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Críticas ordenadas por utilidad
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6.6
14,744
8
6 de abril de 2020
6 de abril de 2020
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
(Imprescindible.)
El argumento de la película en cuestión es el siguiente: Max Renn es el jefe de una emisora de televisión por cable, en Toronto, especializada en contenidos violentos y pornográficos. Harlan es su colaborador, un pirata de las emisiones por satélite, que descubre una extraña emisora llamada "Videodrome" con contenidos sádicos, asesinatos y violencia.
Dicho esto, y a sabiendas que estamos frente a un Cronenberg, , Videodrome no es una película violenta, sino una película que trata sobre la violencia, o, mas concretamente, sobre la violencia de las imágenes que nos envuelven a diario; mejor aún, de cómo estas afectan al ser humano y a la relación que éste mantiene con los “cuerpos”, sea "cuerpo própio" o "cuerpo del otro".
En el spoiler me detengo en analizar, desde un punto de vista filosófico, dicho trato; el punto de partida es el siguiente: la relación que mantienen –mantenemos– los espectadores (en este caso, Max) con el contenido audiovisual que consumimos, distorsiona, en cierto modo, la percepción de nuestra realidad; y, más aún, si se habla de contenido de violencia explícita (¡y más aún si estos contenidos son sexuales!). En cierto sentido, en el consumo de dicho contenido, el "cuerpo" adquiere una condición de "objeto" que parece insalvable. Dicha idea, en un sentido muy similar y nada desdeñable, se puede rastrear en libros como "Teoría de la religión" de Georges Bataille.
El argumento de la película en cuestión es el siguiente: Max Renn es el jefe de una emisora de televisión por cable, en Toronto, especializada en contenidos violentos y pornográficos. Harlan es su colaborador, un pirata de las emisiones por satélite, que descubre una extraña emisora llamada "Videodrome" con contenidos sádicos, asesinatos y violencia.
Dicho esto, y a sabiendas que estamos frente a un Cronenberg, , Videodrome no es una película violenta, sino una película que trata sobre la violencia, o, mas concretamente, sobre la violencia de las imágenes que nos envuelven a diario; mejor aún, de cómo estas afectan al ser humano y a la relación que éste mantiene con los “cuerpos”, sea "cuerpo própio" o "cuerpo del otro".
En el spoiler me detengo en analizar, desde un punto de vista filosófico, dicho trato; el punto de partida es el siguiente: la relación que mantienen –mantenemos– los espectadores (en este caso, Max) con el contenido audiovisual que consumimos, distorsiona, en cierto modo, la percepción de nuestra realidad; y, más aún, si se habla de contenido de violencia explícita (¡y más aún si estos contenidos son sexuales!). En cierto sentido, en el consumo de dicho contenido, el "cuerpo" adquiere una condición de "objeto" que parece insalvable. Dicha idea, en un sentido muy similar y nada desdeñable, se puede rastrear en libros como "Teoría de la religión" de Georges Bataille.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La tesis de Bataille es que una vez dada la convivencia con los “objetos”, el ser humano escapó de su animalidad (estado de perfecta inmanencia). El argumento es que el objeto es el “para sí” del ser humano, “un x, con una utilidad y, elaborado con vistas a un fin z”. Y, según Bataille, la consciencia misma del “yo” establece una relación de sujeto-objeto que interrumpe lo que él llama “continuidad indistinta”. Lo cual es, consecuentemente, “la forma naciente del no-yo”: el “para sí” del ser humano. Si se considera el caso de un animal, se puede decir que éste existe por sí mismo, pero adviene “cosa” en tanto que el ser humano lo subordina. A propósito de ello, Bataille escribe: “Pero matar al animal y modificarlo a capricho no es solo transformar en cosa algo que no lo era, sin duda, desde un comienzo, es definir de antemano al animal vivo como cosa”. Es decir, el animal, en su relación con el humano no es un ser vivo -según Bataille, sino una “cosa”. Lo cual indica, como apunta Bataille, a una previa concepción, por parte del sujeto, del animal vivo como “cosa”. El problema -y la relación con Videodrome- es que el ser humano, ante esta concepción, cae, irremediablemente, en una lógica que termina por hacer que él mismo, que tiene cuerpo de animal, sea visto como “cosa”. Sin forzar mucho la comparación, se puede ver que lo mismo le sucede al sujeto que se expone al contenido de imágenes sexuales de violencia explícita: Max no ve un cuerpo en el otro, sino un objeto, y así, posteriormente, la relación que mantenía con los otros cuerpos, afecta a la relación que él mantiene -posteriormente- con su propio cuerpo.
En la misma línea, Bataille escribe: “Es 'la cosa' lo que el sacrificio quiere destruir en la víctima”. Efectivamente, Nicky es más consciente que nadie que su cuerpo ha sido reducido al estado de “cosa”, y dicho hecho explicaría sus deseos de violencia corporal, puesto que dicha violencia física real le devuelve el estatus ontológico perdido tras la concepción del cuerpo como objeto: la animalidad; posible tras la destrucción de la parte de “cosa” que hay en el “yo”. En la lectura que hace Freixas en su ensayo titulado David Cronenberg: La perversión de la realidad, se encuentra -a propósito del concepto de identidad en Cronenberg- la siguiente cita: “la aceptación del yo conduce a la desintegración de la identidad a partir de la proyección que un hombre hace de su propia sexualidad hacia otro hombre”. Lo que propongo a propósito de la cita en cuestión es substituir el término “yo” por “animalidad” -puesto que el concepto está en más consonancia con las actitudes de los personajes del filme- y mediante este hecho se puede percibir, en cierto modo, el propósito de Nicky. Aun así, dicho retorno -como percibe la protagonista- no se puede dar sin un cambio de estatus ontológico que el “viejo cuerpo” -ya marcado- no puede aportar; de ahí la necesidad de destrucción previa a la Nueva Carne.
En palabras de Jameson: “el fin del ego conlleva el ocaso del afecto”. En efecto, hay liberación en el hecho de la no-presencia de un “yo” que siente. Este es el caso de Brian O'Blivion, y lo será de Nicky Brand, primero, y de Max, después: el cuerpo atrapado -siguiendo esta lógica - exige la supresión del cuerpo físico, del cuerpo objeto, de la 'cosa' que acompaña al “otro” y, por ende, del “yo”. Quizá por ello, Cronenberg, mirándonos directamente a los ojos a través de la disolución del cuerpo que pasa a formar parte de una pantalla, nos dijo aquello de “¡Larga vida a la Nueva Carne!”, pero cierto es que no todos compartimos su opinión.
En la misma línea, Bataille escribe: “Es 'la cosa' lo que el sacrificio quiere destruir en la víctima”. Efectivamente, Nicky es más consciente que nadie que su cuerpo ha sido reducido al estado de “cosa”, y dicho hecho explicaría sus deseos de violencia corporal, puesto que dicha violencia física real le devuelve el estatus ontológico perdido tras la concepción del cuerpo como objeto: la animalidad; posible tras la destrucción de la parte de “cosa” que hay en el “yo”. En la lectura que hace Freixas en su ensayo titulado David Cronenberg: La perversión de la realidad, se encuentra -a propósito del concepto de identidad en Cronenberg- la siguiente cita: “la aceptación del yo conduce a la desintegración de la identidad a partir de la proyección que un hombre hace de su propia sexualidad hacia otro hombre”. Lo que propongo a propósito de la cita en cuestión es substituir el término “yo” por “animalidad” -puesto que el concepto está en más consonancia con las actitudes de los personajes del filme- y mediante este hecho se puede percibir, en cierto modo, el propósito de Nicky. Aun así, dicho retorno -como percibe la protagonista- no se puede dar sin un cambio de estatus ontológico que el “viejo cuerpo” -ya marcado- no puede aportar; de ahí la necesidad de destrucción previa a la Nueva Carne.
En palabras de Jameson: “el fin del ego conlleva el ocaso del afecto”. En efecto, hay liberación en el hecho de la no-presencia de un “yo” que siente. Este es el caso de Brian O'Blivion, y lo será de Nicky Brand, primero, y de Max, después: el cuerpo atrapado -siguiendo esta lógica - exige la supresión del cuerpo físico, del cuerpo objeto, de la 'cosa' que acompaña al “otro” y, por ende, del “yo”. Quizá por ello, Cronenberg, mirándonos directamente a los ojos a través de la disolución del cuerpo que pasa a formar parte de una pantalla, nos dijo aquello de “¡Larga vida a la Nueva Carne!”, pero cierto es que no todos compartimos su opinión.

7.4
33,161
9
6 de abril de 2020
6 de abril de 2020
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
–HAY SPOILERS, PERO, EN FIN, ES LYNCH..–
Fred Madison (Bill Pullman), protagonista de Highway Lost, es un sujeto que, alimentado por la psicosis, “esta soñando su propio ser”, y que, por negación de la verdad esta sumido en una elipsis infinita; un sueño eterno (atemporal) en forma de delirio soñado (inmanencia psíquica). El sueño de “ser-otro-Fred Madison”; una carretera perdida hacia sí mismo
Highway Lost esta compuesta de tres partes: la primera parte concluye con la transformación de Fred Madison en Pete Dayton. La segunda parte alcanza hasta la transformación de Pete en Fred. Y finalmente, la última parte (que abarca los veinte minutos restantes de la película), que es dónde se da consistencia las dos partes anteriores.
Con la finalidad de llevar a cabo una interpretación (más o menos) lógica, parece necesario considerar el film de un modo cronológico. Por tanto, hay que empezar estableciendo que todos los hechos narrados en la película ya han acontecido (cronológicamente) cuando comienza la acción del film. Aceptando esto, se puede decir que lo que el espectador ve durante el metraje es la representación de unos hechos acontecidos previamente, ahora dibujados -libremente- en la mente del protagonista.
Fred Madison (Bill Pullman) es un músico de jazz que vive casado con una mujer llamada Renee (Patricia Aquette). Su matrimonio no funciona: sus relaciones sexuales son frías e insatisfactorias, y Fred se culpa a sí mismo. En la secuencia que Fred interpreta “Red Bats with Teeth” cree ver a su esposa junto con Andy (Michael Massee), del que sospecha que es su amante. Dadas las sospechas, Fred descubre el pasado como actriz de cine pornográfico de su mujer. Al descubrir esto, Fred se da cuenta que la culpa de la insatisfacción sexual de su mujer no es suya, sino del pasado de ella, hecho que imposibilita que él pueda despertar su libido. Por ello, Fred enloquece y asesina a Renee, a Andy y a Dick Laurent (Robert Loggia -productor de las películas en las que los dos primeros participaban). Dicho esto, el espectador no asiste a los asesinatos de Andy y Laurent, sino a la recreación que de ellos hace la mente de Fred, sin embargo, el caso del asesinato de Renee, como veremos, es muy distinto.
Ante la imposibilidad de poder aceptar el triple homicidio, el presente de Fred se ve precipitado hacía la representación de un pasado distinto a aquél que fue real, creando, así, un pasado distorsionado, un espacio habitable en forma de “realidad-delirante”, o, de acuerdo, de nuevo, con Zambrano, un “sueño de obstáculos”. En los “sueños de obstáculos”, el “objetivo” y la “situación del protagonista” son dos absolutos que se corresponden. Dicho de otro modo, el objetivo de Fred, saber quién grabó las cintas de vídeo y cometió un triple asesinato, se corresponde con la situación del personaje “Fred”, aquel que a lo largo del film se va dando cuenta que su mente es la que está reconstruyendo los hechos mediante una representación que, no siendo fiel a la realidad, sufre la imposibilidad de crear un espacio dónde no se filtre la verdad -sea esta, que él fue quien grabó las cintas de vídeo y cometió el triple asesinato-.
Dicho esto, en este “sueño de obstáculos”, Fred imagina que sigue casado con Renee en una bonita casa, y su existencia se ve amenazada por unas cintas de vídeo (tres, concretamente) que recibe de forma anónima, y que muestran el interior de la casa, quedando al descubierto la intimidad de la pareja. Quien graba estas imágenes es el llamado (en los títulos de crédito finales) “Hombre misterioso” (Robert Blake). Este personaje, comúnmente mal interpretado, es una especie de “retrato de Dorian Gray” de Fred que se manifiesta en su sueño como medio para despertar de susodicho estado psicótico, en tanto que, análogamente al director (David Lynch), el “Hombre misterioso” es el camarógrafo de la verdad de Fred, aquél que quiere mostrar a Fred su irrevocable condición de asesino, y no es sino cuando Fred ve las imágenes de él mismo asesinando a su mujer cuándo da cuenta, tanto de su condición, la de estar “soñando su propio ser”, como del motivo de su condición, la realidad del asesinato. Ante esta intrusión de algo intolerable (real) en su existencia (falsa), lleva a Fred a aceptar, en su sueño, las consecuencias del asesinato: la cárcel. Pero, en realidad, ¿Fred ingresa en la cárcel?
La respuesta, por supuesto, es no. Si uno se fija, en la cárcel hay ocho funcionarios trabajando (el director, el médico, tres guardas, y unos hombres trajeados), para… ¿solo un preso? Vemos a Fred, solo, en el patio. Solo le oímos a él en el pasillo. Así pues, ¿qué lleva a Fred a prisión? La toma de consciencia de la verdad del enunciado: “Fred es un asesino”; el extrañamiento previo al “despertar” del estado de inmanencia del sueño.
Pero, como se ha apuntado anteriormente, el sueño de Fred no está libre de representación -como sucede con el sujeto ensimismado, sino que él, ante la imposibilidad de aceptar dicha verdad (y viendo que no hay suficiente con tergiversar la realidad para esconder la misma), crea otra realidad distinta: la vida de Pete Dayton.
En la vida de Pete Dayton, Fred vuelve a enamorarse de Renee (ahora, Alice -Patricia Arquette), y los acontecimientos, como reminiscencias en una mente sin recuerdos, acaban precipitándose de nuevo: Alice convence a Pete para llevar a cabo un robo que les permitirá alejarse de Mr. Eddy (Dick Laurent). En el desarrollo del delito, Pete mata a la víctima del robo, Andy (de nuevo, el pasado irrumpe en la vida de Fred). Una vez realizado el robo, Pete y Alice se dirigen a un presunto perista que ella dice conocer, y que resulta ser el “Hombre Misterioso”: es ahora Alice, como antes Mr. Eddy, el perro del vecino, los policías (y etc.), quien es un instrumento en manos del subconsciente de Fred. Para dar soporte a esta interpretación, no hace falta más que recordar la frase: “No se llama Alice. Su nombre es Renee. Si te ha dicho que su nombre es Alice, miente”.
Fred Madison (Bill Pullman), protagonista de Highway Lost, es un sujeto que, alimentado por la psicosis, “esta soñando su propio ser”, y que, por negación de la verdad esta sumido en una elipsis infinita; un sueño eterno (atemporal) en forma de delirio soñado (inmanencia psíquica). El sueño de “ser-otro-Fred Madison”; una carretera perdida hacia sí mismo
Highway Lost esta compuesta de tres partes: la primera parte concluye con la transformación de Fred Madison en Pete Dayton. La segunda parte alcanza hasta la transformación de Pete en Fred. Y finalmente, la última parte (que abarca los veinte minutos restantes de la película), que es dónde se da consistencia las dos partes anteriores.
Con la finalidad de llevar a cabo una interpretación (más o menos) lógica, parece necesario considerar el film de un modo cronológico. Por tanto, hay que empezar estableciendo que todos los hechos narrados en la película ya han acontecido (cronológicamente) cuando comienza la acción del film. Aceptando esto, se puede decir que lo que el espectador ve durante el metraje es la representación de unos hechos acontecidos previamente, ahora dibujados -libremente- en la mente del protagonista.
Fred Madison (Bill Pullman) es un músico de jazz que vive casado con una mujer llamada Renee (Patricia Aquette). Su matrimonio no funciona: sus relaciones sexuales son frías e insatisfactorias, y Fred se culpa a sí mismo. En la secuencia que Fred interpreta “Red Bats with Teeth” cree ver a su esposa junto con Andy (Michael Massee), del que sospecha que es su amante. Dadas las sospechas, Fred descubre el pasado como actriz de cine pornográfico de su mujer. Al descubrir esto, Fred se da cuenta que la culpa de la insatisfacción sexual de su mujer no es suya, sino del pasado de ella, hecho que imposibilita que él pueda despertar su libido. Por ello, Fred enloquece y asesina a Renee, a Andy y a Dick Laurent (Robert Loggia -productor de las películas en las que los dos primeros participaban). Dicho esto, el espectador no asiste a los asesinatos de Andy y Laurent, sino a la recreación que de ellos hace la mente de Fred, sin embargo, el caso del asesinato de Renee, como veremos, es muy distinto.
Ante la imposibilidad de poder aceptar el triple homicidio, el presente de Fred se ve precipitado hacía la representación de un pasado distinto a aquél que fue real, creando, así, un pasado distorsionado, un espacio habitable en forma de “realidad-delirante”, o, de acuerdo, de nuevo, con Zambrano, un “sueño de obstáculos”. En los “sueños de obstáculos”, el “objetivo” y la “situación del protagonista” son dos absolutos que se corresponden. Dicho de otro modo, el objetivo de Fred, saber quién grabó las cintas de vídeo y cometió un triple asesinato, se corresponde con la situación del personaje “Fred”, aquel que a lo largo del film se va dando cuenta que su mente es la que está reconstruyendo los hechos mediante una representación que, no siendo fiel a la realidad, sufre la imposibilidad de crear un espacio dónde no se filtre la verdad -sea esta, que él fue quien grabó las cintas de vídeo y cometió el triple asesinato-.
Dicho esto, en este “sueño de obstáculos”, Fred imagina que sigue casado con Renee en una bonita casa, y su existencia se ve amenazada por unas cintas de vídeo (tres, concretamente) que recibe de forma anónima, y que muestran el interior de la casa, quedando al descubierto la intimidad de la pareja. Quien graba estas imágenes es el llamado (en los títulos de crédito finales) “Hombre misterioso” (Robert Blake). Este personaje, comúnmente mal interpretado, es una especie de “retrato de Dorian Gray” de Fred que se manifiesta en su sueño como medio para despertar de susodicho estado psicótico, en tanto que, análogamente al director (David Lynch), el “Hombre misterioso” es el camarógrafo de la verdad de Fred, aquél que quiere mostrar a Fred su irrevocable condición de asesino, y no es sino cuando Fred ve las imágenes de él mismo asesinando a su mujer cuándo da cuenta, tanto de su condición, la de estar “soñando su propio ser”, como del motivo de su condición, la realidad del asesinato. Ante esta intrusión de algo intolerable (real) en su existencia (falsa), lleva a Fred a aceptar, en su sueño, las consecuencias del asesinato: la cárcel. Pero, en realidad, ¿Fred ingresa en la cárcel?
La respuesta, por supuesto, es no. Si uno se fija, en la cárcel hay ocho funcionarios trabajando (el director, el médico, tres guardas, y unos hombres trajeados), para… ¿solo un preso? Vemos a Fred, solo, en el patio. Solo le oímos a él en el pasillo. Así pues, ¿qué lleva a Fred a prisión? La toma de consciencia de la verdad del enunciado: “Fred es un asesino”; el extrañamiento previo al “despertar” del estado de inmanencia del sueño.
Pero, como se ha apuntado anteriormente, el sueño de Fred no está libre de representación -como sucede con el sujeto ensimismado, sino que él, ante la imposibilidad de aceptar dicha verdad (y viendo que no hay suficiente con tergiversar la realidad para esconder la misma), crea otra realidad distinta: la vida de Pete Dayton.
En la vida de Pete Dayton, Fred vuelve a enamorarse de Renee (ahora, Alice -Patricia Arquette), y los acontecimientos, como reminiscencias en una mente sin recuerdos, acaban precipitándose de nuevo: Alice convence a Pete para llevar a cabo un robo que les permitirá alejarse de Mr. Eddy (Dick Laurent). En el desarrollo del delito, Pete mata a la víctima del robo, Andy (de nuevo, el pasado irrumpe en la vida de Fred). Una vez realizado el robo, Pete y Alice se dirigen a un presunto perista que ella dice conocer, y que resulta ser el “Hombre Misterioso”: es ahora Alice, como antes Mr. Eddy, el perro del vecino, los policías (y etc.), quien es un instrumento en manos del subconsciente de Fred. Para dar soporte a esta interpretación, no hace falta más que recordar la frase: “No se llama Alice. Su nombre es Renee. Si te ha dicho que su nombre es Alice, miente”.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
En el último tramo de la película, y tras la frase “Nunca me tendrás” de Alice a Pete (lo cual viene a decir que Alice (Renee) le dice a Pete (Fred) que jamás la tendrá porque él la mató), vuelve a aparecer el personaje de Fred, que debe responder a la pregunta -formulada por el “Hombre misterioso”- más importante de todas las que se le pudieran plantear a Fred: “Y tú, ¡¿Como coño te llamas?!”. La respuesta a la pregunta, tras el primer tramo de la película, pasa por aceptar que “Fred Madison” es “Fred Madison el asesino”, y esto es lo que hace una parte de Fred en el sueño, el Fred Madison que llega al hotel Lost Higway y mata a Dick Laurent junto al “Hombre misterioso” (quien ya no graba, porqué no hay nada que enseñar a Fred, pues lejos quedo aquél que quería olvidarse de sí mismo). Así pues, se podría decir que, en este punto, Fred ha aceptado que es un psicópata, en tanto que asesino de Dick Laurent. Por ello vuelve a casa y graba la frase del inicio del film, “Dick Laurent a muerto”, pero, el problema es que dentro de la casa está otra parte de Fred, que no es sino el mismo Fred, un hombre incapaz de aceptar que mató a su mujer; y así, ad infinitum.
El hombre que decidió despertar del sueño, “Fred Madison”, frente al hombre que jamás despertará del sueño de “ser-otro-Fred Madison”. Una elipsis infinita en forma de delirio atemporal que, continuamente (y de un modo holístico), llevara a Fred -en términos de Maria Zambrano, de lo “puramente fenoménico” (inicio del estadio de Pete) al “conocimiento fenoménico de su psique” (cuando Fred descubre que él mató a su mujer -momento en que se da un vacío), es decir, el sueño de Fred siempre (literalmente) se moverá des del instante de puro sueño al instante en que se da el mayor extrañamiento, momento en que, por incapacidad de aceptar la verdad de la vigilia, volverá a sumergirse en la vida del sueño, inmanente y atemporal: volverá a ser Pete, volverá a matar a Dick Laurent, y volverá a ver en vídeo como mata a su mujer. Demasiada realidad para Fred, pues, parafraseando al mismo, a veces, parece ser, es mejor recordar las cosas sin ser tal y como sucedieron.
El hombre que decidió despertar del sueño, “Fred Madison”, frente al hombre que jamás despertará del sueño de “ser-otro-Fred Madison”. Una elipsis infinita en forma de delirio atemporal que, continuamente (y de un modo holístico), llevara a Fred -en términos de Maria Zambrano, de lo “puramente fenoménico” (inicio del estadio de Pete) al “conocimiento fenoménico de su psique” (cuando Fred descubre que él mató a su mujer -momento en que se da un vacío), es decir, el sueño de Fred siempre (literalmente) se moverá des del instante de puro sueño al instante en que se da el mayor extrañamiento, momento en que, por incapacidad de aceptar la verdad de la vigilia, volverá a sumergirse en la vida del sueño, inmanente y atemporal: volverá a ser Pete, volverá a matar a Dick Laurent, y volverá a ver en vídeo como mata a su mujer. Demasiada realidad para Fred, pues, parafraseando al mismo, a veces, parece ser, es mejor recordar las cosas sin ser tal y como sucedieron.
Documental

5.9
3,747
Documental, Presentado por: Jordi Évole. Intervenciones de: Josu Urrutikoetxea
6
14 de enero de 2024
14 de enero de 2024
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me ha parecido interesante y poco más. Creo que no aportará nada nuevo ni distinto a los que estén más familiarizados con el tema.
No obstante, aunque suene contradictorio, sí me parece una entrevista necesaria, sobre todo para las generaciones venideras. Básicamente, por dos motivos: el primero, funciona a modo de síntesis o catálogo de las atrocidades que se pueden llegar a cometer cuando los conflictos políticos no se resuelven políticamente, y el segundo, porque aun haciendo abuso de cierto maniqueísmo emerge de la certeza de que no debe quedar en el olvido lo que no se debe repetir jamás.
No obstante, aunque suene contradictorio, sí me parece una entrevista necesaria, sobre todo para las generaciones venideras. Básicamente, por dos motivos: el primero, funciona a modo de síntesis o catálogo de las atrocidades que se pueden llegar a cometer cuando los conflictos políticos no se resuelven políticamente, y el segundo, porque aun haciendo abuso de cierto maniqueísmo emerge de la certeza de que no debe quedar en el olvido lo que no se debe repetir jamás.
7
6 de abril de 2020
6 de abril de 2020
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta crítica no es imparcial porque, ayer, Lil Peep me robó (y rompió) el corazón.
El documental será una delicia para todos los amantes incondicionales a la música del joven de Pensilvania, pero, y sobretodo, a aquellos que (fans o no de Peep) nos sentimos, diré más, nacimos sin espacio en este mundo “fuera de lugar”.
Resumen: dulzura extraviada, futuros a la deriva. La música de Lil Peep es, nos guste o no, nuestra música –lo digo, especialmente, para los que odiarán el documental–. Sea como sea, bienvenidos a la crueldad de “lo real”. Dream is over – o quizá, solo para unos cuantos–.
Me explico: no pienses en un elefante rosa. No pienses en la ansiedad. No pienses en el futuro. Simplemente, sal de la habitación. Pero, ¿la habitación era real? No. Pero... ¿todo lo demás? Sí. ¿Te das cuenta? Intentaste escapar de una habitación que no existía para no tener que pensar en un elefante rosa; ...ansiedad, ¿dónde?; ...futuro, ¿cuál?.
El documental será una delicia para todos los amantes incondicionales a la música del joven de Pensilvania, pero, y sobretodo, a aquellos que (fans o no de Peep) nos sentimos, diré más, nacimos sin espacio en este mundo “fuera de lugar”.
Resumen: dulzura extraviada, futuros a la deriva. La música de Lil Peep es, nos guste o no, nuestra música –lo digo, especialmente, para los que odiarán el documental–. Sea como sea, bienvenidos a la crueldad de “lo real”. Dream is over – o quizá, solo para unos cuantos–.
Me explico: no pienses en un elefante rosa. No pienses en la ansiedad. No pienses en el futuro. Simplemente, sal de la habitación. Pero, ¿la habitación era real? No. Pero... ¿todo lo demás? Sí. ¿Te das cuenta? Intentaste escapar de una habitación que no existía para no tener que pensar en un elefante rosa; ...ansiedad, ¿dónde?; ...futuro, ¿cuál?.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La voz de una generación sin voz debe nacer muerto.
No fue así en el caso de Lil Peep, pero murió, definitivamente, rodeado de Don Nadies que lo querían todo. Lo matarán o no, Peep estaba destinado, desde el inicio de su estrellato, al Xanax –lo estaría yo también si fuera una estrella del trap–. ¿Por qué? Porque la voz de una generación sin voz, hoy, se llama Lil Peep, en particular, pero mañana seguirá siendo "simplemente" ANSIEDAD. En general. ...Y ésta no muere...
No fue así en el caso de Lil Peep, pero murió, definitivamente, rodeado de Don Nadies que lo querían todo. Lo matarán o no, Peep estaba destinado, desde el inicio de su estrellato, al Xanax –lo estaría yo también si fuera una estrella del trap–. ¿Por qué? Porque la voz de una generación sin voz, hoy, se llama Lil Peep, en particular, pero mañana seguirá siendo "simplemente" ANSIEDAD. En general. ...Y ésta no muere...

7.0
32,626
8
15 de julio de 2020
15 de julio de 2020
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si el argumento de The Dreamers se pudiera resumir mediante cualquier otra obra de arte (y, ciertamente, se puede), ésta sería un poema. Concretamente, “Canción de la Torre más Alta” de Arthur Rimbaud. Sus cuatro primeros versos –a mi gusto, de los mejores entre los mejores– dicen así:
Ociosa juventud
a todo sometida,
por delicadeza
he perdido mi vida.
Y de eso, precisamente de “Eso” trata The Dreamers; porque la bohemia, queridos amigos y amigas, es FRACASAR (y hay que hacerlo en mayúsculas, como todo lo que vale la pena en esta vida).
Dicho esto, que The Dreamers no pretende ser una película sino un estado mental –más cercano al recuerdo o al sueño que a la proyección de una realidad palpable– queda claro desde el primero de los fotogramas: banda sonora, iluminación y fotografía tejen un ambiente que muchos de nosotros re-conocemos, porque hubo un tiempo en que supimos lo que queríamos, absoluta libertad, y creímos en sus posibilidades y potencialidades, incluso en la mayor de sus formas: invertir el orden realidad/estética y vivir la vida como una obra de arte. ¿Qué nos pasó entonces? Bertolucci, a través de Matthew (Michael Pitt), Isabelle (Eva Green) y Théo (Louis Garrel) nos da una respuesta.
Sigo en la Zona Spoiler.
Ociosa juventud
a todo sometida,
por delicadeza
he perdido mi vida.
Y de eso, precisamente de “Eso” trata The Dreamers; porque la bohemia, queridos amigos y amigas, es FRACASAR (y hay que hacerlo en mayúsculas, como todo lo que vale la pena en esta vida).
Dicho esto, que The Dreamers no pretende ser una película sino un estado mental –más cercano al recuerdo o al sueño que a la proyección de una realidad palpable– queda claro desde el primero de los fotogramas: banda sonora, iluminación y fotografía tejen un ambiente que muchos de nosotros re-conocemos, porque hubo un tiempo en que supimos lo que queríamos, absoluta libertad, y creímos en sus posibilidades y potencialidades, incluso en la mayor de sus formas: invertir el orden realidad/estética y vivir la vida como una obra de arte. ¿Qué nos pasó entonces? Bertolucci, a través de Matthew (Michael Pitt), Isabelle (Eva Green) y Théo (Louis Garrel) nos da una respuesta.
Sigo en la Zona Spoiler.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Y la respuesta es: madura, imbécil. ¿Así de seca? ¿Así de clara? Si, así de jodida. Me explico.
Todo empieza fenomenal. Matthew es un joven estudiante americano que pasará un año en París, concretamente, el año 1968. Así pues, a Matthew, un joven idealista (como todo joven que no sea sub*normal) le toca vivir la revolución del Mayo del 68, idealista e idealizada como pocas. En este contexto soñado conoce a las personas soñadas, Isabelle y Théo, dos hermanos cultos, rebeldes, de clase media/alta y con ansias de escandalizar –y aquí está el problema–, ¿a quién? A sus padres. Matthew, por su parte, y de nuevo, como todo joven idealista, desea “matar a sus padres”, pero sabe que no por ello debe escandalizarlos (ejemplo: siempre manda cartas a su madre). La diferencia entre los personajes protagonistas, por un lado, Matthew, y por el otro, Isabella y Théo, se da, por primera vez, en la discusión intelectual que mantienen el padre de ellos (Théo e Isabelle) y el mismo Matthew. Éste, des del respeto, contra-argumenta la tesis del padre (poeta, por cierto) de que la inspiración no es un estado pasajero, sino que, como demuestra Matthew con el mechero, las correspondencias harmónicas entre las cosas forman parte de un modo de ver las cosas, lo cual es lo mismo que decir que forman parte de una manera concreta de vivir, de pensar la realidad (tesis muy cercana a la teoría poética del Simbolismo francés). El padre, derrotado por la voluntad y furor del joven, se ve dialécticamente superado, y lo comprende y lo aprueba. Segundos más tarde, Théo arremete contra el padre usando cierta forma de violencia verbal excepta de argumentación. ¿Por qué? Porqué, como ya he dicho, él no quiere argumentar, sino escandalizar. Y, ¿qué sucede entonces? Los padres se van y Isabelle y Théo absorben a Matthew, llevándole a su terreno. Al principio es divertido, porque dejarse llevar hasta perder el control, lo es. Entonces, ¿en qué momento se va todo a la mierda? Con la incidencia del elemento cumbre del ideal romántico, el amor. ¿Por qué? Aquí entramos en la parte más interesante del film: lo ficticio vs lo real. En otras palabras, los personajes se pasan la mayor parte del film haciendo buena aquella frase de Oscar Wilde, escrita en el magnífico ensayo La Decadencia de la Mentira, que dice que “la vida imita al arte más de lo que el arte imita a la vida”. ¿Y como lo hacen? Actuando, recreándose en sus maneras, sublimando la cotidianeidad hasta desplazar “lo real”. Porque “lo real” siempre lo jode todo. Pero Matthew, como es normal, se enamora de Isabelle, y entonces se dan cuenta: no hay nada de subversivo en ello, no es mentira, no es escandalizador, y, peor aún, somos tan exclusivos y excluyentes con los demás como lo son nuestros padres, tan poco arriesgados y liberales y libertinos y excéntricos como lo son nuestros padres. Entonces, Matthew lo asume, y no sigue adelante con aquella barricada –estaba escrito que fuera así–. Isabelle y Théo sí lo hacen –también estaba escrito que fuera así–. Cuando termina la película, una pregunta en el aire: ¿qué haces tú? ¿Madurez o bohemia? ¿Hay un lado mejor? No lo sé, pero que jodido, que terriblemente jodido es escoger.
Todo empieza fenomenal. Matthew es un joven estudiante americano que pasará un año en París, concretamente, el año 1968. Así pues, a Matthew, un joven idealista (como todo joven que no sea sub*normal) le toca vivir la revolución del Mayo del 68, idealista e idealizada como pocas. En este contexto soñado conoce a las personas soñadas, Isabelle y Théo, dos hermanos cultos, rebeldes, de clase media/alta y con ansias de escandalizar –y aquí está el problema–, ¿a quién? A sus padres. Matthew, por su parte, y de nuevo, como todo joven idealista, desea “matar a sus padres”, pero sabe que no por ello debe escandalizarlos (ejemplo: siempre manda cartas a su madre). La diferencia entre los personajes protagonistas, por un lado, Matthew, y por el otro, Isabella y Théo, se da, por primera vez, en la discusión intelectual que mantienen el padre de ellos (Théo e Isabelle) y el mismo Matthew. Éste, des del respeto, contra-argumenta la tesis del padre (poeta, por cierto) de que la inspiración no es un estado pasajero, sino que, como demuestra Matthew con el mechero, las correspondencias harmónicas entre las cosas forman parte de un modo de ver las cosas, lo cual es lo mismo que decir que forman parte de una manera concreta de vivir, de pensar la realidad (tesis muy cercana a la teoría poética del Simbolismo francés). El padre, derrotado por la voluntad y furor del joven, se ve dialécticamente superado, y lo comprende y lo aprueba. Segundos más tarde, Théo arremete contra el padre usando cierta forma de violencia verbal excepta de argumentación. ¿Por qué? Porqué, como ya he dicho, él no quiere argumentar, sino escandalizar. Y, ¿qué sucede entonces? Los padres se van y Isabelle y Théo absorben a Matthew, llevándole a su terreno. Al principio es divertido, porque dejarse llevar hasta perder el control, lo es. Entonces, ¿en qué momento se va todo a la mierda? Con la incidencia del elemento cumbre del ideal romántico, el amor. ¿Por qué? Aquí entramos en la parte más interesante del film: lo ficticio vs lo real. En otras palabras, los personajes se pasan la mayor parte del film haciendo buena aquella frase de Oscar Wilde, escrita en el magnífico ensayo La Decadencia de la Mentira, que dice que “la vida imita al arte más de lo que el arte imita a la vida”. ¿Y como lo hacen? Actuando, recreándose en sus maneras, sublimando la cotidianeidad hasta desplazar “lo real”. Porque “lo real” siempre lo jode todo. Pero Matthew, como es normal, se enamora de Isabelle, y entonces se dan cuenta: no hay nada de subversivo en ello, no es mentira, no es escandalizador, y, peor aún, somos tan exclusivos y excluyentes con los demás como lo son nuestros padres, tan poco arriesgados y liberales y libertinos y excéntricos como lo son nuestros padres. Entonces, Matthew lo asume, y no sigue adelante con aquella barricada –estaba escrito que fuera así–. Isabelle y Théo sí lo hacen –también estaba escrito que fuera así–. Cuando termina la película, una pregunta en el aire: ¿qué haces tú? ¿Madurez o bohemia? ¿Hay un lado mejor? No lo sé, pero que jodido, que terriblemente jodido es escoger.
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