A veces la vida te ofrece "momentos pensativos" y, depende de lo profundo que te afecten, pueden llegarte a cambiar tu filosofía de vida. Eso es lo que me ocurrió a mí en cierta etapa de mi vida, y sin duda es lo mejor que me ha sucedido nunca.

Ese punto en la vida en el que reconoces la belleza, llegándola a ver incluso en insignificancias, estupideces o barbaridades (tal y como muestra la película). Y esta belleza no entra solo por los ojos, sino que disfruto de ella mediante todos los sentidos. Irte a la cama en un mal día y empezar a regocijar de simplemente ser capaz de sentir el tacto de la almohada, ver caer una hoja de un árbol o simplemente comer una manzana.

Reconocer la capacidad de sentir como algo mágico es lo más bonito que le puede pasar a uno en esta vida. Reducir la felicidad a eso es algo muy fuerte, porque según esta filosofía de vida, se podría ser feliz viviendo incluso bajo un puente. Lo cual, hasta cierto punto, da miedo por el poderío que puede tener.

Obviamente, no tengo la suerte de gozar de esta forma de vida en todo su esplendor (porque si fuera así dejaría muchas cosas atrás) pero en días inevitablemente malos es un maravilloso recurso para alegrarme.

Ojalá esta película pueda llegar a causar o haya causado este efecto en alguien, porque no sabéis lo que os perdéis.