valeroso. He aquí el escenario que nos ofrece Wintemberg como gran maestro de ceremonias, bien acompañado de un plantel de actores en el que destacan sin discusión, el protagonista: M. Mikkelsen (Lucas), y la niña: Annika Wedderkop (Klara).
El viejo tópico de : "los niños dicen la verdad", queda abolido por una realidad que lo desmiente a cada paso.En el fondo conocemos su juego, pero lo aceptamos cobardemente.Los niños mienten, han mentido y lo seguirán haciéndolo. Simplemente son egoistas y les sobra imaginación para meter trolas cuando algo les contraría. El problema radica en que queramos seguirles el juego, justificando así nuestra mala conciencia.
La calumnia de Klara sirve a la perfección para justificar la postura moral de una directora de guardería irrealizada como mujer, que, aún dudando de la veracidad de la historia siente el profundo deseo de verla convertida en realidad; es su venganza hacia el hombre.
La amistad que aparentemente une a la "comunidad", es tan falsa como la acusación de la niña. La "camaradería" hacia Lucas tejida en aras de una amistad de toda la vida, se desmorona como un castillo de arena ante el primer soplo de la pequeña. Nuestro protagonista pasa de ser el amiguete de siempre, el colega, a convertirse en un indeseable pederasta al que hay que destruir incluso en sus cosas más queridas -la muerte de su perra-.
Esa es una de las lecciones que nos ofrece el danés, otra; la reacción del propio Lucas, desconcertado al principio, a la defensiva después, pero en el fondo, hecho de la misma pasta que los otros. Lo que comprobamos con su borreguil regreso a la manada, una vez deshecho el entuerto de la pequeña harpía.
Pero el director, y es aquí donde juega una de las mejores bazas de su film, nos reserva al personaje del hijo del acusado, un muchacho necesitado de afecto, sensible, noble y valiente, que comparte los avatares de su padre sin dejarse influir por las insidias de los otros -magistral la escena en la casa de Klara-,y ofreciéndonos una respuesta, en los momentos finales, que no puede dejar de sorprendernos. Lo que es, sin duda,la mejor lección que nos regala Witenberg con su excelente película.
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Un pueblo pequeño, unos vecinos con vidas aburridas, mediocres, que comen y beben hasta hartarse como paliativo recurrente a la monotonía de su existencia. Un parvulario regentado por una madurona puritana y sexofóbica. Una niña soberbia y caprichosa, capaz de manipular inpunemente la realidad. Un hombre calumniado y humillado que trata de defenderse de una absurda acusación. Un adolescente que quiere a su padre pero le exige un comportamiento más valeroso. He aquí el escenario que nos ofrece Wintemberg como gran maestro de ceremonias, bien acompañado de un plantel de actores en el que destacan sin discusión, el protagonista: M. Mikkelsen (Lucas), y la niña: Annika Wedderkop (Klara).
El viejo tópico de : "los niños dicen la verdad", queda abolido por una realidad que lo desmiente a cada paso.En el fondo conocemos su juego, pero lo aceptamos cobardemente.Los niños mienten, han mentido y lo seguirán haciéndolo. Simplemente son egoistas y les sobra imaginación para meter trolas cuando algo les contraría. El problema radica en que queramos seguirles el juego, justificando así nuestra mala conciencia.
La calumnia de Klara sirve a la perfección para justificar la postura moral de una directora de guardería irrealizada como mujer, que, aún dudando de la veracidad de la historia siente el profundo deseo de verla convertida en realidad; es su venganza hacia el hombre.
La amistad que aparentemente une a la "comunidad", es tan falsa como la acusación de la niña. La "camaradería" hacia Lucas tejida en aras de una amistad de toda la vida, se desmorona como un castillo de arena ante el primer soplo de la pequeña. Nuestro protagonista pasa de ser el amiguete de siempre, el colega, a convertirse en un indeseable pederasta al que hay que destruir incluso en sus cosas más queridas -la muerte de su perra-.
Esa es una de las lecciones que nos ofrece el danés, otra; la reacción del propio Lucas, desconcertado al principio, a la defensiva después, pero en el fondo, hecho de la misma pasta que los otros. Lo que comprobamos con su borreguil regreso a la manada, una vez deshecho el entuerto de la pequeña harpía.
Pero el director, y es aquí donde juega una de las mejores bazas de su film, nos reserva al personaje del hijo del acusado, un muchacho necesitado de afecto, sensible, noble y valiente, que comparte los avatares de su padre sin dejarse influir por las insidias de los otros -magistral la escena en la casa de Klara-,y ofreciéndonos una respuesta, en los momentos finales, que no puede dejar de sorprendernos. Lo que es, sin duda,la mejor lección que nos regala Witenberg con su excelente película.
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24 de marzo de 2013
24 de marzo de 2013
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Ad gloriam de fraülein Schigulla"
No me cabe la menor duda de que Fassbinder es un magnífico director de actores, su sello es inconfundible y lo demuestra palpablemente en este film con Hanna Schigulla, a la que ya dirigió anterior y posteriormente en numerosas ocasiones. No en vano tuvo la oportunidad de formarse como actriz bajo su dirección, recorriendo durante varios años las más célebres salas teatrales de vanguardia. Fue un acierto ofrecerle el papel de protagonista pues, a mi juicio, posee las suficientes dosis de narcisismo, agresividad, fotogenia y vena dramática para recrear con acierto el difícil personaje de María Braun. Puntal básico de una historia, bien secundada por un sobrio y convincente Ivan Desny en el papel de empresario, que nos sumerge en la Alemania de posguerra, mostrándonos los amargos años de una sociedad hundida en la miseria económica y el desamparo moral.
Es obvio que su filmografía plasma la visión pesimista de un artista marginado y vulnerable, pero dotado del suficiente talento para saber ofrecernos a unos hombres y mujeres marcados por un "fatum" irrenunciable, capaz de hundirles en el fracaso existencial cuando su potencial humano flaquea, o de redimirles, si el poder de su ego les hace luchar incólumes al desaliento. María Braun pertenece sin paliativos al segundo grupo.
Técnicamente no es una película innovadora. Aún contando con la magnífica fotografía de Michael Balhaus -quien en años posteriores sería reclamado por importantes directores de Hollyvood-, el juego de cámara no nos aporta nada nuevo: planos cortos en su mayoría, algunos contrapicados y traveling sin mayor relieve, marcados casí siempre por la interioridad de secuencias con escasas salidas al exterior que ofrecen, de contínuo, el fúnebre contexto que envuelve al argumento, dando en todo instante prioridad a la acritud y dureza de los diálogos.
Fassbinder consigue mantener un adecuado ritmo dramático, sin fáciles concesiones al espectador, durante la mayor parte del film, aunque comete el error de plantear equivocadamente algunas escenas, en especial la de María con el el militar americano y la aparición del marido. Secuencia desacertada y poco creible en su conjunto, lo que no desmerece otras posteriores, donde nos exhibe su eficacia cinéfila. En especial la sorprendente escena final con el telón de fondo de la retransmisión de un campeonato mundial de futbol.
En conjunto, un magnífico trabajo del director que recrea, a través de la protagonista, un nuevo mito del "ave fénix", en juego paralelo a la historia alemana desde la posguerra hasta el final de los setenta, para mostrarnos -aún a costa de ciertos principios éticos-, la fuerza de voluntad, la inteligencia y la capacidad de supervivencia de un pueblo que ha sabido resurgir de sus cenizas y colocarse a la cabeza de las naciones de Europa.
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No me cabe la menor duda de que Fassbinder es un magnífico director de actores, su sello es inconfundible y lo demuestra palpablemente en este film con Hanna Schigulla, a la que ya dirigió anterior y posteriormente en numerosas ocasiones. No en vano tuvo la oportunidad de formarse como actriz bajo su dirección, recorriendo durante varios años las más célebres salas teatrales de vanguardia. Fue un acierto ofrecerle el papel de protagonista pues, a mi juicio, posee las suficientes dosis de narcisismo, agresividad, fotogenia y vena dramática para recrear con acierto el difícil personaje de María Braun. Puntal básico de una historia, bien secundada por un sobrio y convincente Ivan Desny en el papel de empresario, que nos sumerge en la Alemania de posguerra, mostrándonos los amargos años de una sociedad hundida en la miseria económica y el desamparo moral.
Es obvio que su filmografía plasma la visión pesimista de un artista marginado y vulnerable, pero dotado del suficiente talento para saber ofrecernos a unos hombres y mujeres marcados por un "fatum" irrenunciable, capaz de hundirles en el fracaso existencial cuando su potencial humano flaquea, o de redimirles, si el poder de su ego les hace luchar incólumes al desaliento. María Braun pertenece sin paliativos al segundo grupo.
Técnicamente no es una película innovadora. Aún contando con la magnífica fotografía de Michael Balhaus -quien en años posteriores sería reclamado por importantes directores de Hollyvood-, el juego de cámara no nos aporta nada nuevo: planos cortos en su mayoría, algunos contrapicados y traveling sin mayor relieve, marcados casí siempre por la interioridad de secuencias con escasas salidas al exterior que ofrecen, de contínuo, el fúnebre contexto que envuelve al argumento, dando en todo instante prioridad a la acritud y dureza de los diálogos.
Fassbinder consigue mantener un adecuado ritmo dramático, sin fáciles concesiones al espectador, durante la mayor parte del film, aunque comete el error de plantear equivocadamente algunas escenas, en especial la de María con el el militar americano y la aparición del marido. Secuencia desacertada y poco creible en su conjunto, lo que no desmerece otras posteriores, donde nos exhibe su eficacia cinéfila. En especial la sorprendente escena final con el telón de fondo de la retransmisión de un campeonato mundial de futbol.
En conjunto, un magnífico trabajo del director que recrea, a través de la protagonista, un nuevo mito del "ave fénix", en juego paralelo a la historia alemana desde la posguerra hasta el final de los setenta, para mostrarnos -aún a costa de ciertos principios éticos-, la fuerza de voluntad, la inteligencia y la capacidad de supervivencia de un pueblo que ha sabido resurgir de sus cenizas y colocarse a la cabeza de las naciones de Europa.
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7.0
2,217
8
12 de noviembre de 2012
12 de noviembre de 2012
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fue en los años cincuenta, en la época donde el cine negro americano gozaba de su mayor plenitud, cuando N.Ray rodó este film. Vista la película con la perspectiva de más de sesenta años y acostumbrados a un cine donde el color y los efectos especiales dictan su ley en la taquilla, hay que rendirse ante el talento de directores como él. Su pulso para la narración cinematográfica es perfecto. Debo confesar que el guión de la película (basado en una historia de Gerald Butler) no me parece, en absoluto, superior a: "El Halcón Maltes", "Cayo Largo" o "En un lugar solitario", pero la dirección de los actores, encabezada por Robert Ryan e Ida Lupino, y la aportación de ese secundario eterno que siempre gozó de la predilección de John Ford: Ward Bond, resulta magistral, en todo momento tenemos la sensación de que personajes y actores encajan como mano en guante de seda.
Es el punto de mira del director, mostrando la evolución personal del policia Jim Wilson (Robert Ryan) donde el espectador calibra los mejores matices interpretativos, percibiendo como "el cruel hombre de bronce" sufre esa metamorfosis humanizadora; más en el lenguaje de los gestos y las miradas que en las palabras. Su violencia como agente de la ley adquiere niveles intolerables, hasta para una policia que nunca fue parca en maltratar delincuetes y asesinos, y a la que el cine de la época supo mostrar con meridiana realidad. Hay un momento que me recuerda la escena de "La jungla de asfalto", donde un policia mafioso golpea al soplón de turno (Eddy Donato) en un sórdido cuartucho.
Aquí no hay conflicto a desentrañar, el planteamiento es lineal: búqueda y persecución de un asesino desequilibrado, hermano de una mujer ciega, en un pueblo perdido en la montaña cubierto por la nieve.Dos hombres que se empecinan en darle alcance: uno -el padre de la víctima-, para acabar con él a tiros como a una alimaña. El otro -el policia-, para detenerle y llevarle a la ciudad. Entre ambos, ella, la mujer ciega -hermana del asesino-, que intenta protejerle escondiéndole en una cabaña. En la persecución por la montaña nevada, un alarde de expresividad y contrastes en un blanco deslumbrate, tal vez la secuencia más bellamente plasmada de todo el film, ocurre algo inesperado que altera el rol de los perseguidores. Será en las secuencias siguientes donde se intensifiquen los mejores momentos de profundidad psicológica al estrecharse el vínculo entre el policia y la ciega, con una Ida Lupino plena de entereza y comprensión ante el nuevo giro que adquiere su tragedia personal. Y es ahí donde Jim Wilson, contemplando la desoldora situación de la chica, siente que su misión ha concluido. Aquí, nos sorprende Ray con un final, a mi juicio, romántico en exceso y algo facilón. Único aspecto de la película que yo me atreveria a criticar, pero sin restar por ello un ápice a su valor de conjunto.
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Es el punto de mira del director, mostrando la evolución personal del policia Jim Wilson (Robert Ryan) donde el espectador calibra los mejores matices interpretativos, percibiendo como "el cruel hombre de bronce" sufre esa metamorfosis humanizadora; más en el lenguaje de los gestos y las miradas que en las palabras. Su violencia como agente de la ley adquiere niveles intolerables, hasta para una policia que nunca fue parca en maltratar delincuetes y asesinos, y a la que el cine de la época supo mostrar con meridiana realidad. Hay un momento que me recuerda la escena de "La jungla de asfalto", donde un policia mafioso golpea al soplón de turno (Eddy Donato) en un sórdido cuartucho.
Aquí no hay conflicto a desentrañar, el planteamiento es lineal: búqueda y persecución de un asesino desequilibrado, hermano de una mujer ciega, en un pueblo perdido en la montaña cubierto por la nieve.Dos hombres que se empecinan en darle alcance: uno -el padre de la víctima-, para acabar con él a tiros como a una alimaña. El otro -el policia-, para detenerle y llevarle a la ciudad. Entre ambos, ella, la mujer ciega -hermana del asesino-, que intenta protejerle escondiéndole en una cabaña. En la persecución por la montaña nevada, un alarde de expresividad y contrastes en un blanco deslumbrate, tal vez la secuencia más bellamente plasmada de todo el film, ocurre algo inesperado que altera el rol de los perseguidores. Será en las secuencias siguientes donde se intensifiquen los mejores momentos de profundidad psicológica al estrecharse el vínculo entre el policia y la ciega, con una Ida Lupino plena de entereza y comprensión ante el nuevo giro que adquiere su tragedia personal. Y es ahí donde Jim Wilson, contemplando la desoldora situación de la chica, siente que su misión ha concluido. Aquí, nos sorprende Ray con un final, a mi juicio, romántico en exceso y algo facilón. Único aspecto de la película que yo me atreveria a criticar, pero sin restar por ello un ápice a su valor de conjunto.
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